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domingo, 23 de noviembre de 2014

ZAMA EL OCASO DE ANÍBAL

La batalla de Zama, el canto de cisne de Aníbal



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Un 19 de octubre del 202 a.C, tuvo lugar una de las batallas más decisivas de la historia: Zama. La derrota de Cartago supuso el advenimiento de Roma como superpotencia.

“En el día de hoy nos remontamos a la sagrada antigüedad para ofreceros la recreación de la segunda caída de la poderosa Cartago. En la infecunda llanura de Zama esperaban los ejércitos invencibles del bárbaro cartaginés Aníbal. Feroces mercenarios y guerreros de todas las naciones incivilizadas entregados a la destrucción despiadada y la conquista.” Quién dice esto es un personaje ficticio de la película Gladiator, el director del Coliseo de Roma poniendo en situación al emperador Cómodo sobre la batalla a recrear en la Arena. No nos engaña su visión de los cartagineses, así como el historiador griego Polibio, a sueldo de la familia Escipión, no lo hace con su reescritura de lo sucedido en la batalla de Zama, 70 años después. La Ciudad de la Loba era inmisericorde e intentó desdibujar los rasgos de sus competidores púnicos, que la disputaban el dominio del Mar Mediterráneo.

La Batalla de Zama (202 a.C), se libró en una árida llanura a las afueras de Cártago, y en ella se enfrentaron el invicto general cartaginés Aníbal Barca y Publio Cornelio Escipión, que se ganaría el sobrenombre de “El Africano”. La derrota de Cartago puso final a la Segunda Guerra Púnica.

anibal barca
Aníbal Barca.

Aníbal no aprovechó su tremenda victoria en Cannas, se dedicó a recorrer Italia sin decidirse a tomar la Ciudad Eterna, mientras los romanos usaron tácticas de desgaste(100.000 hombres perderían en tres batallas). Aunque las ciudades griegas se rebelaron contra Roma y el rey Filipo V de Macedonia se alió con Cártago, el no conquistar la ciudad del Tíber supuso un tremendo error. Maharbal, su capitán de caballería númida le espetó “los dioses no han concedido a un mismo hombre todos sus dones. Sabes vencer Aníbal, pero no sabes aprovechar la victoria”.

Muy lejos de la indecisión de Aníbal, en Hispania, el joven general romano Publio Cornelio Escipión, que acababa de pacificar precariamente la Península, se propone asestar un golpe por sorpresa contra la propia Cártago que obligara a los púnicos a desalojar Italia. Dado el visto bueno por el Senado, pone sitio a Útica con la ayuda de la caballería númida del régulo Massinisa, pero es obligado a retirarse. En la primavera del 203 a.C vence en la batalla de los Grandes Campos,expulsando a Sifax del trono de Numidia. Pero la llegada de Aníbal a África, que había permanecido 15 años en Italia imbatido, le obliga a librar un nuevo combate. Todo está dispuesto el 19 de octubre del 202 a.C para que los dos ejércitos se vean las caras en Zama.

Aníbal formó a 37.000 infantes (50.000 según Apiano) en tres líneas, más 3.000 jinetes en los flancos y 80 elefantes en vanguardia. La primera línea púnica se componía de 12.000 soldados (iberos, baleáricos, cántabros, libios) y los paquidermos. La segunda la integraban africanos y cartagineses, más 4.000 macedonios al mando de Sópatro. La tercera línea estaba compuesta por su infantería veterana de la campaña italiana.

Escipión le hizo frente con 20.000 legionarios, 14.000 auxiliares, entre los que había 6.000 númidas, y 2.700 equites. Los romanos adoptaron la disposición clásica de batalla de la legión, denominada triplex acies: con los jabalineros hastati en primera línea, los veteranos prínceps en segunda, y los lanceros triarii, armados con lanzas largas, detrás.

El general tuerto ordenó cargar a los elefantes, ebrios y con los tobillos heridos para enfurecerlos, contra los legionarios romanos. Para contrarrestar la embestida, Escipión ordenó a sus hastati que bruñeran sus corazas y escudos para deslumbrar a las bestias, además situó a sus músicos en vanguardia de forma que el estruendo espantara a los animales. Cuando estaban a punto de chocar contra la formación, los legionarios abrían pasillos en los cuales los elefantes perdían ímpetu y eran lanceados hasta la muerte.

busto de escipion
Escipión el Africano.

Los númidas de Massinisa pusieron en fuga a la menos numerosa caballería de Aníbal y la persiguieron, saliendo del campo de batalla. El Púnico ordenó avanzar su segunda línea. Escipión, conocedor e imitador de su táctica, se le adelantó contraatacando antes de que llegaran los refuerzos. Los hastati empujaban con sus escudos y perforaban la carne de los mercenarios de la primera y segunda línea de Aníbal. Parecía que la batalla estaba decidida a favor de Roma, pero la infantería veterana de Aníbal formó una muralla inquebrantable, dando un vuelco a la situación. El campo de batalla estaba sembrado de cadáveres, pues ambos bandos habían planteado una guerra de desgaste (Aníbal comandaba tres ejércitos que no habían combatido juntos jamás, y su determinante caballería se había pasado al enemigo).

Los veteranos, aunque obligados a mantenerse a la defensiva, eran tropa experimentada, supervivientes del cruce de los Alpes y más curtidos que sus oponentes romanos. Pero de repente la caballería númida y los equites regresaron al campo de batalla, cargando sobre la retaguardia cartaginesa y destrozando su compacta formación por la espalda. El ejército de Aníbal se colapsó, truncando el sueño del tuerto de ver Roma arrasada; El Africano, sin embargo, se había ganado un sobrenombre de leyenda.

Las bajas cartaginesas totalizaban 20.000 muertos, 11.000 heridos, 15.000 prisioneros, 133 estandartes y 11 elefantes. Una autentica debacle. Los romanos por su parte totalizaban 1.500 muertos y 4.000 heridos. Las consecuencias para Cartago fueron humillantes: la perdida de las posesiones no norteafricanas, entrega de la flota, un pago de 10.000 talentos de oro, la manutención de las tropas romanas en Africa durante tres meses, el reconocimiento de Masinisa como rey de Numidia y la entrega de 100 rehenes escogidos por Escipión. Ambos Senados ratificaron los términos, quedando Cartago devastado y barrido como superpotencia marítima.

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