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jueves, 21 de marzo de 2019

LAS TEMIBLES AMAZONAS QUE ATACARON BRUTALMENTE A LOS CONQUISTADORES

¿Quiénes eran las temidas mujeres que atacaron brutalmente a los conquistadores en América?

Mitos como El Dorado, las guerreras amazonas o las Siete Ciudades de Cíbola sirvieron de aliciente para que los conquistadores se arrastraran por selvas, pantanos y desiertos, pero, ¿quiénes eran las guerreras que vio Orellana en el Amazonas?

«Como las amazonas tratan a quienes capturan»: Litografía del libro de André Thevet sobre la colonización francesa de Brasil.

Actualizado:
El mito del Amazonas salta de continenteLa búsqueda del particular Santo Grial de América –ya fuera El Doradolas Siete Ciudades de Cíbola u otros mitos forrados de oro– sirvió de acicate para que hombres que habían cruzado todo un océano para hacerse ricos fácilmente no desfallecieran frente a las adversidades. La propia Corona y los cronistas incentivaron la idea de grandes tesoros y fantasías escondidas en las selvas de Sudamérica, pues eran conscientes de que para explorar, conquistar y poblar un continente no bastaba con prometer a los aventureros tierras de cultivo o un lugar prefente en las futuras ciudades. Todo ello hace que algunas crónicas rozaran, por momentos, el realismo mágico en su descripción de la fauna y bestiario que se fueron encontrando los conquistadores a su paso. Reptiles monstruosos, tribus de amazonas y otras escenas inverosímiles (¿O no tanto?) se suceden en sus páginas.
Encontrar El Dorado, una ciudad entera hecha con oro, es con diferencia el mayor foco de leyendas y traiciones en la historia de la conquista de América. Francisco de Orellana traicionó, en 1541, a Gonzalo Pizarro, el hermano más pendenciero del conquistador del Perú, cuando éste dirigía una expedición desastrosa hacia el «País de la Canela» (otra leyenda, que data de los tiempos de Colón). Cercados por el hambre, Orellana y medio centenar de hombres se ofrecieron a continuar el viaje con un bergantín para conseguir comida y luego regresar, pero lo cierto es que no tenían pensado volver sobre sus pasos. Para cuando Pizarro conoció su deserción, el conquistador se encontraba atrapado en el corazón del Amazonas, ante la creencia de que se hallaba cerca de El Dorado. Sin embargo, no dio con ningún tesoro, sino con un grupo de fieras amazonas que, cumpliendo con las características de esta figura de la mitología griega, atacaron con furia a sus hombres.
Representación de una amazona en la mitología griega
Representación de una amazona en la mitología griega
Dentro de la tradición griega, las amazonas eran una tribu de guerreras que vivía en el Peloponeso, que se cortaban un pecho para poder manejar mejor el arco, que odiaban a los hombres y que solo mantenían relaciones sexuales una vez al año para reforzar sus huestes (si nacía un varón preferían matarlo). Su nombre, tomado del latín Amazon, -onis, era heredero de una palabra griega que significaba sin pechos.
El número de referencias a estas mujeres sin pechos es abundante, aunque cada autor las sitúa en un lugar distinto. El poeta Homero se refiere a ellas, alrededor del siglo IX antes de Cristo, en la Ilíada situándolas en la Isla de Lemnos; al tiempo que el historiador Heródoto, en sus Nueve libros de la Historia, ubica el mito de estas tribus guerreras en el Cáucaso. Ya en la Edad Media Paulo diácono se refiere a ciertos combates entre amazonas y longobardos en el siglo VIII, y el Rey de Inglaterra, Alfredo El Grande, habla en el siglo IX de un país de mujeres llamado «Magdaland», al norte de Europa. Asimismo, el explorador Marco Polo ubica su existencia en los abismos de Asia, en una isla en la frontera noroeste de la India.

¿Qué vieron?

La historia de las amazonas cruzó el charco junto a los españoles.Cristóbal Colón, que pensaba haber llegado a Asia, oyó decir que había una isla habitada por mujeres, «lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar dice que a los Reyes cinco o seis de ellas». Antonio Pigafetta, después de realizar la primera circunnavegación del globo, afirmó de una isla «llamada Occoloro, bajo Java Mayor, donde solo viven mujeres». Por su parte, Hernán Cortés, en su cuarta carta a Carlos V, aseguró conocer otra isla de féminas guerreras. El capitán Nuño de Guzmán trató de buscarlas en su avance por Nueva Galicia, pero no tuvo ningún éxito.
Colón, que pensaba haber llegado a Asia, oyó decir que había una isla habitada por mujeres, «lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar dice que a los Reyes cinco o seis de ellas»
Hubo que esperar, sin embargo, hasta la búsqueda de El Dorado para encontrar testigos que juraran haber dado con esta mítica tribu. Según recoge Fray Gaspar de Carvajal, los bergantines de Orellana fueron atacados en su bajada por el río Amazonas por «hasta diez o doce [mujeres], que estas vimos nosotros que andaban peleando delante de todos los indios como capitanas, y peleaban ellas tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas, y al que las volvía delante de nosotros le mataban a palos; y esta es la causa por donde los indios se defendían tantos. Estas mujeres son muy blancas y altas y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza, y son muy membrudas y andaban desnudas en cuero, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos».
El enfrentamiento resultó la peor contienda narrada por este cronista, que perdió un ojo y recibió un flechado en una ijada. Al menos seis españoles murieron en el rápido y brutal combate... Esas mujeres luchaban de una forma aterradora, en palabras de los conquistadores. Por un interrogatorio a los indios, los españoles supieron que todas estas amazonas estaban bajo la mano y jurisdicción de una caudilla llamada Coñori, que junto a un grupo selecto de mujeres, vivía rodeada de oro y plata. La tierra en la que vivían era fría y con poca leña, si bien abundante de comida. El lugar estaba tan lejos como para que quien osara ir muchacho volviera viejo.
Las amazonas que Orellana halló cumplían la mayoría de las características grecorromanas, al menos si hacemos caso a los cronistas. Gonzalo Fernández de Oviedo escribió al tener noticia directamente por Orellana una carta dirigida al Cardenal Bembocon las costumbres de estas mujeres:
«... en cierta parte oyeron una batalla muy reñida y los capitanes eran mujeres flecheras que estaban allí por gobernadores a las cuales nuestros españoles llamaron amazonas sin saber por qué, como V.S.R ma. mejor sabe, este nombre, según justino, se les da por falta de la teta que se quemaban aquellas que se dijeron amazonas, en lo demás no les es poco anexo el estilo de su vida pues esta viven sin sin hombres y señorean muchas provincias y gentes y en cierto tiempo del año llevan hombres a sus tierras con quien han sus ayuntamientos y después que están preñadas los echan de la tierra e si paren hijo o le matan o envían a su padre...»
Talestris, reina de las amazonas, visita a Alejandro (cuadro de 1696).
Talestris, reina de las amazonas, visita a Alejandro (cuadro de 1696).
Más allá de Orellana, ningún europeo pudo documentar de qué tribu se trataba o si existió algo parecido al mito, pues ni antes ni después lucharon otros conquistadores con guerreras así. En su libro «Orellana, Ursúa y Lope de Aguirre: Sus hazañas novelescas por el río», Elsa Otilia Heufemann-Barría plantea que lo que vio el extremeño, aparte de la posibilidad de que fuera una tribu que simplemente armara a guerreras, pudo deberse al ansia en sí de encontrar a las amazonas que demostraban los españoles desde que pusieron pie en América, de modo «que acomodaban a sus propias convicciones los relatos de los indios, puesto que la leyenda de estas míticas guerreras estaba muy extendido entre los conquistadores».
Vieron lo que querían ver... En el imaginario popular de aquella época gozaban de gran vigencia la leyenda de las amazonas, por lo que los conquistadores iban predispuestos a encontrarlas tarde o temprano.Rodeados de animales y paisajes inéditos, de tribus de todo tipo y pelaje, resultaba realmente complicado para ellos diferenciar realidad de ficción.

En busca del pueblo sin maridos

En 1745, el viajero francés Carlos Marie de la Condamine se propuso dar con las amazonas que había descrito Orellana. Así cuenta en las crónicas de su Viaje a la América Meridional que fue preguntando a los nativos si tenían alguna noticia de «las belicosas mujeres que Orellana pretendió haber encontrado y combatido, y si era verdad que vivían alejadas del trato de los hombres. Nos dijeron todos que así se lo habían oído contar a sus padres, añadiendo multitud de detalles, demasiado largos de repetir, que tienden a confirmar que hubo en ese continente una república de mujeres que vivían sin admitir ningún hombre entre ellas, y que se retiraron al interior de las tierras del Norte, por el río Negro o por alguno de los que por el mismo punto desaguan en el Marañón».
«Nos dijeron todos que así se lo habían oído contar a sus padres, añadiendo multitud de detalles, demasiado largos de repetir, que tienden a confirmar que hubo en ese continente una república de mujeres que vivían sin admitir ningún hombre entre ellas»
Su criterio para sostener que hubo una república de mujeres se basaban, sin embargo, en testimonios indirectos. Lo más cerca que estuvieron de una prueba sólida fue de la mano de un soldado ya viejo de la guarnición de Cayena, cuyo destacamente fue enviado a reconocer las tierras del país de los amicuanos, donde dieron con mujeres y niñas que llevababan collares de piedras verdes que heredaron de las «cuñantensecuima», lo que en su lengua significaba «mujeres sin marido». Por boca de estas indígenas, pudieron saber que más allá de las fuentes del Oyapoc se hallaba el país original de «estas mujeres sin marido».
«A pesar de esto me cuesta trabajo creer que las amazonas se hallen establecidas ahí actualmente sin que se tenga de ellas noticias más positivas, transmitidas de unos en otros por los indios vecinos de las colonias europeas de las costas de la Guayana», afirma en sus textos el aventurero francés ante su incapacidad con dar con este pueblo, que se justifica en su fracaso en lo verosímil de que aquellas mujeres hubieran perdido ya sus antiguos usos a través del tiempo, bien porque las haya subyugado otro pueblo, ya porque, aburridas de su soledad, las hijas hayan al fin olvidado la aversión de sus madres hacia los hombres.

En cualquier caso, el mito quedó impreso para siempre en el nombre del lugar. Temporalmente el río descubierto por los españoles fue llamado Orellana, pero pronto se denominó Río de las Amazonas o Gran Río de Amazonas, como se conoce hoy de forma general.

lunes, 4 de marzo de 2019

CHILE Y LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

República de Chile y la Segunda Guerrra Mundial

Breve reseña histórica de la época

A mediados del siglo XIX, Chile enfrentaba un futuro inmediato que presagiaba una precaria situación económica debido a la escasez de recursos naturales e ingresos fiscales.  Esta situación quedó momentáneamente resuelta con la guerra de 1879 contra Bolivia y Perú, mediante la cual se apropia de los recursos salitreros bolivianos incluyendo su mar territorial.
Hacia fines de siglo, Chile experimenta una bonanza económica que le permite iniciar el Siglo XX de manera promisoria.  Una nueva constitución, aprobada en 1925, fortalece la estructura socio política del país y se estabiliza la economía con la creación de la Contraloría General de Chile y del Banco Central de Chile, organismos estructurados con la asesoría de Estados Unidos.  Estas medidas atraen inversiones extranjeras, especialmente de ese país, sin embargo, las ventajas que le da el salitre y las inversiones duran poco, pues al finalizar la Primera Guerra Mundial, en Europa surgen formas de reemplazar el salitre por compuestos químicos y el precio del fertilizante se va en picada.  La economía chilena siente los efectos de la baja en sus exportaciones.

Gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931)

En 1927 renuncia el presidente Alessandri y asume el cargo Carlos Ibáñez del Campo con el apoyo de los militares.  La política interna de Ibáñez es dura con los sindicatos, los izquierdistas y los partidos políticos de oposición, pero las inversiones extranjeras permiten disimular la fuerte represión contra sus opositores.  Crea el cuerpo de policía conocido como Carabineros y fortalece al gobierno favoreciendo a la clase media.
No termina la tercera década del siglo, cuando la Gran Depresión hace tambalear la economía mundial y Chile sufre las consecuencias.  El desempleo alcanza cifras nunca antes vistas.  Los ingresos del fisco caen estruendosamente y el déficit es tan grande que en 1931, no puede pagar su deuda externa y la interna crece enormemente.  Alemania para entonces era un buen socio comercial de Chile, a quien le prestaba también ayuda militar, con una nutrida delegación diplomática y de asesores militares prusianos.  Mientras tanto, el gobierno de Carlos Ibáñez hace funcionar la "maquinita" para generar dinero inorgánico elevando los índices de inflación a niveles nunca antes vistos.  Como alternativa, el gobierno trata de incentivar las exportaciones, en especial del cobre.

Gobiernos interinos (1931-1932)

Políticamente, Ibáñez se encuentra acorralado y para evitar mayores traumas en la población, en julio de 1931 se exilia en Argentina.  Asume la presidencia interina Pedro Opazo Letelier.
En abril de 1932 el General Díaz Valderrama, Carlos Keller y Jorge González von Marees fundan el Movimiento Nacionalsocialista Chileno inspirado en el Partido Nacionalsocialista alemán.  Uno a uno se suceden los gobiernos interinos de Juan Esteban Montero, que jura ante el Congreso y es derrocado por un golpe militar.  Luego, una junta de gobierno, integrada por el general Arturo Puga, Carlos Dávila, Eugenio Matte y el coronel Marmaduque Grove Vallejo (fundador del grupo Acción Revolucionaria Socialista, que luego se integró al Partido Socialista Unificado) como Ministro de Defensa.
La junta gobierna la llamada "República Socialista".   Los militares, por su parte, el mismo año de 1932, fundan una organización fascista llamada Acción Nacionalista de Chile que era presidida por el mismo General Díaz Valderrama.  La sucesión de gobiernos y golpes de Estado terminan el 16 de junio de 1932 con el derrocamiento de la junta por Carlos Dávila, quien envió a Marmaduque Grove a la Isla de Pascua y puso fin a la "República Socialista".  Asume la presidencia interina Bartolomé Blanche Espejo, quien también es obligado a renunciar y cede el mando a Abraham Oyanedel Urrutia.

Gobierno de Arturo Alessandri Palma (1932-1938)

Ante la situación desesperada de los chilenos, que literalmente se morían de hambre, es reelecto Arturo Alessandri Palma.  Se forman nuevos partidos políticos.  A diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos que en esos momentos tenían gobiernos dictatoriales, Chile logra evitar las dictaduras y fortalece su democracia.  Partidos de izquierda, de centro y derecha conviven en la medida que lo permiten sus ideologías.  Un grupo de católicos forma el partido Falange Nacional, que ofrecía una opción opuesta al marxismo que estaba muy en boga.  Años después, en 1952, ese partido sería la semilla de la Democracia Cristiana.
Arturo Alessandri logra estabilizar al país convirtiéndose en defensor de la derecha.  Reestructura los mandos militares, a quienes logra mantener en sus cuarteles apelando al apoyo de una fuerza paramilitar de más de 50 mil miembros, llamada Milicia Republicana, con la que controla a los izquierdistas.  Paralelamente estabiliza la economía mediante la promoción de industrias y la ejecución de obras públicas.
En política internacional, Alessandri trata de mantenerse neutral estableciendo buenos lazos de amistad con Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos.   Los izquierdistas no estaban contentos con la política de Alessandri, en especial la económica, acusándolo de manejarla de manera inadecuada olvidándose de las necesidades de los trabajadores.
Los comunistas, radicales y socialistas hacen un Frente Popular respaldado por la Confederación de Trabajadores y acusan a Alessandri de fascista y realizan una huelga ferroviaria que es reprimida severamente.  Adhiriéndose al Frente Popular, el partido Demócrata apoya a la oposición, aunque a la larga le costaría la existencia, pues el partido se disuelve cuando sus miembros son absorbidos por el Partido Socialista a comienzos de 1940.
En 1938, antes de las elecciones, un grupo de miembros del Partido Nacionalsocialista, presenta como candidato a Carlos Ibáñez, pero ante las pocas posibilidades de triunfar, deciden fraguar un golpe de Estado.  Alessandri repelió el golpe con una masacre en la que sesenta militantes fueron asesinados por los Carabineros.  Los fascistas optaron entonces por volcar sus votos en favor del Frente Popular y después cambian su nombre por Vanguardia Popular Socialista.

Gobierno de Pedro Aguirre Cerda (1938-1941)

Pedro Aguirre Cerda
Presidente Pedro Aguirre Cerda
En las elecciones gana, por un margen insignificante (50.3%), Pedro Aguirre Cerda, candidato del Frente Popular, un radical pero de tendencia moderada.  Aunque la militancia del Partido Nacionalsocialista no era muy considerable, en unas elecciones con gran abstención (apenas el 5% de la población acudió a las urnas), la ayuda de los fascistas le dio el triunfo al Frente Popular.  En Chile sólo votaban los hombres mayores de 21 años que sabían leer y escribir y constituían el 10% de la población.
Pedro Aguirre Cerda y su gobierno intentaron mantener un Estado de corte capitalista fortaleciendo las industrias y dictando medidas sociales para mejorar el bienestar de la población, pero dependía en mucho del apoyo de Estados Unidos.  Por eso, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial benefició las exportaciones chilenas hacia Estados Unidos.  Aunque los trabajadores y el Frente Popular, no se vieron muy beneficiados con las medidas sociales y económicas del gobierno, la izquierda se mantuvo constreñida ante el incremento de las manufacturas que daban trabajo a sus militantes.
Pero, para el gobierno de Aguirre Cerda, la situación política no era fácil de manejar ante la arremetida de los partidos de derecha. Incentivados por los éxitos militares y políticos del fascismo en Europa.  En 1940 se fundan diversas agrupaciones políticas con tendencias nacionalsocialistas.  Surgen, organizaciones con adeptos en las fuerzas armadas, como la Legión Cívica de Chile, el Frente Nacional Chileno, la Asociación de Amigos de Alemania, y el Movimiento Nacionalista de Chile, que no oculta su manifiesta orientación hitleriana al enfrentarse a comunistas y judíos.  Por su parte, los partidos de izquierda se mantuvieron apaciguados, en una especie de tregua, ante el pacto de no agresión firmado entre Alemania y la URSS y la repartición de Polonia de manera que las relaciones diplomáticas entre Chile y Alemania no se vieron perturbadas por las demandas del Frente Popular.  Pero a comienzos de 1941, el Partido Socialista se retiró de la coalición por sus diferencias con los comunistas.

Gobierno interino de Jerónimo Méndez (1942)

El Presidente Pedro Aguirre Cerda no pudo terminar su mandato.  El llamado "presidente de los pobres", enfermó de tuberculosis y falleció el 25 de noviembre de 1941.  Jerónimo Méndez ocupó la presidencia interinamente y convocó a elecciones.

Gobierno de Juan Antonio Ríos Morales (1942-1946)

Juan Antonio Ríos
Presidente Juan Antonio Ríos
En las elecciones de 1942 resultó elegido otro radical, pero más conservador que Aguirre Cerda: Juan Antonio Ríos Morales.  El presidente Ríos enfatizó medidas sociales mejorando la vivienda y la salud.  Continuó también la política de neutralidad mantenida por su predecesor en la guerra europea.  Ese año, el Congreso, con mayoría del Frente Popular, declara al Partido Nacionalsocialista alemán y chileno como una amenaza para la seguridad del país y forman una comisión para investigar las actividades de agentes alemanes y chilenos, ante las sospechas de que en Valparaíso existía una red de espionaje financiada por la Abwehr.  Ante esa circunstancia, presionado por los partidos de izquierda, en especial el Partido Comunista, y la acuciante presión de Estados Unidos, Ríos endureció las relaciones con los países del Eje en 1943.
En 1944 los militares nacionalsocialistas, apoyados por el gobierno del Presidente Perón de Argentina, partidarios del ex-Presidente Ibáñez y miembros de la policía, intentan un golpe de Estado contra el gobierno de Ríos.  Sin embargo, la conspiración fue desmantelada antes de que estallara el golpe y los altos oficiales involucrados fueron pasados al retiro.  Por el momento, los cuadros nacionalsocialistas quedaron desarticulados en las fuerzas armadas.  No obstante, el nacionalsocialismo chileno, hasta el presente, constituye una fuerza política tan arraigada que no puede ocultarse.
Casi a finales de la guerra mundial, después de ceder a las presiones de Washington rompiendo relaciones con el Eje y de enfrentarse con decisión a los nacionalistas chilenos, Ríos no estaba satisfecho con la cantidad de ayuda militar y los beneficios que obtenía de la Ley de Préstamos y Arriendos.  Ríos consideraba que la ayuda que recibía de Estados Unidos no era suficiente y por su parte, el gobierno estadounidense tampoco estaba satisfecho con las medidas poco efectivas que el gobierno chileno tomaba en contra de agentes de El Eje que obtenían refugio en Chile y contra las empresas cuyos capitales procedían de países pertenecientes al Eje.  Pero lo cierto era, que al igual que ocurría con el resto de los países latinoamericanos, Chile financiaba a los Aliados aceptando precios ínfimos por el cobre, mientras pagaba altos precios por los productos manufacturados que importaba de Estados Unidos.
Ríos esperaba mejorar la situación de Chile alineándose con Estados Unidos y desplazando a Inglaterra, su antiguo socio comercial del siglo XIX, que tanta ayuda le prestó durante la guerra de 1879.  Ese año de 1945, finalizada la Segunda Guerra Mundial, la salud del Presidente Ríos comenzó a deteriorarse y Alfredo Duhalde Vásquez asumió la presidencia interina en 1946.

Visión de Chile por Estados Unidos y los Aliados, tal como fue publicada en la revista de propaganda 'En Guardia', Vol. 2, Núm. 12 - 1943
CHILE
Visita Presidencial
Bernardo O'Higgins y el argentino José de San Martín lucharon por la liberación de Chile, con la confianza de que la independencia de Chile aseguraría, también, la independencia de los países vecinos. El ideal de estos dos patriotas empezó a realizarse en los años subsiguientes a la gran victoria de Chacabuco, donde el ataque de la caballería mandada por O'Higgins salió triunfante, y de Maipú, donde la resistencia del ejército español fue vencida. Chile constituyó pronto, en Sudamérica, una poderosa influencia en el desarrollo de las instituciones democráticas y de la educación pública.
Mina de cobre
Chile suministra grandes cantidades de cobre para el esfuerzo bélico de los aliados. Los trabajadores completan la obra de perforación antes de la voladura que hará saltar el mineral de cobre de la mina de Chuquicamata, uno de los centros mineros más grandes y productivos del mundo.
En ningún sitio, en todo mi viaje, encontré mayor orgullo en la democracia que en Chile — dijo el Vicepresidente de los Estados Unidos. Henry A. Wallace, después de su viaje, este año, a través de siete de los países occidentales de la América del Sur.
Por fortuna para las Naciones Unidas, era natural, que estos principios democráticos crearan en Chile un vivo deseo de cooperar con las naciones que están luchando contra la tiranía del Eje.
El aporte de Chile fue una importante contribución espiritual a la causa de los Aliados. Además. Chile, como un país productor de minerales de guerra, podía hacer una contribución muy importante a la causa de los pueblos amantes de la libertad.
Cobre
Barras de cobre recién fundido
En cierta ocasión 50.000 personas desfilaron por las calles de Santiago, la capital, urgiendo que se rompiesen las relaciones diplomáticas con los países del Eje. El gobierno chileno, actuando de acuerdo con los deseos de su pueblo, rompió sus relaciones con el Eje y más adelante dio un paso más decisivo en su política, rompiendo también, sus relaciones con las naciones satélites del Eje: la Francia de Vichy, Hungría, Bulgaria y Rumania.
Chile se extiende 4.760 kilómetros a lo largo de la costa del Pacifico, al lado occidental de la Cordillera de los Andes. Al norte, sus fronteras están en la región semitropical del Pacífico, mientras que las regiones al extremo sur están en el antártico.
A pesar de que las minas de cobre y nitratos están situadas en e] norte. La mayor parte de la población vive en la parte central del país donde el clima es templado y la agricultura floreciente.
En el sur se hallan las haciendas ganaderas y las importantes instalaciones pesqueras del país.
Salitre
Más de 40.000 obreros trabajan en la industria del nitrato en chile.  Arriba: cargando nitrato en la salitrera Pedro de Valdivia.
La población de Chile según demostró el censo de 1940, era de 5.023.539 almas. Santiago tiene 1.000.000 de habitantes. La mayoría de las ciudades, por la creciente actividad industrial de los últimos años, han atraído un gran número de trabajadores para diversas fábricas
En el terreno de la educación, Chile con su sistema de escuela primaria obligatoria, está entre los principales países de las Américas. En 1939, contaba con 3.522 escuelas públicas con una matrícula de 121.759. Existen 86 escuelas públicas y 175 escuelas particulares para la educación secundaria, con una matrícula total 44.404, y 151 escuelas especiales, donde 32.176 alumnos están recibiendo instrucción en ciencias agrícolas e industriales. La educación superior está representada por la Universidad Nacional Santiago con 4.774 estudiantes, la Universidad Católica de Santiago, la Universidad Santa María de Valparaíso y la Universidad de Concepción con matrículas que llegan a un total de 1.674 alumnos. Chile destina a la educación pública un 16.5 por ciento presupuesto nacional.
Chile promulgó su ley del Seguro Obligatorio el 8 de septiembre de 1924. La ley exije (sic) iguales contribuciones de parte de empleados y patrones a un fondo administrado por una Junta de Bienestar, que proporciona pensiones de retiro, ayuda a los incapacitados por enfermedad o accidente, ayuda a los desocupados, ayuda para la adquisición o mejoramiento de la habitación propia. Un ejemplo del programa de Chile para elevar el nivel de vida pueblo, es el Banco Popular de la Vivienda.
Gracias a esta institución, más de 30.000 chilenos de modestas circunstancias, se han costeado viviendas modernas.
Fue uno de los primeros países del mundo que promulgó legislación avanzada, y sus reglamentos, han venido sirviendo de modelo a los países que han adoptado programas de Seguro Social posteriormente. Desde entonces acá, la ley chilena ha sido modificada, adquiriendo así rasgos más progresistas todavía. La idea del mejoramiento de las condiciones de vida del mayor número posible de los habitantes ha sido instituida como la más alta aspiración del Gobierno de la progresista y democrática república de Chile.
Presidente Ríos
Don Juan Antonio Ríos, presidente de Chile, trabajando en su despacho.
El primer ciudadano de la república, que se elevó desde un origen humilde hasta la más alta magistratura.
Santiago
Santiago pintoresco: vista que representa la hermosa y floreciente capital de la república de Chile desde una montaña de la imponente cordillera de los Andes.
Latorre
El Latorre, acorazado de guerra con su excelente armamento y tripulación, sería un formidable adversario para cualquier barco enemigo que intentara invadir aguas las territoriales  de Chile.
Aconcagua
El Aconcagua, la montaña más alta del hemisferio occidental, se levanta como un centinela alerta cerca de la frontera entre Chile y la república Argentina.
Vinos
Los vinos de Chile son famosos en las Américas.  El área dedicada al cultivo de las viñas es sólo superada por la dedicada al cultivo del trigo.
Ovejas
Rebaños de ovejas arreadas por las calles de Puerto Montt, las que serán embarcadas a Santiago con destino a los mataderos que proveen decarne a la capital.  La región ganadera está en el sur, donde el pasto es excelente en la estación de lluvia.
Valparaiso
El puerto de Valparaiso, animada ciudad moderna, desde donde se embarcan en grandes cantidades diversos productos de vital importancia para la industria de guerra de los Estados Unidos de América.

Material digitalizado de:
EN GUARDIA, revista publicada mensualmente para LA OFICINA DEL COORDINADOR DE ASUNTOS INTERAMERICANOS, Commerce Building, Washington. D. C., por la Business Publishers International Corp. Redacción, 330 West 42nd St., Nueva York, N. Y., E.U.A. Impresa en 5601 Chestnut St., Filadelfia, Pa. Registrada como artículo de segunda clase en la Oficina de Correos de Filadelfia, Pa., E.U.A., el 8 de abril de 1941, conforme a la ley del Congreso de marzo 3 de 1879, Vol. 2, Núm. 12.
 
 

domingo, 3 de marzo de 2019

LA BATALLA DE PUERTO CABALLERO


Puerto Cabello: la batalla en la que España humilló al héroe de la independencia de Venezuela Simón Bolívar

El 30 de junio de 1812 las tropas realistas del Castillo de San Felipe se sublevaron contra sus captores partidarios de la revolución. Tras seis días de batalla lograron tomar la posición y bombardear desde allí las ciudades y buques enemigos

 

Manuel P. VillatoroManuel P. Villatoro

Actualizado:Un patriota, un héroe nacional y un genio militar. Así es como recuerda la historia a Simón Bolívar, el artífice (tras el espía y líder revolucionario Francisco de Miranda) de la independencia de Venezuela a mediados del siglo XIX. Sin embargo, lo que la leyenda se olvida de recordar es que hubo más de una ocasión la el que el llamado «Libertador» se vio obligado a hincar la rodilla ante la bandera española que tanto odiaba. Una de ellas, precisamente, se sucedió entre junio y julio de 1812, cuando -siendo coronel y estando al mando del fuerte de San Felipe, en Puerto Cabello- tuvo que rendir la fortaleza y prision después de que unos reos partidarios de Fernando VII se escapasen y la tomaran desde su interior.
Aquella fue la gran humillación de Bolívar, quien se vio obligado a enviar posteriormente una carta a su superior (Miranda) en la que admitía su culpa y su estupidez y decía sentirse sumamente avergonzado por lo sucedido. No era para menos, pues San Felipe era la fortificación más destacada del norte del país. Y había caído bajo las manos de unos meros prisioneros. Este año, en pleno bicentenario de la muerte de Francisco Miranda, hemos querido recordar la contienda con la que su subalterno, el mismo que le traicionaría años después, le pidió clemencia tras ser derrotado. «Después de haber perdido la mejor plaza del Estado, ¿cómo no he de estar alocado, mi general? ¡De gracia, no me obligue usted a verle la cara! Yo no soy culpable, pero soy desgraciado, y basta», le dijo en su informe.

La ansiada independencia

Rememorar la epopeya de Puerto Cabello requiere remontarse hasta julio de 1811, mes en el que se proclamó la Primera República de Venezuela mediante el «Acta de la Independencia». ¿Y de quién se separaron? De España, metrópoli en su momento al otro lado del Atlántico. Rápidamente, el sentimiento nacional se expandió por medio país. Sin embargo, otros tantos ciudadanos se mantuvieron fieles a la bandera rojigualda e iniciaron levantamiento en masa contra los rebeldes. Estos combatientes se autodenominaron el bando realista y, lo cierto, es que dieron más de un quebradero de cabeza al nuevo ejército sublevado.
De hecho, ese mismo año los representantes de la Primera República se vieron tan superados a nivel militar que hicieron al general Francisco de Miranda (antiguo valedor de la corona española y viejo defensor de la monarquía hispana antes de comenzar sus derroteros revolucionarios) comandante de sus ejércitos. ¿El objetivo? Que aplastara a los realistas en base a sus muchos años de experiencia dando mandobles en la vieja Europa (no en vano contaba 61 primaveras a sus espaldas).
Mientras Miranda andaba espadazo va, espadazo viene, para acabar con las poblaciones que combatían por Fernando VII, los realistas discurrieron un plan a sus espaldas en un intento desesperado de mantener bajo dominio español Venezuela. Esta consistió en ordenar a un destacamento de soldados dirigirse a Cararora para apoyar una sublevación militar en la zona. Su avance fue letal y, en menos de un mes, estos leales combatientes se hicieron por las armas con la población. Y no solo eso, sino que lograron que muchos defensores de la monarquía se uniesen a ellos.

En San Felipe

La situación se puso todavía peor si cabe para los venezolanos cuando un terremoto aniquiló a una buena parte de sus tropas acantonadas en las ciudades que mejor podían ser defendidas. Por ello (y siempre con la amenaza de aquel ejército español en su sien) la Primera República dio a Miranda poderes de dictador para que expulsara al mar a los partidarios de Fernando VII.
Este, viendo que la derrota se cernía sobre su querida Venezuela, actuó rápidamente. Lo primero que ordenó fue poner a Simón Bolívar (entonces nada más que un coronel desconocido) a los mandos de la fortaleza de San Felipe, ubicada en Puerto Cabello (un pequeño pueblo costero al norte de Venezuela).
La decisión era arriesgada, como bien explica Manuel Lucena Giraldo (historiador, agregado de educación en la embajada de España en Colombia y autor de «Francisco de Miranda: la aventura de la política») a ABC: «Bolívar no era más que un joven endeudado de los valles de Caracas que, además, carecía de redes sociales. La gran figura era Miranda. Era el enemigo público de la monarquía española». Es decir, que Bolívar poco tenía entonces de libertador y mucho más de oficialucho interesado e inexperto.

Un enclave determinante

El castillo cuyo mando recibió Bolívar era uno de los más importantes del país. De hecho, estaba considerado como la llave natural de Venezuela desde el norte y protegía varias provincias adyacentes. Entre ellas, la costa de Puerto Cabello, la ciudad más directa que se encargaba de defender.
El castillo fue levantado por Real Orden de Felipe V (20 de junio de 1732) para proteger los «Almacenes de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas» y el tráfico de la Flota de Galeones a Cartagena de Indias, Portobelo y Veracruz. Algo que se explica pormenorizadamente en el dossier « Dos ejemplos de fortificaciones españolas en la exposición de Puertos y Fortificaciones en América y Filipinas» (editado por la Comisión de Estudios Históricos de Obras Públicas y Urbanismo).
«El Fuerte debe defender la entrada y salida del Puerto, como asimismo el que defienda y domine toda la extensión de sus contornos hasta donde pudiera llegar el alcance de su Artillería de mayor calibre, y que todas las partes de esta Fortificación sean bien defendidas y entre si recíprocamente flanqueadas», explicaba una orden del 31 de enero de 1737.
Cuando cayó bajo el poder venezolano, el castillo empezó a ser utilizado como arsenal (en él se guardaban a principios del siglo XIX una gran cantidad de municiones y pertrechos) y cárcel. Así lo demuestra el que, en la misma época, hubiera más de un millar de reos realistas en su interior.

Oro puro

El 30 de junio, los aproximadamente 1.000 prisioneros realistas presentes en el castillo de San Felipe fueron liberados de su prisión. La situación no podía ser peor para los venezolanos ya que, como explicó el mismo Bolívar en la carta que envió a Francisco Miranda informándole de los hechos, el grueso de los pertrechos de la tropa (salvo 16.000 cartuchos que se quedaron fuera de ella) habían sido guardados en el interior de esta plaza fuerte. ¿El objetivo? Alejarlos del peligro en caso de asedio. Entre los mismos: comida, municiones y otros tantos objetos personales.
Así se excusó Bolívar por haber guardado, en primer lugar, una gran cantidad de comida en el lugar: «En cuanto a haber acopiado en el castillo víveres para subvenir a la manutención de 300 hombres para tres meses, es claro que nada era más indispensable que esta medida, para en caso que fuese sitiado, como no era imposible en el estado actual de las cosas». Otro tanto pasó con la pólvora ya que, en palabras del entonces coronel, «fuera de la ciudad no estaba segura».
A su vez, también dirigió unas curiosas disculpas a Miranda por haber llenado hasta los topes de munición aquel castillo. Una presencia -la de estas últimas- que el venezolano excusó afirmando que un comandante (un tal Martinena) le había aconsejado debido a que la goleta en la que se guardaban «hacía aguas». «El resto de las municiones han tenido siempre sus almacenes en el castillo, como el puesto más seguro y retirado del enemigo», explicaba Bolívar en la misiva.
Fuera por la causa que fuese, había una verdad tan grande como un cañón de a 36 libras: que había dotado a los prisioneros de todos los pertrechos necesarios para resistir durante más de tres meses un largo asedio.

¿Quién fue el traidor?

Pero... ¿Cómo lograron los realistas salir de la prisión? Según Bolívar, gracias a un traidor. Un subteniente de batallón de milicias de Aragua llamado Francisco Fernández Vinony. Un hombre que, según el dolido coronel, se dejó cautivar por las promesas de buenaventura hechas por los partidarios de Fernando VII. «Vendió la fortaleza por hallarse quebrado de los fondos de su compañía, y la seducción del mando o riqueza que esperaba ese traidor por recompensa de su felonía, luego de que los reos del estado estuviesen en libertad», determinó en la misiva el militar venezolano.
Tal y como afirma el divulgador Tomás Cipriano de Mosquera en su extensa obra «Memoria sobre el general Simón Bolívar», Vinony no tuvo piedad y aniquiló a los guardas antes de soltar a los reos. Sin embargo, otros expertos como el historiador Jesús María Henao son partidarios de que Vinonny no tuvo nada que ver en aquel suceso y que el verdadero traidor fue el sargento de artillería N. Miñano. En cualquier caso, lo que sí que fue totalmente cierto es que el comandante del castillo (Ramón Aymerich) no estuvo relacionado, pues andaba jugando a las cartas en el pueblo cuando se abrieron las puertas de las celdas.

Primer día de batalla

Fuera como fuese, el 30 de junio 1.000 realistas se escaparon ávidos de sangre de su prisión y tomaron el castillo. Bolívar recibió la noticia a eso de las doce y media del medio día, cuando el teniente coronel Miguel Carabaño acudió a sus aposentos a informarle de que se escuchaban ruidos sumamente extraños dentro de la fortaleza y que había sido alzado el puente levadizo. El coronel envió a un hombre para que averiguase qué diablos estaba sucediendo, pero ya era tarde. Las murallas habían sido conquistadas.
Con los cuerpos de los guardias tirados en el suelo acompañados de sus respectivos charcos de sangre, pertrechos para resistir una eternidad, y refuerzos realistas en marcha, los hispanos se prepararon para dar cuanta más guerra pudieran a los venezolanos. Así pues, izaron la bandera «encarnada» (como afirma Bolívar en su obra), lanzaron unos gritos vitoreando a Fernando VII, y armaron las baterías para empezar a machacar la misma ciudad a la que ese castillo debía proteger.
Los realistas, a su vez, iniciaron una serie de descargas de cañón contra los buques que se ubicaban cerca del castillo y del puerto: el bergantín «Argos» y el también bergantín «Zeloso». Los marinos de este último, para su suerte, tuvieron los suficientes reflejos como para romper las ataduras de su buque y alejarse, viento en popa y esas cosas, de los contínuos cañonazos que le llovían desde las murallas. Se había iniciado la ofensiva rojigualda en contra de la independencia.
Una resistencia, todo sea dicho, que Bolívar tomó más como una rabieta española como algo serio. En base a ello, solicitó poco después a los ahora defensores que se rindiesen. A cambio, les ofrecía la libertad y no ser fusilados. Sin embargo, la respuesta desde el interior fue clara: «El Comandante del Castilo de San Felipe, de la plaza de Puerto Cabello, ha hecho enarbolar el pabellón del rey nuestro señor Don Fernando VII, y con sus fieles vasallos prometen defenderlo hasta derramar la última gota de sangre». La traducción: que se fueran un rato al infierno, vaya.
A pesar de ello, Bolívar envió en varias ocasiones mensajes solicitando la rendición del castillo. Curiosamente, mantenía esperanzas en que bajaran las armas. Quizá sabiendo la dificultad que sería para sus hombres tomarlo, quizá por prepotencia. Pero amigo, la bandera realista siguió izada, desafiante, y los vivas al rey no se detuvieron.

A pique el «Argos»

A pesar de lo acaecido, la jornada siguiente (el 1 de julio) el día se aventuraba optimista para Bolívar. Al fin y al cabo, y según pensaba, contaba con no pocos hombres para tomar por las bravas el castillo.
De buena mañana, los marineros del «Argos» quisieron poner su granito de arena en la conquista y, tras acercarse a la costa, empezaron a descargar todos los pertrechos para que pudiesen ser utilizados por los venezolanos. La idea no era mala, la verdad, pero la bala les terminó saliendo por la culata del arcabuz cuando empezaron a recibir zurriagazo tras zurriagazo desde San Felipe. «Al cabo de dos horas de hacerle fuego, lograron acertarle una bala roja que incendiándolo lo voló y lo convirtió en cenizas», añadió Bolívar en su informe. La situación comenzaba a complicarse.
Después de aquello, Bolívar se limitó a organizar a los 300 hombres que tenía a sus órdenes y preparar el ataque contra el castillo de San Felipe. Un asalto que aquel día no se llevó a cabo debido a que el lugar por el que el coronel pretendía atacar no era apto para que navegaran los navíos de transporte. Mientras todo aquello sucedía, el cañoneo español sobre la ciudad se hizo incesante. De hecho, los habitantes tuvieron que abandonar una parte de la urbe ante la caída constante de bombazos. Los de la rojigualda comenzaban a ganar papeletas en las apuestas.

Excusas y más excusas

«Pum. Pum. Pum». El sol del 2 de julio llegó acompañado del sonido de los cañones realistas. Armas cuya munición causaba auténtico pavor en los partidarios de la independencia. Para desgracia de Bolívar, aquella música no era contrarrestada por las maldiciones y los salves a la República de los ciudadanos de la ciudad de Puerto Cabello.
Por el contrario, lo que había en la «city» (tanto por parte de los soldados venezolanos como de los ciudadanos que allí habitaban) era miedo a los continuos petardazos hispanos. Mala cosa para el coronel, que veía temeroso como sus conciudadanos se marchaban a gran escala de la zona para evitar ser aplastados por un bolazo enviado desde San Felipe.
«Conociendo la importancia de retener a los habitantes de la ciudad, y contener la deserción de las tropas, tomé desde el principio todas las medidas de precaución que puede dictar la prudencia: primeramente, puse guardias en las puertas de la ciudad; mandé patrullas fuera de ella a recoger los que se refugiaban en los campos: oficié a la municipalidad y justicias para que cooperasen a esta medida, comprometiéndolos fuertemente: rogué a los párrocos exhortasen a sus feligreses para que viniesen al socorro de la patria; más todo inútilmente, porque [...] todos la abandonaron, y olvidándose de sus sagrados deberes, dejaron aquella ciudad casi en manos de sus enemigos», escribió el futuro «Libertador».

El ataque patriota

Pasó la noche entre balas lanzadas desde San Felipe. Y amaneció igual. ¿Para qué parar, si andamos sobrados de ellas? (que debieron pensar los defensores de la honra de Fernando VII en Venezuela).
Con todo, poco pasó en las primeras horas del 3 de julio más allá de los habituales zurriagazos contra Bolívar. Un hombre que empezaba a entender que había perdido el mayor arsenal de su país y que -a pesar de lo que había creído en principio- poco podía hacer para recuperarlo. Según explicó el coronel en su carta, aquella jornada decidió que lo mejor que podían hacer sus hombres era tocar música de tambores y pífanos para animar a los pocos combatientes que quedaban bajo su mando.
El día 4, por el contrario, hubo mucho más jaleo en los alrededores de San Felipe. Y es que, además de enfrentarse a los patriotas del castillo, Bolívar también tuvo que combatir a capa y espada contra una columna de infantería y jinetes (todos ellos corianos -naturales de Coro-) enviada desde Valencia (Venezuela). Unos 200 tipos leales a España que venían ansiosos de aniquilar independentistas.
«El día 4 [nos atacaron] los Corianos; [...] sucedió por la parte del puente del Muerto, camino de Valencia, en donde estaba un destacamento nuestro de cien hombres a las órdenes del coronel Mires, el cual rechazó al enemigo y persiguió victoriosamente hasta donde estaba su cuerpo de reserva, que reforzado entonces en número muy superior al de los nuestros, obligó al coronel Mires a retirarse al Portachuelo, a distancia de una milla de la ciudad, en donde le mandé detener y esperar socorros de municiones y tropas; en esta acción, la pérdida fue igual de ambas partes, y nuestros soldados se portaron con valor», añadió Bolívar en su informe.
Vencido por los corianos, falto de agua (los pozos eran dominados por el castillo) bombardeado constantemente desde San Felipe, y escaso de hombres (apenas 150), la tensión de Bolívar seguía en aumento. ¿De veras había perdido definitivamente la posición defensiva más importante de Venezuela?

El último día

Entre los lamentos de Bolívar y los vítores de los patriotas llegó el día 5 de julio. El definitivo para esta contienda. Según se puede deducir en base a su carta, el coronel estaba tan desesperado -y sentía que había hecho tanto el ridículo- que decidió ordenar un ataque con la «sus fuerzas totales».
El primer objetivo fueron los corianos que andaban avanzando -como cualquiera por su casa- a lo largo de las calles de Puerto Cabello. De buena mañana, 200 partidarios de la independencia de Venezuela calaron bayonetas y cargaron fusiles deseosos de hacer valer la República que sus superiores habían creado.
Pero no les sirvió de mucho. «Encontraron un fuerte cuerpo de Corianos compuesto de infantería y caballería, el cual fue atacado por nosotros, pero con tan desgraciado suceso, que a la media hora de combate, sólo pudimos reunir siete hombres, porque los demás fueron muertos, heridos, prisioneros y dispersos, habiendo quedado el coronel Jalón que mandaba la derecha envuelto por los enemigos con el corto número de soldados que le seguía, sin que hayamos podido tener noticia alguna de este benemérito y valeroso oficial», destacaba Bolívar.
Una nueva derrotas para el «Libertador». Y se le empezaban a acumular. Después del fallido ataque apenas quedaron 40 hombres para defender la ciudad de los corianos y de San Felipe. O lo que es lo mismo, que pintaban bastos para el coronel. «El la mañana del 5 ya mi situación era tan desesperada que nadie juzgaba pudiese mejorarse», escribía el oficial. Según dejó en el parte, muchos le dijeron que se retirarse, pero él se negó.

La victoria final

El 6 de julio fue el día en el que la humillación de Bolívar terminó de cocerse. Esta comenzó con la capitulación definitiva de la ciudad de Puerto Cabello, cuyos dignatarios andaban ya hasta el chambergo de recibir pelotazos de artillería.
«Habiendo tenido en consideración la situación de nuestra plaza, la de haberse separado de ellas las autoridades que en ella se hallaban […] se ha capitulado, este pueblo interior, entre varios vecinos de él, con las condiciones de no padecer en esos alguna ni sus personas, intereses, ni empleos», informaba en una carta Rafael Martínez, el gobernador de la urbe.
Ya sin ciudad que defender, hombres que dirigir, y lugar en el que refugiarse, Bolívar no tuvo más remedio que marcharse con la cola del chaquetón entre las piernas. Así pues, se retiró dando la fortaleza y la urbe por perdidas. Por si eso fuera poco, dejó por escrito el gran dolor que le producía dejar en el terreno dos caros obuses de bronce que no pudieron ser llevados al buque en el que huían por «falta de quien los llevase a la playa».

Los momentos más vergonzosos de la carta

«
Caracas, 12 de julio de 1812.
Mi general: Lleno de una especie de vergüenza, me tomo la confianza de dirigir á Ud. el adjunto parte, que apenas es una sombra de lo que realmente ha sucedido. Mi cabeza y mi corazón no están para nada. Así suplico á Ud. me permita un intervalo de poquísimos días para ver si logro reponer mi espíritu en su temple ordinario.
Después de haber perdido la mejor plaza del Estado, ¿cómo no he de estar alocado, mi general? ¡De gracia, no me obligue Ud. á verle la cara! Yo no soy culpable, pero soy desgraciado, y basta. Soy de Ud. con la mayor consideración y respeto su apasionado subdito y amigo que B. S. M. S. Bolívar.
[…]
En fin, mi general, yo me embarqué con mi plana mayor a las nueve de la mañana abandonado de todo el mundo, y seguido sólo de ocho oficiales que después de haber presentado su pecho a la muerte, y sufrido pacientemente las privaciones más crueles, han vuelto al seno de su patria a contribuir a la salvación del Estado, y a cubrirse de la gloria de vuestras armas.
En cuanto a mí, yo he cumplido con mi deber; y aunque he perdido la plaza de Puerto Cabello, yo soy inculpable, y he salvado mi honor. ¡Ojalá no hubiese salvado mi vida, y la hubiera dejado bajo los escombros de una ciudad que debió ser el último asilo de la libertad y la gloria de Venezuela!

sábado, 9 de febrero de 2019

LA BATALLA DE SAN JACINTO, COMO SANTA ANA PERDIÓ TEXAS


De cómo México perdió Texas porque su ejército se estaba echando la siesta: una deshonra en la memoria

Los refuerzos mexicanos en la batalla de San Jacinto llegaron a las 9 de la mañana y a las 16.30 horas seguían durmiendo, lo que resultó una sorpresa para los texanos cuando se adentraron en las líneas enemigas sin encontrar oposición

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Varias décadas después de independizarse del Imperio español, México había perdido más de un tercio de su territorio a consecuencia del empuje de EE.UU. y de las luchas intestinas. La promulgación de las Siete Leyes en 1835, que alteró la estructura de la naciente República Federal de los Estados Unidos Mexicanos, provocó movimientos separatistas en varios territorios, entre ellos Texas, que consumó su independencia a partir de 1836. Una espina clavada todavía en el orgullo mexicano, avivada hoy por la confrontación diplomática con Trump y por las deshonrosas circunstancias de la última derrota del conflicto: la siesta de San Jacinto.
El enfrentamiento entre las fuerzas mexicanas y las texanas, apoyadas por EE.UU, comenzó con una grave derrota de los secesionistas en 1836. Los mexicanos vencieron a los rebeldes, entre ellos el célebre Davy Crockett, en una batalla en la antigua misión española de El Álamo. A esta victoria, los mexicanos sumaron nuevos triunfos en la batalla de Refugio (15 de marzo de 1836), en la batalla de Coleto (el 20 de marzo), en Encinal del Perdido y en la de Goliad. No en vano, esta racha de vino y rosas llevó al general y presidente de México, Antonio López de Santa Anna, a adentrarse en territorio texano dejando atrás una gran parte de sus fuerzas al mando de los generales Vicente Filisola y José de Urrea.
Retrato de Antonio López de Santa Anna
Retrato de Antonio López de Santa Anna
Consideraba en ese momento que para terminar con la revuelta texana era indispensable destruir los últimos remanentes del ejército rebelde dirigido por el estadounidense Sam Houston. Por supuesto había muchas razones por las que la decisión de Santa Anna era imprudente. El ejército rebelde estaba huyendo en inferioridad numérica, sí, pero cuanto más se adentrara en tierras texanas más oxígeno ganaba, sobre todo gracias a la asistencia estadounidense. A esta circunstancia el ejército mexicano debió sumar el perjuicio de que no conocía tan bien el terreno como el enemigo, carecía de provisiones y sus tropas estaban divididas.

Santa Anna contra Sam Houston

Santa Anna logró alcanzar a los texanos a la altura de Nueva Washington, si bien sus tropas no pasaban de los 900 efectivos y prefirió actuar con cautela. López de Santa Anna detuvo la persecución el día 19 de abril en un punto de la confluencia del río San Jacinto y el río Buffalo Bayou, al este de la actual ciudad de Houston, sin darse cuenta de que en pocos días iba a convertirse él en el cercado.
El terreno donde se asentaba la fuerza mexicana estaba en la confluencia de dos corrientes de agua y acorralado por un pantano y separado de los texanos por un pequeño prado con árboles, lo cual lo hacía fácil de defender pero impracticable para realizar un contraataque. «Quise atraerlo al terreno que más me convenía, y me retiré hasta mil varas sobre una loma, que proporcionaba ventajosa posición: agua a la retaguardia, bosque espeso por la derecha hasta la orilla de San Jacinto, llanura espaciosa a la izquierda y despejado al frente», alardeó Santa Anna sobre la disposición de sus tropas. Tener un pantano en la retaguardia y un bosque en un flanco era algo difícilmente ventajoso.
Santa Anna estaba por primera vez en inferioridad numérica y en territorio rebelde. Los líderes texanos, Sam Houston y James C. Neill, reorganizaron sus tropas y en la tarde del 20 de abril, recibiendo una columna de refuerzo hasta elevar su número de efectivos a 910 hombres. Así y todo, la indecisión texana permitió que en la mañana del 21 de abril López de Santa Anna uniera a su ejército 500 hombres de refuerzo liderados por el general Martín Perfecto de Cos. Y aquí el presidente mexicano volvió a cometer un grave error al ordenar que los refuerzos, que llevaban en marcha desde hace 24 horas, comieran y durmieran en lo que pretendía ser una breve siesta y terminó siendo un maratón en honor a Morfeo.
Mapa de México en 1824, con los territorios mexicanos en amarillo
Mapa de México en 1824, con los territorios mexicanos en amarillo - Wikimedia
Una vez finalizado el descanso, Santa Anna pretendía arrojar sus tropas contra el enemigo camuflado en el bosque, lo que hubiera sido probablemente tan desastroso como lo que realmente sucedió, pero no tan vergonzoso.

Una siesta de siete horas

Los mexicanos no solo durmieron más de las tres horas planificadas en un principio, de hecho sobrepasaron las siete, sino que descuidaron de forma grave la defensa del campamento. En un texto muy crítico con el papel de Santa Anna, el escritor y político mexicano Francisco Bulnes considera que «no se necesitaban más de un retén de 20 hombres, que a su vez se turnaran, para que los demás hombres pudieran comer y dormir». Pero Santa Anna no estableció este retén, dando permiso al capitán Aguirre para descuidar la vigilancia unas horas, y finalmente se retiró también él a dormir.
«Como el cansancio y las vigilias producen sueño, yo dormía profundamente cuando me despertó el fuego y el alboroto. Advertí luego de que éramos atacados, y un inexplicable desorden. El enemigo había sorprendido nuestros puestos avanzados...», relata el propio político mexicano.
Los refuerzos llegaron a las 9 de la mañana y a las 16.30 horas seguían durmiendo, lo que resultó una sorpresa para los texanos cuando se adentraron en las líneas enemigas sin encontrar oposición. En este sentido, Francisco Bulnes contradice la versión de Santa Anna de que los puestos avanzados fueron capturados porque, de hecho, estos no estaban en su sitio: «El enemigo no tuvo puesto avanzado que sorprender, porque nadie fue colocado en el bosque, que distaba medio tiro de fusil de la derecha del campamento de Santa Anna».
Pintura de la batalla de San Jacinto, por Henry Arthur McArdle
Pintura de la batalla de San Jacinto, por Henry Arthur McArdle
Los texanos iniciaron su avance a las 15:30 horas con el plan de atacar primero a la caballería pesada mexicana, si bien, al no hallar oposición alguna cambiaron de plan: se arrojaron sobre todas las líneas enemigas provocando el caos. Aquel día fueron masacrados 500 mexicanos y 600 cayeron prisioneros, entre ellos Santa Anna y su cuadro de oficiales, en una huida desesperada a través del terreno pantanoso que tan ventajoso era supuestamente. Apenas 79 hombres se salvaron del ataque. Lo que dejó a México con las manos atadas y sin cabeza para reaccionar ante la ofensiva diplomática. Houston y Neill obligaron a Santa Anna a firmar el cese de hostilidades y a reconocer la Independencia de Texas mediante el Tratado de Velasco el 21 de mayo de 1836.

¿Un mito racista?

El presidente de México estuvo preso siete meses y fue enviado a Washington D.C. para tratar directamente con el presidente estadounidense Andrew Jackson en calidad de prisionero de guerra. En paralelo, el Congreso Mexicano destituyó a Santa Anna y se negó a ratificar el Tratado de Velasco alegando que carecía de validez al ser firmado por un presidente de México preso.
Así y todo, México no tendría las fuerzas militares suficientes para recuperar Texas. Todas las intentonas fracasaron y únicamente derivaron en guerras con otras potencias, incluidas Francia y EE.UU. En cuestión de una década, Texas fue anexionado definitivamente a Estados Unidos.
Para cuando Santa Anna regresó a México fue repudiado por los mexicanos y tenido por uno de los personajes más infames de la joven república. La propaganda negativa contra él salpica todas las crónicas de la batalla de San Jacinto (el propio Francisco Bulnes fue un político contemporáneo de Santa Anna) y podría haber exagerado sus errores con fines político. ¿Se perdió realmente la batalla por una siesta? ¿O más bien es un mito basado en la concepción de los latinos como gente ociosa? Las crónicas militares y las contradicciones en el diario de Santa Anna demuestran sin lugar a dudas que, al menos en este caso, el ejército mexicano actuó con indisciplina y su posición fue sobrepasada por la escasa vigilancia y el exagerado celo con el que los soldados se tomaron la orden de descansar.