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viernes, 14 de noviembre de 2014

LA CAIDA DE LA POSICIÓN IGUERIBEN

Aquellos muertos bajo el sol de África

Por: | 13 de noviembre de 2014
Arco de entrada de Monte Arruit
Arco del Monte Arruit después del asedio. / Lázaro (SHM)
Por Luis Miguel Francisco

El 21 de julio de 1921 la posición de Igueriben ha caído después de un largo asedio, apenas quedaban municiones, y la sed había podido con todo, sus defensores se han visto obligados a beber primero el agua de los botes de conserva y a engañar a la sed con patatas machacadas… más tarde la única opción serán orines con azúcar, para eliminar el amargor, tinta o incluso líquido limpiabotas, cualquier cosa para calmar la horrible sed ante los ojos expectantes de Annual, la posición desde donde prometían su salvación. De nada han servido los mensajes que por heliógrafo había mandado el comandante Benítez, jefe de la posición: “Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros”. Para que más tarde el propio general Silvestre, jefe de la Comandancia General de Melilla, le ordenara capitular. Indignado, Benítez responderá que “los oficiales de Igueriben mueren, pero no se rinden”.

Minutos después la posición está ya en llamas, y la harka entra gumía en mano, la masacre se hace cuerpo… todos los oficiales menos uno serán aniquilados por el enemigo o se suicidarán. No ha habido perdón para nadie: “Los moros entraban en ella como fieras, saltando las alambradas por dónde y cómo podían para rematar a los heridos y para coger el botín”. La caída de Igueriben, que tiene su prólogo en la posición de Abarrán, será el punto definitivo de inflexión hacia el Desastre de Annual. Apenas sobrevivirán un puñado de hombres de los más de 300 que defendían, según lo definió el propio comandante Benítez [en la foto de abajo], “ese corralito”. Han resistido hasta superar lo humanamente posible.
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Silvestre, el general en jefe, está afectado, junto con unos mandos “sumidos en amargas reflexiones”. La visión de la caída de una posición, que se montó bajo la premisa de ser inexpugnable, está pudiendo con todo. El propio general ha ordenado que prácticamente todos los soldados de la zona de Melilla se concentraran en Annual para salvar Igueriben. Ha reforzado la retaguardia con hombres que ocupaban destinos burocráticos, números al fin y al cabo, y aún así no se ha podido rescatar a los de Igueriben.

La posición posiblemente lo tenía todo para ser defendida, pero contaba con uno de los verdaderos talones de Aquiles de aquellas posiciones africanas, no disponía de agua, y los convoyes de suministro debía ser diarios. Igueriben ha resistido cuatro días sin agua ante un sol de justicia en un verano infernal. La harka se va a ensañar con los muertos, después de robarles, no bastaba simplemente con matarles, había que ser fieles al dictamen de la sura: “Cuando encontréis infieles, matadlos hasta el punto de hacer con ellos una carnicería”. Igueriben fue eso, pero también todo lo que le precedió, una resistencia que se convertirá en un ejemplo de entereza para los futuros soldados de España. Se darán dos laureadas, una a Benítez y otra al capitán La Paz, que pistola en mano ha llegado al cuerpo a cuerpo hasta que él decidió su final.

Silvestre ordena llamar a los jefes más caracterizados, han pasado horas desde lo de Igueriben pero la exposición de los hechos es absolutamente devastadora y esclarecedora. “Señores, el enemigo vendrá muy pronto sobre el campamento; es numeroso, está bien dirigido y, como todos hemos visto, emplea eficaces procedimientos de asedio”. Poco después propone la retirada como mejor solución y ante la algarabía propia del momento continúa diciendo: “La operación, aunque nos cueste un 50% en bajas, será preferible a quedarse aquí donde no saldremos ninguno”. Más tarde pidió oír la opinión de todos. Y hubo para todos los gustos, incluso el coronel Manella, el jefe del Regimiento Alcántara, dijo que había que “sucumbir luchando como habían hecho los defensores de Igueriben”, pero entre aquel guirigay de opiniones Silvestre la resuelve de plano en uno de sus altaneros arranques: "Yo asumo la responsabilidad de la operación y la de ordenar la evacuación de esas posiciones. De ello voy a dar cuenta al Gobierno, y respondo yo con mi persona y empleo, y acuérdense de esto el día de mañana”.

Aquella noche la actividad es frenética, los telegramas a Madrid y Ceuta, donde está Berenguer, general en jefe del Ejército en África, son continuos. De Ceuta ya empiezan a moverse unidades para ir al rescate de Melilla y desde Madrid también comienzan a ordenar mandar a los primeros regimientos expedicionarios. Silvestre emplaza a sus oficiales para un reunión al día siguiente por la mañana y hace prometer que aquella decisión no debe salir de la boca de nadie. Mientras tanto el enemigo está a pocos metros de las alambradas, especialmente cerca del sector de las unidades Regulares Indígenas Españolas, verdadera punta de lanza del ejército español. Les gritan, y exclaman con esos alaridos guturales típicos, les piden en alta voz: "Dejar a esos perros y veniros con nosotros que somos vuestros hermanos. Os mandaría un moro y no esos españoles”. La tensión es máxima durante la noche y pocos son los que descansan. Los oficiales vigilan no sólo al enemigo sino a los suyos “para pegarle un tiro al primero que flaqueara o hiciera alguna manifestación de simpatía al enemigo”.

Por otro lado, el Estado Mayor y Silvestre en su frenética actividad de esa noche, va a ordenar al Regimiento Alcántara que monte una nueva posición que sirva de retén para defender esa nueva línea a la que todos deben retroceder… la decisión parece tomada.

3.Típica posición española en el norte de África. / Archivo del autor

En el amanecer del día 22 de julio de 1921 el sonido no puede ser otro que el de los disparos. Silvestre apenas cuenta con municiones para un combate serio, las tropas están moralmente hundidas y duda. El caíd de Beni Said le pide que reflexione: “General: si te retiras, mira que kabila abandonada es kabila sublevada”, o sea más enemigo que aparentemente es amigo. Silvestre todavía se debate entre la crucial decisión de retirarse o no de Annual, y al final ha decidido no hacerlo, no se va a replegar, y hace llamar a sus oficiales más caracterizados para decírselo y volver a pedir opiniones… y mientras los pareceres de unos y otros brotan se informa de que cinco numerosas columnas de enemigos iban hacia allí. Apresuradamente el Comandante General comprueba que aquello es cierto y ordena precipitadamente la retirada. “Nuestros equipajes, toda la impedimenta, quedarán abandonados; los víveres, los enseres para la confección de las comidas, lo mismo. Solo hemos de llevar las cajas de municiones que buenamente se pueda”, hay que entretener al enemigo con el hurto y dar tiempo a los soldados a alcanzar Ben Tieb, son horas de marcha en un terreno abrupto, montañoso, imposible. Silvestre informará a Berenguer por medio de un telegrama, son las 10.50 horas. “Contestando su telegrama, después de consejo de jefes, y ante numeroso enemigo que viene en columnas, aumentando por momentos, y no contando más que con cien cartuchos por individuo, ordeno la retirada sobre Izummar y Ben Tieb, haciendo todos lo posible por llegar a este punto”.

El desorden en la posición de Annual es descomunal. “Las acémilas que pasan a recoger enfermos y heridos se cruzan y estorban con las que han de salir, con las de artillería que esperan, con los caballos de silla, con las parejas de soldados que entran y salen llevando cubas y cantimploras, con nuestros mismos jefes y ayudantes que nos escoltan”. El mismo Silvestre, que está a ratos en el parapeto, disparando junto al caíd de Beni Said, ha ordenado proteger a los heridos, “salvarlos como una reliquia” dirá, al tiempo que apremia a todo el mundo a salir cuanto antes. Las tropas indígenas españolas se dan cuenta de lo que está pasando y pronto comienza la defección, especialmente las unidades de la Policía Indígena, que dispara contra sus oficiales y más tarde contra la columna en retirada, aumentando más si cabe la tensión y el caos.

Las tropas empiezan a salir de Annual desordenamente, contagiadas por los disparos. Silvestre en los alrededores de la puerta principal anima a la tropa a abandonar el recinto con ímpetu, aunque a ratos se le ve “inmóvil en el parapeto de Annual, contemplando con la mirada extraviada el fracaso definitivo de su labor”. “En media hora se hizo el abandono del campamento”. Apenas queda ya la sección de extrema retaguardia, del regimiento Ceriñola, al mando del sargento José Montserrat Castejón.

Silvestre_color

El Estado Mayor tira de Silvestre [en la imagen, foto AGM], que no quiere abandonar la posición, discute con el coronel Morales, que le dice que “para qué va a quedar él allí solo”. El comandante General ha decidido morir. Nadie va a poder con aquello. El fuego ya es intenso y el enemigo está por todos los lados. Varios oficiales de su Estado Mayor han muerto alrededor de su general y poco después el mismo Silvestre recibe un impacto de bala en una pierna. No se lo piensa, coloca su pistola "y se disparó un tiro en la barbilla”. No pudo aguantar lo que sabía que burocráticamente se le venía encima.

A partir de la retirada de Annual, las posiciones fueron cayendo en cascada, de las más diversas maneras, la columna central, los provenientes de Annual, Drius, Batel, Tistutin, junto con los de otras posiciones, terminaron en Monte Arruit, eran unos 3.000 hombres, sin duda la reserva espiritual del ejército en África. Resistió incluso cuando se le ordenó que capitulara, y el 9 de agosto de 1921 después de una rendición pactada con muchas dudas y a cambio de prácticamente sólo una condición: salvar la vida. Comenzó la rendición. Nada de todo aquello se respetó. Los kabileños se abalanzarán de manera despiadada contra los restos del masacrado ejército del general Silvestre que 19 días antes decidió abandonar Annual y al que sólo se le dio una vez más una opción: Morir en África.

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Un cadáver en los alrededores de Monte Arruit. / Archivo del autor


Las cifras del Desastre de Annual ni han sido, ni son, ni serán nunca exactas, como no lo puede ser nada en un escenario dominado por el caos y el abandono. Los estudios más recientes cifran en algo más de 9.500 los soldados españoles que dejaron la vida en el Rif aquel verano de 1921. Por otro lado, la reacción de España fue unánime y desde todos los rincones se clamó venganza. A partir de ese momento España empezó a abastecer de material adecuado a las tropas coloniales. Unos soldados, los de aquel verano de 1921, que no disponían de la mayoría de los avances tecnológicos a los que el mundo, por medio de la Gran Guerra, había llegado. Que sin duda estaba poco instruido, mal equipado y peor armado.

El ejército expedicionario que salió de todas las partes de España pudo ser testigo de la locura de Annual. “La lucha en sí era lo menos importante. Las marchas a través de los arenales de Melilla, heraldos de desierto, no importaban; ni la sed y el polvo, ni el agua sucia, escasa o salobre, ni los tiros, ni nuestros propios muertos calientes y flexibles, que poníamos en una camilla y cubríamos con una manta; ni los heridos que se quejaban monótonos o aullaban de dolor. Nada de eso era importante, porque todo había perdido su fuerza y sus proporciones. Pero ¡los otros muertos! Aquellos muertos que íbamos encontrando, después de días bajo el sol de África, que vuelve la carne fresca en viveros de gusanos en dos horas; aquellos muertos mutilados, momias cuyos vientres explotaron. Sin ojos o sin lengua, sin testículos, violados con estacas de alambrada, las manos atadas con sus propios intestinos, sin cabeza, sin brazos, sin piernas, serrados en dos. ¡Oh, aquellos muertos!”.

Luis Miguel Francisco (Madrid, 1973), especialista en historia militar, es autor de Morir en África (Crítica).

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