Si la Historia Militar o de las Fuerzas de Seguridad, te apasiona. Si la Militaría es tu afición. Si quieres conocer la Historia, sin valorar ideas ni convicciones políticas, sin tendencias, sin manipulaciones. La Historia Militar, sólo la vivida por sus principales protagonistas, los SOLDADOS que la han padecido.



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domingo, 20 de enero de 2013

EL RESCATE


EL RESCATE
 NAYAF, IRAK. 4 de abril de 2004

El grito de guerra de los radicales musulmanes, el mismo que vienen usando desde hace siglos, ¡Alá agbar!,( en cristiano, que Dios es grande), se expande ésa mañana de abril por la ciudad de Nayaf y por toda la región, miles de gargantas lo gritan enardecidas, miles de combatientes armados con lanzagranadas “errepegé”, con fusiles de asalto kalasnikov y ametralladoras de todos los calibres, miles de islamistas radicales que se lanzan al asalto de las bases que los soldados de la Coalición Internacional tienen allí desplegadas.


 La base principal está bautizada como “Al-Andalus”, sobre el cielo persa ondean hermanadas las banderas de El Salvador, Honduras y España, y es uno de los objetivos principales del ataque enemigo y muy pronto se ve sometida a un intensísimo fuego desde todas direcciones, intentando los islamistas colarse dentro y provocar el mayor número posible de bajas entre los que ellos consideran perros infieles.

 El ataque es valiente y bien organizado, las milicias de Al Sadar son curtidas veteranas y fanatizadas, pronto todo el perímetro de la base es un infierno de fuego y gritos pidiendo municiones, de explosiones y de bocas secas y frentes húmedas, ya hay algunos heridos, que chillan doloridos camino de la enfermería.


 La sección del alférez Guisado, del Regimiento “Saboya” número 6, con sus cuatro viejos blindados medios de ruedas ocupan ya su sector de tiro. Entonces sus superiores le mandan llamar:

 - Hay unos salvadoreños e iraquíes leales cercados en la cárcel… ¡Hay que ir a por ellos!
 - ¡A sus órdenes…!

La cárcel está a dos kilómetros de la base, en mitad de la ciudad, cercada por numeroso y bien armado enemigo, enardecido además, pues los salvadoreños tienen ya alguna baja y les queda munición “pá un rato no más”, según palabras del “radio” de los sitiados, es una misión casi suicida, pero hay que salir cueste lo que cueste, además, otra sección salvadoreña, enterada de la apurada situación de sus compatriotas, sin decir nada a nadie, habían agarrado munición arrojándose luego, a pecho descubierto, a las calles de Nayaf, dispuestos a morir todos por no dejar atrás a un camarada, ¡con dos cojones!


Guisado va pensando todo esto y en lo malas que son las máquinas de los “beemeerres”, las vetustas Browning del “doce setenta”, con una manía muy poco graciosa en combate como es la de atascarse cada cuatro tiros, así que su sargento González, segundo jefe de la Sección pide prestadas a los camaradas de la Caballería, las ametralladoras ligeras, las MG42, igual de viejas que las americanas, pero mucho más fiables y precisas pese a su calibre menor, o precisamente por eso quizá, el asunto es que la Sección se equipa con ellas mientras el alférez les cuenta a sus soldados el “fregao” donde van a meterse.

Los conductores y operadores de radio les dan sus cargadores a los fusileros, todos se miran, hay miedo, claro, pero los hombros de unos se apoyan en los de los otros, algunos bromean, otros están serios, pero todos hacen lo suyo, o sea, poner la oreja a lo que dice el alférez y preparar su mente para lo que se les viene encima. Ninguno da un paso atrás ni titubea cuando se da la orden de embarque y de salida, en cabeza el alférez Guisado suelta el aire de los pulmones y ordena:

- ¡Adelante la columna!

Nada más atravesar las puertas, desde cada casa, azotea, esquina y cruce de calles los disparos se concentran sobre los vehículos españoles, es un fuego horroroso el que cae sobre nuestros soldados:

- ¡PAMG,PONG,PING,PANGG, POING,PAMG,PAMG,PAMG!, y el terrorífico siseo de las granadas del temible “errepegé” ruso, ¡ZIIIIIIIUUUUUUUUSSSS!, ¡BOOOM!

Desde las escotillas y mirillas de los blindados españoles se devuelve bala por bala al enemigo, pero hay que economizar, así que se ordena disparar solamente a blancos seguros, en mitad de tal berenjenal la munición es oro y hay que conservarla.

La frenética marcha de los españoles se interrumpe de golpe, ante ellos los radicales islámicos tienen acorralada a la sección salvadoreña que había salido en busca de sus camaradas sitiados y que se había quedado allí clavada, imposibilitado su avance por el ardor y fanatismo del enemigo. La aparición de los blindados españoles los salva, porque arrasan con los sorprendidos islamistas y el que no muere, huye despavorido.

El alférez y el sargento de la sección española bajan de los vehículos corriendo y se abrazan con el oficial salvadoreño tras una esquina, una rociada de balas hace saltar el hormigón y el cemento sobre sus cabezas, pero el soldado Pérez de certero rafagazo con la ametralladora, la vieja y fiable “emegé”, acaba con el enemigo que disparaba desde una azotea próxima:

- ¡Me alegro de verles compadres!- dice el oficial salvadoreño
 - ¡Es un placer!... ¡Ahora a por vuestros compañeros de la cárcel!
 - ¡Pues adelante hermanos…!

Y de ésta manera los blindados españoles avanzan de cruce en cruce, de esquina en esquina, protegiendo a sus compañeros del fuego enemigo y así pasito a pasito logran llegar hasta el recinto sitiado donde los reciben con ¡Vivas! y ¡Olés!

El capitán salvadoreño abraza al alférez Guisado y le explica la situación: Dos muertos y cinco heridos muy graves que son los que tienen prioridad, los soldados españoles comprueban mientras los cientos de impactos que tiene cada BMR, en la ruedas, en las ventanitas, en los laterales, las petacas destrozadas, la base de aquella antena volatilizada.

Las camillas con los heridos se meten en los blindados y la dotación de cada uno irá, con las escotillas abiertas, en pie sobre los asientos, disparando contra todo lo que se mueva y apretando mucho los dientes, los huevos o los ovarios, como los de la cabo Pulido que bromea mientras meten las camillas en el suelo de aluminio del BMR:

- ¡Mira que bien, oye, ahora al fresquito!

Justo entonces, aparecen en el patio de la cárcel tres vehículos ligeros hondureños que llegan con los ojos como platos resoplando sobre los cañones al rojo de sus fusiles y solicitan integrarse en el convoy español.

Los conductores aprietan el acelerador a fondo y el convoy sale de la cárcel de Nayaf a toda leche, pasan junto a los aguerridos soldados salvadoreños, los que habían salido a por sus compañeros, que deben quedarse allí, con un muerto y varios heridos, aguantando el chaparrón, pues en los vehículos no cabe ya un alfiler.

El regreso es todavía más estremecedor que la ida, toda la furia islamista se concentra sobre los blindados y “cuatro por cuatro” de los hondureños, pero la pericia de los conductores y el valor de todos llevan el convoy hasta la base aliada.

 Nadie puede creer que lo hayan conseguido pero todos se miran con los ojos chispeantes de orgullo.

Los heridos se trasladan al hospital y los blindados están a punto ya de ocupar de nuevo sus posiciones asignadas en el perímetro defensivo, pues en todo este tiempo el ataque islamista contra la base no ha cesado. El alférez Guisado da novedades por radio al Mando, que le pide información sobre la gente que queda fuera y su situación:

- ¿Cómo andan los salvadoreños, Guisado?
 - ¡Andan jodidos!
 - ¡Pues a por ellos, sin dejarse ni uno!
 - ¡A sus órdenes!

Y el alférez apenas tiene que ordenar nada, sus soldados, bufan, resoplan y sin decir palabra empiezan a llenar cargadores y a reabastecerse de todo, los compañeros les abrazan, les ceden sus propios cargadores y las cintas de munición para “las máquinas”, toda la Base ha oído el mensaje por las radios, todo el mundo mira a los de la Sección de Guisado con admiración.



La soldado Duque, llenando cargadores y sonriente, bromea y anima a los compañeros, tiene lindos ojos que ahora obligan a los hombres a apretar la mandíbula y sonreír con ella. ¡Con dos ovarios!

Ahora la Sección va a ir apoyada desde el aire, Nayaf hierve por los cuatro costados y hasta cazas F-16 sobrevuelan el cielo cargado de humo de la ciudad. Los españoles recibirán el apoyo de los helicópteros de combate norteamericanos “Apache” y “Little Bird”, éstos últimos llamados de urgencia al combate y pertenecientes a la escolta personal de un pez gordo yanqui al que la batalla le ha pillado de visita.

 Desde el hospital empieza a hacerse fuego contra la base aliada, los pilotos norteamericanos solicitan permiso para intervenir, pero las reglas de enfrentamiento españolas son estrictas y muy restrictivas, no se autoriza a los eficaces cazas a que arrasen el hospital, pues aunque desde allí se dispara contra los españoles, seguramente estará aquello atestado de heridos y niños y civiles:

- ¡Nada de bombardeo míster…¿Qué nos disparan?...Ya, ¡pues nos jodemos!

De nuevo los motores revolucionados y candentes de los “Beemeerres” rugen en el patio de la base Al-Andalus con los soldados españoles dentro, dispuestos a darse otra vueltecita por el infierno.
 De nuevo el alférez Guisado a la cabeza, a toda mecha, soltando fuego como dragones, los cuatro acribillados blindados españoles encaran las calles de Nayaf, camino de la cárcel y otra vez apoyan a los salvadoreños que aguantan a pie firme entre las callejuelas, limpiando las azoteas y dándoles un respiro, explicándoles el plan:

- ¡Atentos compadres, estén listos, regresaremos con los portones bajados…!
 - ¡Estaremos listos camarada, estaremos listos!

Y sigue la marcha bajo el horroroso fuego del enemigo, que hasta utiliza vehículos que parecen sacados de una película, pero artillados con ametralladoras pesadas de fabricación soviética que ésas, no suelen fallar, son valientes y suicidas los combatientes enemigos.

Por segunda vez alcanza la pequeña columna blindada española el patio de la cárcel de Nayaf, sin apenas tiempo de respirar se organiza el convoy, intercalando los camiones iraquíes con los blindados, y otra vez se atraviesan las puertas para internarse bajo la lluvia, ésta vez de casquillos ardientes que caen desde los helicópteros aliados que les dan cobertura:

- ¡clocclacclacloc!-hacían sobre los cascos de combate
- ¡Ay, como quema, mecaüensupuñeteramadreeeee!

Llegan hasta donde los salvadoreños que siguen resistiendo, pero hay un problema, han perdido un aparato de radio y ellos no abandonan jamás su material, así que uno de los BMR escolta al pelotón de la radio perdida hasta que la recuperan, mientras los otros tres esperan manteniendo a raya al enemigo, por encima de ellos sigue la lluvia de casquillos vacíos y de granadas de RPG pasando muy cerca de sus orejas (¡ziiiiiuuuuussss, booom!)

Reunidos de nuevo, al poco de iniciar la marcha los vehículos irakíes y salvadoreños no blindados rompen el convoy y aceleran a fondo hasta meterse en la Base.
 A pocos metros de la puerta una granada de “errepegé” rebota sin estallar contra el primer blindado, el del alférez Guisado, la posición del tirador enemigo quedará arrasada por el fuego de los comapañeros que vienen detrás.

Pocos segundos después, el convoy entra en la Base, vitoreado por todos los hombres y mujeres que allí están aplaudiendo el valor demostrado y la lección pundonor, bravura, eficacia profesional y hasta cierta hidalguía rescatada del olvido que aquella sección de españoles había logrado, realizando aquel rescate doble que llenaba otra página honrosa en el glorioso libro de la Historia del Ejército Español.

Por un instante se hace el silencio en la base, hasta los enemigos parecen bajar un poco la intensidad de sus disparos, admirados quizá, por la valentía de aquellos infieles llegados desde la perdida, para ellos claro, verdadera al-Andalus.

El alférez Guisado se lleva el “maik”, del aparato de radio de su acribillado BMR a los labios para comunicar a sus superiores, lleno de orgullo de sí mismo y de los hombres y mujeres que están bajo su mando, algunos son viejos compañeros de los años de tropa, a los que mira enardecido, agradecido, rebosando admiración, sonriente, mientras carraspea un poco y sus ojos se humedecen (¡la puñetera arena del desierto!) y dice a través del aparato:

- ¡Sin novedad… Misión cumplida!

Dedicado a todos los Señores Soldados que sirvieron, sirven y servirán en los Ejércitos de España, especialmente a los que hoy andan lejos, bajo fuego enemigo, atrincherados y solos, como siempre fue, o casi, pues desde ésta humilde trinchera La Patria no os olvida.


 Un apretado y agradecido abrazo rojo y gualda para cada una de vuestras mercedes, pues ya lo dijo el sabio Calderón, al fin y al cabo: La Milicia no es más que una Religión de hombres honrados

AUTOR:

A. Villegas González

ARCHIVO FOTOGRAFICO
GAGOMILITARIA

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