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martes, 23 de octubre de 2012

GAGOMILITARIA NOTICIAS.-LIBANO, EL EJÉRCITO INTENTA MANTENER EL ORDEN EN LA OLA DE VIOLENCIA QUE YA HA COSTADO 7 VIDAS


El Ejército libanés trata de frenar una espiral de violencia que ha costado 7 vidas

Las Fuerzas Armadas se enfrentan a una "escalada de la tensión sin precedentes"

Los enfrentamientos se reproducen por cuarto día consecutivo en Beirut y Trípoli



Foto: REUTERS

El Ejército libanés ha salido de los cuarteles, ha tomado las calles de Líbano y ha emitido un comunicado poco habitual. Ha advertido de que el país se encuentra en una fase crítica, de que no va a permitir más desmanes, y ha pedido a los líderes políticos que extremen la cautela en sus intervenciones. Los militares tratan de hacer lo imposible por contener los brotes de violencia que desde hace tres días amenazan con convertirse en un enfrentamiento civil de dimensiones imprevisibles. “La seguridad del país está en riesgo”, estimó el Ejército en el comunicado. “Hay una escalada sin precedentes de la tensión en algunas zonas”, añadía el texto.

La actuación del Ejército da una idea de la gravedad de la situación, que sobre el terreno ha dejado al menos siete muertos en enfrentamientos sectarios ocurridos entre la noche del domingo y el lunes.

El atentado del viernes pasado en el que murió en el corazón cristiano de Beirut Wissam al Hassan, jefe del espionaje interno y bestia negra de Damasco, ha destapado la caja de los truenos sectaria. La coalición antisiria y proocidental 14 de Marzo acusa al régimen de Damasco de estar detrás del asesinato y ha sacado a sus seguidores suníes a la calle. Pide además la dimisión del primer ministro, Nayib Mikati, y el fin de la injerencia siria en Líbano de la mano de su aliado. Damasco y Hezbolá guardan de momento silencio, más allá de las declaraciones de condena al uso. Los choques en la calle no se han hecho esperar.



Imágenes de una cámara de seguridad del Chase Café en el momento de la explosión en Beirut difundidas por Patrick Baz, AFP.

La violencia ha sido especialmente grave en Trípoli, en el norte del país, donde los choques sectarios han dejado seis muertos, incluida una niña de nueve años por disparos de un francotirador, y medio centenar de heridos, según el recuento de la agencia Reuters. Esta zona fronteriza con la vecina Siria se ha convertido en el principal foco de tensión y en una suerte de réplica a pequeña escala del conflicto que desangra Siria.


La víctima más joven es una niña de 9 años, alcanzada por un francotirador en Trípoli

Fue hace 19 meses cuando activistas antigubernamentales sirios salieron a la calle para pedir la caída del régimen al calor de las primaveras árabes. Desde entonces 30.000 sirios han muerto, la inmensa mayoría fruto de la represión del Ejército, según las cifras que ofrece la oposición. En dos barrios de Trípoli, el mayoritariamente suní de Bab al Tabané y el alauí Yabal Mohsen, se reproduce desde hace meses el enfrentamiento entre seguidores —alauíes, próximos al chíismo— y detractores del régimen de Bachar el Asad, los rebeldes suníes. Las víctimas mortales de los últimos días se han registrado en esos distritos, igual que los 13 muertos habidos el pasado junio.

En la capital, Beirut, que en los últimos meses había logrado escapar de la violencia, se han producido desde el viernes tiroteos en algunos barrios. El Ejército se ha desplegado para evitar la presencia de hombres armados y la quema de neumáticos y el levantamiento de barricadas, con las que los manifestantes cortan las arterias de la ciudad. Un palestino murió en la ciudad por los disparos de los uniformados, según indicó el Ejército.

El comunicado que este lunes emitió esta institución explicaba el sentir de buena parte de los libaneses. “Tomaremos medidas decisivas, especialmente en las zonas de creciente tensión religiosa y sectaria, para evitar que Líbano se transforme de nuevo en un lugar para dirimir disputas regionales y para evitar que el asesinato del mártir Wissam al Hassan termine por convertirse en el asesinato de todo el país”, indica el texto.

El intento de asalto a la oficina del primer ministro, Nayib Mikati, el domingo, tras el multitudinario funeral-manifestación del Al Hassan, fruto de la propagación de la ira callejera, fue el incidente que hizo saltar todas las alarmas y que acabó por provocar la intervención de los militares. Lo que no está tan claro es que la decisión del Ejército libanés vaya a ser suficiente para contener la ira de algunos libaneses y pacificar el país. Especialmente si no cuenta con la colaboración de las todopoderosas milicias de Hezbolá, capaces de hacer sombra al propio Ejército.

En el plano político, está por ver si el Ejecutivo de coalición que encabeza Nayib Mikati y que controla Hezbolá, caerá a consecuencia de los acontecimientos de los últimos días. Mikati llegó incluso a presentar su dimisión durante el fin de semana, pero dijo haberse topado con el rechazo del presidente del país, Michel Suleimán, quien, como algunos observadores, teme que en este momento un vacío de poder contribuya a agravar la situación. Algunos manifestantes aseguran que no piensan abandonar las calles hasta que Mikati dimita.

Las repercusiones de un nuevo conflicto civil en Líbano han despertado una marea de preocupación internacional. Los embajadores de los países miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reunieron el lunes con el presidente Suleimán, al que trasladaron su inquietud, e hicieron un llamamiento a la unidad y la calma.

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“Aquí estamos todos mezclados”

Beirut vive con temor la reactivación de las viejas fronteras sectarias




Soldados libaneses efectúan controles en Beirut. / Bilal Hussein (AP)

En Beirut, las alarmas no suenan, se callan. El silencio de la bulliciosa capital del Líbano es señal de que sus ciudadanos están alerta. El asesinato del jefe de inteligencia que destapó la implicación de Hezbollah en el asesinato de Rafiq Hariri en 2005 y el propósito del régimen sirio de Bachar el Asad de provocar varios atentados en el país ha reactivado viejas heridas sectarias y ha vuelto a sacar los tanques a la calle, esta vez para contener los choques entre fieles de cada una de las dos principales ramas del islam: suníes y chiís.

Decenas de militares permanecen apostados a lo largo de la avenida Barbir, la línea que delimita al norte el barrio de Tariq el Yedid, de mayoría suní. En el interior se han hecho fuertes hombre armados y en algunas de sus calles se apuestan francotiradores, aseguran los soldados. Solo alguna moto y unos pocos jóvenes desconfiados entran y salen. Al otro lado de la carretera se levanta el vecindario de Barbur, controlado por las milicias chiís de Amal. Son las "afueras" de la ciudad, que este lunes han estallado en violentos enfrentamientos con el Ejército como resaca del funeral del general Wissan el Hassam.

A mediodía, media docena de tanques cruzaban Masarif, una de las arterias principales del lujoso centro de Beirut, en dirección al conflictivo vecindario, en el suroeste. La consigna: reabrir las carreteras, cortadas por barricadas de neumáticos ardiendo, y detener a cualquiera que vaya armado. Varios grupos radicales se desquitaron el domingo por la noche con disparos y granadas, según los medios locales, tras el intento de asalto al Parlamento.

"Han estado disparando toda la noche", asegura Faraj, un joven de 22 años, que observa desde la acera suní de Barbir los restos del escaparate hecho añicos de un pequeño centro comercial. La calle aún apesta a quemado mientras los camiones de limpieza levantan un espeso humo a su paso por el asfalto ennegrecido. Una tanqueta aguarda en cada esquina. En el suelo se amontonan los cristales.
La zona es un polvorín, como cualquier mosaico confesional en Líbano. Solo una calle separa dos vecindarios enfrentados desde hace años. A un lado los seguidores de Hariri, al otro, los partidarios armados de las milicias chiíes prosirias. En torno a Tariq el Yedid se extiende el Dahiye, el feudo de Hezbollah en los suburbios del sur de Beirut, y el gueto palestino de Chatila, cuyos muros reflejan aún las heridas abiertas durante los tres días de matanzas en 1982.

Los suníes, que suman mayoría en las cercanas zonas de Cola y Mazra, se sienten amenazados y en inferioridad de condiciones. "Son más débiles", explica una fuente cercana a la oposición antisiria que rehúsa revelar su nombre y que aún recuerda cómo, en 2008, Hezbollah se adentró en la zona de Mazra como demostración de fuerza. “Si [Hezbolá] hubiese querido”, dice, “ya habría tomado Beirut”.

 Ocurre especialmente en la capital, donde la anormal calma del tráfico y el silencio de los cláxones eriza la piel. "Beirut es un símbolo", enfatiza, "aquí estamos todos mezclados, no como en otras zonas de Líbano".

Hadi, de 21 años, vive a pocos metros de la "frontera" entre Tariq el Yedid y Barbur. La mañana del lunes durmió hasta tarde porque los enfrentamientos de la noche anterior apenas le dejaron descansar. "Me he despertado sobre la una y media", dice riendo, "con los disparos". No se ha movido de la cama: "Me he colocado los cascos y me he puesto a escuchar música".

El edificio donde reside el joven queda a unos cuantos metros del punto en el que Akram se niega a adentrase con su taxi. "Es peligroso", dice, después de ascender lentamente tras un convoy militar por la calle Damasco, lo que un día fue la Línea Verde que separaba las zonas musulmana y cristiana de la capital dividida durante la guerra civil.

El Ejército ha mantenido cortado algunos accesos hacia el sur buena parte de la mañana del lunes. La estampa es tan familiar para quienes viven en la zona como los agujeros de bala en los parabrisas de algunos de los coches aparcados. “Aquí hay disparos desde que era niño”, apunta Hadi. La zona ha ido recuperando el tráfico durante la tarde. Beirut, sin embargo, sigue silente, escondida.

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¿Cuándo empezó esta guerra?

Con Siria sumida en el caos, el contagio a Líbano se antoja ineludible




El 16 de febrero de 2005 decenas de miles de personas acompañaban el cortejo fúnebre del ex primer ministro libanés Rafik Hariri para ser enterrado en una enorme mezquita del centro de Beirut. Entre los dolientes, reinaba la unanimidad: el presidente sirio, Bachar el Asad, era el responsable del magnicidio. Han abundado en Líbano los asesinatos de líderes sectarios, ministros e incluso presidentes electos (Bachir Gemayel, 1982) y la mayoría nunca fueron esclarecidos judicialmente.

Como difícilmente se resolverá el de Wisam al Hasan, principal responsable de las investigaciones que han implicado al régimen de Damasco y a su aliado Hezbolá en el asesinato de Hariri. No es muy relevante. Medien o no los tribunales, las sectas que se decantan por el bloque occidental —los suníes con Saad Hariri, hijo del magnate, al frente; los drusos y parte de los cristianos— ya han dictado sentencia: Siria es responsable.

Nadie duda de que Damasco sigue ejerciendo gran influencia en Líbano. Y a nadie extrañaría que sus servicios de inteligencia —o sus partidos-milicia satélites en Líbano— hubieran colocado el explosivo que el viernes mató a Al Hasan. También los sirios han imputado a Arabia Saudí —gran patrono y protector de la familia Hariri y financiador de los rebeldes que luchan contra El Asad— el atentado que acabó con la cúpula militar siria este verano en Damasco. Como acusan a Riad de promover el frente anti-sirio al que se han sumado con entusiasmo Catar y Turquía, y que completan las capitales occidentales, que contrarrestan así el apoyo de los rusos y el aún más decidido de los iraníes a Damasco. Nunca han necesitado los caciques sectarios libaneses demasiados estímulos para entregarse a la violencia, pero tampoco Líbano se ha librado nunca de que las potencias extranjeras libren en su territorio guerras de trascendencia regional.

Comentaba en 2005 un buen amigo de Rafik Hariri que la esposa del exjefe de Gobierno advirtió al entonces presidente francés, Jacques Chirac, sobre los efectos de aprobar una resolución en Naciones Unidas para forzar la retirada de las tropas sirias de Líbano después de tres décadas de tutela. No pensaba Nazik Audeh en las consecuencias políticas. Temía por la vida de su marido. El Consejo de Seguridad aprobó la resolución 1559, apadrinada por París y Washington, en septiembre de 2004 y los soldados de Damasco tuvieron que regresar con sus petates en pocos meses. El 14 de febrero de 2005, Hariri embocaba la Corniche de Beirut cuando una descomunal explosión mató al dirigente y a una veintena de miembros de su séquito. Wisam al Hasan fue sepultado el domingo junto a la tumba de Hariri.

No hay antídoto al que puedan recurrir las diferentes sectas libanesas para protegerse de la extensión del conflicto que azota la nación vecina. Los lazos económicos, políticos, familiares, tribales entre ambos países —Siria ha considerado históricamente Líbano como parte integral de su territorio— son demasiado profundos. Líbano ha sufrido erupciones terroristas y series de asesinatos políticos durante las décadas en las que el implacable régimen mantuvo la estabilidad en Siria. Ahora, con el país sumido en el caos, el contagio se antoja ineludible.

¿Es el asesinato del funcionario Al Hasan un intento del actor que sea por extender el conflicto a Líbano? ¿Es parte de ese conflicto que en Líbano juegan todas las potencias? Tal vez las dos cosas.



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