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viernes, 17 de febrero de 2012

GAGOMILITARIA NOTICIAS.- SIRIA, UNA INSURRECCIÓN TOTAL


Opositores cambian los nombres de las calles de Siria en Google Maps y enarbolan la «bandera de la revolución», que sustituye el rojo por el verde

Que las guerras no se ganan solamente en el campo de batalla, parecen tenerlo muy claro los rebeldes sirios. Por ello, se han lanzado a eliminar todo vestigio del anterior régimen, incluso antes de asegurarse la victoria. Tal vez el signo más visible sea la bandera: los opositores rechazan las tres franjas de color rojo, blanco y negro de la enseña impuesta por el partido Baaz tras su llegada al poder (y el motivo de que se parezca tanto a la bandera iraquí, que también tuvo un gobierno baazista).

En su lugar, han optado por aquella que sustituye el rojo por el verde. Este nuevo símbolo empezó a ser enarbolado por algunos opositores en los congresos celebrados en Turquía, tal y como constató ABC hace ya casi un año. Pero, tras casi cincuenta años de dictadura baazista, y cuatro décadas directamente bajo los Assad, pocos son los sirios que, incluso ahora, conocen su origen, excepto los ancianos.

«¡Es la bandera de la revolución!», respondían aquellos jóvenes a los que preguntamos durante un reciente viaje a las áreas rebeldes de Yebel Zawiya, el pasado diciembre. En realidad, fue la bandera del país entre 1932 y 1958, y entre 1961 y 1963, es decir, desde la creación del moderno estado sirio (aún dependiente de Francia) hasta el golpe de estado del Baaz, con la excepción de los tres años en que formó parte de la República Árabe Unida en una federación con Egipto.

Los rebeldes sirios atacan los símbolos del régimen de Assad
ogleearth.com
Los nombres de varias calles de la ciudad costera de Latakia, cambiados en Google Maps

El caso es similar al de Libia, donde la rebelión recuperó inmediatamente las oriflamas del régimen anterior al de Gadafi.

Eliminar los nombres de las calles

En las áreas controladas por los insurgentes han desaparecido todos los retratos del presidente Bashar al-Assad, así como de su antecesor y padre, Hafiz, y de su hermano Basil, antes omnipresentes en todo el país. También se han cambiado los nombres de las calles y plazas, especialmente las dedicadas a los miembros de la familia Assad y otros miembros importantes del régimen, sustituidas por nombres como «Avenida de los mártires» y similares.
Pero este esfuerzo llega incluso a internet. Algunos activistas están utilizando el programa Map Maker (una aplicación para Google Maps) para cambiar todos los toponímicos que hagan referencia al clan del presidente por los nombres de algunos héroes de la actual revuelta.
«Tienen derecho a ser recordados por los sirios. Están creando la nueva historia», dijo Ruadán Ziaedh, un miembro del Consejo Nacional Sirio, según ha informado «The Washington Post».

De acuerdo con ese diario, la iniciativa comenzó hace un par de meses en Facebook, y ha cobrado tal fuerza que el pasado lunes, Bashar El Jafaari, enviado del país a las Naciones Unidas, acusó a Google de «participar en una conspiración extranjera para intervenir los asuntos internos de Siria y minar su liderazgo».
«No queremos verle», decía, en diciembre, uno de los rebeldes de Yebel Zawiya, a ABC, cuando le preguntamos qué había sucedido con las fotos de Bashar. «No quiero saber nada de él, no quiero ni escuchar su nombre», aseguró. Palabras que explican el que, ahora, otros muchos como él se hayan puesto manos a la obra para expurgar todo recordatorio de los Assad.

Fuente Diario "ABC"

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REPORTAJE: SIRIA, AL OTRO LADO DEL ESPEJO

La medicina, arma de guerra

El escritor se adentra en esta cuarta entrega en los centros de atención médica clandestinos


Un herido es trasladado en Homs con precaución para evitar a los francotiradores. / MANI
















En la Siria en revuelta de Bachar el Asad, no solo está prohibido hablar, manifestarse y protestar; está prohibido también curar y buscar a alguien que cure. Desde el principio de la revuelta, el régimen libra una guerra sin cuartel contra cualquier persona o institución que pueda prestar atención médica a las víctimas de la represión. "Es muy peligroso ser médico o farmacéutico", dice uno de estos últimos en Bab Amro. El personal sanitario está bajo arresto, como es el caso de un enfermero de al Qusayr, detenido al día siguiente de que nos mostrara su centro clandestino de primeros auxilios, con alfombras cubiertas de lonas de plástico para protegerlas de la sangre. O está muerto, como Abdur Rahim Amir, el único médico de ese mismo centro, abatido a sangre fría por miembros de la seguridad militar cuando intentaba auxiliar a civiles heridos en una ofensiva del Ejército regular en Rastán. O torturado. En Bab Amro, un enfermero del Hospital Nacional de Homs, encarcelado en septiembre, me describe con gestos los malos tratos a los que le sometieron: le dieron palizas a bastonazos, le vendaron los ojos, le azotaron, le electrocutaron, le colgaron de la pared sujeto solo por la muñeca y le dejaron así, apoyado sobre las puntas de los pies, durante cuatro o cinco horas, una práctica habitual que se llama ash-shabah. "Tuve un trato de favor", subraya. "No me rompieron los huesos"

A veces, las fuerzas del régimen se conforman con imprecarles. Una enfermera de la Media Luna Roja que iba en una ambulancia se encontró bloqueada por un control: "¡Nosotros les disparamos y vosotros los salváis!", gritaron, enfurecidos, los soldados.

Los dos hospitales de la ciudad, el civil (llamado "nacional") y el militar, están bajo el mando absoluto de las fuerzas de seguridad, que han transformado sus sótanos y algunas de sus habitaciones en salas de torturas. Volveré sobre ello, con testimonios. Las clínicas privadas, únicos recursos para los heridos de la insurrección, están sometidas a ataques permanentes. En una de ellas, en el centro de la ciudad vieja, dos enfermeras me muestran los impactos de bala en las ventanas, las paredes y las camas, balas disparadas desde la Ciudadela, que está al lado. Por lo demás, la clínica está vacía. "Solo admitimos las urgencias, y no dejamos que nadie se quede más de unas horas. Las fuerzas de seguridad entran todo el tiempo y detienen a todos los que encuentran. Los médicos se han visto obligados a firmar una promesa de que no van a curar a más manifestantes". Mientras hablan, suena una bala en la sala contigua. Todos se ríen. "Desde que el ELS está presente en el barrio", continúa una de las dos, "podemos traer heridos".


"¡Nosotros les disparamos y vosotros los salváis!"
Un soldado del régimen sirio

El Ejército rebelde también transporta a médicos para realizar operaciones siempre que es posible. Hace cinco días, la clínica recibió a un hombre con el estómago abierto. Un primer cirujano consiguió operarle de urgencia, pero hacía falta un especialista que completara la intervención, y el barrio estaba acordonado, así que era imposible traer a nadie ni llevar al paciente a otro hospital. "Al final, murió", concluye la enfermera.
Abu Hamzeh, un cirujano de primera categoría, intenta curar a los heridos que llegan a diario a un puesto de primeros auxilios situado en su barrio. Está tan desesperado por la falta de medios -su centro no dispone ni de anestésicos, ni de sondas, ni de aparato de radiografía, no puede operar a nadie, solo poner vendas y hacer transfusiones- que quiere abandonar la medicina para empuñar las armas. "Aquí no sirvo para nada", se queja amargamente delante de un hombre con el abdomen perforado por una bala de francotirador, "absolutamente para nada". Al principio de las revueltas, Abu Hamzeh trabajaba en el hospital militar de Homs, donde fue testigo de las torturas infligidas a los manifestantes heridos, a veces incluso a manos de enfermeros o médicos, cuyos nombres anotó con sumo cuidado. Cuando el médico jefe del hospital, un alauí, trató de prohibir esas torturas, lo único que hicieron fue practicarlas con más discreción. «Un día, atendí a un hombre en urgencias. Al día siguiente, volví a verlo en radiología, con un traumatismo craneal que no había tenido la víspera. Descubrí que le habían golpeado durante la noche. Murió dos días después, pese a que sus heridas iniciales no eran mortales".

"Las fuerzas de seguridad entran todo el tiempo y detienen a todos los que encuentran"
Una enfermera

Horrorizado, Abu Hamzeh consiguió un bolígrafo cámara en Beirut y filmó en secreto cuatro vídeos en una sala de cuidados postoperatorios, con la complicidad de una enfermera. Ahora me los enseña y los comenta. En las imágenes, a veces veladas, cuando la bata tapa el bolígrafo que lleva en el bolsillo de la chaqueta, se distingue a cinco pacientes, desnudos o casi desnudos bajo las sábanas, con los ojos vendados y un tobillo encadenado a la cama. La mano del médico descubre los cuerpos: sobre los torsos de dos de ellos, grandes marcas rojas, todavía frescas, de sendas palizas. Sobre un mueble, en exposición, los instrumentos de tortura: dos látigos flexibles, unas tiras de goma cortadas de ruedas y reforzadas con cinta adhesiva, y un cable eléctrico con una toma en un extremo y una pinza en el otro, para sujetarlo a los dedos, los pies o el pene. Uno de los heridos gime sin parar. "Le habían bloqueado los catéteres", se indigna Abu Hamzeh. "Cuando entré, estaban suplicando que les dieran de beber. Abrí las sondas y cambié las bolsas de orina, que estaban llenas, pero dos pacientes acabaron en coma por las lesiones en los riñones. Cuando cambié las vendas, advertí que uno de ellos tenía gangrena; se lo indiqué al departamento ortopédico, pero no pude hacer el seguimiento. Tres días más tarde, me enteré de que le habían cortado la pierna por encima de la rodilla".

Abu Hamzeh, que dimitió hace poco para unirse a la oposición, fue apartado a toda velocidad. Pero las prácticas que describe no han hecho más que intensificarse con el aumento de las protestas. En Bab Amro nos presentan a R., un herido, con una pierna amputada, dado de alta en el hospital militar hace una semana.

A finales de diciembre, un obús cayó en su calle y mató a cinco vecinos y familiares suyos. En el vídeo que nos enseñan, se ve cómo se llevan a toda prisa a R., con la pierna medio arrancada atada con una bufanda, en un vehículo. El primer hospital privado al que le llevaron, desbordado aquel día, intentó trasladarlo a otro, junto con su sobrino de 28 años, cuyo brazo izquierdo colgaba de unos jirones de carne. Pero la ambulancia que los transportaba fue interceptada en un control de las fuerzas de seguridad, donde arrestaron a los dos heridos, los colocaron en un vehículo blindado y les enviaron al hospital militar. Allí, sin nadie que les atendiera, esposados a la cama y con los ojos vendados, los torturaron durante ocho horas. "Me golpeaban con bandejas de comida, en la cabeza y en el cuerpo. Ataron cuerdas a mi pierna herida y tiraban de ellas en todas direcciones. Me hicieron muchas otras cosas, pero no las recuerdo".

Sobre un mueble, los instrumentos de tortura: dos látigos flexibles, unas tiras de goma cortadas de ruedas y reforzadas con cinta adhesiva, y un cable eléctrico

Los hombres que le torturaban ni siquiera pretendían obtener informaciones, sino que se limitaban a insultar a sus víctimas: "¡Así que quieres libertad, pues aquí está tu libertad!" Su sobrino murió de los golpes; a R., al final, lo trasladaron al ala quirúrgica para practicarle una intervención. Después le encarcelaron, sin cuidados postoperatorios: se le infectó la pierna y, seis días más tarde, se la amputó de oficio un médico militar. Me muestran una foto suya el día que salió en libertad: la piel amarilla, los rasgos cansados, cadavérico, pero con la dulce alegría de estar vivo. "Me mataron en ese lugar", concluye, con los ojos brillantes. "Debía haber muerto allí".

Estos no son casos aislados, iniciativas individuales movidas por el sadismo o el exceso de celo, actos descontrolados. Al contrario, son actuaciones previstas en un reglamento anterior a la revuelta actual, como explica Abu Salim, un médico militar que sirvió dos años en los muhabarats, los servicios de seguridad del Ejército, antes de pasarse al bando de la revolución para dirigir una clínica improvisada en un barrio de Homs. "¿Qué misión tiene un médico dentro de los muhabarats?", pregunta con calma ante mi grabadora.

"Se lo voy a explicar. En primer lugar, mantener con vida a las personas sometidas a torturas para poder interrogarlas el mayor tiempo posible. Segundo, en el caso de que la persona interrogada pierda el conocimiento, prestarle primeros auxilios para que el interrogatorio pueda continuar. Tercero, supervisar el uso de productos psicotrópicos durante el interrogatorio. Nosotros utilizábamos clorpromazina (un antisicótico que suele recetarse para tratar a los esquizofrénicos), valium y alcohol de 90 grados, del que, por ejemplo, se introduce un litro en la nariz o en inyección subcutánea. Cuarto, si la persona torturada sobrepasa su umbral de resistencia y se encuentra en peligro de muerte, el médico puede pedir su hospitalización. No es él quien toma la decisión; se limita a escribir un informe, y el responsable del interrogatorio decide aprobar o no el traslado. Antes de la revolución, se trasladaba a casi todo el mundo; ahora, solo a los presos importantes. A los demás, se les deja morir".

Jonathan Littell es novelista franco-estadounidense, autor de Las benévolas. La serie de artículos sobre Siria se está publicando de forma coordinada con el diario francés Le Monde.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Fuente Diario "EL PAÍS"

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El Ejército sirio intensifica los bombardeos en la ciudad de Homs


El Ejército sirio ha intensificado en las últimas horas los bombardeos en la ciudad de Homs, bastión opositor en el centro del país y objetivo militar del régimen en las últimas dos semanas, señaló a Efe un opositor en la zona.


17 Febrero 12 - - Efe
Según este testigo, que se identificó como Basel Fuad, las tropas del régimen empezaron a lanzar proyectiles y morteros de manera indiscriminada contra las viviendas de las zonas de Bab Amro y de Inshaat desde las 7.00 hora local (5.00 GMT).

Además, los tanques detienen su ofensiva en intervalos de quince a treinta minutos para luego volver a atacar con más intensidad, mientras los helicópteros sobrevuelan la zona, apuntó el activista desde Bab Amro.

Fuad dijo desconocer el número de víctimas registradas por el momento en la zona, puesto que las personas están refugiadas en lugares protegidos de las bombas y no pueden salir por miedo a los francotiradores que se encuentran apostados en las azoteas de los edificios altos que rodean ese barrio.

Por su parte, la portavoz del grupo opositor Comités de Coordinación Local Rima Flihan detalló a Efe que Homs vive una situación de "catástrofe humanitaria". Según Flihan, apenas quedan alimentos y medicamentos, la electricidad y comunicaciones han sido cortadas, y las autoridades impiden el acceso de las organizaciones humanitarias al terreno.


Los vídeos difundidos por internet muestran las calles de la ciudad totalmente vacías y edificios destruidos por el impacto de las bombas. Desde el inicio de este mes, Homs se ha convertido en uno de los principales objetivos de las tropas del régimen de Bachar al Asad y cientos de personas han fallecido, según los activistas.

El aumento de las acciones militares contra este feudo opositor se produce horas después de que la Asamblea General de la ONU aprobase una resolución en la que condena la violencia que el régimen de Siria ejerce sobre la población civil.

Además, el máximo órgano representativo de la ONU -donde no existe poder de veto y las resoluciones no son vinculantes- exigió al presidente sirio, Bachar al Asad, que cumpla con el plan de transición propuesto por la Liga Árabe para delegar sus poderes, pese a la reiterada oposición de Rusia y China.

Desde que comenzaron las protestas en marzo pasado, más de 5.000 personas han fallecido en Siria, según difundió la ONU en enero pasado, aunque los opositores amplían esa cifra a 7.000 mientras el régimen acusa a supuestos grupos terroristas de estar detrás de la violencia.

Fuente Diario "LA RAZÓN"

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