Guerra de nervios entre Argentina y Reino Unido por las Islas Malvinas
A la escalada verbal entre Cameron y Cristina Fernández ha seguido la denuncia ante la ONU de que Inglaterra envía armamento nuclear a la zona
Treinta años después de la guerra de las Malvinas, el conflicto armado en el que murieron 649 argentinos, 255 ingleses y tres isleños, Buenos Aires y Londres protagonizan un nuevo fuego cruzado. En este caso, de retórica recíproca. A un lado y otro del océano aparentan sonar tambores de guerra pero en ambas orillas se sobreentiende que el ruido responde más a fuegos de artificio populistas que a bombas de relojería de precisión militar. «Desde las Malvinas (los británicos) pueden atacar hasta el sur de Brasil». Las palabras y el tono, en clave bélica, de Héctor Timerman, ministro de Asuntos Exteriores, dejaron atónitos a los representantes de Naciones Unidas, a la prensa y a otros observadores internacionales. El jefe de la diplomacia argentina presentaba una queja en la Asamblea General contra el Reino Unido por la presunta escalada militar que incluye, según Argentina, «un submarino nuclear» en «el último refugio de un imperio en decadencia» (sic). Es decir, en el Atlántico Sur, en las «Falkland», el archipiélago de bandera británica que Argentina incorpora en los libros como propio.
Wanki-Moon, conocedor del refrán, más vale prevenir que lamentar, había emitido un comunicado en el que expresaba su «preocupación por los crecientes e intensos intercambios» verbales entre Argentina e Inglaterra. El secretario general de Naciones Unidas instó a las partes en conflicto a «evitar una escalada en esta disputa y resolver sus diferencias pacíficamente, a través del diálogo». Asimismo, ofreció sus buenos oficios para que las aguas del Atlántico sur vuelvan a su cauce.
Timerman aceptó la propuesta de Moon, pero fue implacable: «Se ha enviado un submarino nuclear, el Vanguard». «No vamos a aceptar que exista armamento nuclear, no es la primera vez que lo hacen». «Han cuadruplicado su poder naval» pero «dicen que no están militarizando» la zona, protestó. Minutos después Mark Lyall Grant, embajador británico en la ONU, le respondió: «Basura». En otra rueda de prensa, Grant, desafiante, añadió, «nada ha cambiado en nuestro postura defensiva en los meses recientes o en los años recientes… Lo único que ha cambiado es la política argentina… Nosotros no queremos incrementar la retórica pero si alguien trata de aprovecharse del 30 aniversario de la invasión, defenderemos sólidamente nuestra posesión». En cuanto a la presencia del submarino nuclear no dijo ni que sí ni que no.
El «aprovechamiento» político del aniversario de la guerra podría atribuirse, en rigor, a las dos naciones. La llegada del Príncipe Guillermo a Port Stanley (Puerto Argentino para Buenos Aires) se entendió en el hemisferio sur como una provocación interesada. Los países del Mercosur, al menos de momento (Brasil y Chile dudan), cerraron filas con Argentina para prohibir que los barcos de bandera malvinense atraquen en sus puertos. Esta decisión complica aún más el día a día de los isleños y su abastecimiento. «Desde el papel higiénico hasta la coca-cola tienen que venir de Gran Bretaña. Los precios se han disparado», observa un buen conocer del terreno. «El efecto, para infortunio de Argentina, es contrario al deseado. Los kelpers, —como se conoce a los isleños— ahora están más resentidos con los argentinos», asegura. La población, de poco más de tres mil habitantes, teme que Chile ceda a las presiones argentinas y suspenda sus vuelos a las islas. El Gobierno de Sebastián Piñera, por ahora, se resiste.
El duque de Cambrige no estará el 2 de abril, día del desembarco argentino en las islas, pero su presencia, en vísperas de una fecha tan sensible, ha servido en bandeja el renacer de un sentimiento nacionalista latente. Las palabras de David Cameron acusando a Argentina de país «colonizador» y reivindicando el derecho a la autodeterminación de los isleños prendieron la mecha de este polvorín. Cristina Fernández, con reflejos, convocó a su Gabinete, a opositores, empresarios, sindicalistas. Logró reunir a cerca de un millar de personas que representaban, sin duda, a todo el país. La presidenta, segura de sí misma, enarboló la bandera de la única causa nacional que «encolumna», expresión muy porteña, a la gran Argentina. A Cameron, emulando a John Lennon, le pidió «una oportunidad a la paz. A los muertos (ingleses) en la guerra les decimos honor y gloria en nombre de todos los argentinos» y «al heredero real» le confió, desde la distancia de La Casa Rosada: «Nos hubiera gustado verle con ropas civiles y no con uniforme militar».
William, el hijo mayor del Príncipe de Gales, se encuentra de visita «humanitaria» en su condición de «piloto de búsqueda y rescate», anunció el secretario de Defensa Philip Hammond. «Es el turno del Príncipe, todos lo hacen», insistió para justificar las maniobras del Duque de Cambrige. Verdadero o falso lo que resulta evidente es lo inoportuno de la fecha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario