Soldados de Al Assad
Más de 2.000 miembros de las Fuerzas de Seguridad sirias han muerto desde el estallido de la revolución, según el régimen
Soldados
protegidos por sacos terreros controlan el acceso al hospital militar de
Damasco, una mole de cemento de más de mil camas a donde llegan cada día
víctimas de la “crisis”, según la terminología empleada por su director, que
sufre el país desde hace un año. Bajo la condición de mantener el anonimato, el
veterano general y cirujano que está al frente de la institución confiesa su
preocupación ya que “cada vez se reciben menos heridos y más
mártires. El enemigo está consiguiendo armas modernas y sabe colocar
artefactos explosivos improvisados (IED, por sus siglas en inglés)”.
El
régimen ha abierto las puertas de los hospitales a los periodistas de los medios
internacionales para mostrar “que la oposición no está formada por simples
manifestantes pacíficos, hay muchos grupos armados, una realidad que durante
cinco meses todo el mundo se negaba a reconocer”, comentan los responsables del
ministerio de Información que acompañan a los profesionales en estas visitas. A
la cifra de víctimas causadas por las fuerzas de seguridad registrada por
Naciones Unidas, de más de cinco mil, el régimen sirio responde con las más de
dos mil bajas causadas por los grupos armados de la oposición entre sus hombres
y con los setenta mártires de los últimos atentados en Damasco, que las
autoridades atribuyen a los opositores.
“La oposición militar es mucho más heterogénea de lo que se
piensa. Se habla del Ejército de Liberación, pero dentro de esa etiqueta
toman parte muchas facciones que no tienen ni mando único, ni coordinación
operativa. Desertores de las fuerzas de seguridad, civiles armados, grupos
salafistas… la oposición militar está tan dividida como la política”, opina un
diplomático europeo con larga trayectoria en el país que piensa que “el exceso
de violencia empleado en los primeros meses por las fuerzas de seguridad es uno
de los factores que ha alentado esta militarización de una protesta que empezó
como algo civilizado”.
La
octava planta del recinto está dedicada a los soldados heridos a consecuencia
del efecto de los IED. El sargento mayor Alawa, de 37 años, sufrió heridas en la
cara tras sufrir una emboscada en Idlib, al norte del país, durante la ofensiva
de principios de enero en la que, según el Observatorio Sirio de Derechos
Humanos, perdieron la vida al menos doscientas personas. “Cada día me encargaba
de que llevar la comida a la tropa desde Alepo hasta la primera línea. Los
hostigamientos en esa zona son diarios, pero en aquella ocasión colocaron un
artefacto explosivo y lo taparon con arena. Al pisarlo, el vehículo en el que
viajaba saltó por los aires”, recuerda cuando está a punto de recibir el alta,
lo que le permitirá regresar a su puesto y enfrentarse a un enemigo al que
define como “en su mayor parte civiles armados, no hay desertores como tratan de
mostrar algunos medios”.
Junto
al sargento primero se recupera el soldado raso Nizar Sadour, de 23 años, que
acaba de perder un ojo por el impacto de la metralla de otro IED en Hama. “Las
emboscadas son diarias y en ciudades como Hama, bastión revolucionario, cuentan
además con francotiradores en las azoteas equipados con armas de precisión de
última generación, seguramente traídas desde Israel”, afirma con rotundidad
asegurando que ha visto esas armas con sus propios ojos. Como su superior,
mantiene que “no hay desertores, es imposible”.
El
rosario de víctimas de los combates sigue en la planta tercera donde se
recuperan los heridos de bala. Desde el inicio de la “crisis” este centro ha
recibido a 829 heridos de los que 45 permanecen hospitalizados. No hay una cifra
oficial de bajas.
Saher
Alveini, de 21 años, está vivo de milagro. La revuelta le sorprendió mientras
cumplía el servicio militar obligatorio en la Fuerza de Mantenimiento del Orden.
Le dieron un permiso y se puso camino a su casa a las afueras de Damasco cuando
el taxi colectivo en el que viajaba fue detenido en un puesto de control de un
grupo armado opositor. Al comprobar en su documentación que estaba en el
Ejército “me metieron en el maletero de un coche y me llevaron a un descampado
donde me golpearon hasta que casi perdí el conocimiento. Me gritaban sin parar
exigiéndome que desertara. Cuando ya no sentía ni el dolor uno de ellos me
disparó cuatro balas en las piernas y me dejaron allí tirado”, recuerda mientras
trata de incorporarse en su cama. “Han destrozado el país, ¿desertar? No se dan
cuenta de que somos soldados de Al Assad”, comenta para sí mismo en voz alta
ante las cámaras del propio Ejército que graban la visita de un medio extranjero
al centro hospitalario.
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