Si la Historia Militar o de las Fuerzas de Seguridad, te apasiona. Si la Militaría es tu afición. Si quieres conocer la Historia, sin valorar ideas ni convicciones políticas, sin tendencias, sin manipulaciones. La Historia Militar, sólo la vivida por sus principales protagonistas, los SOLDADOS que la han padecido.
¡Seguro que te gustará este Blog!
domingo, 10 de marzo de 2019
CON EL ARRESTO DEL CAPO DE LA CAMORRA. MARCO DI LAURO, SE CIERRA UNA ETAPA NEGRA PARA NAPOLES
Scampia: tres guerras y 100 funerales
El
arresto de Marco di Lauro, último capo del clan de la camorra que
convirtió la periferia de Nápoles en un infierno de droga y violencia,
cierra una etapa negra para la ciudad
La historia de Scampia está marcada a fuego y hierro por tres grandes
guerras y el apellido de un hombre al que sus vecinos solo conocieron el
día que se lo llevaron esposado. Las cicatrices de aquel desastre siguen en las aceras de este barrio de Nápoles,
en las ventanas tapiadas de las casas de protección oficial y en las
siete moles de hormigón que levantaron acta del infierno de la camorra.
Algunas heridas, en cambio, continúan abiertas. Raffaella coge carrerilla y
trata de terminar la historia sin emocionarse. La tarde del 6 de
noviembre de 2005, su hijo Antonio fue asesinado por unos pistoleros del
clan Di Lauro justo debajo de casa. Eran los tiempos de la primera faida (la guerra entre clanes) de Scampia con un muerto cada tres días. A él le
tomaron por un camello de la banda rival mientras esperaba a su hermano
jugando al futbolín. Intentó huir, pero tenía una discapacidad
congénita que le afectaba a la movilidad y no pudo correr como el resto
de sus amigos. Le dispararon dos veces por la espalda. Durante 11 años
fue considerado un camorrista y Raffaella ni siquiera pudo llorarle
públicamente en un funeral. Hace una semana, una de esas heridas comenzó
a cicatrizar.
Marco
Di Lauro (38 años), último exponente del clan que convirtió un barrio
llamado a ser un experimento social en el mayor supermercado de droga de
Europa, hijo del histórico capo Paolo Di Lauro (65 años), conocido como
Ciruzzo o’ millonario, fue arrestado la semana pasada. Era el segundo
mafioso más buscado de Italia —después del siciliano Matteo Messina Denaro—,
llevaba 14 años huido y, como sucede siempre con los grandes padrinos,
fue hallado en un modesto apartamento al lado de su barrio de siempre,
con su pareja, dos gatos y las zapatillas de andar por casa puestas. Las
escuchas confirman que no se movió de Nápoles y cuando salía de casa, a
menudo lo hacía travestido de mujer. El territorio —es la única norma—
solo se controla desde el territorio. “Algo de justicia se hace. Pero a
mi hijo, que hubiera cumplido 40 años, no me lo devolverán nunca. Y
estos, al final, terminarán saliendo de la cárcel”, señala Raffaela en
el portal de su casa, uno de los edificios conocidos como Los siete
palacios. Un lugar donde durante años había que pedir permiso a los
vigilantes de los clanes que habían blindado las puertas para poder
entrar en tu propia casa y que hoy empieza a recuperarse.
ver fotogaleríaAmigos de Marco Di Lauro esperan en las puertas de la jefatura de policía de Nápoles donde está detenido el capo de la Camorra.Paolo Manzo
Los años de plomo dejaron muchas más víctimas inocentes del clan Di Lauro y sus guerras intestinas: Gelsomina Verde (torturada y quemada), Dario Scherillo (tiroteado mientras volvía a casa con su scooter),
Attilio Romano (asesinado en su tienda)… Pero, en realidad, todo el
barrio quedó mutilado de por vida. Scampia, que hoy deja atrás aquel
periodo gracias a sus vecinos y al trabajo de hombres como el comisario
Michele Spina, tenía que ser otra cosa. Las velas (hoy ya han demolido
tres y en pocos meses caerá la cuarta), unas torres de hormigón en forma
triangular proyectadas por el arquitecto Franz Di Salvo como metáfora
de un viento que soplaba hacia el futuro, iban a ser un proyecto social
para 80.000 personas con espacios verdes y un pupurrí de ideas utópicas
alrededor del cemento. Pero aquellos barcos se hundieron antes de
zarpar. El terremoto de Irpina en 1980 obligó a realojar a muchas
familias humildes reventando la concepción original del espacio,
recuerda dando un paseo por la zona Patrizia Palumbo, valiosa activista
que llegó al barrio en 1977 y forma parte de la asociación antimafia Libera.
El Estado se desentendió de aquella barriada del norte de Nápoles cuyo
nombre en napolitano hablaba de sus confines con la campiña. Hoy otras
tres velas esperan la demolición, aunque solo en una de ellas (la
celeste) sigue vendiéndose heroína, como muestra un reguero de
jeringuillas a la entrada. El espacio moral del poder lo ocupó otro
grupo.
Paolo Di Lauro, hijo adoptivo de una familia humilde del barrio de Secondigliano,
curtido como vendedor ambulante de género falso, empezó a trabajar a
las órdenes de Aniello Lamonica, histórico capo de la zona en los años
ochenta, conocido también como El carnicero por su costumbre de
arrancarle el corazón a sus víctimas. Extorsión, palizas, contrabando de
cigarrillos… Pero Di Lauro tenía hambre y terminó asesinado a su
protector, se independizó y comprendió mejor que nadie por dónde pasaba
el futuro de Scampia. Aquel espacio, donde no hubo comisaría hasta 1997,
era un paraíso logístico que podría haber servido incluso para
construir un fabuloso centro comercial. A su manera, podría decirse que
puso la primera piedra y su familia lo gestionó durante 20 años. La
desgracia en la que el patriarca del clan sumió a aquella zona, un
ermitaño que apenas salió de casa durante su largo reinado, no impidió
que siempre fuera percibido como un benefactor. El cielo, sostenían sus
afiliados, se lo agradeció con 10 hijos varones. En los libros de
cuentas que la policía le incautó aparecen como F1, F2, F3…(por figlio, hijo) en frío orden cronológico. ver fotogaleríaRaffaella Landieri, madre de una víctima inocente de la Camorra.Paolo ManzoEl Millonario, que estuvo viviendo en un barco en el puerto de
Nápoles tras su fuga, había revolucionado el negocio. Estrechó lazos con
los productores colombianos. Liquidó a los intermediarios y abrió el
mercado. El clan distribuía a toda Italia y en el barrio logró crear más
de 20 puestos de venta de droga. Los edificios estaban tomados por
ejércitos de camorristas. Los toxicómanos llegaban tres veces al día y
hacían cola ordenadamente, recuerda Mandato. Blindaron las puertas,
construyeron dispensarios. Para entrar en casa, da fe Palumbo, había que
perdirle permiso a un esbirro del clan que vigilaba la portería con una
jaula de perros al lado. Pero la faida que enfrentó en 2004 y
2005 al clan Di Lauro con un grupo de disidentes dirigidos por Raffaele
Amato, conocidos como Los scissionisti o Los españoles —Amato se ocupaba
de los enlaces con España— dejaron más de un centenar de muertos en las
calles. Aquello le debilitó terriblemente y en 2005, sin que la policía
hubiera podido jamás escuchar su voz en ninguno de las cientos de
llamadas interceptadas, terminó condenado a tres cadenas perpetuas en
régimen de aislamiento. Sucesores, sin embargo, no le faltaban.
Cosimo, su heredero natural, el primogénito, era vanidoso y mal gestor.
Vestía de negro, con la melena recogida en una cola. Despreció el poder
de los históricos capos y provocó una rebelión. También fue detenido.
Marco, F4 en el argot contable del padre, terminó siendo el jefe de la
organización casi por eliminación. Franco Roberti, fiscal general
antimafia de Italia entre 2013 y 2017 y actual consejero de Seguridad en
la región de Campania, delinea sus características. “Él calcaba las
hormas paternas. Era un líder de la organización, y gracias a ello
también ha estado 14 años huido. Tenía más capacidad organizativa. Y
fíjese, durante su desaparición no se movió nunca del territorio. Ningún
capo verdadero lo hace. Lo contrario significaría perder poder político
criminal. Si te alejas, careces del control necesario y estás
sobreexpuesto a las investigaciones de la policía, porque no tienes la
protección que solo te garantiza tu territorio”.
ver fotogaleríaDos chicos en ciclomotor por las calles de Scampia.Paolo Manzo
Pero el territorio también ha cambiado. Hoy la guerra de clanes ya no
está en barrios periféricos como Secondigliano, Scampia o El tercer
mundo. La lucha por el poder se ha desplazado al centro de Nápoles y,
paradójicamente, la ausencia de los grandes capos (Marco di Lauro era un
superviviente) ha abierto la puerta del caos. Dos famosas pizzerías,
Sorbillo y Di Matteo, amanecieron hace pocas semanas con la fachada
marcada por una bomba y una ráfaga de balas. Roberti advierte del cambio
de paradigma. “Hoy no hay un líder reconocible. Hay estas baby gang
que son hijos, sobrinos, nietos de viejos capos. Falta un control de
jefes reconocidos, por eso enloquecen y se disparan entre ellos. No hay
un freno, una regla. En el mundo camorrístico actual faltan las normas
de comportamiento que existían antes. Antes se respetaban, aunque fuera
con la violencia. Hoy asistimos a este fenómeno porque no hay reglas de
repartición del territorio”. Unas normas que tampoco evitaron las tres
guerras de Scampia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario