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sábado, 9 de febrero de 2019

LA VIDA EN LAS COLONIAS BRITÁNICAS, ERA MÁS BIEN ABURRIDA

La aburrida vida de los colonos del Imperio Británico


colonos del Imperio Britanico
Diferentes tipos de uniforme militar del Ejército colonial británico, en un grabado de 1897. Alamy

Un libro con cartas y diarios anónimos demuestra que la vida en las colonias no fue como narraron los periodistas y los exploradores



Dickens inauguró el aburrimiento. El novelista empleó la palabra en inglés, boredom, en Casa desolada y en Tiempos difíciles, y a partir de ahí extendió su uso. Quien no la utilizó fue Rudyard Kipling en El hombre que pudo reinar, una de las novelas que según Jeffrey A. Auerbach romantizó el relato sobre las colonias y protectorados que Reino Unido gobernó hasta 1949. Así lo explica el historiador en Imperial Boredom, donde analiza el papel del tedio en la construcción del Imperio Británico.

La tesis que sostiene Auerbach es que ni el paso de los años ni nuevos abordajes académicos han cambiado la percepción porque siempre se ha explicado ese periodo desde los extremos: “Por un lado se ha narrado como una aventura atrevida y gloriosa”, sostiene, “y por otro, como la imposición por medios militares del poder económico de una cultura capitalista”. Resuelto a modificar con su libro lo que considera un discurso equivocado —cuando no manipulado—, su investigación se centra en una fuente tan abundante y eficaz como son los documentos procedentes de personas anónimas. Cartas o diarios de sirvientas, funcionarios, soldados en puestos fronterizos donde no pasaba nada, comerciantes en zonas inhóspitas o esposas de colonos que cuentan la decepción o el sopor que experimentan en su nueva tierra…, todo vale para cimentar la tesis del autor: que la génesis y desarrollo del imperio colonial británico fue un soberano aburrimiento.

Auerbach analiza cómo narran esas personas viajes de seis meses en barco para llegar a India, en los que podían pasar varias semanas viendo solamente agua. También se detiene en la vida de militares y funcionarios, y presta especial atención al modo en que describen todos ellos los parajes porque es donde mejor se palpa la superioridad moral del colono y su apatía.

La etapa examinada abarca del siglo XVI al XX, pero es en el XIX donde más veces se encuentra la palabra “aburrimiento”. No ocurre sólo en Inglaterra: el autor extiende el término a toda la expansión del capitalismo industrial, con el desarrollo del tiempo libre y la noción de felicidad que nació en la Ilustración.

Afirma el autor del libro que el aburrimiento afectó especialmente a las mujeres: “Entre las esposas de los gobernadores y las institutrices, entre las mujeres de buscadores de oro o las de los forajidos, el aburrimiento era omnipresente”. A ello contribuía el hecho de que todas ellas tenían prohibido relacionarse directamente con los indígenas. Una prohibición que no pesaba sobre los hombres y que las condenaba a un aislamiento extremo.

Esos testimonios de gente de a pie desmontan el aura heroica que en torno al Imperio Británico conformaron no sólo las novelas, sino también los relatos autobiográficos de exploradores como James Cook, David Livingstone o Mary Kingsley.

El autor cree que hay que preguntarse si el Imperio fue aburrido para los colonizados: indios, maoríes, aborígenes o xhosas, pues sólo aborda de pasada su punto de vista al considerar que merece un análisis exhaustivo aparte que ponga de manifiesto su potencial y su diferencia. Pero quizá sirva como muestra lo que escribió en su autobiografía el primer ministro de India tras la independencia de la colonia, Jawaharlal Nehru: "El inglés y el indio se aburren mutuamente y ambos se alegran siempre de alejarse uno del otro para respirar libremente”.

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