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Aunque las Olimpiadas de Berlín de 1936 no ocurrieron exactamente en la Segunda Guerra Mundial, no está de más aprovechar estas fechas de primero euforia y luego decepción olímpica para recordar uno de los puntos más controvertidos en la historia del Comité Olímpico Internacional.

Introducción

Durante dos semanas, en agosto de 1936, tan solo tres años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi de Adolf Hitler trató de camuflar su espíritu racista y militarista durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín. Bajando el tono de su discurso antisemita y ocultando su ambición expansionista, el régimen explotó los Juegos Olímpicos para deslumbrar a los miles de espectadores y periodistas extranjeros con una imagen de una Alemania pacífica y tolerante, simpatizante de los valores olímpicos. Algunos historiadores piensan que al decidir no boicotear la cita olímpica de Berlín 1936, las democracias liberales perdieron una oportunidad irrepetible de frenar el auge de Adolf Hitler al no crear suficiente presión internacional en el momento oportuno de cara a contener la influencia creciente del Tercer Reich. De hecho, una vez acabados los Juegos Olímpicos, el Tercer Reich volvió a su agenda política y militar sin ocultar demasiado sus pretensiones.
medalla de oro de Wood Ruff en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936
Fuente y autoría: Darryl Bishop [bajo licenciaCC BY-SA 3.0], vía Wikimedia Commons
Cara de una medalla de oro de las Olimpiadas de Berlín de 1936

Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín, reflejo del poderío alemán de los años 30

En 1936, el Comité Olímpico Internacional (COI) decide darle los Juegos Olímpicos de 1936 a la ciudad de Berlín. La elección marcaba la vuelta de Alemania a la comunidad internacional tras el periodo de aislamiento que siguió al fin de la Primera Guerra Mundial tras la firma del polémico Tratado de Versalles.
 
Dos años después, Adolf Hitler, líder del NSDAP (Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes), se convierte en canciller de Alemania y rápidamente consigue que el sistema de gobierno pase de ser democrático a dictatorial (sistema de partido único). La aspiración nacionalsocialista de controlar todos los aspectos de la vida de los alemanes también afectaba al deporte. La iconografía deportiva germana de los años 30 sirvió como vehículo de promoción de la creencia en la superioridad aria. En esculturas y demás formas de expresión artística, los artistas presentaban atletas idealizados, con excelente tono muscular, destreza y fuerzas imbatibles, y unos rasgos faciales arios muy marcados. Esta visión proyectada recalcaba la importancia que el régimen nazi le daba a la buena forma física, un requisito previo fundamental para prestar el servicio militar.
 
En abril de 1933 se implementa la política de “solo arios” en todas las organizaciones deportivas alemanas. Los atletas que no eran racialmente puros según la doctrina nazi (judíos, mestizos o gitanos) fueron sistemáticamente excluidos de las instalaciones y asociaciones deportivas alemanas. Por ejemplo, la Asociación Alemana de Boxeo expulsó al campeón de boxeo Erich Seelin en abril de 1933 porque era judío. Otro atleta judío, Daniel Prenn (el mejor jugador de tenis de Alemania) fue retirado del Equipo Alemán de la Copa Davis. Gretel Bergmann, excelente saltadora, fue expulsada de la federación alemana en 1933 y del equipo olímpico alemán en 1936. Los atletas judíos apartados de las federaciones deportivas alemanas se asociaron en asociaciones judías separadas e improvisaron entrenamientos en instalaciones deportivas segregadas. La calidad de estas instalaciones distaba mucho de la de los equipos alemanes. Por su parte, los gitanos también se vieron excluidos del deporte alemán, como le ocurrió al boxeador Johann Rukelie Trollmann.
 
Con carácter simbólico y con el fin de apaciguar los ánimos en el extranjero, las autoridades nazis permitieron que la esgrimista de origen judío Helene Mayer representara al Tercer Reich en los Juegos Olímpicos de Berlín. Ganó una medalla de plata en la categoría femenina de esgrima y, como el resto de representantes alemanes, realizó el saludo nazi en la entrega de medallas. Tras las Olimpiadas, Mayer se trasladó a los Estados Unidos. A excepción de este caso, ningún deportista judío representó a Alemania en Berlín 1936. Cabe destacar que un total de nueve judíos consiguieron medalla en las Olimpiadas nazis, incluyendo a la propia Mayer y a cinco húngaros. Siete atletas judíos norteamericanos acudieron también a Berlín. Al igual que otros deportistas judíos europeos, se vieron presionados por organizaciones judías para boicotear estos JJ.OO. Lo cierto es que la mayoría decidió acudir a la cita de Berlín al no comprender en aquellos momentos la gravedad de la persecución del pueblo judío por parte de las autoridades nacionalsocialistas.
 
En agosto de 1936, el régimen nazi trató de camuflar sus violentas políticas racistas durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín. La mayoría de los carteles antisemitas fueron retirados temporalmente y la prensa rebajó su habitual retórica antisemita. De esta manera, el régimen pretendía servirse de las Olimpiadas para presentar a la Alemania nazi ante espectadores y corresponsales extranjeros como una nación pacífica y tolerante.
 
Hubo movimientos a favor de un boicot en EE.UU., en Gran Bretaña, en Francia, en Suecia, en Checoslovaquia y en los Países Bajos. El debate sobre la participación o no en los Juegos Olímpicos fue especialmente intenso en Estados Unidos, país que tradicionalmente enviaba uno de los equipos de atletas más numeroso. Algunos proponían organizar una especie de “contra-olimpiadas”. Cabe destacar que se llegó a planear la “Olimpiada Popular” en Barcelona, pero tuvo que cancelarse debido al estallido de la Guerra Civil Española en 1936, justo cuando miles de atletas habían comenzado a llegar a la capital catalana.
 
olimpiada popular de barcelona de 1936
Fuente y autoría: Keijo Knutas [bajo licenciaCC BY-ND 3.0], vía Picasa
Cartel de la fallida Olimpiada Popular de Barcelona de 1936
 
Por su parte, los nazis orquestaron unos preparativos muy elaborados para los quince días de Juegos Olímpicos (exactamente del 1 al 16 de agosto de 1936). Se construyeron infraestructuras deportivas enormes y se adornaron monumentos y casas con banderas olímpicas y con esvásticas en un Berlín embriagado de euforia nacionalista. Muchos turistas extranjeros no sabían que el régimen nazi había retirado temporalmente la propaganda antisemita ni que la policía había hecho redadas especiales contra los gitanos de Berlín, tras una directiva especial del Ministerio del Interior. Asimismo, las autoridades nazis ordenaron a la policía que no se aplicasen las leyes contra la homosexualidad a los visitantes extranjeros.
 
El 1 de agosto de 1936, Adolf Hitler inaugura la undécima Olimpiada. Fanfarrias militates dirigidas por el famoso compositor Richard Strauss anunciaron la llegada del Führer a un estadio repleto de espectadores. Cientos de atletas desfilaron por el estadio, equipo por equipo en orden alfabético. Inaugurando un nuevo ritual olímpico, un corredor llegó al estadio portando una antorcha que se había llevado por relevos desde la cuna de los JJ.OO. en Olimpia, Grecia.
 
 
 
En los Juegos Olímpicos de Berlín participaron cuarenta y nueve equipos provenientes de todo el mundo, más que en cualquier edición anterior. Alemania tuvo el equipo más grande, con 348 atletas. Le seguía de cerca el equipo estadounidense, con 231 miembros, incluyendo 18 afroamericanos. Cabe destacar que la Unión Soviética optó por no participar en estos JJ.OO. de Berlín.
 
Los alemanes lograron promocionar hábilmente la Olimpiadas con pósters coloridos y publicaciones vistosas. La iconografía atlética dibujó un vínculo entre la Alemania nazi y la Grecia Clásica, simbolizando el mito nazi racial de que la nueva Alemania era la legítima heredera del Clasicismo grecolatino. Los grandes esfuerzos propagandísticos siguieron cosechando éxitos tras las Olimpiadas, con el estreno internacional en 1938 de “Olympia”, el controvertido documental de la cineasta alemana Leni Riefenstahl, a la que se le había encargo la producción de un documental sobre los JJ.OO. de 1936.
 
 
Alemania salió victoriosa de los Juegos Olímpicos berlineses. Los atletas alemanes se hicieron con el mayor número de medallas y la hospitalidad y organización germanas se ganaron las alabanzas de los visitantes extranjeros. Visto desde nuestra perspectiva actual, resulta curiosa e irónica la editorial publicada por el New York Times en la que se afirmaba que “Alemania volvía a recuperar su lugar como nación” y que volvía “a recuperar su humanidad”. Algunos llegaron incluso a albergar esperanzas sobre una resolución pacífica de las tensiones crecientes en la Vieja Europa. Solo un puñado de reporteros, como William Shirer, comprendió bien que tras la fachada de Berlín se ocultaba un régimen violento y racista. Tras los Juegos Olímpicos, Hitler volvió a sus planes de expansión aria y se reinició la persecución antisemita. Por ejemplo, tan solo dos días después de la clausura olímpica, el capitán Wolfgang Fürstner, director de la villa olímpica, se suicidó tras ser expulsado del servicio militar debido a sus antepasados judíos. Tres años después, el 1 de septiembre de 1939, el Tercer Reich invade Polonia. Tan solo tres años después de los Juegos de Berlín, el “pacífico” y “acogedor” anfitrión olímpico desencadenaba la Segunda Guerra Mundial.
 
Autor: Segunda Guerra Mundial