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lunes, 29 de septiembre de 2014

GAGOMILITARIA NOTICIAS.-SU OBSESIÓN POR EL CULTO A SU CUERPO Y A LOS GIMNASIOS LLEVO "AL MOSTRUO DE CIUDAD LINEAL" A DAR CON SUS HUESOS EN LA CÁRCEL

La obsesión por su cuerpo delató al monstruo de Ciudad Lineal
 
CRuz MOrcillo/ Pablo Muñoz / Madrid
Día 29/09/2014 - 08.20h

La Policía controló 35 gimnasios de la zona en la que actuaba: en uno de ellos detectaron al pederasta

«Jefe, es él». La última semana de agosto los policías empezaron a ver luz. Dos agentes pararon a un musculado con una verruga en su pómulo izquierdo a la salida del gimnasio SmartGym, en el corazón del distrito de Hortaleza. Era uno de los 35 gimnasios en los que se acababa de colocar vigilancia policial. Lo miraron de arriba abajo y le pidieron su DNI; control rutinario. «Puede marcharse», le ordenaron, para no levantar sospechas. Otros dos compañeros de paisano lo siguieron con cautela. Dio vueltas y vueltas a pie sin rumbo, fingió caminar distraído mirando su espalda, entró y salió de varios lugares y hasta casi cuatro horas después no se dirigió a su coche, un Audi A4 que había estacionado cerca del gimnasio. «Jefe, se llama Antonio Ángel Ortiz Martínez. Le revientan los brazos, rubio, el pelo casi rapado, la marca de la cara... Vamos para allá».
 
Esa noche en la Brigada de Policía Judicial de Madrid no paró nadie. Los cuatro agentes contaron por separado a su superior lo que habían visto. Miraron y remiraron el retrato robot elaborado a partir de la última agresión a una niña de padres dominicanos (22 de agosto) y de las dos tentativas de rapto ese mes: una el día 8 en Moratalaz y otra el lunes 25 de agosto en Coslada, esa misma semana. Revisaron la descripción precisa aportada por la española de origen dominicano, la mayor de todas las víctimas (11 años); las de las otras dos crías (pelo muy corto, rubio-castaño, brazos enormes) y la declaración de la mujer china que le atendió en una tienda tras secuestrar a la cría.

Datos clave sobre el «lobo»

«Tenía brazos así, como dos manos juntas, se veían las venas», contó la asustada mujer. Compró una caja de Nivea y tocó un bote de champú (en el que quedó impreso parte de una huella dactilar). Al descubrir una cámara de vigilancia (falsa, no recogía imágenes) giró la cabeza para que no lo grabara. La mujer vio su marca de nacimiento en la cara y una especie de cicatriz o granos abultados en el brazo.
 
La pequeña de 11 años había aportado detalles muy precisos: fue raptada mientras orinaba entre dos coches en la calle Gomeznarro. La obligó de un empujón a tirarse en la parte trasera del coche, estacionó en doble fila y paró a comprar en una tienda de chinos que ella conocía. La llevó bajo un puente y luego a un descampado de San Blas. Sudaba a través de su camiseta de tirantes; de una bolsa de deporte sacó una toalla enrollada y no paraba de beber de una botella de agua. En el trayecto le sonó el móvil, respondió y luego apagó el teléfono, cabreado. Con las prisas, había olvidado apagarlo antes como solía hacer. El coche tenía una pegatina de un toro.
 
La identidad del «lobo» fue tecleada a la vez por varios de los investigadores que se habían repartido desde abril el análisis en bloques de datos masivos. «Jefe, la madre tiene un piso en la calle Santa Virgilia. Ahí ya habíamos estado, ¿verdad?». «Jefe, el Audi en el que se marchó del gimnasio está a su nombre. Lo he encontrado a la venta en una página de compraventa en internet». «Tenemos sus antecedentes. Ha estado en prisión por hacerle lo mismo a otra niña en 1998».
 
La información llegaba en aluvión y se pasaba por los filtros que llevaban cribando cuatro meses. El equipo echó para atrás y empezó a vislumbrar el encaje de piezas, a pisar el acelarador. La primera víctima conocida, una niña española de 9 años raptada junto a un parque de Ciudad Lineal, el 10 de abril, drogada con Orfidal y violada, llevó a los agentes cuando se restableció hasta el edificio de la calle Santa Virgilia donde la madre del pederasta tenía un piso deshabitado. La pequeña no reconoció el rellano; describió puertas blancas con muchos números y dio una clave: entraron en la finca tras atravesar un gálibo.

La memoria de una niña

Los psicológos interpretaron que se trataba de la entrada del hospital Ramón y Cajal donde fue atendida después de que Ortiz la abandonara de madrugada, y que el efecto de las pastillas, que sacó de un reposabrazos del turismo junto a unos caramelos, la había confundido. Pero no: era el parking exterior de esa finca. Subió a la niña en ascensor desde los trasteros (puertas blancas) para que nadie los viera. Los investigadores llegaron a inspeccionar ese bloque junto con otros 200 edificios de la misma zona. Contó que tenía flequillo y pelo rubio y, tras llevarla dos policías a varios establecimientos multimarca de coches jugueteando, la cría subió a un Toyota. Dijo que el del hombre malo tenía un número en la ventanilla, pero resultó ser una homologación de rayos ultravioleta utilizado en todas las marcas un tiempo. Cuando la descripción y la marca de coche se publicaron, el pederasta cambió. «Estuvimos buscando una sombra y un coche y ya no existían ninguno de los dos», señala uno de los investigadores con un deje de amargura. Tras pasar horas y horas con ella supieron que la pequeña había vomitado a escondidas junto a un mueble y que había caminado descalza después de que la bañara para eliminar rastros. Pasó una fregona, pero no esperó a que el suelo se secara y parte de las diminutas huellas de la pequeña quedaron en el suelo.
Ese 10 de abril, unas horas antes, el cazador había fracasado al intentar secuestrar casi al lado a una niña japonesa, que no cayó en su trampa. Sí le vio con claridad la verruga de la cara, porque su madre tiene una marca similar. «¿Con cuántas niñas lo habrá intentado y habrán logrado escapar de sus garras?», se preguntan ahora los agentes.
 
El 17 de junio el depredador volvió a salir de caza. A punto estuvo de matar a su víctima, una criatura de solo 6 años que jugaba junto a la tienda china de sus padres en Ciudad Lineal. Repitió el macabro ritual de abril, pero con más saña. Dejó a la niña sangrando y medio muerta tirada en la calle, cerca de su guarida. Estuvo casi tres semanas ingresada y a duras penas ha vuelto a abrir la boca.
«Se puso todo muy oscuro. Entramos en pánico. Creímos que a la siguiente la mataba. El coche no aparecía por ninguna parte. Luego, hemos sabido que ni tenía un Toyota a su nombre ni siguió utilizándolo».

El «breafing» de las 5

Cada tarde a las 5 en punto el jefe de la Brigada, el comisario José Luis Conde, se reunía con veinte policías: un puñado de responsables del núcleo duro de la investigación, capitaneada por el SAF (los expertos en agresiones sexuales de Madrid) y los jefes de los dispositivos policiales móviles que peinaban las zonas de actuación del sospechoso. Análisis, preguntas, hipótesis, descartes, autocrítica, ánimo para evitar el desánimo... Se pasaban los cinco retratos robot elaborados, con el compromiso expreso de que nadie ajeno podía conocerlos. Entre esos hombres y mujeres había un grupo de policías voluntarios que rastreaban la calle de 6 a 9 tras acabar su turno de trabajo. Tras miles de gestiones (matrículas, tráfico de llamadas, padrones municipales, antecedentes, condenas, compras de medicamentos...), el «lobo» seguía libre en julio.
 
Cuando el 8 de agosto vuelve a atacar sin lograrlo en Moratalaz y la niña cuenta que no tiene flequillo, empieza otro descarte con dos retratos robot al tiempo. Más de medio centenar de sospechosos a los que se cogen colillas, los vasos en los que han bebido, sus fotos, sus antecedentes.
 
Ortiz no estaba en esa criba porque no figuraba en las bases de datos policiales como agresor sexual, sino que constaba grabado el primer delito de los dos por los que se le detuvo en 1999: detención ilegal. Las bases de Justicia (había cumplido siete años de condena) no son de acceso directo para los policías.
 
A esas alturas, tras repasar cada denuncia, se había averiguado que un tipo de imagen similar al buscado había agredido a otra pequeña china en Coslada en julio de 2013, y a una de padres dominicanos en San Blas dos meses después. Ambas atrocidades llevaban su firma. Once puntos geográficos y temporales distintos, que confluían en Hortaleza. Esa última semana de agosto, ya con una identidad, con su hoja de antecedentes de macarra, violador y maltratador, un piso familiar a su disposición y un coche en venta a su nombre, empieza la cuenta atrás. Desde que una pareja de policías le pidió el DNI a la puerta del gimnasio no se separaron de él.
 
Descubren cómo intenta deshacerse del Audi, a través de una empresa de compraventa de coches en la que figuró como «hombre de paja» y a cuyos dueños hacía trabajos de matón. En esa misma empresa detectan un Citroën Xsara, también a la venta. Es la marca y el modelo grabado por una cámara de vigilancia de un autobús de la EMT en el que raptó a la última niña española de origen dominicano. La juez autoriza a los agentes a actuar. El coche tenía un antiguo embargo y con ese pretexto se lo llevan de la tienda y lo desguazan para analizarlo en busca de restos.
 
Ortiz se inquieta cuando el dueño del compraventa le alerta de que la Policía se ha llevado el coche. Sigue machacándose cinco horas en el gimnasio, habla de sexo duro con la mujer con la que tiene relaciones esporádicas, culturista como él, comentarios soeces que revuelven las tripas a quienes les escuchan; pero se siente acorralado y decide huir a Santander en el coche de un amigo, ajeno a su caza de niñas. Solo vuelve una noche a Madrid para conseguir esos anabolizantes que lo convierten en un «mazas» y regresa a Cantabria a esconderse.

Orfidal de otra culturista

Esa mujer, que desconocía la macabra vida de Ortiz, ha admitido que el Orfidal que obligó a tomar a las niñas era suyo: él se lo pidió porque no podía dormir. Cree que además le robó alguna caja. Ni su madre, en cuya piso seguía teniendo una habitación a la que regresaba tras sus fracasos sentimentales, ni su hermana ni nadie de su entorno (tiene un hijo con el que no ha mantenido trato en estas semanas) sospecharon de él.
 
A las 7.37 del miércoles los GEO derriban la puerta de la casa de sus tíos en Santander y lo detienen. En la lectura de derechos solo abrió la boca para decir: «No sé por qué estoy aquí». «Vas a ir a la cárcel, cabrón», le salió del alma a uno de los policías. Ortiz, el depredador, no se inmutó. Al día siguiente, en el registro de la guarida donde vejó a dos de las niñas, sufrió una bajada de azúcar. La comisión judicial y los agentes pasaron 13 horas dentro. Le ofrecieron comida, pero el musculado leyó y releyó cada etiqueta y eligió un frugal bocado. El viernes a última hora de la tarde pasó a disposición de la juez. Tampoco abrió la boca. Ni falta que hacía.
 
 

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