“Gavrilo Princip era un joven idealista”
Familiares del tirador que desencadenó la I Guerra Mundial defienden su legado
Nikola Princip entrelaza las manos y fija la mirada. “Yo estoy orgulloso de Gavrilo Princip. ¡Claro! No lo escondo”, dice resuelto. La historia siempre marca sus huellas, pero en este hombre de 78 años son, quizá, algo más profundas. Y las reivindica. Gavrilo Princip, el hombre que segó la vida de Francisco Fernando de Austria y de su esposa Sofía en una esquina de Sarajevo, es su tío abuelo. Hoy, un siglo después del magnicidio que desencadenó la I Guerra Mundial y años de incesantes convulsiones en la región, Princip define a su antecesor como un revolucionario. “Gavrilo tenía 19 años, era un idealista. Ni un héroe ni un terrorista. Buscaba expulsar al ocupante, el imperio austrohúngaro”, incide.
Durante los últimos meses este serbobosnio ha revisitado esa parte de su legado familiar muchas veces. Los ojos de medio mundo miran estos días hacia la capital bosnia, donde numerosos actos conmemoran el centenario del asesinato que cambiaría el mundo, y Princip, que cobra una escasa pensión de 250 euros al mes con la que viven él y su esposa Nada, trata de obtener su porción del pastel. Pide 200 marcos (100 euros) por una entrevista. “Todos tenemos que comer”, comenta encogiéndose de brazos. Pero, igual que Nada, tiene ganas de hablar con la visita de España y la petición queda olvidada entre las pareces de su pequeño apartamento de Sokolac, en la entidad de mayoría serbia República Srpska, a algo más de una hora de Sarajevo.
Princip, mecánico, nació en Obljaj (cerca de la frontera con Croacia), a dos pasos de la casa natal de su tío Gavrilo. En 1992 --al inicio de la guerra de los Balcanes-- llegó desde Sarajevo a Sokolac como refugiado, y en el humilde barrio de casas sin asfaltar y de improvisados campos de baloncesto entre la hierba –a dos pasos de uno de los enclaves que sirvió de base a los serbios durante el asedio a Sarajevo--, se ha quedado con Nada, sus dos hijos y, ahora, siete nietos y tres bisnietos.
“Muchos dicen ahora que Gavrilo era un nacionalista radical serbio. No es cierto, formaba parte de un grupo multiétnico y creía en la diversidad”, apunta Nikola Princip. Habla de Mlada Bosnia (Joven Bosnia), la organización que ideó el atentado contra el archiduque y a la que pertenecía Gavrilo. El antiguo mecánico alisa un par de arrugas inexistentes en el hule verde que cubre la pequeña mesa del comedor y mira a Nada que, en la pequeña cocina, trastea con unos cacharros. Se atusa el bigote canoso y elude hablar de los dos disparos que en 1914 causaron el estallido de la Gran Guerra. En cambio, recuerda los “tiempos buenos”. “Mi madre hablaba mucho Gavrilo, siempre contaba que después de todo se arrepintió por no haber logrado avanzar en su idea de una Yugoslavia interétnica y unida. Lo más cerca que hemos estado fue en época de Tito (Joseph Broz, presidente de Yugoslavia desde el final de la II Guerra Mundial hasta su muerte en 1980). Pero como ves tampoco cuajó”, dice masticando las palabras.
Se entristece, pero aparece su nieta Garona, recién casada con apenas 20 años –“qué le vamos a hacer, se ha enamorado”— y le cambia la cara. La joven no conoce Obljaj, tampoco la casa natal de Gavrilo. Su hermano Novak, de 16, sí. Su abuelo le llevó a visitar el edificio, destruido y reconstruido tantas veces como las diferencias de una región convulsa han resucitado –“y utilizado”, dice-- el nombre de su antecesor, que durante la época de Tito era considerado un héroe que luchó contra la ocupación. En la aldea aún viven su hermano, de 82 años, y un primo. Pero la mayoría de los Princip dejaron la zona de Bosansko Grahovo. Algunos, explica Nikola, abandonaron el país durante “la última guerra” y no volvieron.
Otros sí. A 60 kilómeros de Sokolac, en un barrio cercano a la base militar internacional de Sarajevo, Gavrilo Princip dirige un hotel de carretera y una gasolinera. Tiene 60 años, pero salvando la edad y el cabello canoso, sus facciones y sus ojos hundidos, recuerdan al joven que mira desde el cartel conmemorativo que cubre un lado de la esquina del magnicidio, en el otro, Francisco Fernando. Gavrilo, a quien todos llaman Bato, también es sobrino nieto del tirador –que falleció en una cárcel húngara en 1918, a los 23 años—pero se muestra algo hastiado por la expectación mediática que genera su antecesor.
Bato sacude la cabeza cuando explica que en los últimos seis meses le han preguntado más veces sobre Gavrilo que en toda su vida. “Durante un tiempo, quizá en tiempos de Tito, el apellido Princip podía abrir algunas puertas. Después nada en absoluto. Mira ahora…”, dice. Ahora, la figura de su tío abuelo genera cierta división en Bosnia. Para los serbobosnios, que el viernes inauguraron una estatua en el Este de Sarajevo en su honor, es un héroe; para los bosnios un criminal que llevó a Europa a un conflicto que ha dejado un gran lastre.
De nuevo en Sokolac, a Goran, el hijo de Nikola Princip, no le apetece hablar de Gavrilo. Alto --casi dos metros--, con el cabello muy corto, camisa blanca y traje oscuro, comenta que tiene un negocio, que se gana la vida de cara al público, y que no conviene. “Yo no hablo de la historia. La gente mayor puede contar lo que quiera”, dice. Pero para su padre, al que parece que ha reñido cariñosamente por ahondar tanto en el pasado, su legado es importante. “No me gusta que estemos volviendo atrás, utilizando la figura de Gavrilo, pero la historia nunca la escriben los que perdieron. Aunque ahora quieran corregir la historia, o maquillarla, pasó lo que pasó”, dice el sobrino-nieto del magnicida.
Durante los últimos meses este serbobosnio ha revisitado esa parte de su legado familiar muchas veces. Los ojos de medio mundo miran estos días hacia la capital bosnia, donde numerosos actos conmemoran el centenario del asesinato que cambiaría el mundo, y Princip, que cobra una escasa pensión de 250 euros al mes con la que viven él y su esposa Nada, trata de obtener su porción del pastel. Pide 200 marcos (100 euros) por una entrevista. “Todos tenemos que comer”, comenta encogiéndose de brazos. Pero, igual que Nada, tiene ganas de hablar con la visita de España y la petición queda olvidada entre las pareces de su pequeño apartamento de Sokolac, en la entidad de mayoría serbia República Srpska, a algo más de una hora de Sarajevo.
Princip, mecánico, nació en Obljaj (cerca de la frontera con Croacia), a dos pasos de la casa natal de su tío Gavrilo. En 1992 --al inicio de la guerra de los Balcanes-- llegó desde Sarajevo a Sokolac como refugiado, y en el humilde barrio de casas sin asfaltar y de improvisados campos de baloncesto entre la hierba –a dos pasos de uno de los enclaves que sirvió de base a los serbios durante el asedio a Sarajevo--, se ha quedado con Nada, sus dos hijos y, ahora, siete nietos y tres bisnietos.
“Muchos dicen ahora que Gavrilo era un nacionalista radical serbio. No es cierto, formaba parte de un grupo multiétnico y creía en la diversidad”, apunta Nikola Princip. Habla de Mlada Bosnia (Joven Bosnia), la organización que ideó el atentado contra el archiduque y a la que pertenecía Gavrilo. El antiguo mecánico alisa un par de arrugas inexistentes en el hule verde que cubre la pequeña mesa del comedor y mira a Nada que, en la pequeña cocina, trastea con unos cacharros. Se atusa el bigote canoso y elude hablar de los dos disparos que en 1914 causaron el estallido de la Gran Guerra. En cambio, recuerda los “tiempos buenos”. “Mi madre hablaba mucho Gavrilo, siempre contaba que después de todo se arrepintió por no haber logrado avanzar en su idea de una Yugoslavia interétnica y unida. Lo más cerca que hemos estado fue en época de Tito (Joseph Broz, presidente de Yugoslavia desde el final de la II Guerra Mundial hasta su muerte en 1980). Pero como ves tampoco cuajó”, dice masticando las palabras.
Se entristece, pero aparece su nieta Garona, recién casada con apenas 20 años –“qué le vamos a hacer, se ha enamorado”— y le cambia la cara. La joven no conoce Obljaj, tampoco la casa natal de Gavrilo. Su hermano Novak, de 16, sí. Su abuelo le llevó a visitar el edificio, destruido y reconstruido tantas veces como las diferencias de una región convulsa han resucitado –“y utilizado”, dice-- el nombre de su antecesor, que durante la época de Tito era considerado un héroe que luchó contra la ocupación. En la aldea aún viven su hermano, de 82 años, y un primo. Pero la mayoría de los Princip dejaron la zona de Bosansko Grahovo. Algunos, explica Nikola, abandonaron el país durante “la última guerra” y no volvieron.
Otros sí. A 60 kilómeros de Sokolac, en un barrio cercano a la base militar internacional de Sarajevo, Gavrilo Princip dirige un hotel de carretera y una gasolinera. Tiene 60 años, pero salvando la edad y el cabello canoso, sus facciones y sus ojos hundidos, recuerdan al joven que mira desde el cartel conmemorativo que cubre un lado de la esquina del magnicidio, en el otro, Francisco Fernando. Gavrilo, a quien todos llaman Bato, también es sobrino nieto del tirador –que falleció en una cárcel húngara en 1918, a los 23 años—pero se muestra algo hastiado por la expectación mediática que genera su antecesor.
Bato sacude la cabeza cuando explica que en los últimos seis meses le han preguntado más veces sobre Gavrilo que en toda su vida. “Durante un tiempo, quizá en tiempos de Tito, el apellido Princip podía abrir algunas puertas. Después nada en absoluto. Mira ahora…”, dice. Ahora, la figura de su tío abuelo genera cierta división en Bosnia. Para los serbobosnios, que el viernes inauguraron una estatua en el Este de Sarajevo en su honor, es un héroe; para los bosnios un criminal que llevó a Europa a un conflicto que ha dejado un gran lastre.
De nuevo en Sokolac, a Goran, el hijo de Nikola Princip, no le apetece hablar de Gavrilo. Alto --casi dos metros--, con el cabello muy corto, camisa blanca y traje oscuro, comenta que tiene un negocio, que se gana la vida de cara al público, y que no conviene. “Yo no hablo de la historia. La gente mayor puede contar lo que quiera”, dice. Pero para su padre, al que parece que ha reñido cariñosamente por ahondar tanto en el pasado, su legado es importante. “No me gusta que estemos volviendo atrás, utilizando la figura de Gavrilo, pero la historia nunca la escriben los que perdieron. Aunque ahora quieran corregir la historia, o maquillarla, pasó lo que pasó”, dice el sobrino-nieto del magnicida.
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