Banderas: miles de años uniendo a las personas
Día 26/06/2014 - 05.50h
La primera tela atada a un palo que podía flamear apareció tras la fundación de Cartago en el siglo VIII a.C., pero tienen su origen en las primeras agrupaciones de humanos
Españoles de Madrid, el País Vasco o Cataluña; franceses de París, la Bretaña o la Guayana; irlandeses católicos, australianos aborígenes o bóers de Sudáfrica… todos tienen una bandera, ese símbolo de identidad y pertenencia a un grupo, región o país por el que muchos hombres y mujeres han perdido la vida. Un símbolo que a muchos les llena de emoción e, incluso, les provoca las lágrimas en los acontecimientos más diversos, desde un mundial de fútbol a una guerra fratricida, generando un sentimiento que no es, ni mucho menos, nuevo, sino que tiene milenios de antigüedad.
«En Cartago se usó la primera tela atada a un palo que podía flamear»
Hubo que esperar más de 26 siglos para que estas banderas fueran adoptadas por las naciones. Hoy no hay agrupación u organización que no tenga una: desde agencias gubernamentales a equipos de fútbol, pasando por las provinciales, comunidades autónomas, colegios, universidades, instituciones científicas, partidos políticos, sindicatos, movimientos guerrilleros, grupos étnicos, corporaciones empresariales… Es como si se careciera de identidad si no se tiene una.
Banderas de la prehistoria
El origen, sin embargo, hay que buscarlo algunos milenios antes de la fundación de Cartago. Tenemos que remontarnos a la prehistoria, al momento en el que se formaron los primeros grupos humanos y surgieron los primeros líderes. Estos hombres encargados de gobernar y resolver los litigios de las primeras comunidades comenzaron a diferenciarse del resto llevando un gorro en la cabeza y un asta, barra o lanza en la mano. Sobre esta colocaron adornos o emblemas conocidos como «vexiloides», que han terminado dando nombre a la «vexilología», el estudio de las banderas.
Hubo que esperar a que se desarrollara la seda en China para ver el primer cambio en los «vexiloides»
«Estos ejemplos no son lo que hoy entendemos como banderas. Y es cierto que en aquella época se entendían como tal, pero actualmente ya no», aclara Alcaide. De hecho, hubo que esperar a que se desarrollara la seda en China para que se produjera el primer cambio, ya que se trataba de un material mucho más ligero, fuerte y fácil de transportar, que podía ser de gran tamaño, alzarse por encima de las tropas y distinguirse perfectamente en la distancia. Además, su gran superficie permitía dibujos más elaborados.
Su uso se extendió desde China a Mongolia, India o Persia, hasta que llegó a Roma y al resto de Europa. «En Roma se utilizaba un marco cuadrado de madera en el que se enganchaba la tela, que aun no flameaba», explica Alcaide, donde explica que ya había eseñas en las que aparecían figuras de animales como el caballo, el jabalí, el águila o la loba. Mediante estos símbolos se conseguía crear un sentimiento de grupo y reunir a los soldados en pleno combate, de la misma forma que hoy las naciones se agrupan en torno a las banderas nacionales.
Banderas en las batallas
El objetivo de estas primeras banderas, que eran portadas por un hombre en las batallas y tenían, efectivamente, un carácter militar y ceremonial (pues decían a los demás quién es quién), era doble: marcar la posición del general en el fragor de loa contienda y señalizar los movimientos a sus tropas, razón por la cual recibe el nombra de «enseña». «A los romanos, originariamente se les ocurrió coger un manojo de hierbas y atarlo con una cuerda a una lanza. La palabra manojo, de hecho, viene de “manípulo”, que era la unidad de la legión romana, que equivale a una compañía de soldados de hoy en día», cuenta el vexilólogo del Instituto de Historia y Cultura Militar.
Los fenicios suprimieron el marco de madera en el que se situaba la tela
Así fueron entendidas las banderas hasta el siglo XII, cuando comenzaron a servir como una forma de identificar a los monarcas y sus dominios. Durante los siglos posteriores, tanto las ciudades como los gremios adoptaron sus propias banderas. Y desde entonces se introdujeron allá donde se necesitaba fomentar el sentimiento de grupo y unidad, provocando las emociones más fuertes de sus integrantes y el odio más corrosivo de sus rivales. «La bandera es la encarnación, no del sentimiento, sino de la historia», dijo el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, a principios del siglo XX.
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