Cuatro mujeres y un trágico destino
Montserrat González y su hija, Triana, detenidas como autoras del asesinato de Isabel Carrasco.
LUISMI GUERRA
17.28 horas. No era la 'hora H', porque no sabían a qué hora la presidenta de la Diputación y del PP de León, Isabel Carrasco, iba a salir de su casa en el Paseo de Condesa de la capital leonesa, para ir camino de la sede del Partido Popular, al otro lado del río Bernesga, en el Paseo de Salamanca. Pero sí el día 'D': lunes, 12 de mayo de 2014. Ése era el día que Montserrat González y Montserrat Triana Martínez, madre e hija, habían señalado en el calendario para ejecutar su macabro plan: acabar con la vida de Isabel Carrasco.
Era cuestión de armarse de paciencia y esperar. Algo les decía que esta vez sí. Que después de más de año y medio planificándolo, estudiando los movimientos de su objetivo, apuntando sus horas de entrada y de salida, los lugares y los caminos escogidos, ese lunes sería el día en el que se quitarían de en medio a la que consideraban causante de todos sus males y los de su familia. Lo habían intentado hasta en cinco ocasiones, pero no habían podido ejecutar su macabro plan, "porque no tuve ocasión", como declaró a la Policía la autora confesa de los disparos.
El momento se acerca. Montserrat González espera pacientemente. Ve salir de su casa a Isabel Carrasco y la sigue. El lugar lo habían elegido bien, la pasarela que une sobre el río Bernesga los paseos de Condesa y Salamanca. Va sola, algo más que habitual en la presidenta de la Diputación y del PP de León, porque ella no tenía miedo. Marcos Martínez, su chófer y su hombre de confianza y ahora muy a pesar suyo su sustituto en la institución provincial, pero sobre todo amigo, el mismo que la había acompañado en su última comida, se habían ofrecido para ir a buscarla. Pero ella le dijo que no, que la esperaran en el partido, que iba para allá. Y sus mandatos no se discutían. Y lo mismo, a su pareja, Jesús, hoy un hombre sin referente, que se marchó en su moto hacia la sede instantes después.
Ya estaba claro. Ese lunes iba a ser el día. Sólo faltaba el momento, la hora: 17.28, "agresión con arma de fuego a una mujer en León", replicaron en el 112. Tres disparos y el tiempo se paró, pero sólo fue un instante. "¿Quién estará tirando petardos?", le dijo Marcos Martínez Barazón a sus acompañantes al otro lado del río. Pero no eran petardos. Y él fue el primero en darse cuenta, porque salió corriendo hacia la pasarela, donde la vio tendida en el suelo y lo supo: está muerta y es Isabel.
Su rapidez de actuación demuestra que no es un hombre cualquiera. Se gira nada más oír los tres disparos. Él no duda. No piensa que sean petardos. Sabe bien cómo suena un tiro. Es policía, retirado, pero policía y actúa como tal. Mira a la mujer, la misma con el pañuelo azul y grandes gafas de sol oscuras con la que acababa de cruzarse y que no había reparado en ella, pero ahora no se le despintaba. Cogió el móvil, llamó al 112, dio el aviso y acto seguido, siguió a la asesina sin ser visto. Dejó atrás el cadáver y la escena del crimen. Sabía que su lugar estaba tras la autora.
Y ahí también demostró que no era un ciudadano cualquiera. Con el teléfono en la mano caminaba detrás indicando en todo momento a la Policía los movimientos de la autora de los disparos. Y cuando ésta se cruzó con su hija y le dio el bolso-bandolera, en el que después se supo iba el arma del crimen, y cada una fue por su lado, de nuevo salió el olfato de policía que nunca se retira. Su objetivo seguía siendo el mismo: la asesina.
Lucas de Tuy, Gran Vía de San Marcos y Roa de la Vega, donde había un Mercedes SLK aparcado al lado de la sede de los sindicatos, en el que su objetivo se metió en el asiento del copiloto. Su hija, pese a las primeras informaciones, no había llegado, pero eso a este policía jubilado le daba igual. La tenía y no dudó. "Ha sido ésa, ha sido ésa", dijo a los policías que gracias a sus indicaciones habían llegado casi al mismo tiempo. La detuvieron y, mientras registraban el coche, apareció la hija y, también, gracias a ese profesional que nunca se jubila, fue cazada.
Eran las seis de la tarde y sólo había pasado media hora del asesinato y ya estaban detenidas. Montserrat González y Montserrat Triana Martínez, dos mujeres, dos mentes asesinas, "dos psicópatas", como las definieron en la investigación, con frialdad sanguinaria. Todo parecía resuelto, pero el arma no aparecía. Estará en el río. El Bernesga se dragó y nada se encontró.
Y, de pronto, inesperadamente, apareció la tercera implicada de una trama que tenía como único objetivo hacer desaparecer a Isabel Carrasco. Se trata de Raquel Gago, policía local, que sabía del asesinato desde el primer momento, y que tardó 30 horas en aparecer con el arma, que desde la tarde del crimen estaba en el maletero de su coche, donde la había metido su íntima amiga Triana.
Llegó a la comisaría de Policía de la calle Villabenavente en torno a las 22.20 horas y dijo que se había encontrado de casualidad la tarde del lunes con Triana Martínez y que ésta le había pedido meter una cosa en el coche. Ya el martes, según ella, descubrió cuál era "esa cosa" al ir a meter la bicicleta en el maletero de su Volkswagen Golf: un bolso-bandolera que albergaba un revólver del calibre 22, el arma que Montserrat Martínez había utilizado para descerrajar tres tiros a Isabel Carrasco y que después había dado a su hija.
Y es aquí donde entra en escena la quinta mujer: Sonia Álvarez, la magistrada del Juzgado de Instrucción número 4 de León, que sustituye a su titular, María Teresa de la Peña. A ella le corresponde, porque está de guardia ese lunes, el caso de asesinato de mayor repercusión de la historia de León. Y su primera decisión importante siembra no pocas dudas en los miembros de la investigación: decide dejar en libertad a la policía local que entregó el arma, tras ver su declaración. Raquel Gago se había presentado ante la Policía acompañada por un policía nacional y novio de su hermana y mantuvo, en todo momento, lo fortuito de su encuentro con Triana el lunes, después del crimen.
Treinta horas habían pasado desde entonces y nada había dicho. Incluso estuvo de servicio el día de la capilla ardiente y del funeral de Carrasco, entre la calle Ancha y Santo Domingo, a escasos metros del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Algunos de sus compañeros aseguran que la vieron especialmente inquieta, nerviosa. Y no era para menos. Sabía lo que había pasado y que ella había visto a su íntima amiga inmediatamente después del crimen y se lo había callado. Después, se supo que ese nerviosismo era por algo más. Un controlador de la ORA estaba con la agente municipal cuando llegó Triana y lo oyó todo y vio cómo Raquel Gago abría el coche con su mando. Ya después, cuando vio que Triana no llegaba, la policía local le dijo: "¿Pero, dónde estará ésta?".
Sospechas de filtración desde la comisaría a la Policía Local, que se están investigando; llamadas de teléfono entre ambas segundos después del crimen y las diferentes llamadas a compañeros interesándose por la investigación echaron por tierra su 'coartada-estrategia' y dieron con Raquel Gago en prisión, con su amiga Triana Martínez y su madre. Las tres líneas del triángulo de mujeres están en la cárcel y por los mismos delitos, tres: homicidio, atentado contra la autoridad y tenencia ilícita de armas.
Casi a la vez que su trabajo en la Diputación, donde entró como ingeniero en Telecomunicaciones en 2004. Un puesto en el que estuvo hasta 2011, cuando la institución saca la plaza a concurso-oposición y ella no aprueba, apenas saca un 2,2 en el primer examen. Además, la institución provincial le reclama por vía judicial poco más de 6.000 euros por el complemento específico que Triana Martínez había cobrado de forma irregular.
Ése es el detonante de la espiral de odio y sed de venganza contra Isabel Carrasco de la madre y su hija. Un odio que ambas se retroalimentan cada vez que sus exigencias y presiones a la presidenta, al vicepresidente y a los cargos del PP, como el presidente comarcal de Astorga, Sindo Castro, no consiguen su objetivo: que le devuelvan la plaza a su hija. Montserrat y Triana viven por y para preparar cómo vengarse.
En su casa, además de otra arma y kilo y medio de marihuana lista para vender, encuentran planos, fotos de Carrasco en diferentes lugares, horarios, recortes de prensa y hasta un ejemplar de Interviú abierto por las páginas del reportaje del caso de los kilometrajes de Caja España-Duero. Todos, elementos para seguir incrementando ese odio, que era la madre la que se encargaba de alimentar en los momentos de flaqueza de su hija, cuya dependencia de su progenitora es total.
Y, mientras, la policía local Raquel Gago, íntima amiga de Triana Martínez, se encargaba de la intendencia profesional. Ella las puso en contacto con los bajos fondos, el toxicómano de Asturias que les vendió los dos revólveres, el del crimen y otro del calibre 7.75. La estrategia la tenían clara y objetivo, también.
De todas, la madre y asesina confesa, Montserrat González, era la gran maquinadora y la que llevaba la voz cantante. "La maté yo porque se lo merecía; hizo mucho daño a mi familia". Y, además, "la habría matado hasta 30.000 veces". Punto y final. Todo estaba listo y nada podía fallar. Un triángulo de mujeres que buscaban y al final consiguieron liquidar, quitar de en medio a otra: Isabel Carrasco.
Era cuestión de armarse de paciencia y esperar. Algo les decía que esta vez sí. Que después de más de año y medio planificándolo, estudiando los movimientos de su objetivo, apuntando sus horas de entrada y de salida, los lugares y los caminos escogidos, ese lunes sería el día en el que se quitarían de en medio a la que consideraban causante de todos sus males y los de su familia. Lo habían intentado hasta en cinco ocasiones, pero no habían podido ejecutar su macabro plan, "porque no tuve ocasión", como declaró a la Policía la autora confesa de los disparos.
El momento se acerca. Montserrat González espera pacientemente. Ve salir de su casa a Isabel Carrasco y la sigue. El lugar lo habían elegido bien, la pasarela que une sobre el río Bernesga los paseos de Condesa y Salamanca. Va sola, algo más que habitual en la presidenta de la Diputación y del PP de León, porque ella no tenía miedo. Marcos Martínez, su chófer y su hombre de confianza y ahora muy a pesar suyo su sustituto en la institución provincial, pero sobre todo amigo, el mismo que la había acompañado en su última comida, se habían ofrecido para ir a buscarla. Pero ella le dijo que no, que la esperaran en el partido, que iba para allá. Y sus mandatos no se discutían. Y lo mismo, a su pareja, Jesús, hoy un hombre sin referente, que se marchó en su moto hacia la sede instantes después.
El cuerpo sin vida de Isabel Carrasco, abatida en el puente sobre el río Bernesga. | CARLOS S. CAMPILLO
'Mira, Carrasco'
Su asesina, Montserrat González, ya había emprendido la huida, pero no contaba con que a su lado, instantes antes de pegarle los tres tiros, el primero de gracia en la nuca, un hombre y su esposa se habían cruzado en su camino. "Mira, Carrasco", le dijo el hombre a su mujer cuando se cruzaron en la pasarela con la presidenta.Su rapidez de actuación demuestra que no es un hombre cualquiera. Se gira nada más oír los tres disparos. Él no duda. No piensa que sean petardos. Sabe bien cómo suena un tiro. Es policía, retirado, pero policía y actúa como tal. Mira a la mujer, la misma con el pañuelo azul y grandes gafas de sol oscuras con la que acababa de cruzarse y que no había reparado en ella, pero ahora no se le despintaba. Cogió el móvil, llamó al 112, dio el aviso y acto seguido, siguió a la asesina sin ser visto. Dejó atrás el cadáver y la escena del crimen. Sabía que su lugar estaba tras la autora.
Y ahí también demostró que no era un ciudadano cualquiera. Con el teléfono en la mano caminaba detrás indicando en todo momento a la Policía los movimientos de la autora de los disparos. Y cuando ésta se cruzó con su hija y le dio el bolso-bandolera, en el que después se supo iba el arma del crimen, y cada una fue por su lado, de nuevo salió el olfato de policía que nunca se retira. Su objetivo seguía siendo el mismo: la asesina.
Lucas de Tuy, Gran Vía de San Marcos y Roa de la Vega, donde había un Mercedes SLK aparcado al lado de la sede de los sindicatos, en el que su objetivo se metió en el asiento del copiloto. Su hija, pese a las primeras informaciones, no había llegado, pero eso a este policía jubilado le daba igual. La tenía y no dudó. "Ha sido ésa, ha sido ésa", dijo a los policías que gracias a sus indicaciones habían llegado casi al mismo tiempo. La detuvieron y, mientras registraban el coche, apareció la hija y, también, gracias a ese profesional que nunca se jubila, fue cazada.
Eran las seis de la tarde y sólo había pasado media hora del asesinato y ya estaban detenidas. Montserrat González y Montserrat Triana Martínez, dos mujeres, dos mentes asesinas, "dos psicópatas", como las definieron en la investigación, con frialdad sanguinaria. Todo parecía resuelto, pero el arma no aparecía. Estará en el río. El Bernesga se dragó y nada se encontró.
El tercer lado
Raquel Gago, la policía local detenida. | EL MUNDO
Llegó a la comisaría de Policía de la calle Villabenavente en torno a las 22.20 horas y dijo que se había encontrado de casualidad la tarde del lunes con Triana Martínez y que ésta le había pedido meter una cosa en el coche. Ya el martes, según ella, descubrió cuál era "esa cosa" al ir a meter la bicicleta en el maletero de su Volkswagen Golf: un bolso-bandolera que albergaba un revólver del calibre 22, el arma que Montserrat Martínez había utilizado para descerrajar tres tiros a Isabel Carrasco y que después había dado a su hija.
Y es aquí donde entra en escena la quinta mujer: Sonia Álvarez, la magistrada del Juzgado de Instrucción número 4 de León, que sustituye a su titular, María Teresa de la Peña. A ella le corresponde, porque está de guardia ese lunes, el caso de asesinato de mayor repercusión de la historia de León. Y su primera decisión importante siembra no pocas dudas en los miembros de la investigación: decide dejar en libertad a la policía local que entregó el arma, tras ver su declaración. Raquel Gago se había presentado ante la Policía acompañada por un policía nacional y novio de su hermana y mantuvo, en todo momento, lo fortuito de su encuentro con Triana el lunes, después del crimen.
Treinta horas habían pasado desde entonces y nada había dicho. Incluso estuvo de servicio el día de la capilla ardiente y del funeral de Carrasco, entre la calle Ancha y Santo Domingo, a escasos metros del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Algunos de sus compañeros aseguran que la vieron especialmente inquieta, nerviosa. Y no era para menos. Sabía lo que había pasado y que ella había visto a su íntima amiga inmediatamente después del crimen y se lo había callado. Después, se supo que ese nerviosismo era por algo más. Un controlador de la ORA estaba con la agente municipal cuando llegó Triana y lo oyó todo y vio cómo Raquel Gago abría el coche con su mando. Ya después, cuando vio que Triana no llegaba, la policía local le dijo: "¿Pero, dónde estará ésta?".
Sospechas de filtración desde la comisaría a la Policía Local, que se están investigando; llamadas de teléfono entre ambas segundos después del crimen y las diferentes llamadas a compañeros interesándose por la investigación echaron por tierra su 'coartada-estrategia' y dieron con Raquel Gago en prisión, con su amiga Triana Martínez y su madre. Las tres líneas del triángulo de mujeres están en la cárcel y por los mismos delitos, tres: homicidio, atentado contra la autoridad y tenencia ilícita de armas.
Odio y venganza
Triana Martínez es una joven con aspiraciones políticas. Se presentó por las listas del PP al Ayuntamiento de Astorga en 2007, pero se quedó en puertas, además en dos ocasiones. La segunda, ya a punto de acabar la legislatura, cuando dimitió el número seis de la lista popular y entraba ella. La cercanía de las elecciones -era marzo de 2011 y los comicios se celebraron en mayo- impidió su incorporación. Ahí acabó su carrera política.Casi a la vez que su trabajo en la Diputación, donde entró como ingeniero en Telecomunicaciones en 2004. Un puesto en el que estuvo hasta 2011, cuando la institución saca la plaza a concurso-oposición y ella no aprueba, apenas saca un 2,2 en el primer examen. Además, la institución provincial le reclama por vía judicial poco más de 6.000 euros por el complemento específico que Triana Martínez había cobrado de forma irregular.
El edificio donde vivía Montserrat Triana Martínez. | ALBERTO DI LOLLI
Ése es el detonante de la espiral de odio y sed de venganza contra Isabel Carrasco de la madre y su hija. Un odio que ambas se retroalimentan cada vez que sus exigencias y presiones a la presidenta, al vicepresidente y a los cargos del PP, como el presidente comarcal de Astorga, Sindo Castro, no consiguen su objetivo: que le devuelvan la plaza a su hija. Montserrat y Triana viven por y para preparar cómo vengarse.
En su casa, además de otra arma y kilo y medio de marihuana lista para vender, encuentran planos, fotos de Carrasco en diferentes lugares, horarios, recortes de prensa y hasta un ejemplar de Interviú abierto por las páginas del reportaje del caso de los kilometrajes de Caja España-Duero. Todos, elementos para seguir incrementando ese odio, que era la madre la que se encargaba de alimentar en los momentos de flaqueza de su hija, cuya dependencia de su progenitora es total.
Y, mientras, la policía local Raquel Gago, íntima amiga de Triana Martínez, se encargaba de la intendencia profesional. Ella las puso en contacto con los bajos fondos, el toxicómano de Asturias que les vendió los dos revólveres, el del crimen y otro del calibre 7.75. La estrategia la tenían clara y objetivo, también.
De todas, la madre y asesina confesa, Montserrat González, era la gran maquinadora y la que llevaba la voz cantante. "La maté yo porque se lo merecía; hizo mucho daño a mi familia". Y, además, "la habría matado hasta 30.000 veces". Punto y final. Todo estaba listo y nada podía fallar. Un triángulo de mujeres que buscaban y al final consiguieron liquidar, quitar de en medio a otra: Isabel Carrasco.
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