La Historia de José Chamizo: Un superviviente del Desastre de Annual
Esta es la historia del soldado José Chamizo, uno de tantos que corriendo por los campos y pasando penurias sin perder de vista el ferrocarril consiguió llegar a Melilla y ponerse a salvo.
Era de la 6 compañía del 2 batallón del Regimiento de San Fernando, acampado no lejos de Annual, junto a la policía indígena. Nos adjudicaron la protección de una cabila, de una tribu. Se dejaba con ella a un destacamento. Yo, que iba con los cazadores de línea, presentí algo cuando apareció el jefe de la cabila que nos correspondía a parlamentar con nuestros jefes. Dejaron de sacrificar toros y terneros en señal de sumisión. Los disparos fueron en aumento, lo mismo que las alarmas.
Batían a nuestros convoyes de aprovisionamiento y con la subida de la tensión crecía el número de bajas. Se lo dije a mi amigo el de Cabanillas, Julián Camino: “Aquí pasa algo o va a pasar algo gordo. Yo creo que los moros vienen a por nosotros. Puede arder Troya Julián. Veo a los moros y a nuestros jefes muy excitados. Según la extensión de la cabila se quedaba a su cuidado un destacamento o una compañía. A nosotros nos tocó la cabila de Ichtiuen. Al principio teníamos de todo. Después, atacados los convoyes por los rebeldes, empezó a faltar de todo.
El día del ataque el heliógrafo no dejaba de funcionar. Eran SOS. De la noche a la mañana los de la cabila desaparecieron. Así sobrevino la catástrofe. Cuando volvieron estaban armados hasta los dientes. Venían a por nosotros en tropel. Cientos y cientos de chilabas terrosas contra nosotros, los caquis. Quedamos deshechos.
No se pude describir lo que pasó allí porque fue una pura confusión de gente que huía y atacaba, de bestias y hombres entrelazados hacia la muerte, de descargas por todos lados, de culatazos y bayonetazos, de soldados y moros, de relinchos, de aullidos de los malheridos, de blasfemias, e imprecaciones, gritos de angustia, ráfagas de ametralladora, explosiones de granadas, de tiros de cañón. Vi a uno de los nuestros que ajeno a todo orinaba sobre un cañón, como se hacía para refrigerarlo, con la sonrisa en los labios, una sonrisa de loco.
Fue tal el desorden que compañeros míos llenos de miedo se quedaban paralizados en la huída, que se tapaban los oídos con las manos, que arrojaban el fusil al suelo. Yo no quería pensar, tan solo quería correr. No dejo mi fusil – me dije- para que estos moros me rematen con él. Yo no tenía educación política, pero después de ver aquello me hice de izquierdas. No había derecho a lo que hicieron con nosotros. Tirabas de la guerrera de un muerto para arrojarlo en la fosa y se desprendía la piel.
El capitán Llorens me despidió a toda prisa. Escapa, corre hacia la vía del ferrocarril. Fue el sálvese quien pueda. Todo ardía a nuestro alrededor. Retrocedimos como pudimos, nos abrimos paso a tiros. Yo tuve mucha suerte. Guardaba para mí una bala, la última.
Corría a campo traviesa. Ahí es donde los hombres ya no tuvieron donde caerse muertos. Según salían del puesto, los mataban a placer. Si me quitan el fusil me escabechan, pensé. Solo pensaba en eso y en perder de vista a los moros. En la huida, al menos en su primera parte, el capitán que tiraba muy bien nos protegió, cubriéndonos. Vadeamos el río mientras disparaban a diestro y siniestro. Ahora los moros ya no necesitaban dar saltos de rana para aparecer y desaparecer a nuestros ojos. Estaban al descubierto.
Recuerdo aún los gritos de algunos oficiales nuestros tratando de poner orden en el guirigay y voces de “viva España agrupaos”, confundidas con los ayes y los ay madres. Traspusimos un vallejo de olivos. Nos tiraban por todos lados. Yo pensaba en morir lo más cerca de mi madre, metro que avance estaré más cerca de mi madre. El capitán me había dicho “no pierdas la línea del ferrocarril hasta Melilla”.
Durante el día me escondía entre los matojos de adelfas, entre acebuches, en alguna rugosidad del terreno, tumbado, quieto acurrucado, inmóvil como si estuviera muerto. Al anochecer me ponía en marcha teniendo como referencia el ferrocarril de Melilla. Iba con un gallego y un malagueño. De vez en cuando se incorporaba gente huida que llegaba hasta nosotros con pésimas noticias: en Annual habían caído todos. De pronto desaparecía uno o aparecía otro. Les dije a mis compañeros: Si nos ven estamos perdidos. Los raíles nos llevaron hasta Melilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario