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miércoles, 11 de septiembre de 2013

LOS GITANOS EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Gitanos, los «actores invisibles» de la Guerra Civil

Día 10/09/2013 - 14.06h

Solo unos pocos estudios recientes se han ocupado de averiguar cómo vivió, sufrió y luchó el pueblo cíngaro entre 1936 y 1939, donde más allá del pintor anarquista Helios Gómez o el beato «El Pele», es difícil encontrar a algún protagonista


El pintor anarquista Helios Gómez, el beato Ceferino Jiménez Malla «El Pelé», un tal «Oselito» Palma León… y ya. Si quisiéramos contar los gitanos que, por unas razones u otras, alcanzaron cierta notoriedad durante la Guerra Civil, acabaríamos muy pronto. Casi nada sabemos de este pueblo errante al que la prensa de la época calificaba de «andariego», «indocumentado», «de alegre discurrir» y cuyos hijos «nacían en los caminos». Tan solo un par de estudios recientes se han ocupado de averiguar cómo vivieron, sufrieron y lucharon los gitanos en aquella España que se desangraba.

Gitanos, los «actores invisibles» de la Guerra Civil
ABC
«El Pele», en una imagen de 1920

«Cuando consulté la bibliografía para enterarme de lo que se había hecho sobre este tema, me di cuenta de que no había absolutamente nada. Era tan original que me costó hacerlo», explica a ABC Eusebio González Padilla, autor de «El pueblo gitano en la Guerra Civil y la Posguerra en Andalucía Oriental» (ROMI, 2009).

Su participación en los conflictos bélicos de siglos pasados tampoco es muy conocida, aunque en el caso de la Guerra Civil resulta aún más sorprendente, ya que se trata de un conflicto relativamente reciente sobre el que se han publicado una cantidad ingente de libros, tesis, novelas, artículos o películas sobre los aspectos más diversos.


Una de las principales razones, según coinciden los escasos investigadores que se han ocupado de este tema, es que los gitanos vivieron la guerra como un conflicto en el que no quisieron verse involucrados. Eran fieles a su estilo de vida nómada y sobrevivían del comercio al margen de ese gran marasmo de ideologías que convivían en España, proyectadas en numerosos partidos políticos, sindicatos y organizaciones.

«Le cambiábamos la banderilla al burro»


La antropóloga Teresa San Román –que ha estudiado en los últimos 30 años la situación de distintas comunidades gitanas– constata en «La diferencia inquietante» (Siglo XXI, 1997) esta misma tesis, reflejada a través del testimonio de un anciano gitano sobre su experiencia en la Guerra Civil: «Si ganaban los que “aluego” ganaron –contaba– nos iban a hinchar a palos y nos iban a tirar (echar) de todas partes. Y si quedaban los otros, nos iban a matar trabajando en cualquier mina de por ahí y hasta que nos quitarían a nuestros hijos, decían. Ni unos ni otros respetaban nuestras cosas, ni siquiera a nuestros muertos. Así es que el tío X y yo, que íbamos juntos, le cambiábamos la banderilla al burro según pasábamos por aquí o por allí».

Para Padilla, también investigador del grupo «Historia del Tiempo Presente» de la Universidad de Almería y responsable del Archivo Militar de Almería y Granada, esto no quiere decir que no existieran gitanos que lucharan en el bando franquista o el republicano. Como al resto de españoles, esto, por lo general, no se escogía, por lo que muchos se emplearon como artilleros y llegaron a ser cabos o sargentos, hasta el punto de que podemos encontrar a unos cuantos condecorados tanto en un bando como en otro.

Helios Gómez, el «artista revolucionario»


Helios Gómez fue quizá la figura más representativa de los gitanos durante la Guerra Civil. Este pintor, cartelista y poeta comprometido con el anarcosindicalismo andaluz trabajó para infinidad de periódicos y recorrió Europa en la década de los 30 enarbolando su raza. «El sino de este gran artista, gitano y revolucionario, le manda siempre estar donde el pueblo viva horas dramáticas», decía de él el diario «Crónica», el 15 de octubre de 1936.
Gitanos, los «actores invisibles» de la Guerra Civil
CRONICA
Retrato de Helios Gómez publicado en octubre de 1936

Se afilió al Partido Comunista poco antes de comenzar la guerra y llegó a ser un miembro importante del partido, como comisario político de la central de UGT. Luchó en los frentes de Guadarrama, Madrid y Andalucía, obteniendo gran notoriedad, hasta que, durante la batalla de El Carpio, mató a un capitán de su propio ejército por una disputa ideológica y tuvo que regresar al bando anarquista como miliciano de la 26 División, la antigua Durruti, con la que pasó a Francia en 1939.

En el otro extremo de esta contienda fratricida esta Ceferino Jiménez Malla «El Pelé», el único gitano beatificado en la historia de la Iglesia, por Juan Pablo II. No era un soldado, pero su historia le ha hecho convertirse en un auténtico icono para el pueblo gitano. Se trataba de un simple comerciante de mulas marcado profundamente por la religión católica, que murió fusilado en Barbastro (Huesca) por un grupo de milicianos después de interceder por un sacerdote del municipio que había sido detenido, pocos días después de comenzar la guerra. Al parecer, los milicianos ofrecieron a «El Pele» el indulto a cambio de renegar de su fe católica, pero él se negó. La madrugada del 8 de agosto de 1936 fue ejecutado junto a la tapia del cementerio.

«Añadiendo sufrimiento al sufrimiento»


Pero estas son excepciones. La mayoría de los gitanos eran, efectivamente, apolíticos y querían andar por la guerra sin intervenir en ella, aunque la padecieran más si cabe por el plus del rechazo racial. «En la mayor parte de las ocasiones, hemos soportado los temporales con el agravante del racismo, añadiendo sufrimiento al sufrimiento», explica Dolores Fernández, presidenta de la Asociación de Mujeres Gitanas ROMI y autora, junto a Padilla, de «El Pueblo Gitano en la Guerra Civil y la Posguerra» y «Mujeres gitanas en la guerra civil y la posguerra», para quien los gitanos fueron los «actores invisibles» de esta guerra.

«Fueron los actores olvidados, y además olvidados después de la guerra -comenta Padilla-, porque todo el mundo se integró entre los perdedores o los ganadores. Pero ellos siguieron siendo nómadas y quedaron diezmados por guerra, y en muchos casos eran incluso desalojados de las cuevas en las que vivían, asociados como estaban a la delincuencia».

Según explica el archivero e investigador, sufrieron especialmente por las leyes contra la guerrilla, porque en su vida de comerciantes «dedicados al estraperlo, viviendo en los caminos y vendiendo artículos de un lado a otro, eran continuamente tiroteados bajo la sospecha de que iban a abastecer a la guerrilla».

Pero los gitanos fueron repudiados no solo por el bando franquista, sino también por los miembros más radicales de la izquierda española, algunos de cuyos militantes más veteranos y respetados «propusieron expulsarlos, porque eran muy jóvenes y muy de familia», según este caso de la «Colectividad Campesina Adelante» de Lérida, recogido en la obra de Dolores Fernández.

«Enemigos de los papeles oficiales»


Esta aparente invisivilidad histórica se deba también a que los gitanos eran, como les calificaba ya el «Mundo Gráfico» en octubre del 36, «enemigos de los papeles oficiales». No inscribían a sus hijos en los registros o les ponían nombres de mujer para que no tuviesen que hacer el servicio militar. «Por eso hay tantos gitanos que se llaman Trinidad o Consuelo», cuenta Padilla.

En esta invisibilidad voluntaria, el pueblo gitano se caracterizaba por su alto sentimiento apátrida, «superior al de la mayoría de los anarquistas», su rechazo a la política impuesta por los estados y a su fuerte sentido de la comunidad solidaria, «mayor que el de muchos comunistas», explica el historiador David Martín, quien no se olvida tampoco de la enorme fe católica, superior incluso a la que hacía gala el bando franquista.

Más allá de estas características singulares, Padilla cree que si los gitanos tenían que identificarse con alguien, lo hacían con el bando de la izquierda, aunque está convencido de que «un porcentaje muy alto de ellos no sabía realmente lo que era la República».

En Cataluña, por ejemplo, encontramos algunos casos de gitanos participando en la revolución anarquista, colaborando en distintas colectividades o alistados en sindicatos como la CNT. «Pero es una situación coyuntural, ya que en la región catalana el anarquismo fue muy fuerte y los gitanos, como muchos campesinos, fueron arrastrados por el movimiento de forma masiva», asegura Dolores Fernández.

Partidos políticos, sindicatos y organizaciones; izquierdas y derechas; republicanos o franquistas... nada de esto parecía encajar en su mundo singular, dedicado a recorrer los caminos y sobrevivir del comercio. Aquella era para la mayoría de ellos, sin más, una guerra «de payos»: «Vi como fusilaban a tres, y también vi a toda la gente del barrio reunirse y celebrarlo como si fuera una fiesta o una corrida de toros. Entonces, maldije mil veces, porque otras me preguntaba: ¿Por qué mi madre me parió gitano?, ¿por qué no haber nacido yo como un payo más, con sus casas y sus cosas adecuadas? (…). Pero después de lo que acababa de ver, dije: ¡bendita sea mi madre que me parió gitano! Porque entre nosotros esto no existe. Ayer se saludaban, ayer se abrazaban, y ahora se odian y se matan. ¿Por qué hay tanta zana entre el mundo payo?», contaba un superviviente gitano en el documental «Yo me acuerdo… gitanos aragoneses en la guerra civil» (productora Nanuk P.A.).

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