Los falangistas que quisieron matar a Franco
Día 23/07/2013 - 17.47h
Al acabar la Guerra Civil, los fundadores de la Falange «Auténtica» en la clandestinidad planearon el magnicidio para acabar con la dictadura. La fecha prevista: el 1 de abril de 1941
Una vez terminada la Guerra Civil, no fueron pocas las organizaciones que se plantearon la posibilidad de asesinar a Franco como solución para poner fin a la dictadura. Desde los anarquistas a los republicanos, pasando por los soviéticos. Pero entre todos ellos destacan unos, los falangistas, que habían combatido con entusiasmo junto al Generalísimo y creían que gran parte de la esencia del nuevo régimen se debía a ellos. Pero no era oro todo lo que relucía en esta relación fraternal.
El 14 de abril de 1937, en plena guerra, Franco había publicado el Decreto de Unificación de las fuerzas políticas. El objetivo era integrar a las diferentes ideologías y facciones que apoyaron la sublevación en un sistema de partido único, convirtiendo en ilegales al resto de formaciones. Esto llevó a un grupo de falangistas descontentos, la mayoría militares que sentían traicionados sus ideales nacionalsindicalistas, a formar una Falange «Auténtica» en la clandestinidad.
Se consideraban portadores del verdadero mensaje de José Antonio Primo de Rivera, fundador del partido original en 1933, y seguidores a la vez de Manuel Hedilla Larrey, el antiguo jefe nacional de la formación que se había opuesto al Decreto y acabó siendo condenado a muerte bajo la acusación de conspirar contra Franco. Estos seguidores de la corriente hedillista, opuestos a la dictadura y a la Falange oficialista, fueron conocidos como los «falangistas auténticos».
«Chulos de algarada»
Por su parte, en la intimidad, Franco era de la opinión de que los falangistas seguían comportándose como niñatos a los que les gustaban las peleas y las bravuconadas, según contaba Vicente Gil, médico personal del Caudillo durante cuarenta años: «Vicente, los falangistas, en definitiva, sois unos chulos de algarada», le decía. El Caudillo pensaba que todas las «algaradas» y protestas que venían protagonizando un pequeño núcleo duro de falangistas por la implantación de la dictadura en 1939 no harían más que deteriorar aún más el prestigio de España en el exterior.
En diciembre de 1939, usando el domicilio del general Emilio Rodríguez Tarduchy como lugar de reunión, este núcleo duro decide constituir una Junta Política que coordine sus acciones desde la clandestinidad y contra el régimen. Junto a Tarduchy, que fue su primer presidente, se encontraron en la casa figuras como el periodista Patricio González de Canales, Daniel Buhigas, Ricardo Sanz, Ventura López Coterilla, Luis de Caralt, José Antonio Pérez de Cabo, Gregorio Ortega Gil o Ramón Cazañas, este último nombrado años antes jefe de Melilla de la Falange por el mismo Primo de Rivera.
Entre las acciones propuestas por estos falangistas –muchos de los cuales acabaron encarcelados o fusilados por el régimen–, las primeras que se plantearon fueron el asesinato de Serrano Suñer, impulsor de aquel «fastidioso» decreto como ministro de Gobernación, y el del mismísimo Franco.
Bomba o pistola
Para matar al nuevo jefe de Estado, según cuenta José Luis Hernández Gavi en «Episodios ocultos del franquismo», se eligió la fecha del 1 de abril de 1941, durante la celebración del Día de la Victoria sobre la República. Un atentado que hubiera tenido unas consecuencias tan importantes como imprevisibles para la historia de España, más allá de la evidente espectacularidad y el simbolismo del día escogido.
Lo primero que se planteó fue hacer estallar una bomba en la tribuna presidida por el Caudillo, aunque pronto la desestimaron por considerarlo un método indiscriminado más propio de los anarquistas que de los falangistas. Entonces, se optó por la posibilidad de disparar directamente contra él, manteniendo la misma fecha, pero cambiando el lugar donde se cometería el magnicidio. La nueva ubicación sería el Teatro Español de Madrid, donde el dictador acudiría esa misma noche para ver una función.
La Junta de la Falange se
reunió una semana antes para ultimar los detalles del atentado y votar sobre la conveniencia o no de llevarlo a cabo. Todo estaba avanzado, pero, en el último momento, la mayoría de los miembros de la Junta manifestaron sus dudas, llegando a la conclusión de que tanto el asesinato de Franco como el de Serrano Suñer causarían el efecto contrario al que buscaban. Esto es, en vez de acabar con la dictadura, se produciría una dura represión dirigida contra ellos de la que ya habían tenido muestras.
En 1937, por ejemplo, ya había sido ejecutado Mariano Durruti, falangista convencido y hermano de Buenventura, el histórico líder anarquista. En 1942, tras un largo juicio, condenarían a muerte a Juan Domínguez, inspector nacional del SEU, la organización sindical estudiantil fundada por la Falange, condecorado por el mismo Hitler, y Juan Pérez de Cabo, uno de los miembros de aquella junta fundadora, autor del libro prologado por Primo de Rivera, «Arriba España», por buscar financiación para la Falange. Ejemplos de la persecución que vivieron algunos miembros de esta facción clandestina de la Falange al principio de la dictadura, al margen de la oficial.
Cuatro votos a favor y una abstención
El resultado de aquella votación fue concluyente: cuatro votos en contra de asesinar a Franco y una abstención. Ni uno solo de los miembros de la Junta votó a favor de los atentados.
Ni uno solo de los miembros de la Junta estaba a favor de los atentados
Muchos historiadores han puesto en duda el grado de implicación de los falangistas en estas conspiraciones para asesinar a Franco, a pesar de que, sin duda, muchos de ellos le odiaban tras la guerra. Algunos apuntan a la posibilidad de que todos estos planes solo fueran conspiraciones que alimentaban las mentes de los más exaltados, sin llegar al grado de tentativa. Otros testimonios aseguran que Patricio González de Canales, otro de los miembros de aquella junta fundadora de la Falange «auténtica», detenido en 1942, proyectó otro atentado contra Franco que tampoco pudo llevarse a la práctica.
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