Irán refuerza sus defensas antiaéreas para proteger sus sitios nucleares
Inspectores del OIEA llegan a Teherán para investigar el programa nuclear
Irán inició este lunes unas maniobras militares destinadas proteger sus instalaciones nucleares. Aunque anunciadas en medio de las amenazas de un eventual ataque israelí, la coincidencia de éstas con la llegada de los inspectores de la ONU refuerza la imagen de que el régimen iraní utiliza un doble lenguaje con la comunidad internacional. También transmiten la sensación de que la República Islámica se está preparando para lo peor. De momento, ni las sanciones paralizantes de la economía ni el riesgo de un bombardeo han conseguido que los dirigentes iraníes cambien su discurso de desafío, aunque algunos observadores ven en el creciente nerviosismo de sus reacciones un signo de que la presión empieza a hacer mella.
Durante cuatro días, la fuerza aérea iraní va a probar sus sistemas de radar, misiles y aéreos en el marco de las maniobras bautizadas Venganza de Dios. El objetivo declarado es “reforzar la defensa anti aérea de los lugares sensibles y en particular nucleares”, según la agencia oficial Irna, que cita un comunicado militar. Además, los ejercicios van a servir para mejorar la coordinación entre las fuerzas que dependen de la Guardia Revolucionaria, un ejército paralelo considerado la guardia pretoriana del régimen y que controla los misiles, y las que dependen del Ejército convencional.
Mientras tanto, cinco inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) llegaron de madrugada a Teherán, con el objetivo de completar la investigación que iniciaron a finales de enero. Entonces no pudieron entrevistar a algunos de los científicos nucleares que solicitaron para tratar de aclarar si el programa iraní es una mera fachada para desarrollar armas atómicas, tal como sospechan Israel, EEUU y sus aliados. El clima de tensión ante las continuas trabas iraníes y el consiguiente aumento de sanciones internacionales, han rodeado esta visita, que en principio tendría que ser de rutina, de un aura de última oportunidad.
“Esperamos resultados concretos de este viaje”, declaró el jefe del equipo de inspectores, Herman Nackaerts, a su salida de Viena, citado por Reuters. Nackaerts también dijo que su “mayor prioridad” durante los dos días que van a estar en Irán es aclarar “el posible alcance militar” del programa.
Según la radio iraní, la delegación ha pedido visitar la base militar de Parchin, al noreste de Teherán. Allí se sospecha que existe una instalación subterránea secreta en la que se habrían hecho pruebas con explosivos de alta intensidad para cabezas nucleares, algo que las autoridades iraníes niegan rotundamente. Los inspectores del OIEA visitaron el lugar en 2005, pero sólo obtuvieron acceso a una de las cuatro zonas que les interesaban.
Tampoco parece que ahora vayan a tener mucho más éxito. El ministro iraní de Exteriores, Ali Akbar Salehí, negó a la agencia de noticias Isna la posibilidad de visitas. “No. Su trabajo acaba de empezar”, respondió a la pregunta de uno de sus periodistas.
Las evaluaciones que hacen los inspectores sirven para elaborar el informe trimestral del OIEA. El último, el pasado noviembre, afirmaba que el organismo disponía de información que sugería que Irán había realizado pruebas “vinculadas al desarrollo de un detonador nuclear”. Esa información decidió a EE UU y la UE a extender sus sanciones financieras contra Irán a su Banco Central y las exportaciones de petróleo.
Desde entonces la tensión no ha hecho sino aumentar. El petróleo es la principal fuente de divisas de Irán y ante el creciente aislamiento de su economía se había convertido en su último soporte vital. Mientras fluya el petróleo, el régimen puede salir adelante. Pero si a las dificultades para cobrar su venta se suma el embargo anunciado por la UE y al que EE UU trata de que se unan lndia y China, tiemblan los pilares. De ahí, las airadas respuestas iraníes amenazando con cerrar el estrecho de Ormuz primero, y con cortar el suministro a los europeos sin esperar a que ellos dejen de comprar, después. El suelo empieza a moverse bajo sus pies.
Algunos observadores interpretan que ha sido su efecto lo que ha llevado a Irán a aceptar la invitación para reanudar las conversaciones nucleares. A diferencia de las inspecciones, que se ocupan del pasado del programa, las reuniones entre los iraníes y las seis grandes potencias buscan una salida de cara al futuro. Básicamente, ofrecer garantías a Irán de que tendrá suficiente combustible nuclear para las centrales que quiere construir, a cambio de que renuncie al enriquecimiento de uranio que también sirve para fabricar bombas atómicas. Pero los recientes anuncios de nuevos avances en su programa no van en esa dirección, lo que ha hecho recibir con cautela su disposición al diálogo.
“Ni las sanciones ni las amenazas militares de los sionistas van a hacernos renunciar a nuestros derechos legítimos”, declaró el presidente Mahmud Ahmadineyad el pasado día 11, en el 33º aniversario de la República Islámica. No hay que desestimar sus palabras como mera bravuconería. Algunos analistas están convencidos de que nada como un ataque extranjero, y sobre todo israelí, serviría para sacar al régimen de la profunda crisis de legitimidad que atraviesa.
Y los israelíes le hacen el juego a Ahmadineyad como nadie. Desde hace meses han filtrado con estudiada precisión sus supuestos planes de ataque de las instalaciones nucleares iraníes dando justificaciones a los duros del régimen. Esa espiral de amenazas y contraamenazas está adquiriendo una deriva peligrosa, como se ha visto con los fallidos atentados anti israelíes en Tailandia, India y Georgia. Cualquier chispa puede provocar el fuego.
No parece casualidad que las maniobras iraníes se estén desarrollando en “la mitad sur del país”, por donde se especula que se iniciaría un eventual ataque. Es además, una zona que bordea el golfo Pérsico, donde a finales del año pasado, las fuerzas navales iraníes ya desarrollaron unas ruidosas maniobras, mientras algunos portavoces del régimen alardeaban de su capacidad para cerrar Ormuz, por donde sale el grueso del petróleo de la región.
Fuente Diario "EL PAÍS"
Durante cuatro días, la fuerza aérea iraní va a probar sus sistemas de radar, misiles y aéreos en el marco de las maniobras bautizadas Venganza de Dios. El objetivo declarado es “reforzar la defensa anti aérea de los lugares sensibles y en particular nucleares”, según la agencia oficial Irna, que cita un comunicado militar. Además, los ejercicios van a servir para mejorar la coordinación entre las fuerzas que dependen de la Guardia Revolucionaria, un ejército paralelo considerado la guardia pretoriana del régimen y que controla los misiles, y las que dependen del Ejército convencional.
Mientras tanto, cinco inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) llegaron de madrugada a Teherán, con el objetivo de completar la investigación que iniciaron a finales de enero. Entonces no pudieron entrevistar a algunos de los científicos nucleares que solicitaron para tratar de aclarar si el programa iraní es una mera fachada para desarrollar armas atómicas, tal como sospechan Israel, EEUU y sus aliados. El clima de tensión ante las continuas trabas iraníes y el consiguiente aumento de sanciones internacionales, han rodeado esta visita, que en principio tendría que ser de rutina, de un aura de última oportunidad.
“Esperamos resultados concretos de este viaje”, declaró el jefe del equipo de inspectores, Herman Nackaerts, a su salida de Viena, citado por Reuters. Nackaerts también dijo que su “mayor prioridad” durante los dos días que van a estar en Irán es aclarar “el posible alcance militar” del programa.
Según la radio iraní, la delegación ha pedido visitar la base militar de Parchin, al noreste de Teherán. Allí se sospecha que existe una instalación subterránea secreta en la que se habrían hecho pruebas con explosivos de alta intensidad para cabezas nucleares, algo que las autoridades iraníes niegan rotundamente. Los inspectores del OIEA visitaron el lugar en 2005, pero sólo obtuvieron acceso a una de las cuatro zonas que les interesaban.
Tampoco parece que ahora vayan a tener mucho más éxito. El ministro iraní de Exteriores, Ali Akbar Salehí, negó a la agencia de noticias Isna la posibilidad de visitas. “No. Su trabajo acaba de empezar”, respondió a la pregunta de uno de sus periodistas.
Las evaluaciones que hacen los inspectores sirven para elaborar el informe trimestral del OIEA. El último, el pasado noviembre, afirmaba que el organismo disponía de información que sugería que Irán había realizado pruebas “vinculadas al desarrollo de un detonador nuclear”. Esa información decidió a EE UU y la UE a extender sus sanciones financieras contra Irán a su Banco Central y las exportaciones de petróleo.
Desde entonces la tensión no ha hecho sino aumentar. El petróleo es la principal fuente de divisas de Irán y ante el creciente aislamiento de su economía se había convertido en su último soporte vital. Mientras fluya el petróleo, el régimen puede salir adelante. Pero si a las dificultades para cobrar su venta se suma el embargo anunciado por la UE y al que EE UU trata de que se unan lndia y China, tiemblan los pilares. De ahí, las airadas respuestas iraníes amenazando con cerrar el estrecho de Ormuz primero, y con cortar el suministro a los europeos sin esperar a que ellos dejen de comprar, después. El suelo empieza a moverse bajo sus pies.
Algunos observadores interpretan que ha sido su efecto lo que ha llevado a Irán a aceptar la invitación para reanudar las conversaciones nucleares. A diferencia de las inspecciones, que se ocupan del pasado del programa, las reuniones entre los iraníes y las seis grandes potencias buscan una salida de cara al futuro. Básicamente, ofrecer garantías a Irán de que tendrá suficiente combustible nuclear para las centrales que quiere construir, a cambio de que renuncie al enriquecimiento de uranio que también sirve para fabricar bombas atómicas. Pero los recientes anuncios de nuevos avances en su programa no van en esa dirección, lo que ha hecho recibir con cautela su disposición al diálogo.
“Ni las sanciones ni las amenazas militares de los sionistas van a hacernos renunciar a nuestros derechos legítimos”, declaró el presidente Mahmud Ahmadineyad el pasado día 11, en el 33º aniversario de la República Islámica. No hay que desestimar sus palabras como mera bravuconería. Algunos analistas están convencidos de que nada como un ataque extranjero, y sobre todo israelí, serviría para sacar al régimen de la profunda crisis de legitimidad que atraviesa.
Y los israelíes le hacen el juego a Ahmadineyad como nadie. Desde hace meses han filtrado con estudiada precisión sus supuestos planes de ataque de las instalaciones nucleares iraníes dando justificaciones a los duros del régimen. Esa espiral de amenazas y contraamenazas está adquiriendo una deriva peligrosa, como se ha visto con los fallidos atentados anti israelíes en Tailandia, India y Georgia. Cualquier chispa puede provocar el fuego.
No parece casualidad que las maniobras iraníes se estén desarrollando en “la mitad sur del país”, por donde se especula que se iniciaría un eventual ataque. Es además, una zona que bordea el golfo Pérsico, donde a finales del año pasado, las fuerzas navales iraníes ya desarrollaron unas ruidosas maniobras, mientras algunos portavoces del régimen alardeaban de su capacidad para cerrar Ormuz, por donde sale el grueso del petróleo de la región.
Fuente Diario "EL PAÍS"
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