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domingo, 23 de octubre de 2011

GAGOMILITARIA NOTICIAS.-LIBIA, LA MUERTE DE GADAFI, SEGÚN UN TESTIGO DE EXCEPCIÓN EL HOMBRE QUE LO AUXILIABA CUANDO EXPIRÓ





Muamar Gadafi murió tratando de huir al desierto con sus mejores hombres

ABC entrevista al brigadista en cuyas manos murió el dictador y recorre el lugar donde fue capturado

El dictador trató de huir de Sirte a Wadi Yaraf para escapar al desierto cuando fue sorprendido por la OTAN. Las fuerzas rebeldes le lincharon y hablan de «armas sin seguro puesto» como responsables de la muerte. Al cadáver del dictador le robaron su anillo de oro y las botas de cuero en la ambulancia. El gobierno transitorio libio, presionado por la comunidad internacional, aseguró ayer que se le había practicado la autopsia, de la que anoche no se conocían todavía los resultados.

«Murió entre mis manos. Estuvo cuarenta minutos en agonía, le hablábamos, pero no respondía. Tenía dos disparos, uno en el pecho y otro en la cabeza y perdió mucha sangre». Ismael Tweel vuelve al lugar donde el jueves murió Muamar Gadafi. Como jefe de la brigada Al Halbos suya era la responsabilidad sobre la Zona 2 de Sirte (nombre militar), muy cercana y una de las más castigadas por los combates porque allí se escondía el ex mandatario.

A las nueve de la mañana la OTAN les dio el aviso de que un convoy de 25 vehículos se preparaba para abandonar la ciudad. La caravana salió al mediodía desde la Zona 2 por la autopista de la costa, después de pocos kilómetros dejó el asfalto y se adentró en un campo de olivos por una pista de tierra en una zona llamada Silia. En este momento, cuando salieron de entre las casas, se produjo el bombardeo. Los coches calcinados y los cuerpos achicharrados son testigos mudos de la matanza.

En la puerta del desierto
Tres semanas de combates y los constantes bombardeos de la OTAN obligaron al dictador a tomar la decisión de dejar Sirte. Según los testimonios que los rebeldes han obtenido de algunos detenidos, el jueves a primera hora Gadafi reunió a sus mejores hombres y, acompañado de su hijo Motasim, les comunicó su intención de abandonar su escondite de los últimos meses para llegar a Wadi Yaraf, la puerta del desierto. La huida no era sencilla. Además de la OTAN, el convoy debía burlar los cinturones de seguridad de las fuerzas rebeldes, llegadas en su mayoría de Bengasi y Misrata. Silia es una tranquila área rural con una pista de tierra que lleva directamente hasta el desierto.

Los hombres de Gadafi tenían clara la vía de escape, pero la OTAN echó por tierra sus planes. «No nos dijeron que Gadafi iba en los coches, pero nos avisaron de que podía ser alguien importante», aseguran milicianos que tomaron parte en la captura. El honor de cazar al dictador recayó en los hombres de las brigadas Al Nemer, Sahal Sharqui y Al Wadi, todas de Misrata. El cinturón de los mandos rebeldes fue efectivo y se encontraron cara a cara con el tirano.

El bombardeo fue rápido y preciso. Inmediatamente después empezó el combate con los hombres que huían de los coches incendiados. «Capturamos a uno que nos dijo que Gadafi y su hijo estaban en los coches, pero al principio no le creímos», asegura Taweel. Luchando entre los olivos, un grupo de rebeldes observó a varias personas que buscaban refugio en una tubería de cemento. Cuando se acercaron fueron repelidos por los disparos de una docena de hombres que tomaron posiciones en torno a una de las cavidades. Sus cuerpos fueron ayer retirados por miembros de la Media Luna Roja, era la guardia personal del dictador y no quedó nadie con vida.

Mientras se llevan los cadáveres en bolsas de plástico decenas de milicianos se acercan en romería para ver el lugar de los hechos. «Desde febrero nos llamaba ratas y luego termina escondiéndose en este agujero donde realmente sólo pueden vivir las ratas, como un cobarde», bromea Ashraf, que ha venido desde Ajdabiya a Sirte para intentar encontrar a su hermano desaparecido en marzo cuando las fuerzas de Gadafi tomaron su pueblo. Milicianos de este y oeste se dan cita frente a la tubería y escriben los nombres de sus brigadas en el lugar donde cayó el dictador. Otros ponen el nombre de seres queridos caídos en combate.

«¡Muamar, Muamar!»
El combate duró más de quince minutos. En la tubería [Así era el agujero] vieron a un hombre armado con una pistola, vestido de blanco y con botas de cuero negras. «¿Qué estáis haciendo?», les preguntó a los milicianos que, sin perder un instante, se abalanzaron sobre él al grito de «¡Muamar, Muamar!». La noticia se extendió con rapidez y en minutos una turba rodeaba al dictador y lo zarandeaba. «Le pegamos muy duro», reconoce uno de los milicianos que estuvo presente y que al preguntarle sobre si lo ejecutaron asegura que «lo que pasó en los siguientes minutos de la captura sólo lo sabemos nosotros. Las imágenes no las tiene ni «Al Jazeera». La versión que los mandos de la brigada ofrecen es que «se escaparon varias balas de las armas de la multitud, armas sin seguro, y dos ellas le mataron».

Taweel y otros dos hombres arrebataron a un malherido Gadafi al grupo y lograron subirlo a una ambulancia. «Le quitamos la parte superior de su ropa para ver la herida, intentamos ayudarle, pero de pronto empezó a subir gente y más gente. Le quitaron su anillo de oro y hasta las botas, todos querían un trofeo de guerra», recuerda Taweel, cuyo único recuerdo son sus pantalones manchados por la sangre del ex mandatario. A duras penas se abrieron paso entre la multitud con el vehículo y pusieron rumbo a Mistara, al mercado central donde los médicos certificaron su muerte y donde el cuerpo está expuesto al público en una cámara frigorífica para animales. ¿Qué pasó con su hijo Motassim? Una captura similar y un mismo final, la muerte a manos rebeldes. Ambos esperan de ser enterrados.

Sirte, destruida y saqueada
El final de Gadafi se ha convertido en una especie de parque temático para los rebeldes. El frigorífico donde descansa el cuerpo en Misrata o la tubería de cemento donde fue capturado son ahora centros de peregrinación para milicianos venidos de todo el país. Desde el agujero donde buscó refugio el exdirigente lo único que se ve es un pequeño gallinero, eso es lo último que pudo ver el dictador antes de su linchamiento. La pequeña aldea pesquera que vio nacer a Gadafi en 1942 se convirtió con el paso de los años en una próspera y moderna ciudad. Hoy muchos de los barrios están reducidos a escombros. La pelea allí fue muy dura, sido casa por casa. Los civiles huyeron en masa hace tres semanas y el dictador Gadafi intentó hacer lo propio el jueves por la mañana, pero fracasó. Sirte es ahora una ciudad fantasma donde grupos de rebeldes se han lanzado al pillaje.

Fuente Diario "ABC"


Libia arranca dividida la era tras Gadafi

Los cadáveres de Gadafi, de su hijo Mutasin y del general Abu Baker Yunes Jaber siguen sin ser enterrados 24 horas después de su muerte

Muerto no ganará batallas, pero incluso desde la cámara frigorífica del mercado de carne y verduras de Misrata en la que yace, Muamar el Gadafi es capaz de generar discordia entre quienes hacían piña cuando combatían el dictador libio. Solo un día después de su fallecimiento, muy probablemente una ejecución sumaria, el primer ministro, Mahmud Yibril, visitaba el lugar el viernes por la tarde. Se trataba de enterrar el cadáver del tirano y cerrar el expediente. Pero los militares que custodian el cuerpo y Yibril no lograron pactar, por muy devotos musulmanes que todos se declaren y por vencido que estuviera el plazo de 24 horas que marca el Corán para sepultar a todo musulmán. Los soldados de Misrata, que soportaron un asedio atroz durante meses y combatieron en agosto para liberar Trípoli, pretenden que el cuerpo de Gadafi sea enterrado en un emplazamiento secreto. Yibril prefiere que se conozca el lugar de la tumba e impedir que sea visitada.

Es la primera fisura grave en la era posgadafi, en un país que no ha conocido durante medio siglo el significado de la palabra compromiso. En Misrata, donde ya se expone el puño de hierro que aplasta un avión estadounidense -uno de los símbolos de Bab el Azizia, el bastión de Gadafi en Trípoli, que los luchadores de Misrata trajeron a su ciudad-, no falta quien desea que el coronel que rigió Libia durante 42 años sea enterrado en esta población a 200 kilómetros al este de la capital. La tribu del tirano (Gadadfa) ha reclamado el cuerpo para darle digna sepultura en Sirte, su localidad natal. Sin éxito. La romería para ver el cadáver no se había disuelto anoche.

Cientos de hombres esperaban disciplinadamente su turno protegiéndose del sol bajo una hilera de árboles. Sobre un colchón yace el cuerpo ensangrentado de Gadafi con la cabeza ladeada. A su izquierda, el jefe de su ejército, Abu Baker Yunes Jaber; y a la izquierda de este Mutasim, hijo del tirano y detestado como pocos por su papel en la eterna represión que se sufrió durante el régimen defenestrado. Nadie quería verlos detenidos. Retumba el “Dios es grande” en la sala frigorífica que gritan quienes no querían perderse algo que habían esperado ver durante años: el dictador muerto.

Porque resulta imposible encontrar a una sola persona que prefiriera un juicio al dictador. No les importa nada si fue asesinado a sangre fría. “No había otra opción. Mejor la muerte que el juicio, porque un proceso daría esperanzas a sus partidarios de que todavía podrían recuperar el poder”, explica Hasan al Osta, un economista que saluda a un joven menudo de 26 años, estudiante de religión islámica. Se llama Ismail Abdula Shanab. Y es uno de los héroes de la procesión masculina. “Yo estaba en el grupo que encontró al general Yunes Jaber en Sirte. Me metí en la tubería donde se escondía y le disparé. Creo que yo le maté”, comenta sonriente, como todos los visitantes de la morgue improvisada.

El poderío de Misrata
En algunos detalles da la impresión de que Misrata, la ciudad más castigada, la que más víctimas ha padecido, cuya avenida principal está repleta de edificios plagados de boquetes, apuesta por demostrar poderío. En el control militar a la entrada a la provincia, los milicianos piden documentación y al extranjero le reclaman el pasaporte para sacar fotocopias; los ‘check-points’ son mucho más frecuentes que en el resto del país. Como si pretendieran enviar un mensaje al Gobierno interino. No perdonan en Misrata la intervención de Yibril, días después de la conquista de Trípoli. “Exigió a nuestros combatientes que devolvieran lo que se habían llevado de Bab el Azizia. Pero solo se apoderaron de coches y gasolina para seguir luchando en Bani Walid. Y Yibril lo pidió en televisión, sin haber hablado antes con nosotros”, afirma Ahmed, un ex funcionario de la Administración de Gadafi.

Es la primera fisura grave en la era posgadafi, en un país que no ha conocido durante medio siglo el significado de la palabra compromiso. En Misrata, donde ya se expone el puño de hierro que aplasta un avión estadounidense -uno de los símbolos de Bab el Azizia, el bastión de Gadafi en Trípoli, que los luchadores de Misrata trajeron a su ciudad-, no falta quien desea que el coronel que rigió Libia durante 42 años sea enterrado en esta población a 200 kilómetros al este de la capital. La tribu del tirano (Gadadfa) ha reclamado el cuerpo para darle digna sepultura en Sirte, su localidad natal. Sin éxito. La romería para ver el cadáver no se había disuelto anoche.

Cientos de hombres esperaban disciplinadamente su turno protegiéndose del sol bajo una hilera de árboles. Sobre un colchón yace el cuerpo ensangrentado de Gadafi con la cabeza ladeada. A su izquierda, el jefe de su ejército, Abu Baker Yunes Jaber; y a la izquierda de este Mutasim, hijo del tirano y detestado como pocos por su papel en la eterna represión que se sufrió durante el régimen defenestrado. Nadie quería verlos detenidos. Retumba el “Dios es grande” en la sala frigorífica que gritan quienes no querían perderse algo que habían esperado ver durante años: el dictador muerto.

Porque resulta imposible encontrar a una sola persona que prefiriera un juicio al dictador. No les importa nada si fue asesinado a sangre fría. “No había otra opción. Mejor la muerte que el juicio, porque un proceso daría esperanzas a sus partidarios de que todavía podrían recuperar el poder”, explica Hasan al Osta, un economista que saluda a un joven menudo de 26 años, estudiante de religión islámica. Se llama Ismail Abdula Shanab. Y es uno de los héroes de la procesión masculina. “Yo estaba en el grupo que encontró al general Yunes Jaber en Sirte. Me metí en la tubería donde se escondía y le disparé. Creo que yo le maté”, comenta sonriente, como todos los visitantes de la morgue improvisada.

El poderío de Misrata
En algunos detalles da la impresión de que Misrata, la ciudad más castigada, la que más víctimas ha padecido, cuya avenida principal está repleta de edificios plagados de boquetes, apuesta por demostrar poderío. En el control militar a la entrada a la provincia, los milicianos piden documentación y al extranjero le reclaman el pasaporte para sacar fotocopias; los ‘check-points’ son mucho más frecuentes que en el resto del país. Como si pretendieran enviar un mensaje al Gobierno interino. No perdonan en Misrata la intervención de Yibril, días después de la conquista de Trípoli. “Exigió a nuestros combatientes que devolvieran lo que se habían llevado de Bab el Azizia. Pero solo se apoderaron de coches y gasolina para seguir luchando en Bani Walid. Y Yibril lo pidió en televisión, sin haber hablado antes con nosotros”, afirma Ahmed, un ex funcionario de la Administración de Gadafi.

No es la única señal que sugiere que las disputas territoriales, arraigadas históricamente, comienzan a aflorar. El plan previsto por el Consejo Nacional Transitorio (CNT), el organismo que dirigió la guerra, establece que el presidente del CNT, Mustafá Abdel Yalil, pronuncie una declaración de liberación de Libia que daría inicio al proceso democrático. Se ha pospuesto un par de veces. Está prevista para hoy domingo, y aunque se había anunciado que tendría lugar en Trípoli, finalmente se celebrará en Bengasi. Tiene su lógica. Y su carga simbólica. La oriental Bengasi se entregó a mediados de febrero a la tarea de derrocar a Gadafi, y después se sumaron las demás ciudades.

Si a las disputas territoriales se suman las tribales -que parecen más mitigadas a estas alturas del siglo XXI en un país en el que los jóvenes son mayoría entre sus seis millones de habitantes- y la lucha por el poder que ya se atisba entre islamistas y liberales educados en Estados Unidos y otros países occidentales, el panorama político puede enturbiarse si no se gestiona con extrema habilidad. Con el agravante de que en Libia hay un arma en cada casa. Y no acaban ahí las semillas que pueden hacer aflorar nuevos escollos. Este país árabe es inmensamente rico en petróleo, e infinitos los potentísimos intereses que entrarán en juego. En Trípoli, los hombres de negocios extranjeros ya pululan a la búsqueda de contratos. Y poderosos personajes del exilio que organizaron guerrillas y golpes fracasados contra Gadafi no han dicho todavía esta boca es mía. Va a ser necesario un delicado encaje de bolillos para que la democracia y la prosperidad se hagan realidad.

"Todos queríamos que lo mataran"Los libios hacen cola en Misrata para ver el cadáver de Gadafi

“Prefiero que lo hayan matado. El mundo es mucho mejor sin Gadafi. Es un criminal, y si fuera juzgado podría seguir creando problemas en Libia. Creo que la inmensa mayoría de los libios piensa como yo, y también hay hombres en el Gobierno que temen mucho lo que pudiera desvelar. Además, Sadam Husein fue sometido a un proceso y para muchos se convirtió en un héroe en Irak”, se explaya Ashraf, un comercial de material agrícola tripolitano que celebraba la noche del viernes en la plaza de los Mártires de Trípoli (antes plaza Verde) la desaparición del dictador. Mohamed, un amigo egipcio que le acompaña, envidia a Ashraf: “A mí me gustaría que al presidente Hosni Mubarak le hubieran hecho lo mismo”.

Bajo el Castillo Rosado de la céntrica plaza tripolitana en la que el sátrapa pronunció algunas de sus amenazas más estridentes, cientos de mujeres bailaban y cantaban –separadas por barreras metálicas de los hombres— locas de alegría. Nadie siente remordimiento por el posible crimen de guerra perpetrado por los rebeldes. Muy probablemente porque el concepto del derecho a la defensa les resulta más que ajeno. Los libios no han disfrutado de él ni por asomo.

El Gobierno interino calcula que 30.000 personas han perecido durante los ocho meses de la guerra que nació en febrero en Bengasi. Se ignora cuántas son las víctimas de cuatro décadas de terror. Un régimen en el que las madres eran forzadas a aplaudir el ahorcamiento público y televisado de su hijo; los padres no se atrevían a hablar de Gadafi en su hogar por miedo a que sus pequeños repitieran alguna frase escuchada en casa; las humillaciones eran el pan nuestro de cada día; las detenciones se prodigaban por criticar el estado de una cañería, y los prebostes del régimen se regodeaban en su arbitrariedad. A nadie le importa que Muamar el Gadafi haya asido asesinado a sangre fría. Y no falta quien esboza una mueca de estupefacción cuando se le dice que cualquier criminal merece un juicio justo.

En Misrata, a las puertas del mercado donde los milicianos protegen el cadáver de eventuales excesos -los uniformados no permiten detenerse a nadie en la cámara frigorífica donde reposa el cuerpo del tirano porque algunos lo han pisoteado-, todo son sonrisas. El odio remite un ápice ante la inminencia de lo que constituye un acontecimiento histórico para los libios, algunos venidos de otras ciudades, que quieren ver sus propios ojos que Gadafi nunca podrá amenazarles otra vez. Algunos hombres cargan con sus hijos pequeños a cuestas porque quieren que graben en su memoria el rostro de quien tanto les hizo sufrir. “Pregunta a quien quieras. Todos queríamos que lo mataran”, advierte Hakim al Misrati, enfermero de 44 años. A su lado, el estudiante Jaled tiene otros temores: “Pudiera ser que un abogado consiguiera una condena breve o que el dictador pudiera pasar el resto de sus días en buenas condiciones en una prisión”.

Para el Gobierno interino, sin embargo, las circunstancias del fallecimiento de Gadafi -al que se ve vivo en varios vídeos minutos antes de que se declarara su defunción- son una patata caliente. La gestión de la investigación de la muerte será una prueba de las credenciales del nuevo Estado, que se afana por proclamar que la nueva Libia será un Estado democrático en el que los ciudadanos gozarán de garantías jurídicas. El primer ministro, Mahmud Yibril, insiste en que Gadafi no fue asesinado. Pero su mensaje debe calar entre los organismos internacionales. A los ciudadanos de Libia les importa un comino que al autócrata le descerrajaran un tiro en la sien.

Fuente Diario "EL PAIS"


El primer ministro del CNT: 'Me gustaría que Muamar Gadafi estuviera vivo'

El primer ministro de Libia, Mahmud Yibril, admite en una entrevista con la BBC que desea que el ex líder libio, Muamar Gadafi, no hubiera muerto tras ser capturado por los rebeldes en Sirte, poque querría haberlo visto sentado frente a un tribunal por los crímenes que cometió durante sus más de 40 años en el poder.

"Para ser honesto con usted, a nivel personal me gustaría que estuviera vivo. Quiero saber por qué le hizo esto al pueblo de Libia", dijo Yibril en una entrevista que se emitirá íntegra este domingo.

"Me gustaría haber sido el fiscal en su juicio", agregó, "porque esta es la pregunta que todos tienen en mente: ¿Por qué? ¿El pueblo de Libia se merecía lo que hizo durante 42 años de opresión, de asesinatos, de todo?".

Yibril también ha dado su opinión sobre las circunstancias en la que el dictador encontró la muerte. Diversas instituciones, entre ellas la ONU o Amnistía Internacional, ya han solicitado una investigación que las aclare.

Consultado sobre si facilitaría esta labor, Yibril ha asegurado que no habría ningún impedimento por parte del CNT, aunque ha puntualizado que deberá hacerse antes de que el cuerpo de Gadafi reciba sepultura porque, "de acuerdo con la ley islámica, cuando [el cuerpo] está enterrado, está enterrado".

Sobre la posibilidad de que el dictador hubiera sido ejecutado por los rebeldes que lo capturaron, Yibril se limita a reconocer que se han producido "algunas limitadas violaciones de los derechos humanos" en la revolución libia.

'Yo soy el responsable'
La postura de Yibril sobre cómo murió Muamar Gadafi no añade más detalles a la versión ofrecida por los rebeldes, que aseguraron desde el primer momento que el dictador falleció "en un ataque de los combatientes". Esta explicación contrasta con las imágenes difundidas por Al Yazira en las que se veía al coronel, vivo y aturdido, entre un grupo de combatientes revolucionarios.

En el vídeo, el dictador está herido, pero parece poder caminar sin demasiados problemas, lo que sugiere que Gadafi podría haber sido ejecutado a sangre fría.

El CNT lo desmintió más tarde, asegurando que Gadafi falleció poco después de ser capturado. Ahora, un comandante de las fuerzas de transición libia que capturaron al dictador, Omran al Oweib, dice ser el responsable de su muerte. "Gadafi murió en el frente de batalla. Yo soy el responsable de eso. Soy el comandante", reconoce en una entrevista con la BBC.

Según su versión, cuando sus hombres intentaron sacar a Gadafi del desagüe en el que se escondía, fueron atacados por varios frentes y ellos respondieron, por lo que es imposible determinar quién disparó la bala que mató al coronel.

De acuerdo con su testimonio, el dictador estaba herido cuando lo sacaron de la tubería y pudo dar varios pasos. Fue entonces cuando un grupo de combatientes, enfurecidos, lo atacaron, según las palabras de Al Oweib en la BBC.

"Traté de salvarle la vida, pero no pude. Quería llevarlo vivo a Misrata para juzgarlo", asegura. En la entrevista, el comandante rebelde cuenta que metió a Gadafi en una ambulancia para trasladarlo al hospital más cercano y que le pidieron que se detuviera, "pero no estuve de acuerdo". De esta manera, llegó al centro médico, pero no pudo entrar por la gran cantidad de heridos que había. "Decidí continuar hacia la ambulancia aérea, pero entonces el doctor me dijo que Gadafi había muerto", cuenta.

Fuente Diario "EL MUNDO"

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