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domingo, 1 de abril de 2012

ESPECIAL 30º DE LA GUERRA DE LA MALVINAS (III)


La dictadura también torturaba en la guerra de las Malvinas

Los mandos militares argentinos enviados a la contienda cometieron todo tipo de abusos y violencias contra los soldados a sus órdenes

Día 01/04/2012

El 19 o el 20 de mayo, no está muy seguro de la fecha, el soldado Segundino Riquelme cayó muerto de inanición. Ese día, Óscar Núñez, de 19 años, se prometió a sí mismo que no correría la misma suerte. Aguantó lo que pudo, pero poco después, famélico y «con otros dos compañeros, matamos una oveja. Teníamos hambre. Lo hicimos para comer», recuerda. La mala fortuna hizo que se cruzara en su camino el subteniente Malacalza. «Ordenó que nos quitaran los cordones de los borceguíes. Nos pusieron con los brazos y las piernas abiertos en cruz, mirando al cielo, y nos ataron con sogas a cuatro estacas... Como Cristo en la cruz, pero en la tierra», recuerda. En esa posición, inmóviles, permanecieron «durante ocho horas».

Un golpe de suerte, posiblemente el único que tuvo en las Malvinas, hizo que el sargento Guillermo Inzaurralde les descubriera. «Nos salvó la vida. Dio la orden de que nos liberasen. Lo hizo sabiendo que era un acto de insubordinación contra un superior, pero no le importó. Nos miraba y repetía: “No puede ser, esto no puede ser”».

Óscar y los otros dos soldados —todos de 18 y 19 años— no podían mantenerse derechos, «estábamos empapados, semicongelados. Nos tuvieron que levantar, cubrirnos con mantas y encender un fuego para que entrásemos en calor hasta poder movernos solos».

Las penurias propias de una guerra en las Malvinas se multiplicaron por el abuso de poder de los mandos enviados por la dictadura militar (1976-83). «Lo mismo que hacían en el continente se repetía en las islas», recuerda Núñez. Al principio el hombre creyó que «los únicos “estacados” éramos nosotros». Bastó que comentara su experiencia para que empezara a oír casos similares. «Veinticinco años después nos unimos y presentamos la denuncia en la Justicia». Hoy buscan que la Corte Suprema declare aquellos delitos de lesa humanidad, «para que gente como Malacalza no pueda librarse de su responsabilidad porque ahora podrían considerarse prescritos».
La de las Malvinas no fue una guerra más. Ni siquiera se declaró formalmente. En el bando argentino murieron 649 personas; si la cifra oficial es correcta, 1.068 quedaron heridos y 11.313 pasaron a ser prisioneros de los británicos. En rigor, fue un alivio porque «el trato que nos dispensaron —a ellos y a la mayoría— fue extremadamente correcto», recuerda Óscar.

Con el transcurrir de los años, se han ido conociendo los horrores de argentinos contra argentinos. Alberto Ismael Fernández, soldado de la Primera Brigada Aérea del Palomar, «debió enterrarse a sí mismo hasta el cuello y permanecer durante veinticuatro horas en las finas y gélidas arenas de Malvinas». Su historia la reproduce Natasha Niebieskikwiat en el libro «Lágrimas de hielo», una crónica exhaustiva de las desgracias y suplicios que sufrieron los soldados que fueron como ovejas al matadero, pero a una guerra. «Las denuncias de abusos y malos tratos ascienden a 120. La mayoría —explica la autora del libro— son de estaqueados».

Suicidios

Ese castigo, como sufrió en carne propia Óscar Núñez, conmueve hoy a la sociedad argentina. También un dato escalofriante, los suicidios de 450 soldados después de la guerra. «El de Eduardo Adrián ,“Tachi” Paz, que se arrojó al vacío desde el monumento a la bandera de la ciudad de Rosario —recuerda la periodista y escritora— fue de los más espectaculares y conmovedores».
El número de suicidios, registrado por los centros de veteranos, es superior a las bajas en combate en las islas, sin contar los 323 tripulantes del «General Belgrano», el buque de guerra que Margaret Thatcher ordenó hundir pese a estar fuera de la zona de exclusión que ella misma había establecido. Andrew Graham-Yool, ex director del «Buenos Aires Herald», lamenta que todavía «no haya un discurso oficial que explique lo sucedido después de 1982. Sería deseable que se abriera un debate».
El exsubsecretario de Derechos Humanos de la provincia de Corrientes, Pablo Vassel, ofreció el testimonio de 23 reclutas, incluido el de «un soldado asesinado por un superior, cuatro muertos de hambre y quince denuncias de estaqueamientos» para redondear una secuencia de denuncias que fueron de Tierra del Fuego a Buenos Aires.

Muertos de inanición

Natasha Niebieskikwiat, primera periodista argentina en pisar el archipiélago del Atlántico Sur después de la guerra, apunta que «hay setenta oficiales y suboficiales imputados por abusos, y hasta un muerto por la propia tropa». «Lo más grave —reflexiona— no eran los estacamientos, enterrarles vivos hasta el cuello o las tremendas palizas que recibieron. Lo peor era que no les daban de comer».
A las islas Malvinas fueron catorce mil militares. «No existe un censo riguroso del número de judíos desplazados», observa Hernán Dobry, autor de «Los rabinos de Malvinas». «La guerra fue inaudita, improvisada y una contradicción constante», analiza. Como ejemplo, recuerda que «el único rabino que tenía que ir a las islas se quedó en la Patagonia esperando su traslado. En ninguna otra guerra en el mundo se había considerado enviar a un rabino para consuelo espiritual. Únicamente se desplazaban los capellanes castrenses».

Simultáneamente, en el campo de batalla «judío y argentino eran antónimos. Ser judío equivalía a pasarlo mucho peor que los demás». La xenofobia era moneda corriente en el campo de batalla.
También el «cortar por lo sano» frente a cualquier adversidad. «Teníamos terror de que nos amputaran las piernas. Por eso muchos ocultaban su problema de pie de trinchera (inflamado como una bota y necrosado). Si ellos determinaban que había que cortar, cortaban y punto. No había discusión sobre si era lo que debían hacer clínicamente o no. De ese modo, muchos perdieron las dos piernas», relata Rubén Rada, presidente del Centro de Excombatientes de Rosario. Según datos oficiales, en el Ejército contabilizaron 245 casos de pie de trinchera, el 90 por ciento eran de soldados, de aquellos que nacieron en 1962 o 1963, las quintas que les tocó hacer mili haciendo la guerra.

En las Malvinas, un archipiélago a 550 kilómetros de la costa argentina, hubo de todo, y poco bueno. Con fríos polares y sobre terreno húmedo, la tropa no tenía recambio de ropa y algunos hasta llegaron con pertrechos de climas tórridos como los de Corrientes o El Chaco. Las historias negras de la guerra son de todos los colores: «Están el soldado al que pasearon con una correa al cuello como un perro, los simulacros de fusilamientos, los cigarrillos apagados sobre el cuerpo, la necesidad de ingerir su propia orina porque no tenían agua y la certeza de que buena parte del material se había oxidado o venía obsoleto», apunta Natasha Niebiskikwiat. «No solo fueron maltratados los soldados —reflexiona—; la sociedad, con una venda en los ojos, también». Pero eso es otra historia.

Indiferencia y heridas que no cicatrizan



por RAMY WURGAFT | Buenos Aires
El tiempo corría y ninguno de los dos equipos lograba abrir el marcador. El público abucheaba a los jugadores que se movían por la cancha como si cargaran un lastre de plomo en los botas. Hacia el final del primer tiempo, la barra de River echó mano a un arma secreta. En vez de seguir alentando a los suyos con los cánticos tradicionales, los hinchas enarbolaron un gran mapa de las Malvinas con los colores de la bandera de Inglaterra y entre las dos islas, un desafiante puño con el emblema argentino y un dedo enhiesto. Cualquiera entiende que un dedo en esa postura significa una obscenidad de grueso calibre. En esa ocasión, el gesto estaba dirigido al Reino Unido y a los súbditos británicos que pueblan el archipiélago en disputa. No podía ser más oportuno ya que el encuentro se disputó faltando pocos días para conmemorar los 30 años de la Guerra de Malvinas.
El partido, valga señalar, terminó con un rotundo 3 a 0 a favor de River. A la salida del estadio, Maxi Rodríguez, uno de los líderes de la barra vencedora, explicó que, más allá de las rivalidades futbolísticas, «todo argentino con el corazón bien puesto, está por la recuperación de las islas». Más tarde, el mismo Rodríguez desmintió con vehemencia el rumor de que la iniciativa de agitar el lienzo fuera de un funcionario del Gobierno.

Esa misma semana, otros invocaron la causa de Malvinas, pero en sus voces había despecho y rencor. Unos 400 ex reclutas marcharon por las calles de Buenos Aires, pidiendo ser reconocidos como veteranos de guerra, un derecho que todos los gobiernos les han negado. Para entender el problema hay que remontarse a abril de 1982, cuando el régimen militar movilizó a unos 80.000 efectivos para recuperar la soberanía en ese rincón del Atlántico Sur. Una parte del contingente fue enviado a ocupar el archipiélago. Los demás permanecieron en la base argentina de Puerto Belgrano, como fuerza de reserva. La derrota sobrevino antes de que los de la retaguardia tomaran el relevo de los que estaban en el frente.

Por un lado se salvaron de caer prisioneros o dejar sus huesos en los helados páramos de Malvinas. Del otro lado, al no tener su bautismo de fuego, quedaron excluidos de la pensión de 8.000 pesos mensuales (1.400 euros) que reciben los que entraron en combate o sus deudos. «Estábamos preparados para sacrificar nuestras vidas como cualquier soldado. No es nuestra culpa que nos dejaran en el continente. Fue un error. Hasta los propios ingleses reconocen que con más tropas desplegadas, la suerte hubiera estado de nuestra parte. Tres meses estuvimos movilizados y el único pago que recibimos es discriminación y desprecio», dijo Leo Battaglia, uno de los manifestantes.
Otro de los que desfilaron ese día, confesó a ELMUNDO.es que la protesta era también por motivos económicos. «En esos años el servicio militar era obligatorio. Pero la mayoría de los que lo hacían era gente pobre. Si usted revisa la lista de los caídos, verá que la mayoría eran chicos del interior (de provincia). Los morochos son carne de cañón en todas las guerras y con eso no quiero decir que la guerra de Malvinas fuese injusta. Lo injusto es que nadie nos escuche. En estos días, ocho mil pesos es un sueldo y muchos de nosotros estamos sin trabajo. Necesitamos esa plata, pero no está bien que nos traten como mendigos», dijo el ex conscripto que por razones obvias prefirió no dar su nombre.
Retrocedamos nuevamente a abril de 1982. Mientras que los provincianos de Chaco, Formosa o Jujuy eran enviados al frente, los que estaban exentos del servicio por su edad, por cursar estudios o gracias a los contactos de papá, se congregaron en la Plaza de Mayo para aplaudir al general Leopoldo Fortunato Galtieri, presidente de facto, por lanzar una ofensiva en Malvinas. La del 3 de abril fue la única manifestación de apoyo que recibieron los dictadores. Pero hasta el día de hoy nadie reconoce haber estado en la plaza ese día.

A menos de una semana de los actos conmemorativos, la Asociación Azul de la Marina Mercante emite un mensaje por radio, llamando a los ciudadanos a honrar la memoria de quienes «ofrendaron sus vidas» por la recuperación de las islas. La mayor parte de la audiencia escucha el mensaje como si se tratara de otro anuncio publicitario. «La gente repudia a los británicos por usurpar los recursos naturales de las islas. Pero las Malvinas no son un símbolo que despierte el patriotismo del ciudadano medio, que se siente agobiado por la inflación, la delincuencia y la inseguridad laboral», sentencia el sociólogo René Ortúzar.

Bajo la consigna de recuperar la soberanía, el Gobierno se lleva de cabestro a sus adversarios en el Congreso, quienes por no aparecer como antipatriotas han apoyado la línea dura de la Casa Rosada frente a Gran Bretaña. Recientemente, un grupo de intelectuales se atrevió a criticar los discursos flamígeros de Cristina Kirchner, alegando con esa actitud lo único que se gana es enemistar a los habitantes británicos de Malvinas. Algunos, como el filósofo y ensayista Santiago Kovladoff, sostienen que la presidenta no busca realmente la recuperación de las islas, como exacerbar los sentimientos nacionalistas para distraer a los argentinos de los verdaderos problemas que los afligen.

1 comentario:

Marc Pesaresi dijo...

exacerbar los sentimientos nacionalistas para distraer a los argentinos de los verdaderos problemas que los afligen.

Claro, los ciudadanos argentinos somos unos terribles pelotudos que no aprendimos a darnos cuenta de la manipulación política, el que escribió esto parecería que piensa que somos unos taradados, Malvinas, lejos de lo dice este post, es una causa nacional sobre todos para los que tuvimos que vivir esos días.