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sábado, 27 de agosto de 2011
GAGOMILITARIA NOTICIAS.-LIBIA,TRIPOLI:MUERTE, DESOLACIÓN Y SUEÑO DE LIBERTAD
Los rebeldes limpian Tripoli de cadáveres mientras preparan el asalto a Sirte
Cadáveres y más cadáveres. Los médicos del hospital de Abu Salim descargan cuerpos de los camiones, los envuelven en plásticos y los van almacenando en el interior del centro. El último barrio gadafista de Trípoli cayó a media tarde y el primer trabajo fue el de la recogida de los muertos. «Aquí tenemos por el momento 75, pero la cifra seguirá aumentando porque no paran de llegar camiones», asegura Abdul Salam, que lleva tres años trabajando en este hospital situado en el epicentro de la batalla.
«Es lógico que este barrio resistiera porque está al lado de Bab Al Aziziya —la fortaleza de Gadafi— y aquí el régimen no ha tenido problemas para comprar mercenarios a sueldo, es uno de los barrios más pobres», piensa Hussam Rajab, que ha prestado su camión de forma voluntaria para recoger cuerpos.
Coches calcinados, casquillos por todas partes o vecinos con cara de miedo que después de tres días encerrados en sus casas salían de nuevo a ver la luz conformaban la estampa de lo que ha sido la auténtica zona cero de Trípoli durante 72 horas.
El barrio está liberado, pero no se encontró ni rastro de Saif Al Islam, hijo del dictador. La búsqueda de Gadafi es prioritaria y el nuevo objetivo militar rebelde es Sirte, su ciudad natal situada 400 kilómetros al este de la capital. Durante la noche del jueves la OTAN llevó a cabo varios bombardeos —entre los objetivos estaban un búnker de Gadafi y varios vehículos militares—, y por tierras las unidades de Misrata y Brega mantienen un cerco sobre ciudad.
Con el objetivo de evitar los combates, los dirigentes políticos rebeldes han enviado emisarios para intentar contactar con algunas tribus locales, pero de momento no han tenido éxito. Los dos grandes clanes de Sirte, los Ghadafa y los Urfali, permanecen fieles al régimen, que ha concentrado allí a la mayor parte de las unidades que le quedan operativas. Además de Sirte, la lucha se extendió también a Ras Jadir —el paso fronterizo que une Túnez con Libia y que es la principal vía de suministro de la capital— y a Sabha, localidad del desierto del sur. La OTAN, por su parte, bombardeó instalaciones de misiles tierra-aire cerca de la frontera tunecina.
Milicianos, soldados de Gadafi y civiles se amontonan en el hospital de Abu Salim reconvertido en morgue improvisada. «Hay muchos con un tiro en la cabeza y las manos atadas, gente ejecutada», afirma con rotundidad uno de los médicos mientras se ajusta la mascarilla con la que se protege del hedor.
Amnistía Internacional asegura tener en su poder pruebas de que las fuerzas del tirano libio han matado esta semana a prisioneros rebeldes que se encontraban detenidos en dos campamentos militares de Trípoli. Esta denuncia, elaborada tras recoger los testimonios de varios reclusos, llegó el mismo día en que los servicios médicos y voluntarios se afanaban en limpiar las calles de cadáveres y los rumores sobre posibles ejecuciones efectuadas por los rebeldes también se difundían por la ciudad.
Sin oración del viernes
Tras vivir una de las jornadas más tranquilas de la última semana, los tiroteos volvieron a escucharse en Trípoli al caer el sol. Seguidores de Gadafi atacaron el hotel Corinthia, donde se alojan los miembros del Consejo Nacional de Transición que tratan de poner en marcha el cambio político, y que también alberga a gran parte de la prensa internacional. Un ataque leve, con el que los gadafistas, por segundo día consecutivo, dieron su particular bienvenida a las nuevas autoridades.
El miedo y la tensión se han apoderado de los ciudadanos de una capital que vivía su primer viernes desde que la revolución llegara a sus calles y que no celebró ningún tipo de oración masiva en la plaza de los Mártires. La llamada al rezo del mediodía fue seguida en las mezquitas, pero no hubo celebración ni marchas para festejar la caída de régimen, una imagen muy diferente de la que se veía en Bengasi en febrero y que vecinos como Saleh, ex policía metido a taxista, justifica diciendo que «aquí no todos pensamos que Gadafi era malo y la gente no está conforme con esta forma de cambiar las cosas, ¿qué hubiera sido de los rebeldes sin la OTAN?». Es la misma pregunta que se formulan muchos ciudadanos.
Los cortes de luz y de agua, la basura apilada en las aceras y los omnipresentes puestos de control han convertido a Trípoli en un lugar hostil. Gente armada circula libremente y nadie tiene muy claro quién es quién. Las grandes brigadas de milicianos venidos de Zintan, Misrata y Zawiya llevan la voz cantante en materia de seguridad, y esto no ha gustado a los habitantes que han pasado del verde de Gadafi de cuatro décadas a la bandera tricolor rebelde en apenas unas horas.
La balada de Hanna Gadafi
La hija enfermera de Gadafi disfrutaba de una «suite» en el Hospital Central de Trípoli, a la que los rebeldes ya atribuyen leyendas
«No entreguéis a estas ratas ni una gota de sangre». Esta advertencia la lanzó Hanna, hija de Muamar Gadafi, en plena guerra a los empleados del banco de donaciones del Hospital Central en el que ella trabajaba. Las «ratas», en términos del régimen, son los rebeldes. La frase se la atribuye Mohamed, un estudiante de último año de Medicina, que acompaña al reportero a las lujosas dependencias que ocupaba la hija del dictador hasta que el pasado fin de semana la insurgencia tomó la capital del país magrebí.
En la segunda planta, varios hombres con bata blanca abren la puerta y el ambiente se refrigera de repente gracias al aire acondicionado situado en el techo. Aparece ante ellos, en medio de una cuidada decoración, un juego de sofás de piel en tono marfil, una nevera pequeña panelada en oscuro, pantalla plana de televisión, un escritorio en madera, una vitrina a juego y una cafetera de cápsulas a la última moda. Pero la bañera de hidromasaje del baño es la principal atracción.
Esta «suite», como la denominan, no rezumaría sibaritismo si no estuviera donde está. Pero basta descender las escaleras para comprobar que los médicos se hacinan en cuartuchos durmiendo en literas de ocho en ocho en unas condiciones que dejan mucho que desear.
«Llevo cinco años colaborando con este hospital y hasta hace tres semanas no me enteré de que esa habitación existía», admite Mohamed, el estudiante de Medicina. A gente como él no le molesta tanto el lujo en el que vivían los Gadafi —no sólo su hija, también su hijos Mohamed y Saadi—, que seguramente sea muy similar al de muchos mandatarios de países más o menos democráticos, sino lo humillante que supone que lo acaparen todo para ellos y los suyos sin pudor alguno.
La habitación de Hanna, como muchos otros lugares de Trípoli, está rodeada de historias y leyendas de todo tipo. Los trabajadores del centro aseguran que es en esos sofás de piel donde Gadafi recibió hace unas semanas a un campeón de ajedrez ruso para echar una partida. Y otros afirman que el mandatario no llegaba por la puerta, haciendo referencia a los túneles que le permiten ir de un sitio a otro sin salir a la calle. Abdeljafid, un joven de 20 años, se sienta y se hace fotografiar como si fuera él mismo Gadafi moviendo las piezas.
Jaulas de oro vacías
El respeto que se ha tenido por esta «suite» del Hospital, ocupada ahora por trabajadores, no se ha tenido por las posesiones de otros hombres del régimen en otras zonas de la ciudad. El conductor que lleva al reportero por esta ciudad fantasma llega al barrio de Gargur al ritmo del cd de pasodobles que, con una sonrisa, introduce en el equipo de música.
La OTAN bombardeó en la madrugada del viernes de la semana pasada la villa del barrio de Gargur en la que residía el jefe de la inteligencia del régimen, Abdelá Senussi. El chófer llega hasta el lugar a pesar de que un hombre que viste polo blanco y azul trata de disuadirle de que lleve a los periodistas hasta allí. La casa es hoy un montón de escombros ennegrecidos. A pesar de los rumores de su muerte, Senussi estaba fuera y solo murió la única persona que se encontraba en la casa, un cocinero indio que trabajaba para él.
En la calle paralela de esta zona de grandes casas con jardín donde apenas se mueve un alma, un todoterreno negro de lujo marca Hummer descansa sobre el asfalto acribillado a balazos. Alguien intentó hacer un puente para llevárselo aprovechando el caos pero no lo logró.
Tripoli Ciudad Fantasma
“No voy, tengo miedo”. La noticia del secuestro de los cuatro periodistas italianos –que este jueves fueron liberados- llegó a todo el mundo, pero la ejecución de su conductor caló hondísimo entre los libios que estos días trabajan con la prensa internacional que ha llegado al país. Los accesos a la capital están bajo el control de innumerables puestos de vigilancia en los que milicianos paran los vehículos y piden la documentación a los viajeros. “Hay muchas armas y nadie sabe si los que te paran son auténticos rebeldes o no”, confiesa Ahmed, antiguo empleado de la compañía nacional de Petróleo que regresa a casa después de pasar varias semanas en Túnez. Milicianos de Zintán y Misrata controlan grandes zonas de la ciudad y desconfían de sus compañeros de Trípoli, la cooperación entre rebeldes tampoco está resultando sencilla pero el objetivo común de acabar con Gadafi les mantiene unidos.
En las calles apenas se ven civiles. Comercios y restaurantes están cerrados. Los pocos que levantan la persiana registran pronto largas colas. “La gente solo sale de casa para lo indispensable, hay mucho miedo”, asegura un padre de familia a la espera de poder conseguir leche y agua. El tráfico también casi es nulo, tanto por la situación de seguridad como por el precio de la gasolina que se ha disparado hasta alcanzar casi tarifas europeas. La mezcla entre la guerra y la celebración del ramadán a cuarenta grados de temperatura ha convertido a la capital en una especie de ciudad fantasma. Más que una capital a punto de celebrar el fin de cuatro décadas de dictadura parece una ciudad fantasma sumida en una pesadilla de la que le va a costar mucho tiempo despertar.
Los rostros de Gadafi siguen vigilantes desde varios edificios. El cambio ha sido tan rápido que aún no ha habido tiempo para borrar los símbolos de la dictadura. Les han disparado y golpeado con picos, pero los mensajes del Líder no han desaparecido del todo, como una especie de Gran Hermano orwelliano que se resiste a perder su posición de privilegio. Las banderas verdes cuelgan en torres de comunicación y farolas, y una gran réplica del Libro Verde –la auténtica biblia del gadafismo- obstaculiza el paso en una de las arterias principales. El silencio en las calles se rompe con las explosiones y disparos que suenan de manera machacona desde el barrio Abu Salim, próximo al aeropuerto, como una banda sonora maldita que alerta de que esta guerra no ha terminado y de que los seguidores del régimen siguen plantando cara.
Ambulancias y furgonetas rebeldes vuelan por las avenidas desiertas. Cadáveres de soldados de Gadafi tirados en aceras e incluso en primera línea de la playa próxima a los hoteles de lujo de la capital ofrecen la imagen más cruda de esta revolución que sigue buscando a Gadafi para poder cantar victoria. Es el comentario que está de boca en boca. Los rumores sobre el paradero del líder libio se repiten cada jornada. Ayer estaba en Chad, hoy en Zimbaue y mañana en el barrio de Abu Salim. Lo cierto es que no hay rastro de él y los rebeldes saben que su captura es indispensable para poder cantar victoria.
Pintadas de ‘game over’ (juego terminado) y con las siglas 17-F (la revolución estalló el 17 de febrero) forman ya parte de la nueva imagen de una Trípoli donde el cambio está en marcha, pero donde no será sencillo borrar las huellas del gadafismo y de los violentos siete meses de revolución. La revuelta que prendió en Bengasi ha llegado a la gran capital para quedarse.
Hallados mas de 200 cadaveres en un hospital de Tripoli
Los médicos y las enfermeras habían huído después de que los rebeldes y los leales de Gadafi tuvieran diversos enfrentamientos esta semana en el barrio de Abu Salim
Más de 200 cuerpos en descomposición se han encontrado abandonados en un hospital de cuatro pisos en Trípoli. Cuando se hallaron los cadáveres, las instalaciones estaban vacías. Los médicos y las enfermeras habían huído después de que los rebeldes y los leales de Gadafi tuvieran diversos enfrentamientos esta semana en el barrio de Abu Salim, donde se encuentra el hospital.
Algunos residentes han acusado al régimen de asesinar a las personas que estaban hospitalizadas, pero aún no está claro cómo ocurrió el suceso.
El suelo estaba cubierto de cristales rotos y manchas de sangre. En una de las habitaciones del hospital se encontraron cuerpos tendidos en camillas, mientras que otros estaban en el patio cubiertos con mantas.
Los cadáveres, aún sin identificar, son de piel más oscura que la mayoría de la población libia, por lo que se cree que podrían ser combatientes de África subshariana reclutados por Gadafi.
La lucha en Abu Salim ha sido particularmente sangrienta. En la madrugada del viernes, se escucharon continuas ráfagas de disparos procedentes de una zona cerca de este barrio.
Mientras tanto, los miembros del Consejo Nacional Transitorio (CNT) muestran su satisfacción por haber logrado la capital libia sin apenas resistencia, pero la ciudad está vacía porque la población tiene miedo de las fuerzas leales.
Por otro lado, los comandantes rebeldes han dicho que están consolidando su primera línea en el puerto petrolero de Ras Lanuf, después de haber retirado la posición en Sirte, para evitar el alcance de los cohetes lanzados por las fuerzas de Gadafi.
Amnistía Internacional (AI) asegura que tiene en su poder pruebas de que las fuerzas del líder libio Muamar Gadafi han matado esta semana a numerosos prisioneros rebeldes que se encontraban detenidos en dos campamentos militares de Trípoli.
Fuente Diario "ABC"
La hora decisiva de los rebeldes
El final del régimen gadafista abre las incógnitas sobre la capacidad del Consejo Nacional de Transición para dirigir una nueva Libia democrática
Con el régimen de Muamar el Gadafi a punto de sucumbir, todas las miradas se han vuelto a las autoridades rebeldes. El Consejo Nacional de Transición (CNT), basado en Bengasi, ejerce desde marzo el poder de facto en la mitad este de Libia y quiere mudarse ahora a Trípoli, la capital nacional. Pero en las horas finales de Gadafi, a la comunidad internacional le ha entrado el vértigo. ¿Será el CNT capaz de pilotar una transición pacífica? El fantasma de Irak, desgarrado por las luchas internas tras la caída de Sadam Husein, sobrevuela los análisis de los expertos, y las proclamas bienintencionadas de los líderes insurgentes no acaban de disipar los temores. Después de todo, el reto que afrontan los libios es descomunal: construir un Estado, un país, de la nada.
El expediente del CNT es, hasta ahora, alentador. Además de gestionar el día a día en la Libia liberada, ha desarrollado una intensa actividad diplomática que le ha brindado el reconocimiento internacional. Bajo el brazo tiene, además, una hoja de ruta para la transición democrática que prevé elecciones constituyentes en el plazo de ocho meses, una vez que el régimen gadafista esté aniquilado. Pero, ¿quiénes son estos dirigentes?
Formalmente, el CNT es una suerte de asamblea legislativa integrada por medio centenar de representantes de las poblaciones liberadas. Se trata de personalidades respetadas elegidas de forma asamblearia. Abundan abogados, médicos, profesores, ingenieros y comerciantes. El pasado junio, el CNT escogió al Comité Ejecutivo, que hace las veces de Gobierno y está formado por 17 ministros.
Los perfiles de la dirigencia rebelde son variopintos: desde exfuncionarios del régimen hasta exiliados que han regresado de Europa o Estados Unidos, pasando por académicos y empresarios locales. Son, sin duda, una élite preparada, que está logrando dirigir una especie de república autogestionaria en la Cirenaica, el este del país. Algo milagroso si se tiene en cuenta que, durante 42 años, Libia se ha regido por un régimen autócrata, sin instituciones, ni Constitución, ni partidos.
El afán por acabar con la dictadura ha soslayado los recelos de algunos sectores populares y juveniles, que sienten que su revolución está siendo secuestrada por un nuevo aparato al que tachan de "oscurantista". También ha mantenido en un segundo plano las inocultables rivalidades en la cúpula rebelde, tanto en las filas políticas como en las militares. El asesinato, a finales de julio, del general Abdel Fatah Yunes, jefe militar de los insurgentes, a manos de un grupo armado local dejó en evidencia las fracturas internas. Y constató, también, que el poder civil no acaba de controlar, pese a sus esfuerzos, al casi medio centenar de milicias o katibas, nacidas al calor de la revuelta popular de febrero.
De ahí los interrogantes sobre la capacidad del CNT para, llegado el momento, tomar las riendas en todo el país. De momento, las fuerzas rebeldes en Occidente están haciendo oídos sordos a los llamamientos del Gobierno de Bengasi para que respeten los derechos humanos del enemigo. La falsa noticia de la detención de dos hijos de Gadafi, anunciada por el propio CNT, demostró que había cortocircuitos graves en las comunicaciones entre Bengasi y Trípoli.
Queda, además, otra duda. ¿Qué grado de legitimidad tendrá el CNT entre la población libia? ¿Cómo recibirá la élite de Trípoli, rival histórica de Bengasi, a las autoridades rebeldes del oriente?El Gobierno insurgente ha sido extremadamente cuidadoso y ha reiterado su condición de "provisional". Trípoli, insisten, será la capital de la Libia libre y unida. Y rechazan cualquier comparación con Irak. "Todos los libios queremos lo mismo: libertad, democracia y recuperar nuestra condición de seres humanos, de la que Gadafi nos privó", afirma Mohamed Ambarak, rector de la Universidad Médica Internacional de Bengasi y asesor del CNT.
Es cierto que hay diferencias sustanciales con Irak. En Libia no hay ningún partido político dominante, como el Baaz iraquí. Todo está por hacer en términos de organización política. Hay también una mayor homogeneidad étnica y religiosa, y un fuerte sentido de identidad nacional. Las tribus, insiste Ambarak, desempeñan hoy un papel de paraguas social y, en una situación tan nueva como la que se plantea, pueden ser incluso un elemento de cohesión.
El islamismo radical, otro de los motivos de preocupación en Occidente, no ha dado muestras hasta ahora de tener peso específico. La sociedad libia, suní, es conservadora, pero en absoluto fanática. El movimiento islamista, nacido por influencia de los Hermanos Musulmanes egipcios y reprimido brutalmente en los noventa, mantiene un perfil bajo y hace votos por la democracia. Los yihadistas libios, que combatieron en Irak o Afganistán, capitanean batallones rebeldes, pero están bastante neutralizados en sus propias comunidades. Ahora bien, la sharia, o legislacion islámica, está sin duda presente en el debate sobre la futura Libia. En Bengasi, la juez Naima Yibril se siente tranquila. "Los libios estamos pagando un precio demasiado alto por nuestra libertad, y nunca aceptaremos otro régimen autoritario, sea religioso o de cualquier otra índole. Ni aquí ni en Trípoli".
Los principales dirigentes políticos del cambio
- Mustafá Abdel Yalil. Presidente del Consejo Nacional de Transición, Yalil, de 59 años, abandonó su cargo de ministro de Justicia de Gadafi, a quien había desafiado públicamente, cuando comenzó la represión de las revueltas en febrero. Es un personaje conciliador y respetado. Ha anunciado que no participará en un futuro Gobierno.
- Abdelhafiz Ghoga. Vicepresidente y portavoz del CNT, este abogado de Bengasi cobró relevancia cuando representó a familiares de los presos asesinados en la prisión de Abu Salim, en 1996. Criticado por su indisimulada ambición política, sus detractores le acusan de haber jugado a dos cartas con el régimen.
- Ali Tarhuni. 60 años. Ocupa la cartera de Finanzas y Petróleo en el Gobierno interino. Comenzó sus estudios de Economía en Libia, hasta que en 1973 huyó al exilio. Terminó la carrera en Estados Unidos y trabajó en la Universidad de Washington hasta su regreso a Libia, el pasado febrero.
- Mahmud Yibril. 59 años. Es el primer ministro del Gobierno rebelde y su jefe diplomático. Economista formado en Egipto y EE UU. Como responsable del Consejo de Desarrollo entre 2007 y 2011, promovió la apertura económica en Libia. Su prestigio internacional le garantiza un papel importante en la transición.
Las ejecuciones tiñen de sangre Trípoli
La ONU exige a los jefes rebeldes que tomen medidas para detener los actos de venganza - Hallados 80 cadáveres en un hospital de la zona leal a Gadafi
Seguramente ha ocurrido desde que en febrero comenzó la guerra en Libia. Las denuncias de asesinatos y aberrantes torturas han sido moneda común. Los agresores, principalmente, han sido las tropas de Muamar el Gadafi, más acostumbradas a estos desafueros. Pero los rebeldes -el presidente del Consejo Nacional (CNT), Mustafá Abdel Yalil, amenazó días atrás con dimitir si no se frenaban estos crímenes- tampoco tienen las manos limpias. En esta fase decisiva del conflicto, las pruebas de ejecuciones sumarísimas abundan.
Cadáveres maniatados con tiros en la cabeza han sido hallados en varios distritos de Trípoli. Algunos eran mercenarios o soldados gadafistas; los más, milicianos opuestos al régimen. Naciones Unidas ha salido a la palestra, consciente de que los excesos se multiplican. "Apremiamos a todos aquellos que ostenten posiciones de autoridad en Libia, incluidos los comandantes, a adoptar medidas para asegurar que no se cometan crímenes o actos de venganza", aseguró ayer Rupert Colville, portavoz de la ONU.
No parece que muchos rebeldes ni soldados leales al tirano sean receptivos a esta petición, y menos ahora que los rebeldes pretenden acelerar su ofensiva para apresar a Gadafi y que los fieles al dictador luchan por su supervivencia. Un enviado de la BBC visitó el viernes un hospital en el que se habían entregado 17 cadáveres de insurrectos. Fueron asesinados mientras los sublevados tomaban Trípoli a comienzos de esta semana. Los médicos aseguraban que la mitad de ellos habían recibido balazos en la nuca, y que sus extremidades y manos estaban desfiguradas. Antes habían sido salvajemente torturados. Pero también se han visto cuerpos de soldados del régimen con tiros en la sien y maniatados en medio de una rotonda tripolitana. Parece que los sublevados no se preocupan demasiado por retirar las pruebas de unos actos que Naciones Unidas considera crímenes de guerra.
También se han encontrado 80 cadáveres, entre ellos el de un niño, en un hospital abandonado junto a un búnker próximo a Bab el Azizia, el fortín de Gadafi en Trípoli. Se ignora su identidad. Treinta personas habían sobrevivido al abandono. Resulta imposible aventurar en el caos que vive el país árabe cuántas personas han sido víctimas de estos crímenes. En Libia no se proporcionan cifras. Y cuando se hace, muy a menudo no son verosímiles.
Gadafi ya es perseguido por el Tribunal Penal Internacional, y las acusaciones adicionales que emerjan poco cambiarán su situación legal. Para el Consejo Nacional de Transición, que está trasladándose a Trípoli estos días y que promete instaurar un sistema político similar a los modelos democráticos europeos, estas imputaciones suponen una severa mancha en su expediente.
Propinar palizas significa bien poco para un buen puñado de rebeldes. No les importa ser vistos. Porque el miércoles lo hacían incluso enfrente de la escuela del barrio de Goryi, que estaba repleto de periodistas. Algunos detenidos por los rebeldes son recibidos a golpes según descienden de los vehículos en que son llevados a los cuarteles improvisados en cualquier dependencia oficial. Cierto es que suelen ser los más jóvenes los que se lanzan con furia contra los temerosos detenidos -su rostro lo dice todo-, y que son los adultos los que frenan la agresión.
Están muy lejos de comprender lo que significa realmente el trato adecuado a los reclusos. En abril, en Bengasi, este enviado fue invitado por un oficial rebelde a comprobar la identidad de ocho reos. Todos ellos africanos. El militar, que quería demostrar que el dictador emplea mercenarios, aseguró: "Aquí no somos como Gadafi. Nuestros detenidos disponen de abogado". Y, en efecto, un hombre se acercó y, en perfecto inglés, explicó las garantías de que gozaban los arrestados. Al poco de retirarse el letrado a su despacho, el uniformado mostraba las tarjetas de identidad de los capturados. "Mira, este es de Níger", decía mientras soltaba un tortazo al joven en la cara. "Este es de Malí", y le arreaba una patada. "Este también es de Malí", y le atizaba un capón.
Los derechos humanos no son siempre fáciles de asimilar, y menos en una sociedad tan embrutecida por 42 años de dictadura. Ayer seguía combatiéndose en la zona del aeropuerto, atacado por los soldados gadafistas, y en varios barrios de Trípoli. Al Yazira informaba de que en el barrio de Abu Salim -donde ayer los milicianos cantaron victoria definitiva, lo que tampoco significa demasiado- los rebeldes detuvieron a cientos de personas en una redada masiva e indiscriminada, seguramente porque siguen pensando que en ese lugar misérrimo puede esconderse el hombre al que buscan. Los sacaban casa por casa, precisamente cuando el Consejo Nacional está instalándose en la capital y persiguiendo su lugar en Naciones Unidas. Creen que en ese barrio, donde el tirano goza de cierto apoyo, puede esconderse Gadafi.
Un final de Ramadán sin luz ni agua
Gran parte de los tripolitanos añadieron ayer al sufrimiento que supone cumplir el precepto del Ramadán -no comer ni beber agua durante 13 o 14 horas- y al calor sofocante y húmedo propio de la temporada, un contratiempo que podían esperar, aunque no a esta escala. Gran parte de la ciudad estuvo sin agua ni luz durante toda la jornada. Algunos vecinos buscaban el líquido por la calles de la capital. En el centro de esta urbe de dos millones de habitantes, hoteles de categoría no suministraban agua en las habitaciones. Nadie acertaba con la explicación. Y, como es habitual, si no norma en los países árabes, la rumorología y las teorías de la conspiración aparecieron. Había quien hablaba de un ataque a los conductos de agua que abastecen Trípoli desde el sur de Libia. Otros comentaban que, tal vez, se habían envenenado los depósitos. En todo caso, los cortes de luz en Trípoli han sido frecuentes en los últimos meses, pero pocas veces tan prolongados y extensos como el padecido ayer.
Los dirigentes del Consejo Nacional, el Gobierno de los alzados, afirman con frecuencia que Gadafi es capaz de cualquier barbaridad y de que dispone de medios para cometerla. De eso caben pocas dudas. Cuenta todavía con hombres armados y suficiente dinero y oro -según aseguran exfuncionarios conocedores de sus finanzas- para atacar la que fue una de las creaciones faraónicas de las que más se enorgullecía, el Gran Proyecto del Río Construido por el Hombre: la enorme conducción que trae el agua desde los pozos de la región de Sabha, en cuya capital, a 600 kilómetros al sur de Trípoli, Gadafi proclamó en 1977 la Yamahiriya, el Estado de las masas, su proyecto social y político descrito en el Libro Verde. Esta ciudad, junto a Sirte, uno de los bastiones del autócrata, ha vivido hasta ahora casi al margen de la guerra. Sería un golpe devastador para la ciudad.
Fuente Diario "EL PAÍS"
'No hay agua, pero debemos tener paciencia'
+En la capital, no hay agua corriente desde hace tres días. La falta afecta muy severamente a los hospitales
+En los estantes de las pocas tiendas abiertas, hay de todo menos lo indispensable
La esperanza está puesta en 32 barcos con suministros que esperan en el puerto para atracar
+Con los bancos cerrados, la situación comienza a ser desesperante. Muchos han dejado de acudir al trabajo
Trípoli está bajo la ley seca. Hace tres días que no hay agua corriente. El agua embotellada está casi agotada. En el distrito de Fashlum, al este de la ciudad, los residentes intentan recoger agua de los pozos que algunas familias tienen en sus casas. Sólo el 40% de los tripolitanos cuenta con un pozo. Varios vecinos se arremolinan junto a una casa con garrafas de plástico vacías y las llenan con la generosidad del dueño privilegiado del pozo.
"La libertad para todos", se lee en un muro. "Felicidades a todo Fashlum", reza en otro. Fashlum es un barrio libre, pero la libertad sabe a poco cuando se tiene poco para comer. En una tienda del centro, en Dhahra, su vendedor cuenta a ELMUNDO.es que desde hace días no hay pan ni leche ni zumos. "No hay agua, pero hay que tener paciencia", afirma.
En los días finales del Ramadán, el mes del ayuno musulman que cada día se rompe con el 'iftar', una comida copiosa que es también una celebración familiar, los tripolitanos tienen poco para echarse a la boca.
En los estantes de las pocas tiendas hay de todo menos lo indispensable. "Hace tres días que no tenemos agua", dice una mujer que compra harina y aceitunas. Cerca, un grupo de gente se agolpa en la puerta de una panadería. La falta de agua afecta muy severamente a los hospitales, que ven su trabajo muy dificultado sin el líquido elemento. Además, hay cortes de electricidad en toda la capital.
Todos los comercios y oficinas de la ciudad están cerrados. "Desde hace una semana nos hemos negado todos a trabajar. Desde hace meses, mucha gente dejó de acudir a sus trabajos, pero ahora es masivo", cuenta Mahdi, antiguo capitán de las Fuerzas Armadas que ahora está del lado de los insurgentes.
Con los bancos cerrados, la situación comienza a ser desesperante. "Yo logré coger 4.000 dinares (unos 1.700 euros) del banco, antes de todo esto y gracias a eso mi familia y yo sobrevivimos ahora", explica Mahdi.
La esperanza está puesta ahora en 32 barcos con todo tipo de suministros, como combustible, agua, alimentos y medicamentos se encuentran fondeados en el puerto de Trípoli esperando para atracar, según pudo comprobar Efe.
Pese a todo, en Trípoli no hay desorden. Hay combates, pero en las calles de la ciudad liberada todo está tranquilo. No hay saqueos, todos los escaparates están intactos. La única presencia de fuerzas de seguridad son los 'checkpoints' rebeldes que salpican todas las calles. Por ahora, estos jóvenes enfundados en camisetas de sus equipos de fútbol favoritos mantienen la disciplina y se muestran educados.
Fuente Diario "EL MUNDO"
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