Si la Historia Militar o de las Fuerzas de Seguridad, te apasiona. Si la Militaría es tu afición. Si quieres conocer la Historia, sin valorar ideas ni convicciones políticas, sin tendencias, sin manipulaciones. La Historia Militar, sólo la vivida por sus principales protagonistas, los SOLDADOS que la han padecido.



¡Seguro que te gustará este Blog!


jueves, 17 de junio de 2010

LA GUERRA DE LOS BOXERS







El Levantamiento de los bóxers (義和團之亂 o 義和團匪亂), conocido en China como el «Levantamiento Yihétuán» (chino tradicional: 義和團起義, chino simplificado: 义和团起义, pinyin: Yìhétuán Qǐyì, ‘los puños enhiestos’ o, literalmente: ‘los puños rectos y armoniosos’), fue un movimiento contra la influencia comercial, política, religiosa y tecnológica foránea en China durante los últimos años del siglo XIX, desde noviembre de 1899 hasta el 7 de septiembre de 1901. Para agosto de 1900, cerca de 230 extranjeros, miles de chinos cristianos, un número desconocido (entre 50 000 y 100 000) de rebeldes, sus simpatizantes y otros chinos habían muerto en la revuelta y su represión.

Antecedentes
Guerras y tratados desiguales

En 1840 estalló la Primera Guerra del Opio entre Gran Bretaña y China. Ésta y la Segunda Guerra del Opio fueron libradas debido a las disputas sobre el comercio del opio en China, en tanto la corte imperial de Pekín trataba de prohibir dicho tráfico. Los comerciantes británicos no pensaban renunciar al negocio de esta droga, que era cultivada en grandes extensiones en la India y exportada más tarde a todo el sureste asiático contando con la complicidad de funcionarios chinos corruptos. Tras la fácil derrota del mal equipado ejército chino, Gran Bretaña obligó al gobierno imperial a cederle la isla de Hong Kong a perpetuidad (a la que más tarde se agregaron la península e islas adyacentes), permitir las importaciones de opio y abrir una serie de puertos al comercio extranjero; todas estas condiciones eran manifiestamente agraviantes para China y para la política de restricciones a los extranjeros que había seguido la Dinastía Qing.

En esa misma época, los franceses, rusos y japoneses comenzaron a aumentar su influencia sobre China. Debido a su inferioridad económica y militar, la dinastía Qing fue obligada a firmar numerosos acuerdos que serían conocidos como los «Tratados Desiguales». Dentro de éstos se incluyen el Tratado de Nankín (1842), el Tratado de Aigun (1858), el Tratado de Tianjin (1858), la Convención de Pekín (1860), el Tratado de Shimonoseki (1895) y la segunda Convención de Pekín (1898).

En el año 1895 China fue severamente derrotada en una guerra contra Japón. El enfrentamiento, particularmente violento, se saldó con la pérdida de Corea, las islas Pescadores y Taiwán, además del pago de fuertes indemnizaciones y concesiones comerciales a los vencedores. Todo esto se tradujo en una importante crisis económica en todo el país, así como en una humillación nacional ante una nación vecina que se había occidentalizado velozmente.
Panfleto antioccidental impreso en 1899, durante la rebelión de los bóxers.
[editar] Movimiento antioccidental

Los tratados firmados con las potencias europeas y con Japón fueron considerados fuertemente injustos por muchos chinos, creciendo así su odio hacia los foráneos así como su desaprobación hacia el gobierno imperial, cuyo prestigio había quedado muy disminuido con las severas derrotas militares ante Gran Bretaña en 1840 y más recientemente con la guerra de 1895 con el Japón, las cuales no solamente implicaban el pago de enormes indemnizaciones a los vencedores sino además la pérdida de territorios.

Tales fracasos, unidos a la pérdida de ingentes cantidades de territorio sin apenas discusión (Hong Kong, Taiwán, Corea, la región del Amur, la isla de Sajalín, partes de Mongolia exterior y Asia Central, etc.) causaron una fuerte conmoción en el pueblo, hasta entonces inmerso en la idea ficticia de una superioridad absoluta del Estado chino frente a unos «bárbaros» extranjeros a los que se despreciaba.

La propia Dinastía Qing había alimentado durante décadas la idea de la «superioridad» del Imperio Chino frente a los foráneos, calificados despectivamente como «bárbaros», pero las graves derrotas de 1840 y de 1895, junto con la intervención militar de Francia y Gran Bretaña en 1854 (que llegó a invadir y saquear la propia Pekín) mostraban a muchos funcionarios que la ideología de la corte imperial estaba muy alejada de la realidad, y que el atraso tecnológico y económico de China la convertía en presa fácil de las ambiciones extranjeras. No obstante, esta situación también generó un silencioso pero firme rechazo de algunos intelectuales a toda la cultura foránea y a la propia presencia de extranjeros en China, acusando a la corte imperial de debilidad ante esta situación; pronto comenzaron a cundir los rumores sobre crímenes realizados impunemente por los extranjeros, ante los que el sumiso emperador prefería ignorar.

La masiva llegada de misioneros cristianos occidentales tras la derrota china también causó fricciones con la Iglesia católica y con el protestantismo, en tanto los sectores más tradicionalistas los acusaban de trastornar la cultura china y de atentar contra el carácter nacional del país, mientras los chinos que aceptaban tales influencias eran condenados como traidores. En Guizhou, las autoridades locales manifestaron su desconcierto ante la visión de un cardenal católico que era transportado en una litera con la decoración propia de un gobernador regional. Todas estas desconfianzas desembocaron en numerosos brotes de desobediencia civil en gran parte del país a finales del siglo XIX, registrándose agresiones contra extranjeros y contra chinos convertidos al cristianismo.

El levantamiento popular fue impulsado por un grupo conocido como los Yihetuan o ‘puños rectos y armoniosos’ (義和拳, llamados bóxers —‘boxeadores’— por los ingleses, en referencia al ritual de artes marciales que practicaban porque según ellos les hacía inmunes a las armas), un grupo que se opuso inicialmente a la dinastía manchú de los Qing pero más tarde se reconcilió con ella y se concentró en el norte del país, donde las potencias europeas habían comenzado a exigir concesiones territoriales, ferroviarias y mineras. En noviembre de 1897, el Imperio Alemán respondió a la muerte de dos misioneros en la provincia de Shandong apoderándose del puerto de Qingdao. Al mes siguiente, una escuadra rusa tomó posesión de Lüshun, en el sur de Liaoning. Gran Bretaña y Francia les siguieron, tomando posesión de Weihai y Zhanjiang, respectivamente.

La rebelión

Los bóxers empezaron a incrementar su actividad en Shandong en marzo de 1898. El detonante de la rebelión ocurrió en una pequeña aldea de la provincia, donde unos misioneros demandaban la entrega de un templo local que según ellos era una antigua iglesia católica confiscada por el emperador Kangxi (1661–1722), en fuerte oposición a los lugareños. Las autoridades locales mediaron en el conflicto, fallando a favor de los misioneros y entregándoles el control del edificio. Como respuesta, los campesinos se sublevaron y atacaron la reconstituida iglesia bajo el mando de los bóxers.

La extensión de la rebelión coincidió con la llamada Reforma de los Cien Días (del 11 de junio al 21 de septiembre de 1898), impulsada por el emperador Guangxu con el fin de modernizar la administración, cosa a la que se oponía fuertemente su tía, la emperatriz Cixi que temía perder su poder omnímodo en la corte debido a estas innovaciones. Tras una primera derrota de los bóxers a manos del ejército chino en el mes de octubre, los rebeldes proclamaron su obediencia fiel a la autoridad imperial o, con mayor exactitud, su lealtad a la emperatriz Cixi, quien decidió usarlos como instrumento para destruir toda influencia extranjera en China y asegurar su propio poder político frente a los funcionarios con ideas reformadoras. Así, el gobierno chino, fuertemente controlado por la emperatriz, dictó varias leyes en favor de los bóxers a partir de enero de 1900, mientras que éstos concentraron sus ataques contra los misioneros y conversos al cristianismo. Las crecientes protestas de los gobiernos occidentales fueron desoídas.

En junio de ese año, los bóxers (a los que se habían sumado soldados imperiales) atacaron destacamentos de occidentales en Tianjin y Pekín. Las embajadas extranjeras en la capital, a las que habían huido sus ciudadanos residentes en Pekín, se convirtieron pronto en objetivo de los bóxers, aunque la mayoría de las delegaciones se encontraban bien protegidas por sus propias murallas y la cercanía a la Ciudad Prohibida, donde, paradójicamente, habían sido construidas por orden del emperador con el fin de tenerlas bajo vigilancia permanente. Las delegaciones de Gran Bretaña, Francia, los Países Bajos, Estados Unidos, Italia, Imperio ruso y el Japón de hecho compartían el mismo complejo defensivo, y a sólo unas calles de distancia se encontraban las de Bélgica y España, desde donde llegaron sus representantes para ponerse a salvo.

No pudo hacer lo mismo la delegación de Alemania, de constitución más reciente y por ello situada en el otro extremo de la ciudad. El día 20 fue asaltada finalmente por los bóxers, quienes capturaron y ejecutaron al embajador alemán, Barón Klemens von Ketteler. A resultas de ello, las potencias extranjeras declararon la guerra a China, siendo que la emperatriz Cixi respondió proclamando las hostilidades contra ellas. Hasta la llegada de las fuerzas militares enviadas en su ayuda, el propio personal diplomático debió defenderse del asedio de los bóxers solamente con armas menores y un viejo cañón al que se apodó como el «Arma Internacional» debido a que el cilindro era británico, el soporte italiano, los proyectiles rusos y los artilleros a cargo de su manejo estadounidenses. Dirigieron la defensa el ministro británico para China, Claude Maxwell MacDonald, y el coronel japonés Shiba Gorō.

El enfrentamiento fue ampliamente seguido por la prensa internacional, que describió toda clase de ataques violentos y atrocidades varias cometidos contra los extranjeros residentes en China, muchas de ellas enormemente exageradas. Esto provocó un amplio sentimiento antichino en América del Norte, Europa y el Japón. No obstante, los principales afectados fueron los cristianos chinos (de los que la prensa europea mayormente no se ocupó), que siendo mucho más numerosos y sin poder huir a ninguna parte fueron objeto de violaciones, torturas y asesinatos.

A pesar de sus esfuerzos, los bóxers no lograron superar las defensas del recinto. En agosto, el asedio de las embajadas era levantado por las tropas enviadas por la llamada Alianza de las ocho naciones suscrita por los gobiernos de Alemania, Austria-Hungría, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y el Imperio ruso.

Operaciones de la Alianza
Representación de las tropas de la Alianza de las Ocho Naciones según una impresión japonesa de 1900. Los soldados, que aparecen con los uniformes e insignias navales, corresponden (de izquierda a derecha) a las marinas de Italia, Estados Unidos, Francia, Austria-Hungría, Japón, Alemania, Rusia y Gran Bretaña.

El ejército de rescate de los aliados se componía de unos 54.000 hombres a las órdenes del general británico Alfred Gaselee, de los cuales unos 5.000 eran chinos contrarios a los bóxers, 20.840 japoneses, 13.150 rusos, 12.020 británicos, 3.520 franceses, 3.420 estadounidenses, 900 alemanes, 80 italianos y 75 austro-húngaros. En julio desembarcaron cerca de Tianjin y pusieron sitio a la ciudad, que cayó el día 14. También capturaron los fuertes de Taku, situados en el estuario del río Hai He, y cuatro destructores chinos, labor en la que se destacó el barón Roger Keyes.

Tras asegurar la zona, el ejército de Gaselee partió hacia Pekín (a 120 km de distancia) el 4 de agosto. La marcha fue sorprendentemente fácil a pesar de que en el recorrido se encontraban estacionados unos 70.000 soldados imperiales y un número aproximado de rebeldes armados, que prefirieron evitar los enfrentamientos directos. Sólo se produjo un combate de cierta importancia en Yangcun, a unos 30 km de Tianjin.

No obstante, el avance de las tropas extranjeras tuvo que ralentizarse debido al mal tiempo, extremadamente húmedo y con temperaturas de hasta 43°C. El ejército entró finalmente en Pekín el 14 de agosto, donde levantó el asedio a las embajadas y posteriormente procedió a desplegarse por la ciudad con el fin de ocuparla, registrándose numerosos combates callejeros. La familia imperial y su corte abandonaron entonces la Ciudad Prohibida y se refugiaron en Xi'an.


Tras la ocupación, las tropas extranjeras se entregaron al saqueo, la destrucción, los asesinatos sumarios y las violaciones. La propia Ciudad Prohibida y otras dependencias imperiales fueron saqueadas, llegando a sacrificarse los animales de los Jardines Imperiales para servir de alimento a los soldados (lo que significó entre otras cosas, poner en peligro de extinción al ciervo del Padre David en China). La población fue fuertemente reprimida para evitar que se levantase nuevamente contra los extranjeros a pesar de la destrucción y robo de sus propiedades. El trato más duro provino de los 900 soldados alemanes, a los que el propio Káiser Guillermo II había exhortado el 27 de julio a «hacer que la palabra “alemán” sea recordada en China durante mil años, de manera que ningún chino vuelva a atreverse siquiera a mirar mal a un alemán», dentro de un discurso en el que invocaba la memoria de los antiguos hunos (razón por la que los británicos se referirían a los soldados alemanes como «hunos» durante la I Guerra Mundial). En octubre, las tropas rusas estacionadas en la región del Amur cruzaron la frontera e invadieron Manchuria, donde también actuaron con violencia contra la población civil.

Las hostilidades terminaron finalmente el 7 de septiembre de 1901, cuando la dinastía Qing accedió a firmar el Tratado de Xinchou o «Protocolo Bóxer», un nuevo tratado desigual con los gobiernos de Alemania, Austria-Hungría, Bélgica, Francia, Estados Unidos, España, Gran Bretaña, Italia, Japón, Países Bajos y Rusia.

Consecuencias

El tratado de paz establecía el compromiso del gobierno chino de ejecutar a 10 oficiales implicados en la revuelta, pagar 333 millones de dólares a los vencedores en concepto de reparaciones de guerra a lo largo de 40 años, conceder aún más ventajas comerciales a los extranjeros y permitir el estacionamiento de tropas por parte de éstos entre Pekín y el Mar Amarillo, con el fin de garantizar la seguridad de las embajadas extranjeras en la capital.


China no perdió nuevos territorios en esta ocasión debido en gran parte a que los vencedores no terminaron de ponerse de acuerdo sobre los límites de sus zonas de influencia y/o anexión en el futuro. En los años siguientes, la alianza se disolvió y cada uno de sus antiguos integrantes intentó imponer su propio plan para China. Las disputas entre Rusia y Japón en torno al dominio de Manchuria y Corea llevaron finalmente a la Guerra Ruso-Japonesa de 1905, en la que se impusieron los nipones. Con esta victoria, Japón aumentó aún más el prestigio internacional conseguido en las guerras contra China y afianzó su posición como potencia hegemónica en el área, en detrimento de Rusia. Con el fin de contrarrestar el ascenso japonés, Estados Unidos y Gran Bretaña decidieron más tarde reducir el castigo impuesto a China, invirtiendo gran parte de las indemnizaciones de guerra en la concesión de becas a ciudadanos chinos y en la construcción de universidades, como la de Tsinghua. Los pagos se reducirían o cancelarían definitivamente a lo largo de la década de los 30, antes de lo previsto.

Por su parte, la Dinastía Qing quedó desacreditada una vez más a ojos de los funcionarios y el pueblo llano, aumentando entre las élites los apoyos al establecimiento de una república. Cixi trató de frenar esto abandonando la política conservadora que había defendido hasta entonces y realizando múltiples reformas en sus últimos años, llegando a prometer que se realizaría el establecimiento de un nuevo régimen constitucional en 1916. La muerte de la emperatriz en 1908 truncó estos planes, y finalmente China se convertiría en una república tras la revolución de 1911.

Como conmemoración de su participación en esta expedición, los soldados del 9º Cuerpo de Infantería de Estados Unidos fueron apodados «manchúes» y añadieron la figura de un dragón imperial a su uniforme.

Controversia en la China actual

Existe cierta controversia en la China actual acerca de lo que fueron y significaron los disturbios de 1898–1901. Mientras que algunas fuentes la consideran una «rebelión» o «desorden» (亂, mandarín luan), términos que poseen un sentido negativo en la lengua china, otros consideran que fue un movimiento patriótico en contra de las continuas ofensas extranjeras, por lo que prefieren el término «levantamiento» (起義, qiyi), de carácter más positivo. El actual gobierno de la República Popular China se decanta por esta última opción y considera los sucesos como producto de un «movimiento patriótico». En enero de 2006, el suplemento semanal Freezing Point, perteneciente al periódico China Youth Daily, fue clausurado por incluir un ensayo de Yuan Weishi (profesor de Historia de la Universidad de Zhongshan) en el que se criticaba el tratamiento que se daba en las escuelas chinas a la rebelión bóxer y las relaciones entre China y los poderes extranjeros en general durante el siglo XIX.

Debido a esta idea impuesta desde el gobierno, son cada vez menos los ciudadanos chinos que consideran este episodio como una rebelión.

No hay comentarios: