Toquen un poco más de Bach, nosotros no dispararemos. La batalla de Stalingrado.
Todo esta del revés, camarada general: el fuego fluye como el agua y el Volga está cubierto de llamas. (Vida y Destino. Vasili Grossman)
El pasado 6 de junio el mundo ha rendido homenaje a los protagonistas del desembarco de Normandia. Hace 65 años los aliados occidentales iniciaron su esperada ofensiva contra la Alemania nazi en la operación conocida como el Día más largo o el Día D. Esa fecha ha pasado a la historia por muchos motivos, y no es ninguna casualidad que todos los años -con preferencia por los que acaban en 5 o en 0- los líderes de los paises occidentales se apresten a celebrarlo en alguna de las localidades normandas. No discutire yo su importancia pero si señalare que su celebración ha traído a mi memoria Stalingrado, la ciudad que dio nombre a la batalla más importante de la Segunda Guerra Mundial, lo que fue ,más que una derrota, un desastre de las hasta entonces, y en apariencia, invencibles divisiones de Hitler.
Así el mundo lo ha celebrado como le corresponde a algo que occidente ha sobredimensionado deliberadamente, conviertiendolo en una imagen a su gusto. Normandia no fue una victoria épica, no fue un David contra Goliat. La sangria alemana en la lejana Unión Soviética había dejado casi desguarnecido la costa Atlántica.
Es algo que se puede constatar fácilmente, Hoolywood, la fábrica de sueños, la exportadora de ideología tiene sus buen puñado de películas del desembarco; en las librerias por su parte es sencillo comprobar como Normandia tiene siempre varios títulos al alcance del lector. Y en los juegos de mesa ocurre otro tanto, una búsqueda rápida en la Board Game Geek nos da un lista de más de 50 juegos para Normandia y apenas si alcanzan los 40 títulos los que tratan sobre Stalingrado.
Pero Normandia permite hacer un foto que Berlin no admite; en la capital del Reich se saludo su caída con la bandera roja, la hoz y el martillo y celebrarlo allí sería reconocer que la Segunda Guerra Mundial la gano el ejército rojo de Iosef Stalin. Y es díficil reconocer a un tirano el merito de haber doblegado a lo que se convirtió en la representación habitual del mal absoluto. Sin embargo la suerte de occidente no se decidió en las arenas de Normandia mal que le pese a algunos, como el periódico EL MUNDO Esta fecha decantó la guerra y ubicó a Occidente en los raíles de la paz. En esos momentos la guerra ya estaba decidida, y el calculo era otro: llegar los primeros a Berlín. Sin embargo el exito de la Operación Bagration lanzada por el Ejército Rojo tan solo 15 días después de Normandia ,llevaría a que Stalin, al acabar la guerra, controlase una parte mayor de Europa de lo que habían previsto los aliados occidentales.
Y sí, los planes de dominación de Hitler, se empezaron a desvanecer en Stalingrado, una ciudad que se convirtió en el centro de atención mundial. Una ciudad de relativa importancia estratégica que vio como entre junio de 1942 y febrero de 1943 se cobraba la vida de casi dos millones de personas, entre civiles y soldados de ambos bandos.
No es de mi interés dar cuenta pormenorizada de esta horrible batalla -aunque la wikipedia prefiera calificarla como épica- pero es obligado decir que tras el comienzo de la ofensiva de verano alemana, cuyos objetivos eran la propia Stalingrado y el petroleo del Caucaso, las tropas del eje alcanzaron la ciudad a principios de septiembre. Pero a pesar de tener a los soviéticos literalmente sobre el Volga nunca consiguieron tomar la ciudad en su totalidad, hasta el 19 de noviembre la lucha por Stalingrado fue lo que los alemanes denominaron Rattenkrieg (la guerra de las ratas). Después llegaría la Operación Marte, la bolsa del 6º ejercito de Paulus, el invierno ruso y la rendición alemana el 2 de febrero de 1943, y dos años más tarde, el 8 de mayo de 1945, la rendición incondicional de Alemania.
Pero Stalingrado fue mucho más que una batalla crucial, que una obsesión de Hitler, Stalingrado fue una catástrofe pero también por un momento, una esperanza. Y no sólo la esperanza de derrotar al fascismo, en Stalingrado, lo que movió a la revolución de Octubre volvió a germinar, la tiranía y el aparato burocrático de Stalin no lograba abortar el palpito que se sentía en el frente.
“Había un interés casí generalizado sobre temas como la organización de los koljoses depués de la guerra, las relaciones futuras entre los grandes pueblos y los gobiernos. El trabajo cotidiano de los soldados, su trabajo con las palas, con los cuchillos de cocinas que empleaban para limpiar las patatas y las chairas que utilizaban para reparar las botas, todo aquello parecía tener una relación directa con la vida del pueblo en la posguerra, así como con la vida de otros pueblos y estados. Casi todos creían que el bien triunfaría en la guerra y los hombres honrados, que no habían dudado en sacrificar sus vidas podrían construir una vida justa y buena. Aquella convicción resultaba conmovedora en unos hombres que sabían que tenían pocas posibilidades de sobrevivir hasta el final de la guerra y que, en cada despertar, se sorprendían por estar vivos unos días más”. (Vasili Grossman, Vida y Destino)
Y, en el mismo libro, “Novikov sentía que aquellos hombres lograrían su objetivo: serían más fuertes, más astutos, más inteligentes que sus enemigos. Aquella mole de cerebros, laboriosidad, osadía y calculo, eficacia operativa, furia; aquella riqueza espiritual de chicos del pueblo, estudiantes, alumnos de décimo curso, torneros, tractoristas, maestros, electricistas, conductores de autobús, malos, buenos, duros, amantes de la risa, solistas de coro, acordeonistas, precavidos, lentos, atrevidos, todos ellos se mancomunarían, se fundirían en una sola cosa, y así unidos, deberían llevarse la victoria, demasiada riqueza para no vencer”.
Desgraciadamente, finalmente el estalinismo termino por coparlo todo incluso al liberador ejército rojo. Tras la guerra, nada de lo que pudo ser Stalingrado se materializó. Así. hoy leer los testimonios de algunos historiadores y escritores, de aquella batalla, de aquel horror, resulta una experiencia traumática, nos pone en contacto con la catástrofe, pero no a la manera ideológica de Hollywood que convierte cualquier hecho histórico en una trivialidad de orden familiar, si no de una manera más pavorosa, ya que ahora sabemos que el sufrimiento, la muerte de aquellos que llevaron a su país a la victoria no sirvió para la causa justa por la que peleaban, si no para el prestigio internacional y el enaltecimiento de su dictador.
El propio Grossmann da algún testimonio del horror de Stalingrado en sus apuntes, como el de una joven enfermera siberiana:
“Es particularmente aterrador moverse durante la noche cuando los alemanes gritan bastante cerca y todo arde alrededor. Es muy difícil transportar a los heridos durante el día. Sólo una vez, cuando Kazantseva recogió a Kanisheva, pero un subfusilero la alcanzó en la cabeza. Durante el día los poníamos a cubierto y los recogíamos por la noche, ayudadas por los soldados.
Hubo momentos en que lamenté haberme presentado voluntaria, pero me consolaba diciendome a mi misma que no era la primera ni sería la última. Y Klava dijo “Están matando a tanta gente maravillosa, que mi muerte no supondría ninguna diferencia”. Recibíamos cartas de nuestros profesores. Estaban orgullosos de haber educado a tales alumnas. Nuestras amigas están celosas de nosotras, que tenemos la posibilidad de vendar a los heridos. Papá me escribe “Sirve con honradez. Regresa a casa con la victoria.” Y mamá me dice… Bueno, cuando leo lo que me escribe echo a llorar.” Vassili Grossman, Un escritor en Guerra.
O es incluso aún más espeluznante lo que relata Grossman en Destino y Vida, mostrando como se introducía el régimen stalinista en la manera de ver la guerra, cruel y sin contemplaciones, como bien aparece en el episodio de los francotiradores soviéticos.
“Bulátov contó que había visto a un alemán que andaba por la carretera abrazado a una mujer; los había obligado a echarse al suelo y antes de matarlos,les había dado la oportunidad de alzarse tres veces y de nuevo obligado a echarse al suelo, levantando con las balas nubes de polvo a dos o tres centímetros de sus piernas.
-Los maté cuando se inclinó sobre ella; quedaron tendidos en medio de la carretera, en forma de cruz.
La indolencia con que Bulátov narraba la historia acentuaba su horror, un horror que nunca está presente en los relatos de los soldados.
[…]
Krímov tenía ganas de participar en la conversación, de decir que probablemente entre los alemanes asesinados había obreros, revolucionarios, internacionalistas… Era importante tener aquello presente, de lo contrario corrían el riesgo de convertirse en ultranacionalistas. Pero Nikolai Grigórievich no dijo nada. Aquellos pensamientos no eran necesarios para la guerra; en lugar de armar, desarmaban.” Vassili Grossman, Destino y vida.
Y por supuesto, Grossman no puede evitar referirse a una de las fantasias más crueles de los soldados, el cara a cara, pero de manera muy diferente a la que hace Ernst Jünger em sus memorias de la Primera Guerra Mundial.
“Un día Klimov y Shaposnikov se infiltraron en las posiciones enemigas franqueado el terraplén de la vía férrea. Se arrastraron hasta el cráter que había producido una bomba alemana y que daba cobijo a una escuadra de ametralladores y a un oficial de artilleria enemigos. Arrimados al borde del cráter, observaron la vida de campaña de los alemanes. un joven ametrallador con la chaqueta desabotonada se había puesto un pañuelo rojo a cuadros por debajo del cuello de la camisa y se estaba afeitando. Seriozha oía cómo la barba dura y polvorienta crujía bajo la navaja. Otro alemán estaba comiendo algo de una pequeña lata de conservas; por un instante, Seriozha miró la expresión de intenso placer en su cara ancha. El oficial estaba dando cuerda a su reloj de pulsera, y Seriozha sintió el impulso de preguntarle en un susurro, para no asustarle, ¿qué hora es?”
Klimov arrancó la anilla de una granada y la lanzó al interior del crater. Aún no se había asentado el polvo cuando Klímov lanzó una segunda granda para poco después saltar dentro del crater. Los alemanes yacían muertos; parecía mentira que unos segundos antes estuvieran llenos de vida. Klímov, entre estornudos provocados por el gas de la explosión y el polvo, cogió todo aquello que pudiera servirle: el obturador de una ametralladora pesada, un binóculo, el reloj, que quitó con sumo cuidado de la mano todavía caliente del oficial para no mancharse de sangre; y luego sacó las carretillas militares de los uniformes despedazados de los ametralladores.”
Me es mucho más díficil ponerme en lugar del soldado de la Wermacht, primero triunfante invasor y después miserable victima de la guerra. Afortunadamente Slavoj Zizek me da la oportunidad de ofrecer algo que bien pudiera ser lo que sintió el soldado alemán. El filósofo esloveno hace una primera lectura del Winterreise de Schubert como si fuera el relato de la Wermacht en la estepa rusa.
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