'Ya no soy el francotirador que mató a aquel talibán de un disparo'
Con el rostro anguloso y algo demacrado después de muchos meses de guerra, los ojos con aspecto cansado y ojerosos, el catalán Djalal Banchs, de la Unidad de Cazadores de Montaña, vigila unas maniobras desde lo alto de una colina fusil en mano. Lleva allí muchas horas, matando el aburrimiento como puede y con la obligación de no dejarse derrotar por el sueño. De vez en cuando, la conversación con el observador (todo francotirador va acompañado de un observador que lo protege) le da un alivio, es un chaval de un pueblo cercano al suyo y se han hecho mejores amigos.
Finalmente, a principios de 2010, cuatro meses de guerra después y muchas horas apostado en lo alto de alguna colina, llega el momento. A lo lejos, divisa unos talibanes. Los mandos superiores confirman que se trata de enemigos porque Djalal sabe que uno de los máximos peligros a los que se enfrenta en su trabajo es distinguir a los simples campesinos de los radicales.
Años de afición al tiro lo han preparado para este momento. Aguza el ojo por la mirilla, localiza el blanco y lanza el disparo. No falla. El talibán cae muerto y sus secuaces huyen despavoridos. Estamos en la región española de Afganistán, al norte de Herat, y hace un frío que pela, varios grados bajo cero. Djalal comunica la baja a su observador, que ha tenido que alejarse de él colina abajo porque desde su posición no hay cobertura y para dar el tiro final el francotirador necesita el permiso de sus jefes. "¡Le he dado, le he dado!", grita. Aún hoy Djalal se pregunta quién sería aquel hombre al que abatió, si tendría familia, amigos. De origen iraní, su padre ya le había advertido de que se enfrentaría a sus "ancestros".
Casi seis años después de aquella escena que su afición por el vídeo hizo que pasara a la posteridad, Djalal, a un día de cumplir 28 años, la observa en su casa de Santa Coloma de Farners, no muy lejos de Girona capital, sin mover un músculo. Han sido muchas horas de conversación y el momento cumbre, el instante en el que lo vemos matar a un hombre, llega casi como una liberación. Pocos francotiradores pueden ver una y otra vez la escena en la que matan a un hombre a sangre fría.
Ha sido un destino sin duda poco predecible para el hijo de una catalana de buena familia y un próspero empresario iraní exiliado en el Ampurdán desde la revolución islámica porque Djalal Banchs Mohammadmadet incluso se invirtió los apellidos poco antes de ir a Afganistán para evitar suspicacias. Dice que creció como un chaval normal y que le molesta que en el documental parece "un pijo". Vive en una casa heredada de sus abuelos pero asegura que tanto su coche, un Mustang de colección, como los viajes exóticos junto a su novia los ha pagado de su bolsillo. En cualquier caso, su piel era quizá un poco más oscura que la de sus vecinos pero en nada era distinto a ellos salvo en su temprana afición voraz por las armas. Sea como fuere, con apenas 20 años ya era uno de los coleccionistas de armas (tanto réplicas como reales) y material militar más activos de España, un chico que había construido todas sus fantasías en torno a la guerra.
Pero como él mismo dice en Game Over, la película que se estrenará el 28 de mayo en el Festival DocsBracelona: "No es lo mismo ir en un tanque y tirar artillería que no ves a quien matas que matar a alguien que estás viendo, a una persona concreta". No, no es lo mismo, corrobora Djalal en el salón de su casa, decorada como si fuera una especie de Scarface (hay una pantera con brillantes). No se arrepiente, aunque tampoco está orgulloso. "No puedes estar contento de haber matado a una persona", dice. Hizo lo que tenía que hacer y evitó un atentado contra tropas de Estados Unidos. Los oficiales americanos le felicitaron.
Sin embargo, el asesinato marcó el final militar para un chaval que desde su más tierna infancia había estado obsesionado por las armas. Una figura en los foros internaciones de "friquis de la guerra" en la que incluso llegó a tener contacto con Chris Kyle, el famoso francotirador retratado por Clint Eastwood.
Djalal llegó de la guerra con 22 años, dos meses después del disparo mortal, "totalmente deprimido y desorientado", explica la directora de la película, Alba Sotorra, que lo conoció en aquella época. Hasta entonces, Djalal se había hecho un nombre en Facebook, Lord Sex, bajo el que colgaba la reproducción de maniobras militares que protagonizaba y elaboraba él mismo.
Para alguien que siempre había soñado con la guerra, la batalla le enseñó a valorar lo que tenía en casa: una ducha caliente, una cama mullida, comida de calidad... También es muy posible que la propia vida porque los muertos del cine no son igual que los muertos de la vida: "Las películas te vacunan contra la realidad. No es lo mismo ver un cadáver para alguien de mi generación que ha visto a miles en televisión y videojuegos que para alguien que no los ha visto nunca".
Con sus amigos y conocidos prefirió mantener silencio sobre sus andanzas bélicas. "Hay mucho ignorante por ahí, gente que no sabe de qué va el mundo". Hoy trabaja en una empresa química y se enfrenta al mismo panorama laboral incierto que cientos de miles de españoles de su edad y sueña con emigrar a EEUU. La guerra y las fantasías militares hace mucho que quedaron atrás. Quizá en ese mismo momento inmortalizado en vídeo en el que con los ojos derrotados grita a su compañero: "¡Le he dado, le he dado!". En la película no aparece el final de sus palabras... "Lo he matado". Así fue.
Finalmente, a principios de 2010, cuatro meses de guerra después y muchas horas apostado en lo alto de alguna colina, llega el momento. A lo lejos, divisa unos talibanes. Los mandos superiores confirman que se trata de enemigos porque Djalal sabe que uno de los máximos peligros a los que se enfrenta en su trabajo es distinguir a los simples campesinos de los radicales.
Años de afición al tiro lo han preparado para este momento. Aguza el ojo por la mirilla, localiza el blanco y lanza el disparo. No falla. El talibán cae muerto y sus secuaces huyen despavoridos. Estamos en la región española de Afganistán, al norte de Herat, y hace un frío que pela, varios grados bajo cero. Djalal comunica la baja a su observador, que ha tenido que alejarse de él colina abajo porque desde su posición no hay cobertura y para dar el tiro final el francotirador necesita el permiso de sus jefes. "¡Le he dado, le he dado!", grita. Aún hoy Djalal se pregunta quién sería aquel hombre al que abatió, si tendría familia, amigos. De origen iraní, su padre ya le había advertido de que se enfrentaría a sus "ancestros".
Casi seis años después de aquella escena que su afición por el vídeo hizo que pasara a la posteridad, Djalal, a un día de cumplir 28 años, la observa en su casa de Santa Coloma de Farners, no muy lejos de Girona capital, sin mover un músculo. Han sido muchas horas de conversación y el momento cumbre, el instante en el que lo vemos matar a un hombre, llega casi como una liberación. Pocos francotiradores pueden ver una y otra vez la escena en la que matan a un hombre a sangre fría.
Ha sido un destino sin duda poco predecible para el hijo de una catalana de buena familia y un próspero empresario iraní exiliado en el Ampurdán desde la revolución islámica porque Djalal Banchs Mohammadmadet incluso se invirtió los apellidos poco antes de ir a Afganistán para evitar suspicacias. Dice que creció como un chaval normal y que le molesta que en el documental parece "un pijo". Vive en una casa heredada de sus abuelos pero asegura que tanto su coche, un Mustang de colección, como los viajes exóticos junto a su novia los ha pagado de su bolsillo. En cualquier caso, su piel era quizá un poco más oscura que la de sus vecinos pero en nada era distinto a ellos salvo en su temprana afición voraz por las armas. Sea como fuere, con apenas 20 años ya era uno de los coleccionistas de armas (tanto réplicas como reales) y material militar más activos de España, un chico que había construido todas sus fantasías en torno a la guerra.
Pero como él mismo dice en Game Over, la película que se estrenará el 28 de mayo en el Festival DocsBracelona: "No es lo mismo ir en un tanque y tirar artillería que no ves a quien matas que matar a alguien que estás viendo, a una persona concreta". No, no es lo mismo, corrobora Djalal en el salón de su casa, decorada como si fuera una especie de Scarface (hay una pantera con brillantes). No se arrepiente, aunque tampoco está orgulloso. "No puedes estar contento de haber matado a una persona", dice. Hizo lo que tenía que hacer y evitó un atentado contra tropas de Estados Unidos. Los oficiales americanos le felicitaron.
La experiencia de Afganistán le ha cambiado la vida. 'No puedes estar contento de haber matado a una persona', dice.
Djalal llegó de la guerra con 22 años, dos meses después del disparo mortal, "totalmente deprimido y desorientado", explica la directora de la película, Alba Sotorra, que lo conoció en aquella época. Hasta entonces, Djalal se había hecho un nombre en Facebook, Lord Sex, bajo el que colgaba la reproducción de maniobras militares que protagonizaba y elaboraba él mismo.
Para alguien que siempre había soñado con la guerra, la batalla le enseñó a valorar lo que tenía en casa: una ducha caliente, una cama mullida, comida de calidad... También es muy posible que la propia vida porque los muertos del cine no son igual que los muertos de la vida: "Las películas te vacunan contra la realidad. No es lo mismo ver un cadáver para alguien de mi generación que ha visto a miles en televisión y videojuegos que para alguien que no los ha visto nunca".
Con sus amigos y conocidos prefirió mantener silencio sobre sus andanzas bélicas. "Hay mucho ignorante por ahí, gente que no sabe de qué va el mundo". Hoy trabaja en una empresa química y se enfrenta al mismo panorama laboral incierto que cientos de miles de españoles de su edad y sueña con emigrar a EEUU. La guerra y las fantasías militares hace mucho que quedaron atrás. Quizá en ese mismo momento inmortalizado en vídeo en el que con los ojos derrotados grita a su compañero: "¡Le he dado, le he dado!". En la película no aparece el final de sus palabras... "Lo he matado". Así fue.
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