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viernes, 8 de noviembre de 2013

TRACE ITALIENNE, EL SISTEMA DEFENSIVO AMERICANO

EL INICIO DE LA "TRACE ITALIENNE" EN EL SISTEMA DEFENSIVO AMERICANO

Escrito por Tomás San Clemente de Mingo. Escrito en Moderna

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EL INICIO DE LA "TRACE ITALIENNE" EN EL SISTEMA DEFENSIVO AMERICANO.
Tomás San Clemente De Mingo


A finales del siglo XVI el fenómeno pirático se recrudece y aumenta la presión exterior en las posesiones españolas en América. Inglaterra, Francia y Holanda, cuyas guerras con España tuvieron su repercusión en América, se establecieron en áreas del Caribe. Ante esta situación, a lo largo del siglo XVII, la Corona incrementó la capacidad defensiva americana y como resultado, a mediados del siglo XVII, los ataques fueron rechazados. Aunque existió una planificación y se realizó un esfuerzo desde la metrópoli por solucionar el problema, los esfuerzos, la dirección y los costos cayeron sobre las autoridades virreinales o locales y cómo no, en la población. La defensa pecó de lentitud, con una administración ineficiente condicionada por los intereses particulares, tanto en España como América.
 
La defensa a finales del siglo XVI y durante el siglo XVII, se centró en repeler las agresiones exteriores y controlar las insurrecciones indígenas. Para éste último objetivo seguía contando la Corona con la actuación de encomenderos y pobladores, a cambio del reparto del botín, del reparto de mano de obra indígena, así como de mercedes de tierras conquistadas. Para el primer objetivo, la corona pretendió que cada cual defendiese donde vivía ó dónde estuvieren sus propiedades e intereses, es decir, una defensa a nivel local. Sólo cuando la plaza era vital, en términos económicos, la Corona se involucró directamente haciéndose cargo de la defensa. Hasta entonces, la política defensiva americana, se había centrado en el plan defensivo de Felipe II de 1588, que era un proyecto general de fortificaciones para el área del Caribe (Puerto Rico, Santo Domingo, La Habana, Cartagena, Santa Marta, Nombre de Dios, Panamá, Portobelo y Chagre). El plan de Felipe II a penas dejó algunas fortalezas a medio acabar. Sobre estas plazas, a lo largo del siglo XVII, comenzaron a situarse pequeñas guarniciones de soldados pagados por la Hacienda americana.
 
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El Caribe, y especialmente las Antillas, muestran la mayor preocupación y el esfuerzo defensivo en esta época. Las fortificaciones comenzaron con Tejeda (mariscal) y Antonelli (ingeniero), sobre todo el segundo, quién llegó a Nueva España en 1590, comisionado por una real Cédula para estudiar las costas americanas y trazar las fortalezas que considerara oportuno. La Labor de Antonelli se centró en las edificaciones defensivas de San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, La Habana, Cartagena de Indias, entre otras. Introdujo los castillos levantados en promontorio o morros así como la traza italiana. La “trace italienne” bien merece una explicación:

En este sentido, durante el siglo XV los arquitectos militares desarrollaron el baluarte. En 1521 Maquiavelo en su libro séptimo del arte de la guerra, poniendo palabras en boca de su alter ego Fabrizzio, en relación con las fortificaciones decía:

El primer artificio consiste en construir las murallas sinuosas y llenas de entrantes y salientes, lo que impide que el enemigo pueda acercarse a ellas, puesto que puede ser batido fácilmente tanto de frente como de flanco"

Este saliente, que menciona Maquiavelo, de la línea de las murallas estaba provisto de una plataforma sobre la que se instalaba la artillería, tenía cuatro caras: dos proyectadas hacia afuera, en dirección al enemigo, y dos situadas a los ángulos precisos con respecto al muro principal de modo que ofrecían la posibilidad de abrir fuego cruzado en caso de asalto. Se dieron al mismo tiempo otros cambios. Tanto los baluartes como el muro-cortina empezaron a construirse mucho más bajos y mucho más gruesos que antes, empleando ladrillo y cascote en vez de piedra. Se descubrió que el ladrillo absorbía el proyectil de cañón en vez de romperse con el impacto, como la piedra, mientras que, por otra parte, se demostró que unos muros más bajos resultaban más resistentes al fuego de la artillería. Para completar el nuevo sistema defensivo, se rodearon las murallas y los baluartes con un foso ancho y profundo, a menudo protegido con nuevas construcciones.

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Este nuevo sistema defensivo se impuso por toda Europa durante el siglo XVI, llegando con medio siglo de retraso a América y sin un apoyo por parte de los funcionarios y oficiales reales. Los primeros no veían con buenos ojos a los extranjeros contratados por el rey: los segundos, amparados en el control fiscal y el recorte del gasto como señal de una gestión que les favoreciese para obtener mejores empleos, pusieron reparos a las entregas de grandes sumas de dinero, informando a la Corte de la inutilidad de gasto y de las construcciones. Desde principios de siglo XVI en América, las obras de defensa obedecían a esquemas antiguos: eran sencillas, de bajo costo y se ajustaban a las necesidades (cobijar pocas guarniciones). Eran un conjunto de obras defensivas antiguas, creadas para repeler ataques de piratas o corsarios, pero una vez que se constató que el peligro enemigo iba en aumento, Felipe II optó por la fortificación a la moderna en las plazas vitales para el comercio y remisiones de metal. Así, el plan de obras corresponde al patrón del 1588, introduciéndose la traza italiana y los sistemas abaluartados aplicándose en los principales puertos y enclaves de las costas americanas.
 
 Al unísono, se crearon juntas de fortificación con el objeto de obtener caudales y supervisión de obras. Por tanto, junto a torreones o sustituyéndolos, comenzaron a elevarse baluartes, cortinas y reductos a la moderna. Además, se ejecutaron en el Caribe, terraplenes, caballeros, revellines, reductos, glacis, fosos y trincheras para evitar las técnicas de sitio que, con tanta profusión, se realizaban en Europa. Por otro lado, no debemos olvidar la aplicación de las trazas en el territorio americano, acomodándose la nueva fortificación al terreno. Las obras debían de situarse donde mejor se defendiese la ciudad o el puerto, siendo la traza que mejor se amoldaba a esta situación la irregular. San Felipe de Barajas en Cartagena de indias o San Fernando en Omoa ejemplifican este tipo de traza.
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San Fernando de Omoa
Pero fue la traza cuadrangular la que más se utilizó en América, ya que permitía aprovechar las obras antiguas existentes en el Nuevo Mundo. La traza pentagonal no fue muy usada en la América del siglo XVII, debido a su coste (Real Felipe de El Callao y San Diego de Acapulco en el siglo XVIII). En definitiva, la traza más usada fue la irregular porque era la que mejor se adaptaba a las necesidades defensivas.
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San Diego Acapulco

Todas estas obras estaban controladas por Madrid por una junta de fortificación que se encargaba de revisar cada planta y alzado. Los ingenieros, con gran formación y experiencia en Flandes, Italia o España, destacados en Indias buscaron la adaptabilidad de las trazas al terreno, con lo que en muchas ocasiones el plano original fue modificado. Otras veces, los gobernadores fueron los que cambiaron estas trazas. Pero, el elemento más perturbador y que originaba más cambios en las fortificaciones, fue la falta de dinero. Es verdad, que el resultado en cuanto a la construcción de estos elementos defensivos, no fue todo lo efectivo que se esperaba, de hecho, los propios ingenieros lo advirtieron denunciando las dificultades que encontraron en diferentes ámbitos: las propias autoridades locales, dificultades económicas, desinterés, conflictos de competencia con los cabildos municipales, conflictos con los gobernadores militares, etc.

Bibliografía:

HIDALGO NUCHERA, Patricio: Expansión, defensa y gobierno de las Indias en AMORES CARREDANO Juan Bosco (coord.) Historia de América, Barcelona, 2006
MAQUIAVELO, Nicolás: Del arte de la guerra .Madrid, 1988
MONCADA MAYA, J. Omar: Ciencia en acción: ingenieros militares en Nueva España, Madrid, 1992,
PARKER, Geoffrey: El ejército de Flandes y el camino español 1567-1659. La logística de la victoria y derrota de España en la guerra de los países bajos. Madrid, 2000.

 

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