ADRIANÓPOLIS Y LA IMPACIENCIA DE VALENTE
Andrianópolis y la impaciencia de Valente.
Tomás San Clemente De Mingo
En el año 376, los godos, se encontraron a merced de los hunos. Tribu procedente de las estepas orientales y cuya habilidad para la lucha móvil les obligó a retroceder hasta el Danubio, la frontera nororiental del Imperio romano en los Balcanes. Los godos se vieron atrapados entre los hunos y los romanos. En esta tesitura los godos se afanaron en encontrar una brecha.
La masa de godos, compuesta por hombres, mujeres y niños (quizá podría alcanzar el número de 200.000 personas) se había convertido para el emperador Valente en una gigantesca crisis de refugiados. No por un gesto de buena voluntad y si por las escasas tropas que contaba, el emperador decidió que los bárbaros cruzaran el Danubio. Si bien es cierto que no se permitió a todos; solamente a los del clan del jefe Fritigerno, oponente de Atanarico, el rey con el que Valente años atrás había firmado su primer tratado en el río medio. Fue una mala decisión, que el emperador tomó empujado por la necesidad de engrosar sus filas contra los persas. Las otras tribus godas, tuvieron que quedarse en la otra orilla siendo exterminadas por los hunos.
Los godos acogidos fueron considerados como ciudadanos de la misma categoría que los romanos, que les habían prometido tierra y comida a cambio del reclutamiento de sus jóvenes. Las tropas romanas, encabezadas por el general dux Maximus, aprovecharon la situación para crear un "mercado" en el que se intercambiaba carne de perro por esclavos. Tan desesperados estaban los godos que incluso entregaban a sus hijos a cambio de un poco de comida. No les quedó otra que la sublevación y las legiones romanas decidieron empujarlos hacia el interior para aislarlos. La frontera había quedado desprotegida y los godos de la tribu de los grutungos aprovecharon la ocasión brindada para introducirse en el Imperio
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Mientras, los generales romanos, poco convencidos del acierto de que los bárbaros peentraran en el territorio, invitaron a los jefes godos a un banquete en la ciudad de Marcianópolis. Su plan: la última comida de los godos. Así, mientras las masas hambrientas godas empezaban a rebelarse contra los caciques romanos, en el interior de Marcianópolis los romanos se encargaban de eliminar a los guardias godos y arrinconar a Fritigerno, su jefe. El conde Lupicinus, jefe romano de la provincia tuvo clemencia hacia el jefe godo y este convenció a los romanos de que podía calmar a su pueblo. Una vez que el jefe godo se vio libre de los romanos, se introdujo entre la masa bárbara. Los romanos salieron en su busca y lo único que consiguieron, una vez cruzaron las puertas de la ciudad, es que fueran superados en número y diezmados en la lucha. Lupicinus se retiró al interior de la ciudad con los restos de sus tropas. En aquellos momentos, los godos campaban a sus anchas por el imperio, y sus filas iban aumentando gracias a los bárbaros que cruzaban las desguarnecidas fronteras del Imperio.
Valente que se encontraba combatiendo a los persas en el borde oriental, cuando tuvo noticias de los problemas de los godos, acordó una tregua con los persas. Además, pidió refuerzos a su sobrino Graciano entonces emperador occidental. Valente, en Mesopotamia, necesitaba un año para llegar al lugar de la insurrección además de los contingentes de su sobrino que no llegaban.
El emperador oriental (Valente) decidió ordenar a los generales que tenía en la zona del conflicto que atacasen a los godos con las pocas legiones romanas de que dispusieran: las legiones fueron derrotadas una tras otra por los godos que continuaban su inexorable avance. Cuando Valente llegó en el 377, lo godos estaban ante las puertas de Constantinopla. Valente consiguió salir de la ciudad y obtener un poco de espacio para que el ejército maniobrase en las llanuras al oeste de la ciudad; su plan era detener a los godos ocupando la ruta este-oeste, por donde debían de llegar los refuerzos de Graciano. En este sentido Graciano se preparó para ayudar a su tío, pero demoró su marcha pues tuvo que hacer frente a unos invasores germanos que habían cruzado el Rin. En este sentido, los asesores de Graciano insistieron en la conveniencia de conseguir un primer triunfo deslumbrante, aún a riesgo de tener que retrasar su avance en el camino para ayudar a su alter ego en oriente. Así fue; Graciano consiguió una victoria frente las hordas germánicas, retrasando la incorporación de los refuerzos en las filas de su tío.
Mientras, Fritigerno había reunido sus fuerzas al noroeste de Constantinopla, ante la ciudad de Andrianópolis, en el territorio occidental de la actual Turquía. Valente, cansado de esperar y ansioso por acabar con la campaña, celebró un consejo de guerra y se le notificó de que un contingente de 10.000 soldados godos se estaban aproximando, probablemente con el objetivo de tomar Andrinópolis. Si esta fuerza triunfaba, Valente quedaría aislado de su base de aprovisionamiento.
Los generales de Valente se dividían entre los que querían combatir y los que optaban por esperar los refuerzos. El emperador decidió lo peor; había que castigar, como fuera, a los godos de una vez por todas. Así, Valente con un ejército de 20.000 hombres, se puso en camino.
El día antes de la batalla, Fritigerno hizo una oferta de paz a cambio de Tracia. Valente, la rechazó y decidió atacar al día siguiente, 9 de agosto.
Cuando llegaron ante el enemigo, después de 17 kilómetros y ante un sol abrasador, se encontraron con un enorme círculo de carromatos, en cuyo interior se encontraba el ejército godo fresco y bien descansado. Valente volvió a rechazar otra propuesta de paz. Otra segunda oferta se hizo llegar al emperador. En ella se incluía un intercambio de prisioneros del alto rango como primer paso para las negociaciones, un acuerdo típico para mantener a los dos ejércitos frente a frente a unos cien pies de distancia antes de comenzar la lucha. Valente lo aceptó, tal vez considerando la fatiga de sus soldados y creyendo que Fritigerno tal vez se rendiría ante la exhibición de poder de las legiones romanas. Así, cuando las legiones se colocaron en formación de batalla para representar la estratagema de la rendición, un rehén de alto rango del entorno de Valente se preparó para entregarse a los godos e iniciar a sí las negociaciones. Valente cayó en la trampa; la caballería goda, que había estado recorriendo el territorio sin ser advertida por las patrullas romanas, surgió y se abalanzó sobre la caballería romana, formada por una unidad de élite de la Guardia Imperial, por el flanco izquierdo de Valente. Cuando arremetieron contra el ala izquierda, la caballería romana se vio obligada a retroceder hacia la infantería que encontraba en el centro. Las fuerzas godas estaban formadas probablemente por 30.000 combatientes. Los veteranos jinetes romanos se estabilizaron y volvieron a avanzar. Los romanos empezaron a imponerse: la infantería avanzaba colina arriba hacia los carromatos. Pero la caballería del ala izquierda estaba enzarzada con la caballería goda, más numerosa, y Valente carecía de refuerzos para darle la vuelta a la situación. Claramente superados en número por los godos, los romanos fueron perdiendo terreno y el ala izquierda de la caballería romana fue derrotada totalmente.
Por tanto, el flanco izquierdo de las legiones había quedado desprotegido. Los romanos tuvieron que retroceder, obligados a protegerse tras sus escudos y presentar batalla. Intentaron contener a la caballería del enemigo. La batalla prosiguió hasta que los soldados romanos se dispersaron: había comenzado la derrota aplastante del ejército del emperador oriental.
El regimiento que estaba en reserva, lejos de intervenir, se unió a la desbandada presa del pánico. Otros comandantes desertaron aprovechando la creciente oscuridad y abandonaron a su emperador. Al final, dos tercios del ejército de Valente cayó en la lucha. El cuerpo de Valente no fue recuperado.
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