“Me tiraron la granada en la entrepierna”
Juicio a dos agentes de los Mossos que destrozaron los testículos a un detenido al lanzar un artefacto aturdidor dentro del coche en el que viajaba
Jesús García Barcelona27 SEP 2012 - 00:19 CET
“Paramos el coche y levantamos las manos. De repente, reventaron los cristales y tiraron una granada que me cayó en la entrepierna. Intenté cogerla, pero me explotó”. José Antonio Coscolín relató ayer en el juicio cómo vivió la intervención policial que le dejó sin testículos y estéril. Un agente y un sargento de los Mossos d'Esquadra que participaron en aquella detención afrontan una petición de un año y medio de cárcel por las lesiones de Coscolín.
La fiscalía cree que los dos mossos violaron las normas al arrojar una granada de aturdimiento en el interior de un vehículo, el Porsche Cayenne en el que viajaban Coscolín y su jefe, Daniel Esteve, cobradores de morosos. Los acusados defendieron que el artefacto puede emplearse en espacios cerrados y que la unidad de élite a la que pertenecen lo ha hecho con éxito en otras ocasiones.
Los hechos ocurrieron en Castelldefels (Baix Llobregat) en noviembre de 2008. Los Mossos investigaban a Esteve por extorsión y asociación ilícita. La detención de Coscolín no estaba prevista y se decidió sobre la marcha, cuando los agentes comprobaron que ocupaba el asiento del copiloto junto al sospechoso. “Íbamos a gestionar un cobro. Nos basábamos en la presencia física, pero nunca usamos la violencia”, dijo Esteve, que declaró como testigo.
Dos furgonetas cerraron el paso al Porsche. Las informaciones de la policía aludían a “gente agresiva, que domina las artes marciales y podría llevar armas”, según el sargento Víctor E., que por esa razón dotó a sus hombres con granadas de aturdimiento. Mediante una explosión de luz y sonido, estos artefactos confunden y desorientan al sospechoso, lo que facilita la acción policial.
El otro policía acusado, Alberto M., decidió emplear la granada porque, en su opinión —sustentada por otros policías que declararon como testigos— ni Coscolín ni Esteve obedecieron las órdenes de detener el vehículo, mostrar las manos y abrir las puertas del coche. Alberto M. se acercó al cristal del copiloto y lo rompió. Fue entonces, dijo, cuando el coche reemprendió la marcha. “Reaccioné de forma inmediata por temor a que pasara algo y lancé la granada”. El policía sostuvo que quiso lanzarla al suelo. Pero el orificio del vidrio era estrecho. “No pude precisar”.
Un vecino que paseaba a su perro aquella mañana ratificó que el coche se movió levemente durante la operación. Una versión que contrasta con la de Coscolín y Esteve, quienes sostuvieron que el coche no se movió “ni un centímetro” y que los policías rompieron “todos los vidrios” casi sin mediar palabra. Coscolín, que entonces tenía 25 años, dijo que no pudo abrir las puertas porque tenía las manos arriba. Y que cuando vio a “hombres encapuchados”, pensó que le iban a secuestrar. “No puedo tener familia, me he operado seis veces y he pasado una depresión enorme”, relató en la vista oral.
Víctor E. y Alberto M., pertenecen al Grupo Especial de Intervención, una unidad de élite que actúa solo en casos de alto riesgo. Ambos defendieron que el artefacto se había usado en vehículos sin problemas. Unos días antes de los hechos, por ejemplo, se arrojaron dos granadas para aturdir a cuatro miembros de la llamada banda de los peruanos, que asalta a conductores.
“Teníamos la certeza de que esas lesiones no podían producirse”, afirmó el sargento, quien añadió que el fabricante solo alertaba de posibles lesiones auditivas. Víctor E. admitió que los artefactos “no se lanzan sobre una persona, sino al espacio”. Otros policías defendieron que la granada “rebotó contra el salpicadero” antes de caer en la entrepierna de Coscolín, lo que éste negó de forma rotunda.
Según los Mossos, el uso de la granada se ajusta a un protocolo de 2006. Pero una instrucción de armas aprobada dos años después —bajo el mandato en Interior del ecosocialista Joan Saura— limitó su utilización, “preferentemente”, a entradas a domicilios y motines. El jefe de los GEI sostuvo que la norma de Saura era “ambigua” y que, tras consultarlo con los servicios jurídicos, decidió no modificar el protocolo. “Nunca antes se había producido ninguna lesión. Yo mismo me hice detonar un día una granada en la mano. Y no me pasó nada”.
La fiscalía cree que los dos mossos violaron las normas al arrojar una granada de aturdimiento en el interior de un vehículo, el Porsche Cayenne en el que viajaban Coscolín y su jefe, Daniel Esteve, cobradores de morosos. Los acusados defendieron que el artefacto puede emplearse en espacios cerrados y que la unidad de élite a la que pertenecen lo ha hecho con éxito en otras ocasiones.
Los hechos ocurrieron en Castelldefels (Baix Llobregat) en noviembre de 2008. Los Mossos investigaban a Esteve por extorsión y asociación ilícita. La detención de Coscolín no estaba prevista y se decidió sobre la marcha, cuando los agentes comprobaron que ocupaba el asiento del copiloto junto al sospechoso. “Íbamos a gestionar un cobro. Nos basábamos en la presencia física, pero nunca usamos la violencia”, dijo Esteve, que declaró como testigo.
Dos furgonetas cerraron el paso al Porsche. Las informaciones de la policía aludían a “gente agresiva, que domina las artes marciales y podría llevar armas”, según el sargento Víctor E., que por esa razón dotó a sus hombres con granadas de aturdimiento. Mediante una explosión de luz y sonido, estos artefactos confunden y desorientan al sospechoso, lo que facilita la acción policial.
El otro policía acusado, Alberto M., decidió emplear la granada porque, en su opinión —sustentada por otros policías que declararon como testigos— ni Coscolín ni Esteve obedecieron las órdenes de detener el vehículo, mostrar las manos y abrir las puertas del coche. Alberto M. se acercó al cristal del copiloto y lo rompió. Fue entonces, dijo, cuando el coche reemprendió la marcha. “Reaccioné de forma inmediata por temor a que pasara algo y lancé la granada”. El policía sostuvo que quiso lanzarla al suelo. Pero el orificio del vidrio era estrecho. “No pude precisar”.
Un vecino que paseaba a su perro aquella mañana ratificó que el coche se movió levemente durante la operación. Una versión que contrasta con la de Coscolín y Esteve, quienes sostuvieron que el coche no se movió “ni un centímetro” y que los policías rompieron “todos los vidrios” casi sin mediar palabra. Coscolín, que entonces tenía 25 años, dijo que no pudo abrir las puertas porque tenía las manos arriba. Y que cuando vio a “hombres encapuchados”, pensó que le iban a secuestrar. “No puedo tener familia, me he operado seis veces y he pasado una depresión enorme”, relató en la vista oral.
Víctor E. y Alberto M., pertenecen al Grupo Especial de Intervención, una unidad de élite que actúa solo en casos de alto riesgo. Ambos defendieron que el artefacto se había usado en vehículos sin problemas. Unos días antes de los hechos, por ejemplo, se arrojaron dos granadas para aturdir a cuatro miembros de la llamada banda de los peruanos, que asalta a conductores.
“Teníamos la certeza de que esas lesiones no podían producirse”, afirmó el sargento, quien añadió que el fabricante solo alertaba de posibles lesiones auditivas. Víctor E. admitió que los artefactos “no se lanzan sobre una persona, sino al espacio”. Otros policías defendieron que la granada “rebotó contra el salpicadero” antes de caer en la entrepierna de Coscolín, lo que éste negó de forma rotunda.
Según los Mossos, el uso de la granada se ajusta a un protocolo de 2006. Pero una instrucción de armas aprobada dos años después —bajo el mandato en Interior del ecosocialista Joan Saura— limitó su utilización, “preferentemente”, a entradas a domicilios y motines. El jefe de los GEI sostuvo que la norma de Saura era “ambigua” y que, tras consultarlo con los servicios jurídicos, decidió no modificar el protocolo. “Nunca antes se había producido ninguna lesión. Yo mismo me hice detonar un día una granada en la mano. Y no me pasó nada”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario