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martes, 21 de febrero de 2012

LA EXPLOSIÓN DEL USS MAINE, DETONANTE DE LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA



El USS Maine (ACR-1) fue un acorazado pre-dreadnought de Segunda Clase de la Armada de los Estados Unidos, fue comenzado en el astillero naval de Nueva York el 17 de octubre de 1888; botado el 18 de noviembre de 1889 amadrinado por Alicia Tracy Willnerding, nieta del Secretario de Marina Benjamin Tracy.






USS MAINE

Astillero        Astillero Naval de Nueva York
Tipo             Acorazado pre-dreadnought
Autorizado    3 de agosto de 1886
Iniciado        17 de octubre de 1888
Botado         18 de noviembre de 1889
Asignado      17 de septiembre de 1895
Baja            15 de febrero de 1898
Destino        Hundido en el puerto de la Habana

Características generales
Desplazamiento     6 682 t
Eslora                   97,23 m (319 pies)
Manga                  17,37 m (57 pies)
Calado                  6,55 m (21 pies y 6 pulgadas)


Blindaje
• Cinturón: 305 mm
• Cubierta: 51–76 mm
• Torretas: 203 mm
• Torre de mando: 254 mm
• Mamparos: 152 mm

Armamento         
• 4 cañones de 203 mm (10")
• 6 cañones de 152 mm (6")
• 7 cañones de seis libras
• 8 cañones de una libra
• 4 tubos lanzatorpedos de 355 mm (14")

Propulsión 
• 2 máquinas de vapor de triple expansión
• 8 calderas
•2 hélices

Potencia
9 293 hp
Velocidad     16,45 nudos (30,47 km/h)
Tripulación
392 tripulantes





Fue asignado el 17 de septiembre de 1895, el Maine zarpó del Astillero de Nueva York el 5 de noviembre de 1895 hacia Newport, R.I. y después hacia Portland, Maine, para visitar el estado que le brindó su nombre. El 29 de noviembre zarpó para inspección y ensayos, siendo asignado a la escuadra del Atlántico Norte el 16 de diciembre de 1895, partiendo al día siguiente hacia Fort Monroe, Virginia, adonde arribó el día de Navidad. Estuvo destacado en ese lugar hasta junio de 1896, partiendo el día 4 para Cayo Hueso para dos meses de cursos y ejercicios, regresando a Norfolk el 3 de agosto. El Maine continuó con extensas operaciones costeras hasta finales de 1897, cuando fue preparado para viajar a Cuba para proteger a los ciudadanos estadounidenses en caso de sucesos violentos en la lucha de España contra las fuerzas insurrectas.




El 11 de diciembre de 1897 parte de Hampton Roads hacia Cayo Hueso, adonde arriba el 15. Allí se le unen barcos de la escuadra del Atlántico Norte para realizar maniobras, partiendo de Cayo Hueso el 24 de enero de 1898 hacia La Habana.


Con la excusa de asegurar los intereses de los residentes estadounidenses en la isla, el gobierno estadounidense envió a La Habana el acorazado de segunda clase Maine. El viaje era más bien una maniobra intimidatoria y de provocación hacia España, que se mantenía firme en el rechazo de la propuesta de compra realizada por los Estados Unidos sobre Cuba y Puerto Rico. El 25 de enero de 1898, el Maine hacía su entrada en La Habana sin haber avisado previamente de su llegada, lo que era contrario a las prácticas diplomáticas tanto de la época como actuales. En correspondencia a este hecho, el gobierno español envió al crucero Vizcaya al puerto de Nueva York.
A pesar de lo inoportuno de la visita, la población habanera permanecía tranquila y expectante y parecía que el capitán general, Ramón Blanco, controlaba perfectamente la situación. Por otra parte, a pesar de que el Maine tuvo un gélido recibimiento por parte de las autoridades españolas, Ramón Blanco y el capitán del navío, Charles Sigsbee, simpatizaron desde el primer momento y se hicieron amigos.




Sin embargo, a las 21:40 del 15 de febrero de 1898, una explosión ilumina el puerto de La Habana. El Maine había saltado por los aires. De los 355 tripulantes, murieron 254 hombres y 2 oficiales. El resto de la oficialidad disfrutaba, a esas horas, de un baile dado en su honor por las autoridades españolas.

El capitán de la embarcación Charles D. Sigsbee escribía una carta a su esposa en su recamara, cuando la primera de dos explosiones lo tiró al piso. Desde tierra firme el espectáculo era más impresionante.

Al escuchar la explosión el General Lee, que se encontraba escribiendo un reporte a Washington sobre la impresión en Cuba de la carta de Dupuy, corrió a la ventana para ver en llamas al destructor de 6682 toneladas hundirse rápidamente por la proa. Los españoles enviaron naves a rescatar a los sobrevivientes y antes que pudieran contarse las bajas, las consecuencias, aunque no las causas, fueron aparentes inmediatamente.
La explosión había ocurrido directamente debajo de los dormitorios, matando a dos oficiales y 250 hombres instantáneamente. Otros ocho morirían en las horas siguientes a la explosión, tras la cual y bajo una gruesa lluvia el capitán Sigsbee, como era costumbre en la época, abandonaría de último al Maine antes que se hundiera por completo.




Teorías acerca del hundimiento
  • La primera teoría es que trató de una explosión provocada, bien por patriotas cubanos pro-españoles, marinos españoles, insurgentes cubanos o marinos estadounidenses interesados en provocar el desencadenamiento de la guerra mediante una operación de bandera falsa, se habrían acercado al buque en la oscuridad y adosaron una mina a la proa del Maine.
  • La segunda teoría es que la detonación se produjo accidentalmente en los pañoles de munición, por una explosión espontánea de polvo de carbón de una carbonera imprudentemente localizada junto a la santabárbara de la nave.

A fin de determinar las causas del hundimiento se crearon dos comisiones de investigación, una española y otra estadounidense, puesto que estos últimos se negaron a una comisión conjunta. Los estadounidenses sostuvieron desde el primer momento que la explosión había sido provocada y externa. La conclusión española fue que la explosión era debida a causas internas. Los españoles argumentaron que no podía ser una mina como pretendían los estadounidenses, pues no se vio ninguna columna de agua y, además, si la causa de la explosión hubiera sido una mina, no tendrían que haber estallado los pañoles de munición. En el mismo sentido, hicieron notar que tampoco había peces muertos en el puerto, lo que sería normal en una explosión externa.

Tradicionalmente ha sido una opinión muy extendida entre los historiadores españoles el creer que la explosión fue provocada por los propios estadounidenses para utilizarla como excusa para su entrada en la guerra. Algunos estudios actuales apuntan a una explosión accidental de la santabárbara, motivada por el calentamiento de los mamparos que la separaban de la carbonera contigua, que en esos momentos estaba ardiendo.
Otros estudios recientes han señalado que, dados los desperfectos causados por la explosión, si la misma hubiera sido provocada por algún artefacto externo, ésta habría hecho al barco saltar (literalmente) del agua. Algunos de los documentos desclasificados por el gobierno de EE.UU. sobre la Operación Mangosta (proyecto para la invasión de Cuba posterior al fracaso de Bahía de Cochinos) avalan la polémica hipótesis de que la explosión fue causada en realidad por el propio gobierno de EE.UU. con el objeto de tener un pretexto para declarar la guerra a España.

España negó desde el principio que tuviera algo que ver con la explosión del Maine, pero la campaña mediática realizada desde los periódicos de William RandolphHearst, hoy día el Grupo Hearst, uno de los principales imperios mediáticos del mundo, convencieron a la mayoría de los estadounidenses de la culpabilidad de España.



EE.UU. acusó a España del hundimiento y declaró un ultimátum en el que se le exigía la retirada de Cuba, además de empezar a movilizar voluntarios antes de recibir respuesta. Por su parte, el gobierno español rechazó cualquier vinculación con el hundimiento del Maine y se negó a plegarse al ultimátum estadounidense, declarándole la guerra en caso de invasión de sus territorios, aunque, sin ningún aviso, Cuba ya estaba bloqueada por la flota estadounidense.

Comenzaba así la Guerra Hispano-Estadounidense, que con posterioridad se extendería a otras colonias españolas como Puerto Rico, Filipinas y Guam.
El hundimiento del acorazado fue el principal detonante de la Guerra Hispano-Norteamericana. El suceso fue ampliamente difundido y tergiversado por diversos medios de comunicación estadounidenses, como parte de la Propaganda en la Guerra Hispano-Estadounidense, para justificar la intervención y posterior anexión estadounidense de Cuba y una serie de colonias españolas repartidas por todo el mundo.


Sin esperar el resultado de una investigación, la prensa sensacionalista de William RandolphHearst publicaba al día siguiente el siguiente titular: «El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo».





UNA EXPLOSIÓN QUE ENCENDIO LA GUERRA HIPANO-NORTEAMERICANA

Durante casi un mes entre diciembre y enero de 1898, el recién construido USS Maine había estado esperando en Key West, Florida, por las palabras claves que lo llevarían a su destrucción: twodollars. El mensaje, (que debía ser repetido una sola vez) tenía que venir del cónsul norteamericano en La Habana, un tal General Fitzhugh Lee y significaba que las vidas de norteamericanos y sus propiedades estaban en peligro por la revolución cubana en contra de los españoles.

La situación, sin embargo, no era tan sencilla, y sería afectada por muchos acontecimientos presentes y pasados.

A diferencia de la revolución que sacudiría Cuba poco más de medio siglo más tarde, el gobierno norteamericano sí simpatizaba con esta. Sobre todo por razones económicas, pero serían las electorales la que tendrían más peso en el desenlace de todo el asunto.


La opinión pública norteamericana, vía una incendiaria prensa amarillista liderizada por William RandolphHearst y su New York Journal, no pasaba un día sin urgir al gobierno de intervenir en la isla y ayudar a los patriotas cubanos en su lucha contra el "salvaje" imperio español.

La prensa norteamericana de entonces estaba envuelta en la llamada guerra de los periódicos. Esta era una batalla de estilos, donde un bando encabezado por Hearst y otro encabezado por Joseph Pulitzer, se peleaban por el mercado periodístico norteamericano. El bando de Hearst favorecía el amarillismo escandaloso, el de Pulitzer una prensa más seria, con ambos terminando siempre tan incendiarios como el que más. Y como lo que vendía periódicos en la época era Cuba, la opinión pública recibía su dosis diaria de noticias del frente español, que generalmente giraba en torno a las barbaridades que cometían los españoles en contra de los patriotas cubanos.



A pesar de esto, Washington cuidadosamente se negaba a intervenir. O al menos a intervenir directamente. En lo que iba de guerra habían sucedido varios conflictos diplomáticos por la captura por parte de los españoles de suministros dirigidos a los rebeldes desde Florida. El comercio de la isla, a pesar de ser española, estaba prácticamente en manos del industrialato norteamericano y a solo ellos perjudicaba la inestabilidad cubana, por lo que la excusa de Washington para el armamento camuflado era siempre era el mismo: el derecho al libre comercio.

Pero este mangüareo también se debía otras razones. McKinley, por ejemplo, apenas había sido juramentado el año anterior y su política exterior aún no estaba definida. Que Washington le tenía ganas a Cuba desde hacía tiempo no era ningún secreto, pero las condiciones nunca se habían dado para cristalizar este deseo. Monroe había diplomáticamente abierto las puertas al futuro expansionismo norteamericano con su doctrina de "América para los Americanos", que en realidad era más como "América para los Norteamericanos en vez de los para los Europeos". Y sureños de la Florida habían intentado sin éxito invadir la isla tan temprano como en 1841.

Pero en general la política de Washington hacia Cuba era de esperar y limitarse al apoyo indirecto y la presión diplomática. Cosa que en 1847 Quincy Adams puso en palabras al declarar que tarde o temprano Cuba iría a manos de los Estados Unidos "como la fruta desprendida cae del árbol".
Además, la armada española todavía era demasiado poderosa para que los yanquis trataran de hacer algo, o al menos eso creían ellos. Los españoles estaban fogueados por siglos de dominio marítimo y geográfico, cosa que los Estados Unidos, sin experiencia en conflictos internacionales, no podían decir ni en chiste. Pero para 1898 las cosas habían cambiado. Los españoles se habían debilitado por las guerras de independencia tanto en Cuba como las Filipinas, y los norteamericanos, libres de la guerra civil y la conquista del oeste, no se equivocaron al ver en esto otra oportunidad de expansión a costa de los castellanos.

Pero la duda estaba. ¿Podía los Estados Unidos verse cara a cara con España? Muchos en Washington lo dudaban, y muchos más en Madrid lo temían, y además, aunque el resto de las naciones europeas veían con gusto que España perdiera sus posesiones en América, no les daba ninguna nota que fueran a caer en manos de los Estados Unidos. Por lo que a pesar que la milicia estadounidense se encontraba prácticamente ociosa y el generalato ansioso por probarse a si mismo con un conflicto como el cubano, los días siguieron pasando sin que McKinley se decidiera hacer nada. Y quizás nunca hubiera podido hacer nada de no haber sido por dos hechos fortuito que acabaron con la neutralidad de Washington y convirtieron en proféticas las palabras de Grover Cleveland al transmitir la presidencia a McKinley. "Siento profundamente, Sr. Presidente," dijo Cleveland "dejarle la herencia de una guerra con España, que llegará antes de que transcurran dos años".
Esto no era ninguna novedad. Ya desde hacía más de un año que los perros de guerra en Washington habían hecho un plan de ataque contra las Filipinas. 

Culturalmente menos sólida en cuanto a su identidad como nación independiente, creían los norteamericanos, los filipinos eran un hueso más fácil de roer que Cuba, que ya se veía a si misma como nación libre. Filipinas al final extendería la guerra con España, contra Washington hasta 1902.
Y mientras se esperaba por el llamado de Fitzhugh, que nunca llegaría o sería necesario, la empezaba a cuajarse en los círculos diplomáticos de la capital norteamericana.

Entonces el ministro exterior de España en la capital americana era un 
Enrique Dupuy de Lôme. Un valenciano de origen francés que había logrado mantener a Cleveland a distancia, autorizaría a regañadientes la petición del Ministerio de Estado norteamericano para que el Maine levara a anclas con destino a La Habana como visita de cortesía. De Lôme, inocente de ser vigilado de cerca, expresó su disgusto a un amigo en una carta fechada en diciembre de 1897, donde en lenguaje abierto llamaba a McKinley un hombre crudo y populista hasta la indecisión. La carta nunca llegaría a su destinatario, siendo interceptada por espías cubanos o norteamericanos, que la enviaron como un regalo del cielo a la oficina de William RandolphHearst en Nueva York. El 9 de febrero de 1898 la primera plana del Journal sería el primer paso hacia la guerra: "El peor insulto a los Estados Unidos en su historia."

McKinley inmediatamente solicitó una disculpa oficial del gobierno español, que fue recibida el 14 de febrero junto con la remoción de Dupuy, y un cortejo de delegados que buscaron solucionar el conflicto sin ir a la guerra, pero los acontecimientos del día siguiente condenarían la movida al fracaso.
En su primer reporte de Sigsbee urgía a Washington a no hacer juicios antes de realizar una investigación sobre el siniestro. Pero la guerra de los periódicos no se servía de intereses públicos, y antes que Washington dijera algo Hearst anunció que él mismo investigaría la explosión. Pulitzer respondió con la misma moneda, alquilando un remolcador y contratando a unos buzos para estudiar el destructor y aunque nunca obtuvieron permiso para hacer tales cosas, las portadas del World y el Journal dejaban poco lugar a dudas: "El Maine fue partido en dos por una maquina infernal secreta del enemigo" publicó Hearst. "Explosión del Maine fue causada por una bomba", "Sospecha de torpedo" publicaría Pulitzer para no quedarse atrás. En todos los Estados Unidos empezaron a usarse botones con la orden del día: "Rememberthe Maine, ToHellwithSpain"

Por meses los periódicos habían estado publicando detalladamente historias de horror sobre lo que era la vida bajo el opresivo gobierno español. Favoritas eran sobre todo las relacionadas con la errónea política de reconcentración aplicada por el ex gobernador de la isla General Valeriano Weyler. Weyler había movido pueblos enteros a campos de reconcentración con la intención de minimizar el daño a civiles durante la guerra con los rebeldes, o al menos eso decía. Pero en realidad, como el proyecto no había sido implementado correctamente, los campos de reconcentración terminaron matando a miles de hambre y enfermedad, eventualmente convirtiéndolos en focos de insurgencia.

Las historias en la prensa norteamericana hablaban de españoles caníbales, torturas y campos de exterminio, pero por lo general las historias solo eran inventos o exageraciones del conflicto. Uno de los corresponsales que visitó Cuba en esa época fue el ilustrador Frederick Remington. Enviado por Hearst, se sorprendió cuando al llegar a Cuba, la isla estaba lejos de parecer el infierno que había leído en los periódicos.
"No hay guerra," Remington le escribió a Hearst. "Solicito que se me venga a buscar."

La respuesta de Hearst llegó por cable el mismo día. "Favor quedarse. Usted suministre las fotos, yo suministro la guerra." En el ínterin Hearst ganaría la primera de sus muchas batallas periodísticas. La edición del 17 de febrero del Journal sería la primera en los Estados Unidos en vender más de un millón de ejemplares.

Y mientras las investigaciones sobre la explosión se llevaban a cabo las teorías no dejaban de aparecer. El General Lee pensaba que era accidental. Otros que habían sido los rebeldes cubanos para forzar la intervención norteamericana. El Departamento de Marina por su parte sugirió que quizás había sido el producto de una combustión espontánea en los depósitos de carbón. Otras naves habían sufrido incidentes similares aunque no tan graves. También se pensaba que el barco había derivado hacia una mina, una bomba había sido traída a bordo por un visitante en La Habana o en Key West y que las municiones habían sido empacadas incorrectamente.

En este ambiente, los españoles sabían que el tiempo era oro, por lo que entrevistaron a los sobrevivientes en la primera hora después del incidente, y el 20 de febrero una corte anunció que no había encontrado evidencias sugiriendo una causa externa. Pero Washington se había negado a realizar la investigación en conjunto y durante el siguiente mes entrevistó de nuevo a los testigos, realizó una experticia y a finales de marzo publicó el reporte final. Las explosiones en dos o más cartuchos delanteros habían sido causadas por una mina submarina. No se asignó culpa, al menos oficialmente, y mientras trascurrían los días, lo populista que Dupuy había criticado en McKinley emergió presionado por una opinión pública cada vez más escandalizada por la inacción.

El 11 de abril McKinley pidió al Congreso poderes extraordinarios para intervenir militarmente en Cuba. Dos semanas más tarde empezó lo que Teodoro Roosevelt describió como la "esplendida pequeña guerra", que terminó con la victoria de los Estados Unidos el 12 de agosto de 1898.
Como resultado de la guerra España perdió sus posesiones en el hemisferio occidental y las Filipinas.

Pero el misterio del Maine continúo en tinieblas, apareciendo de vez en cuando en alguna comisión del Congreso hasta que en 1911, el barco fue levantado del fondo del la bahía, para realizar otra investigación sobre la causa de la explosión. La comisión volvió a concluir que el agente había sido externo, aunque no con el lugar de la explosión. Pero antes que se pudiera estudiar el fondo del barco, el mismo fue destinado a la historia.
En 1912, el Maine fue arrastrado a alta mar y tras una ceremonia de despedida con honores militares desapareció bajo las olas.




Cien años después de aquella explosión, el Maine sigue siendo un caso abierto. Por un lado, los historiadores no acaban de ponerse de acuerdo en cuál fue la causa que provocó la explosión del buque. Por otro, para Cuba, las consecuencias de aquella guerra aún persisten en cierto modo, ya que EE UU sigue siendo su principal enemigo.


Quizá el mejor símbolo de este desencuentro histórico está en el malecón de La Habana. Allí, un monumento descabezado frente al hotel Nacional recuerda a las víctimas del Maine. Está todavía la placa de bronce de 1926, firmada por el entonces comandante de la Marina norteamericana, con los nombres de los soldados y oficiales que se hundieron con el acorazado en el fondo de la bahía, pero el águila imperial que coronaba las dos columnas del monumento ya no está. El 1 de mayo de 1961, una grúa revolucionaria arrancó de cuajo el aguilucho, y hoy su cuerpo de bronce y las alas rotas están en la sala de la República del Museo de la Ciudad. Nadie sabe cómo fue a dar a manos norteamericanas la cabeza del águila, pero lo cierto es que hoy ésta preside el bar de la Sección de Intereses de EE UU en La Habana. En conferencias de prensa celebradas en él, sonrosados funcionarios norteamericanos han justificado bajo esta cabeza de bronce la necesidad de mantener el embargo contra Cuba.


En el Museo de la Ciudad, Yadira, la cuidadora de la sala de la República, da su particular versión de la historia. «El águila ésta toda desbaratá significa el fin del imperialismo». «Pero todavía existe EE UU, y es la principal potencia del mundo», requiero. «Sí, pero en Cuba ya no. Aquí el imperialismo ya se acabó», dice sonriendo Yadira. «Ahora aquí lo que tenemos es socialismo». En el Museo de la Revolución, otra sala guerrillera guarda parte de la cadena del ancla del Maine. La sala está cerrada por reparaciones, pero Norma Alonso, su responsable, cuenta gentilmente cómo se explica aquí la historia a los turistas: «Todo estaba planeado por Estados Unidos, fue un pretexto para la intervención, eso es lo que se ha dicho siempre en la historia de Cuba».
Para el historiador cubano Rolando Rodríguez, la explosión del Maine no fue la causa de la guerra. «EE UU estaba determinado a intervenir en Cuba a menos que España la pusiese en sus manos», asegura en un artículo publicado en Granma.





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