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miércoles, 13 de febrero de 2019

LOS MALDITOS BASTAROS FUERON REALES. JUDIOS QUE SI LUCHARON CONTRA HITLER

Los auténticos Malditos Bastardos: judíos que sí lucharon contra Adolf Hitler

CULTURA

NOTICIA 
ALBERTO ROJAS
El capitán alemán Curt Bruns, condenado por ordenar los fusilamientos de dos Ritchie Boys. CRÍTICA
El periodista Bruce Henderson rescata del olvido la historia de los Ritchie Boys, los refugiados judíos que regresaron a combatir a Europa para vengarse del Tercer Reich
El cine suele pintar a los judíos, masacrados por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, como un pueblo sumiso, que desfila tranquilo hacia la cámara de gas con los acordes de un violinista que tocaba un adagio de Bach. Se olvidan con demasiada frecuencia los levantamientos no sólo en el gueto de Varsovia, donde una tropa improvisada de judíos famélicos y casi desarmados se rebelaron contra los ocupantes en un pulso desigual y suicida. O las revueltas en los propios campos de exterminio, como sucedió en Auschwitz, por parte de personas que se negaron a ser víctimas y decidieron luchar hasta la muerte.
A cuentagotas y de manera caricaturesca, hemos visto a judíos saltar sobre la Europa ocupada para vengarse y matar nazis, como Donnie, el "oso judío" de los Malditos bastardos de Tarantino, que machacaba sus cabezas con un bate de béisbol. O Mellish, de Salvar al soldado Ryan, que consigue en la playa de Omaha, en Normandía, un cuchillo de las juventudes hitlerianas con el que, asegura, cortará el pan del shabbat. El que quizá más se acerca a la realidad es el Joseph Liebgott de la serie Hermanos de sangre, un soldado judío de origen alemán que combate en el ejército de EEUU y hace labores de traducción y enlace con la población civil, además de matar militares alemanes sin ningún tipo de remordimiento.

Soldados muy valiosos

El historiador Bruce Henderson ha buceado en la niebla de la Historia para rescatar las vivencias olvidadas de aquellos judíos que, tras huir del Tercer Reich, volvieron diseminados en las unidades de élite aliadas para acabar con los nazis. Los llamados Ritchie Boys (tomando el nombre del campo en el que se formaron, en Maryland) eran unos 2.000 voluntarios muy valiosos para el ejército de EEUU por su conocimiento del idioma, la cultura y la geografía alemana. En su libro Hijos y soldados (Ed. Crítica), Henderson sigue los pasos de algunos de estos reclutas desde su formación hasta los campos de batalla de Europa.
Muchos escaparon en solitario de Alemania siendo menores de edad, en cuanto los nazis declararon la guerra, al tomar el poder, a medio millón de judíos en 1933. Las restrictivas políticas migratorias de EEUU en la época impidieron a muchas familias judías huir juntas. Por eso, muchos decidieron enviar sólo a sus hijos e hijas menores. La noche de los cristales rotos o Kristallnacht, en 1938, puso en evidencia lo que los nazis iban a hacer a gran escala con todos ellos. Con frecuencia estos jóvenes tuvieron problemas de aceptación en los colegios de norteamérica para poder adaptarse debido a su acento alemán.
Cuando Hitler declaró la guerra a EEUU, en diciembre de 1941, muchos de ellos ya eran mayores de edad, hacía años que no veían a su familia y habían cultivado un odio profundo hacia los nazis. Incluso uno de ellos, Selling, escapó del campo de concentración de Dachau para unirse a los Ritchie Boys. En el Pentágono hubo dos ideas sobre lo que debían hacer con ellos: una, vigilarlos o encarcelarlos por considerarlos potenciales enemigos de EEUU. Otra, exactamente la contraria: darles la nacionalidad estadounidense, enrolarlos en el ejército y lanzarlos a combatir a aquellos que los habían echado de su país. Ganó esta última opción.
En un relato emotivo y documentado, lleno de detalles jugosos, Henderson revela la participación de estos soldados en las unidades especiales que, desde primera línea, interrogaban a los prisioneros alemanes. No eran igual que el resto de militares: si ellos caían prisioneros, eran fusilados por los nazis por traidores (al ser alemanes, como sucedió con Kurt Jacobs y Murray Zappler) o llevados a los campos de exterminio (por judíos). El 60% de todos los datos de inteligencia recabados en los interrogatorios a prisioneros los consiguieron ellos, con lo que su porcentaje de responsabilidad en la victoria final, pese a ser sólo 2.000, resulta significativo.
Actuaban en grupos de cuatro a seis hombres, en primer plano, intentando sonsacar información pero sin torturas, ya que se dieron cuenta de que no son efectivas. El torturado acaba afirmando aquello que el torturador quiere escuchar, pero no tiene por qué ser verdad. Lo que sí hacen, en algún capítulo, es hacerse pasar por rusos, a los que los nazis tenían pánico porque sabían que los llevaban a Siberia, a pesar de no tener ni idea del idioma. Se disfrazaron y prepararon una treta ante los oficiales alemanes que se negaban a hablar:
"Comprendo su posición, pero por favor, entienda usted la mía. Hemos recibido la orden de entregar a nuestros aliados rusos a aquellos prisioneros que se nieguen a cooperar", decía uno de ellos, con uniforme de EEUU. Tras eso, lo llevaban a un despacho donde le esperaba el travestido de ruso: "¡Imbécil! ¿Qué clase de especímen lamentable me has traído?", decía con fingido acento ruso. "¡Este nazi ni siquiera sobrevivirá al transporte a las minas de sal de Siberia!". Tras esto, evidentemente, los nazis cantaban La Traviatta.
Todo el libro, conmovedor y divertido, está lleno de detalles así, con los seis protagonistas de su libro (cuatro siguen vivos) viviendo situaciones entre el drama y el delirio, en las que lo mismo se cruzan con un tanque Tigre en las Ardenas o tienen que escoltar a Marlene Dietrich. En la película de Tarantino, el personaje inspirado en ella se hace llamar Bridget Von Hammersmark, pero es el reflejo de Dietrich.
Aunque el momento más emotivo es el descubrimiento, por parte de todos ellos, de los campos de exterminio nazi. No sólo tuvieron que dirigirse a los esqueletos andantes que les pedían ayuda en la antesala de la muerte, sino interrogar a sus verdugos, a los carniceros de las SS que todavía, en cautiverio, se negaban a hablar con judíos. El libro es tan bueno que hay que celebrar que se convertirá en una serie de televisión de ocho capítulos.

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