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domingo, 31 de enero de 2016

LA GUERRA CIVIL Y LAS RELACIONES SEXUALES DE LOS SOLDADOS

La problemática sexual del soldado español durante la Guerra Civil 1936-39
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Un ejército en movimiento se puede entender como un pueblo nómada en toda su dimensión. Aún así, cuando se trata de un ente de este tipo, ya sea de forma superficial o a fondo, tan solo parece haber lugar en la discusión y en las mentes pensantes para una falsa imagen que lo reduce a un simple conjunto de tropas con sus suboficiales y oficiales; sin embargo, en la «retaguardia» del mismo siempre ha habido una ingente e indeterminada masa de civiles que lo acompañaba y que le suplía de todo tipo de carencias (sin embargo, bien es cierto, no había freno para aquellos que se colaban en sus «últimas filas» y que no actuaban de otro modo que no fuera al más puro estilo carroñero y parásito).
Dentro de toda esta «basura», que es como se la vino a denominar, siempre había quien se presentaba voluntariamente o no tanto con el fin de aliviar sexualmente a los hombres en el frente. Alivio que en nada parecía afectar a la despreciable acción del conquistador sobre la población femenina del vencido, medida última de humillación y de victoria total, sembrando su propia semilla en el pueblo dominado.
En el s. XX tomó forma sólida y dejó huella la preocupación institucional, tanto militar como civil y moral, respecto a la afección física y espiritual de las necesidades sexuales y sus consecuencias menos positivas a largo plazo. Desde el reparto de preservativos en los campamentos norteamericanos, al grito criptográfico de «put a boot in your boot», a la invención de las muñecas hinchables por parte del III Reich, podemos acceder a una larga lista de folletos que no se dedican a otra cosa que a censurar al soldado que cae en la debilidad.
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Pero, ¿con qué se encontraron a este respecto nuestros abuelos, obligados a elegir un bando (en el que no parecían caber para muchos veladores de la moral cristiana y comunista las medias tintas o los tonos grises) y a empuñar un fusil en una guerra que aún seguimos arrastrando en nuestro día a día para gusto de unos cuantos y cansancio de los demás? Sin que albergara la menor intención de dar respuesta a esta pregunta (formulada ex professo para este artículo), pasando las hojas de la revista 25 División, de 1938, imprimida en los talleres de La Vanguardia, me encontré con una nada insignificante lección de moralidad y consejos sobre dos de las consecuencias más viles que «Las conversaciones entre compañeros que no tratan precisamente temas académicos, la lecturas de libritos que en poco aumentan la cultura, y la suciedad de los órganos genitales, que el descuido permite […]» pueden llevar al hombre a la perdición: «[…] la masturbación y el burdeleo».
Para ciertos elementos de la llamada España Roja, las diferentes prácticas sexuales (onanistas y de colaboración previo pago de su importe) no eran más que actos odiosos «[…] de los que deberían avergonzarse y prevenirse […]», pues es degradante, permite contraer enfermedades y supone una negligencia por parte del soldado, quien pierde su eficacia o ha de causar baja, lo cual es «[…] igual que el desertor que traiciona a sus compañeros y a la causa que defiende». Por no decir que el hecho de acudir a los servicios de una meretriz se debía entender como rebajarse a un ambiente de la mayor degradación y llevar a cabo un acto falso que «[…] ha de ser rechazado por todo soldado que en nuestro Ejército por una vida y una moral profundamente renovadas».
Según los redactores de 25 División, para que cualquier hombre deje de pensar de cintura para abajo y solo apriete las cachas de su bayoneta es necesaria «Una cuidadosa higiene de los órganos genitales» que “le impedirá al soldado un sinfín de peligros y le librará de una fuente de molestias sin igual, con lo que su salud y bienestar aumentarán en su exclusivo beneficio. En las conversaciones o lecturas deberá evitar los tonos pornográficos que solo le servirían para crearse el tormento de un hambre absurda que no podría satisfacer. Y, por último, debe vigilar la imaginación que de nada levanta un castillo; sujetándola y llevándosela por rectos senderos, con lo cual se evitar tener que resolver problemas inexistentes».
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Todo ello recomendaciones amigables para que el soldado que lucha por «[…] la victoria del pueblo español sobre el fascismo» no pase por «la vergüenza de verse débil o inútil para sus sagrados deberes».
Supongo que en folletos y publicaciones de la otra España, no se leería al respecto algo muy diferente, pues aunque las ideologías eran contrarias, parecen que iban de la mano en el tema de la sexualidad del soldado.

Saludos.

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