«U9», la vida en un submarino alemán durante la Primera Guerra Mundial
Día 13/02/2014 - 06.14h
Los corresponsales de ABC cubrieron la Gran Guerra desde todos los frentes. Antonio Aizpeitúa escribió desde un submarino alemán en el Mar del Norte
«Tiene usted carta blanca para, en servicio de nuestros lectores, moverse como crea más conveniente. Mis instrucciones son éstas: veracidad, interés y rapidez». Con estas palabras el director de ABC, Torcuato Luca de Tena, enviaba al periodista Antonio Aizpeitúa a cubrir la guerra en Europa. El reportero español se convertiría probablemente en el primer periodista en enviar una crónica desde un submarino.
Corría el otoño de 1914 y Europa ardía en la guerra. Alemania había invadido Bélgica y la que iba a ser una rápida ofensiva se había estancado en una lucha de trincheras que mantenía en vilo a la opinión pública. Por otra parte, al mismo tiempo que España declaraba su neutralidad, las simpatías de la sociedad se repartían entre las potencias centrales y los aliados.
ABC pretendía ser un periódico imparcial, y por eso su director hizo un amplio despliegue de corresponsales y enviados especiales por multitud de ciudades europeas: Julio Camba, Azorín, Juan Pujol y Antonio Aizpeitúa, entre otros muchos, llenaron páginas y páginas para cubrir el conflicto. «Las crónicas eran entonces muy personales, muy literarias, estaban muy bien escritas», afirma Hughes, cronista de ABC aficionado a leer en la hemeroteca los periódicos de entonces. «Se puede aprender mucho del periodismo de aquel momento».
Crónicas desde un submarino
Antes de la Primera Guerra Mundial, los submarinos se emplearon en la guerra en contadas ocasiones. Pero con el nuevo conflicto, se convirtieron en una eficaz arma. En septiembre de 1914, el U-9 torpedeó de manera espectacular los cruceros británicos Aboukir, Cressy y Hogue. Bauer, comandante general de los U-Boote (submarinos alemanes), empezó a insistir en llevar a cabo una campaña de destrucción del comercio. De hecho, a lo largo de 1915, los alemanes iniciaron su campaña contra la flota mercante de Gran Bretaña con su escuadra submarina.
Cuando Aizpeitúa recibió el visto bueno, se dirigió a la base naval de Kiel para embarcar en un submarino y escribir desde allí sus crónicas. Pero no las tenía todas consigo. «A medida que el tren devora kilómetros y se acerca a la costa del Báltico, yo confieso que siento un poco de miedo por la aventura que iba a correr. He de declarar que si solicité el permiso fue con la vaga esperanza de que no se me concedería», escribía el periodista.
Al llegar a Kiel, la estación bullía en la actividad propia de un país en guerra. «Igual movimiento, idénticas olas de gente que se agitan en los andenes y otras dependencias. Y soldados, y oficiales, y marineros con sus bonitos uniformes de largas filas de botones dorados en la chaquetilla y en las mangas». Se refería a esos «jóvenes azules», a los marineros de la armada alemana. «Parecen niños desarrollados exageradamente con sus ojos claros y sus mejillas sonrojadas. Pero estos niños, cuando tripulan un Endem o cuando se esconden bajo las aguas, hacen cosas muy serias».
Tuvo que firmar ciertos documentos en la comandancia de Kiel según los cuales liberaba al almirantazgo de la Marina Imperial de toda responsabilidad sobre su vida y se comprometía a no revelar datos secretos. «Yo no sé cuántos peligros vi en un instante, entre aquellas líneas escritas a máquina». Finalmente, el periodista español embarcó a bordo de un submarino: «A su lado había otro, y más allá otro, y luego otro, como ballenatos dormidos».
A bordo de un arma innovadora, capaz de sumergirse bajo las aguas para torpedear a naves enemigas muy superiores en armamento, Aizpeitúa reflejó en sus crónicas la atmósfera del sumergible. «La trepidación hacía que uno se comparase a una pulga que hubiera caído en el interior de un reloj. Y luego el calor era más de 30 grados; el olor a bencina, a aceite, a grasa, a caucho, a pintura era muy desagradable».
En el submarino estuvo bajo el cargo del capitán S…, «Un hombre joven, apenas tendrá treinta años, está afeitado, y bajo unas cejas espesas lucen dos ojos que revelan audacia, sangre fría, tranquilidad interior». Enseguida le alertó de las incomodidades y de la importancia de no malgastar el oxígeno: «La vida en estos barcos no es muy divertida para el que no tiene costumbre, y luego, ¡son tan pocas las comodidades que puedo ofrecerle! La mayor parte del tiempo se lo pasará usted durmiendo».
Pasó las primeras horas de viaje dentro de su camarote, pasando calor y anhelando el tabaco, hasta que finalmente el capitán le hizo llamar hasta la torre del submarino en medio de los bandazos del mar. «Parece que ha dormido usted muy bien», le dijo el capitán sonriendo. El submarino se encontraba en el Mar del Norte, frente a las costas de Escocia. «El mar estaba un poco agitado; olas enormes levantaban a la pequeña nave hasta la cima de una montaña de agua para luego lanzarla al valle que formaban otras dos». Entonces, el sumergible detectó una voluta de humo en el horizonte. Forzando las máquinas, la proa cortó las olas para acercarse al barco. Después de un intercambio de banderas de señales y voces, resultó tratarse de un barco danés que viajaba a Francia cargado de madera. «Muchos de esos barquitos que parecen tan inofensivos, van armados de ametralladoras y de cañones de pequeño calibre. Muchas veces hemos estado expuestos a un disgusto […] apenas nos ven se lanzan a toda velocidad sobre nosotros con el propósito de embestirnos por el costado», alertó el capitán S…
En el interior del «ballenato metálico» había 22 hombres. Aizpeitúa describió la sala de máquinas, tan grande que ocupaba casi las dos terceras partes del submarino: «Todas las ruedas, todos los engranajes, las bielas, chorreaban aceite. […] Todo está tan ingeniosamente dispuesto, tan bien organizado, que maravilla». Después visitó los dormitorios de la tripulación, «especie de estanterías colocadas en una salita» de la proa.
Días después, Aizpeitúa retomaba su crónica: «Toda la tarde la pasamos en la torre del submarino. El mar tenía un color plomizo y las olas eran grandes, pesadas, lentas. El submarino cambiaba de rumbo, al Norte, al Sur, al Este, al Oeste. Otras veces se paraba, descansando muellemente sobre el lomo de una ola grande, que luego se lo entregaba a otra, como si estuvieran jugando con él. El ballenato metálico parecía al acecho y, según supe después, aguardaba el paso de un barco carbonero de cuya salida de Londres había tenido aviso».
El capitán S… alertó al periodista español: «Tenemos el aviso de que un barco carbonero, que sale o salió de Londres, lleva soldados y material de guerra para Francia. Puede que haya desistido de su viaje o que lo haya aplazado; pero nosotros le esperaremos todo el tiempo que sea preciso». Horas después, Aizpeitúa escribía: «Sentí como una conmoción en el barco, como si unas manos de gigante lo sacudieran. Después tuve la sensación de que desdencía en un ascensor. El capitán observaba por el periscopio. Comprendí que nos habíamos sumergido y que algo justificaba nuestra inmersión».
El submarino alemán había establecido contacto con un barco enemigo que había comenzado a dispararle. «Describir la emoción que yo sentí en aquellos momento sería imposible; yo no veía nada, no sabía a qué distancia estaba el otro barco, a qué profundidad navegábamos. Y, sin embargo, tenía la sensación de la situación grave, de que empezaba el duelo terrible entre el ballenato y su presa. La vibración que noté al entrar por la primera vez en el submarino había desaparecido, y todos los ruidos interiores eran apagados, como si estuviéramos dentro de una cabina telefónica acolchada», escribió.
El capitán le envió a la sala de torpedos para presenciar el proceso de carga y disparo del proyectil. «Otra lucecita en el cuadro, esta vez encarnada, y una nueva orden del marino… el torpedo navega ya, llevando la muerte… el hijo del ballenato a a defender a su padre…». En medio de la turbación, escribía: «No sé cuánto tiempo permanecí sentado en el diván, imposibilitado para pensar, para darme cuenta de todo lo que veía, luchando con una somnolencia terrible».
De nuevo, en superficie y en la torre del submarino, el periodista pudo ver los resultados del ataque: «vi sobre las aguas maderos, trozos de cuerda, pedazos de muebles rotos, cajas, toneles, ropas… entonces comprendí el drama: el barco había sido torpedeado, hundido, y solo quedaban flotando sobre el mar sus restos».
Las crónicas de Aizpeitúa, primero desde París, luego desde Bruselas y, después, desde Berlín, reflejaban una visión del conflicto favorable a los alemanes. Aizpeitúa se hizo eco del derrotismo que invadía, a su juicio, a los franceses: «Si Francia no está vencida materialmente, lo está moralmente», escribía en septiembre de 1914. También se maravilló ante el poderío del país germano, a pesar del bloqueo naval de Gran Bretaña: «La vida industrial, fabril y mercantil no se ha interrumpido en Alemania. […] Alemania seguirá compitiendo en todos los mercados del mundo». Las crónicas del español agradaron tanto al Estado Mayor alemán que el teniente de navío Wilhem Canaris, que sería durante la Segunda Guerra Mundial jefe del servicio secreto alemán, redactó en 1916 un informe en el que podía leerse: «los únicos artículos que en España causan una impresión favorable a nosotros en círculos muy amplios […] son los de Aizpeitúa».
ABC envió otros escritores para defender la causa francesa igualmente
Pero si Aizpeitúa y Pujol eran estrellas del periodismo de entonces que escribían a favor de los alemanes, ABC envió a Europa a uno de los más populares escritores de periódicos de España, para defender la causa francesa. Desde Bayona, Biarritz y después París, Azorín escribió sobre «la bella, la buena, la intrépida Francia» y defendió su papel desde todos los puntos de vista posibles, pero sobre todo desde el cultural.
Para completar el repertorio de corresponsales aliadófilos, Luca de Tena envió a un periodista-novelista de cierto renombre: Alberto Insúa. «Usted en su sección—le dijo Luca de Tena a Insúa—es libre de manifestar sus sentimientos. Usted se convencerá de que ni yo ni ABC somos aliadófilos ni germanófilos, sino españoles». Así, desde 1915 Insúa cubrió desde Francia y las trincheras la actualidad de la guerra. Con enviados especiales o corresponsales en muchas ciudades europeas, ningún periódico español tuvo tantos periodistas cubriendo el conflicto ni le dedicó tanto espacio.
Casi 100 años después, la crónica de Aizpeitúa conserva su viveza. «Un submarino es el lugar más remoto desde el que se puede escribir una crónica, un útero donde se puede escribir con absoluta independencia», según Hughes. Cuando se cumple el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial, los relatos de los periodistas de entonces mantienen viva la historia.
*Este artículo ha sido escrito en Madrilánea, la revista digital de los estudiantes del Master ABC-UCM
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