Manila, la ejecución de españoles «olvidada» en 1945
Día 18/09/2013 - 18.04h
El ejército japonés asesinó deliberadamente a 300 españoles en la capital de Filipinas al verse acorralados por las tropas aliadas, acabando con su histórica influencia en el país
Aquellas «semanas indescriptibles» para los españoles residentes en Manila de las que hablaba ABC en 1948, después de que Japón hiciera público un informe de 135 páginas «sobre las atrocidades» cometidas por sus tropas durante la ocupación de Filipinas en la Segunda Guerra Mundial, tuvieron lugar en apenas unos días de 1945.
Los victoria aliada era ya un hecho y los japoneses, que habían invadido la isla cuatro años antes, lo sabían. Pero no les valió con huir, ya que en la retirada ejecutaron deliberadamente a 70.000 personas, de los cuales 300 eran españoles. «De aquellos años recuerdo el comentario de un buen padre español que pensaba que “los japoneses nos han sacado la espinilla del 98”. Fue decapitado por ellos en el patio de la iglesia», contaba hace años el periodista José María Massip sobre su estancia en Filipinas aquel infausto año en el que la histórica influencia española en aquellas tierras fue borrada de un plumazo.
La victoria aliada sobre los japoneses tuvo, por lo tanto, un terrible coste material y humano en Manila, que pasó a ser, después de Varsovia, la segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Y dentro de la ciudad, la zona habitada por las familias españolas, la del sur de Malate y de Intramuros, fue precisamente la más castigada de todas.
100.000 muertos
«En España hay centenares de familias que saben, o que no saben, como murieron sus deudos en la capital de Filipinas, durante aquellas semanas indescriptibles», comentaba el corresponsal de ABC en Londres, tras la publicación del brutal informe del Gobierno japonés, sobre el considerado como «uno de los capítulos más negros de la historia militar del mundo».
«Cuando perdieron todo se complicó y el trato a la población se volvió violento»
«Cuando perdieron todo se complicó y el trato a la población se volvió violento. Sus víctimas fueron tanto filipinos, como chinos alemanes, suizos o españoles. No podían tolerar que el resto del mundo se enterase de su humillación, así que se negaron a abandonar el país por las buenas y se produjo una matanza indiscriminada», contaba la escritora Carmen Güell, autora de «La última de Filipinas», donde relata en primera persona el testimonio de Elena Lizarraga, una de las supervivientes de origen español que sufrió las consecuencias del salvajismo nipón.
300 españoles asesinados
En pocos días, todo el pasado colonial español de Manila, presente en sus edificios históricos, fue arrasado y alrededor de 300 españoles de los 3.000 censados murieron brutalmente asesinados. «Muchos eran terratenientes que se habían quedado en Filipinas después de desaparecer como colonia», puntualizaba Güell.
«La piedad y la diplomacia no existieron. Sólo el horror de la guerra y el fuego»
La victoria aliada sobre los japoneses tuvo, por lo tanto, un terrible coste material y humano en Manila, que pasó a ser, desde entonces, la segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, después de Varsovia. Y dentro de Manila, la zona sur de Malate y de Intramuros, habitada por muchas familias españolas, la más castigada de todas.
El fin de la influencia española
Aquel traumático final de la guerra del Pacífico significó, además el fin de la impronta española en las Filipinas, que se había mantenido fuertemente a pesar de los más de cuarenta años de colonización norteamericana. La propia presencia de ciudadanos españoles disminuyó en picado, ya que, además de los tres centenares que murieron de entre los 3.000 residentes, otros 500 volvieron a la Península, incapaces de empezar una nueva vida.
«Aún sigue sin entenderlo. No tenía ningún sentido, ya habían perdido la guerra»
«Aún sigue sin entenderlo –concluye Güell sobre la tragedia de Lizarraga–. No tenía ningún sentido, ya habían perdido la guerra, no sacaban nada en limpio, pero se fueron matando y destruyendo para que no quedase nada en pie, ningún testigo de su derrota».
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