Reabierto el caso de la masacre de 1993
El folio 825
Pablo Romero | Madrid
Actualizado viernes 21/06/2013
13:06 horas
La idea de investigar acerca del atentado múltiple que acabó con la vida de
mi padre y de otras seis personas -y que hirió a más de una veintena- siempre ha
estado en mi cabeza, aunque enterrada debajo de una vida que sigue.
Conocer la verdad de lo que sucedió aquel día maldito, el 21 de
junio de 1993, es para mí la mejor medicina para una herida que
probablemente no sanará nunca. Quizá algunas víctimas me entiendan,
probablemente muchas otras no. Usted, si termina de leer estas líneas, tampoco
comprenderá nada. O a lo mejor sí.
Hace dos años traté de acceder a toda la documentación sobre el atentado, impulsado por una necesidad repentina e irracional de saber todo lo que realmente pasó. Sólo conseguí la sentencia que condenaba a dos colaboradores necesarios. No tuve acceso al sumario, aunque sabía que tenía derecho. Me vi enterrado por la burocracia. No sabía a dónde ir ni qué hacer. No quise acudir a ninguna asociación, ni pedir interminables consejos de expertos, de juristas, incluso de compañeros... Ahora reconozco que los primeros obstáculos pudieron conmigo. Dolía demasiado. "En realidad, ¿para qué estoy removiendo esto?", me preguntaba, mientras poco a poco las ganas de indagar sobre el caso volvían a su tumba muy dentro de mí.
Principios del mes de junio de 2013. Un comentario casual en la redacción sobre la prescripción de los delitos etarras resucitó un torrente de emociones. De repente fui consciente con absoluta claridad de que en apenas tres semanas el asesinato de mi padre iba a prescribir, sin autor o autores conocidos o procesados. La realidad estalló delante de mis narices como una bofetada: cuando se cumpliera el vigésimo aniversario de aquella masacre, los siete hombres que murieron entre hierros y llamas volverían a morir. Fue en ese momento cuando me di cuenta del tiempo perdido, y de que no podía perder ni un minuto más. Sólo tres semanas. Tenía que hacer algo. Lo que fuera.
Lo primero que se me ocurrió fue ponerme en contacto con la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo de la Audiencia Nacional. Una llamada que contestó María Noguedol, sin cuya ayuda jamás estaría escribiendo esto. Gracias, María. Con infinita paciencia y eficacia, comprendió a la primera mi intención. Sólo quería acceder al sumario 17/94 y buscar algo, lo que fuera, para poder evitar la prescripción. Inmediatamente me puso en contacto con la oficina del juez Fernando Grande-Marlaska, que enseguida solicitó el sumario: ocho tomos, más de 1.400 folios y varios anexos me esperaban en la quinta planta de la calle Prim 13, sede provisional de la Audiencia Nacional. En tiempo récord. Permítanme que dé las gracias otra vez, tanto al juez como a su ayudante, por su amabilidad, cercanía y eficacia.
El miércoles 12 de junio fui a la Audiencia dispuesto a enfrentarme a aquella montaña de papel cosido. Durante cerca de cinco horas, en una mesa en medio de la oficina judicial, leí cientos de hojas, fotocopias y teletipos llenos de polvo. Tuve que mirar decenas de fotografías que mostraban el horror como jamás me imaginé que llegaría a ver, unas imágenes que me acompañarán mientras viva. Mi bolígrafo volaba sobre una pequeña libreta en la que anotaba a toda velocidad datos que, sospechaba, no me iban a servir de nada.
De repente lo vi. El folio 825. Era uno de los interrogatorios policiales realizado a los condenados, concretamente a José Gabriel Zabala Erasun. Penúltima cuestión. "Preguntado para que diga quién era su responsable en la actualidad, manifiesta: Que a raíz de la detención de 'Paquito' (alias de Francisco Mujika Garmendia), su responsable pasó a ser 'Gorosti'".
Ni una marca, nada que lo destacara. ¿Por qué? Algo no me cuadraba. Me preguntaba quién era 'Gorosti'. ¿Me sonaba de algo? No lo recordaba. Una llamada a mi compañero Fernando Lázaro -gracias, amigo- me sacó de dudas. Se trataba del alias de Ignacio Miguel Gracia Arregui. 'Iñaki de Renteria'. Busqué frenéticamente en el resto del sumario. Nada más. Más tarde supe que este alias, 'Gorosti', aparecía por primera vez en este sumario en alusión al por entonces numero uno de la banda terrorista. Era muy probable que entonces nadie supiera de quién estaba hablando Zabala. Pero ahora se sabía bien.
Con una copia de este interrogatorio, gracias a una llamada del juez Grande-Marlaska, pude ir a hablar al día siguiente con el fiscal Fernando Burgos. Y le expuse mi caso: sólo quería que el delito no prescribiera aún. Insisto, no busco venganzas, ni condenas a toda costa, ni enmendar el trabajo de policía, jueces o fiscales. Sólo estaba tratando de ganar tiempo, que corría en mi contra. Todo lo que tenía era un alias en una declaración policial, yo era consciente de ello. Pero no podía dejar de intentarlo. El fiscal, con paciencia y amabilidad, me explicó las escasas opciones que había. Tras una hora de conversación, decidió quedarse con una copia del interrogatorio. "Voy a consultarlo a ver qué pasa", me dijo con su voz profunda. El dichoso folio 825. Mi único 'triunfo'.
Ese fin de semana lo pasé trabajando en la redacción y tratando de no pensar demasiado en el asunto. Esperaba una llamada del fiscal el lunes o el martes, mientras pasaban las horas y se acercaba el viernes, el día maldito, el 21 de junio. Era muy consciente de que tenía mucho en contra. No había tiempo. No estaba seguro de que mi 'descubrimiento' convencería a la Fiscalía. Los nervios me consumían por dentro. No podía hacer nada. Sólo esperar.
La casualidad hizo que mi hermana Beatriz me mandase un mensaje en el que me contó que una amiga huérfana por el mismo atentado terrorista, Lidia, se había puesto en contacto con una abogada para preguntarle por el caso. Mi corazón se aceleró: supe sin duda alguna que era el momento de llamar y unir fuerzas.
Carmen Ladrón de Guevara, abogada especializada en terrorismo, me recibió en su despacho el martes 18 de junio. Ella y su compañera Vanesa de Santiago comprobaron los pasos que yo ya había dado, aportaron más datos de otros sumarios que ellas conocían, llamaron a sus contactos. Qué mañana. Siguiendo los consejos del fiscal Burgos, Vanesa y yo salimos disparados para la Audiencia Nacional para tratar de quemar uno de nuestros últimos cartuchos. Ella había redactado un escrito dirigido al Juzgado de Instrucción Número 2 de la Audiencia Nacional, que logré registrar a las 13:38 horas, apenas un cuarto de hora antes de que la oficina cerrase. Iba en mi nombre, directamente, como afectado. Mientras, Vanesa esperaba al juez Ismael Moreno Chamarro para contarle de primera mano la situación.
De repente, el milagro. Una llamada del fiscal Burgos a mi teléfono me daba la noticia. Él mismo iba a entregar a la Fiscalía de la Audiencia Nacional el escrito en el que se solicitaba al juez instructor la toma de declaración como imputado de 'Gorosti', Ignacio Miguel Gracia Arregui. También se pedía la elaboración de un informe que recogiera tanto la responsabilidad de este sujeto tanto en la organización terrorista como en este atentado, y su relación con el alias. El auto del juez Moreno fue dictado tan pronto como conoció el escrito de la Fiscalía y tuvo acceso al sumario, que ya estaba en la sede de la Audiencia Nacional: el mismo sumario que me leí de cabo a rabo, el que contiene el folio 825 que ha cambiado el destino de este caso, que ha evitado la segunda muerte de mi padre.
Siempre he creído que las víctimas del terrorismo somos 'mercancía dañada', estigmatizados por una tragedia que no hemos buscado. Créanme cuando les digo que no puedo evitar tener la sensación de que nuestro drama personal ha sido utilizado con alguna finalidad ajena, al menos, a lo que yo busco. Ni venganzas, ni condenas justas o injustas. Ni perdón, ni olvido, ni rencores o revanchas. Todo eso me da igual. Yo sólo quiero saber la verdad. De momento, he conseguido que la causa no muera, he comprado algo de tiempo. Ya es algo.
He hecho lo que he podido y lo mejor que he sabido. Me gustaría que todas las víctimas en la misma situación sepáis que es posible hacer algo. Se puede y se debe hacer algo. Duele, pero es necesario. Hay que moverse ya. Nadie lo hará por vosotros (nosotros). Encontraréis ayuda en el camino.
Quiero volver a dar las gracias a todos los que me han ayudado de una forma u otra. A quienes me han abierto puertas que creí cerradas hace años. Y a quienes han creído en mi lucha de estas últimas semanas, evitar que el 21 de junio sea doblemente doloroso. Gracias a María, a Andrés, a Carmen y a Vanesa, a Lidia y a Bea. Al fiscal Burgos. Y a los jueces Grande-Marlaska y Moreno. Pase lo que pase a partir de ahora, gracias.
Quienes me conocen bien saben que odio escribir en primera persona en el periódico. Un periodista jamás debería ser parte de una historia, me enseñaron maestros a quienes admiro y quiero. Yo no soy importante, sólo un simple redactor de EL MUNDO que tiene el privilegio de poder vivir de esta profesión que amo, de ser testigo de lo que sucede y contarlo. Lo que pasa es que en ciertas ocasiones hay historias que tienen que ser contadas así, no hay otra manera. Creo que esta es una de esas historias.
Hace dos años traté de acceder a toda la documentación sobre el atentado, impulsado por una necesidad repentina e irracional de saber todo lo que realmente pasó. Sólo conseguí la sentencia que condenaba a dos colaboradores necesarios. No tuve acceso al sumario, aunque sabía que tenía derecho. Me vi enterrado por la burocracia. No sabía a dónde ir ni qué hacer. No quise acudir a ninguna asociación, ni pedir interminables consejos de expertos, de juristas, incluso de compañeros... Ahora reconozco que los primeros obstáculos pudieron conmigo. Dolía demasiado. "En realidad, ¿para qué estoy removiendo esto?", me preguntaba, mientras poco a poco las ganas de indagar sobre el caso volvían a su tumba muy dentro de mí.
Principios del mes de junio de 2013. Un comentario casual en la redacción sobre la prescripción de los delitos etarras resucitó un torrente de emociones. De repente fui consciente con absoluta claridad de que en apenas tres semanas el asesinato de mi padre iba a prescribir, sin autor o autores conocidos o procesados. La realidad estalló delante de mis narices como una bofetada: cuando se cumpliera el vigésimo aniversario de aquella masacre, los siete hombres que murieron entre hierros y llamas volverían a morir. Fue en ese momento cuando me di cuenta del tiempo perdido, y de que no podía perder ni un minuto más. Sólo tres semanas. Tenía que hacer algo. Lo que fuera.
Lo primero que se me ocurrió fue ponerme en contacto con la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo de la Audiencia Nacional. Una llamada que contestó María Noguedol, sin cuya ayuda jamás estaría escribiendo esto. Gracias, María. Con infinita paciencia y eficacia, comprendió a la primera mi intención. Sólo quería acceder al sumario 17/94 y buscar algo, lo que fuera, para poder evitar la prescripción. Inmediatamente me puso en contacto con la oficina del juez Fernando Grande-Marlaska, que enseguida solicitó el sumario: ocho tomos, más de 1.400 folios y varios anexos me esperaban en la quinta planta de la calle Prim 13, sede provisional de la Audiencia Nacional. En tiempo récord. Permítanme que dé las gracias otra vez, tanto al juez como a su ayudante, por su amabilidad, cercanía y eficacia.
El miércoles 12 de junio fui a la Audiencia dispuesto a enfrentarme a aquella montaña de papel cosido. Durante cerca de cinco horas, en una mesa en medio de la oficina judicial, leí cientos de hojas, fotocopias y teletipos llenos de polvo. Tuve que mirar decenas de fotografías que mostraban el horror como jamás me imaginé que llegaría a ver, unas imágenes que me acompañarán mientras viva. Mi bolígrafo volaba sobre una pequeña libreta en la que anotaba a toda velocidad datos que, sospechaba, no me iban a servir de nada.
De repente lo vi. El folio 825. Era uno de los interrogatorios policiales realizado a los condenados, concretamente a José Gabriel Zabala Erasun. Penúltima cuestión. "Preguntado para que diga quién era su responsable en la actualidad, manifiesta: Que a raíz de la detención de 'Paquito' (alias de Francisco Mujika Garmendia), su responsable pasó a ser 'Gorosti'".
Ni una marca, nada que lo destacara. ¿Por qué? Algo no me cuadraba. Me preguntaba quién era 'Gorosti'. ¿Me sonaba de algo? No lo recordaba. Una llamada a mi compañero Fernando Lázaro -gracias, amigo- me sacó de dudas. Se trataba del alias de Ignacio Miguel Gracia Arregui. 'Iñaki de Renteria'. Busqué frenéticamente en el resto del sumario. Nada más. Más tarde supe que este alias, 'Gorosti', aparecía por primera vez en este sumario en alusión al por entonces numero uno de la banda terrorista. Era muy probable que entonces nadie supiera de quién estaba hablando Zabala. Pero ahora se sabía bien.
Con una copia de este interrogatorio, gracias a una llamada del juez Grande-Marlaska, pude ir a hablar al día siguiente con el fiscal Fernando Burgos. Y le expuse mi caso: sólo quería que el delito no prescribiera aún. Insisto, no busco venganzas, ni condenas a toda costa, ni enmendar el trabajo de policía, jueces o fiscales. Sólo estaba tratando de ganar tiempo, que corría en mi contra. Todo lo que tenía era un alias en una declaración policial, yo era consciente de ello. Pero no podía dejar de intentarlo. El fiscal, con paciencia y amabilidad, me explicó las escasas opciones que había. Tras una hora de conversación, decidió quedarse con una copia del interrogatorio. "Voy a consultarlo a ver qué pasa", me dijo con su voz profunda. El dichoso folio 825. Mi único 'triunfo'.
Ese fin de semana lo pasé trabajando en la redacción y tratando de no pensar demasiado en el asunto. Esperaba una llamada del fiscal el lunes o el martes, mientras pasaban las horas y se acercaba el viernes, el día maldito, el 21 de junio. Era muy consciente de que tenía mucho en contra. No había tiempo. No estaba seguro de que mi 'descubrimiento' convencería a la Fiscalía. Los nervios me consumían por dentro. No podía hacer nada. Sólo esperar.
La casualidad hizo que mi hermana Beatriz me mandase un mensaje en el que me contó que una amiga huérfana por el mismo atentado terrorista, Lidia, se había puesto en contacto con una abogada para preguntarle por el caso. Mi corazón se aceleró: supe sin duda alguna que era el momento de llamar y unir fuerzas.
Carmen Ladrón de Guevara, abogada especializada en terrorismo, me recibió en su despacho el martes 18 de junio. Ella y su compañera Vanesa de Santiago comprobaron los pasos que yo ya había dado, aportaron más datos de otros sumarios que ellas conocían, llamaron a sus contactos. Qué mañana. Siguiendo los consejos del fiscal Burgos, Vanesa y yo salimos disparados para la Audiencia Nacional para tratar de quemar uno de nuestros últimos cartuchos. Ella había redactado un escrito dirigido al Juzgado de Instrucción Número 2 de la Audiencia Nacional, que logré registrar a las 13:38 horas, apenas un cuarto de hora antes de que la oficina cerrase. Iba en mi nombre, directamente, como afectado. Mientras, Vanesa esperaba al juez Ismael Moreno Chamarro para contarle de primera mano la situación.
De repente, el milagro. Una llamada del fiscal Burgos a mi teléfono me daba la noticia. Él mismo iba a entregar a la Fiscalía de la Audiencia Nacional el escrito en el que se solicitaba al juez instructor la toma de declaración como imputado de 'Gorosti', Ignacio Miguel Gracia Arregui. También se pedía la elaboración de un informe que recogiera tanto la responsabilidad de este sujeto tanto en la organización terrorista como en este atentado, y su relación con el alias. El auto del juez Moreno fue dictado tan pronto como conoció el escrito de la Fiscalía y tuvo acceso al sumario, que ya estaba en la sede de la Audiencia Nacional: el mismo sumario que me leí de cabo a rabo, el que contiene el folio 825 que ha cambiado el destino de este caso, que ha evitado la segunda muerte de mi padre.
Siempre he creído que las víctimas del terrorismo somos 'mercancía dañada', estigmatizados por una tragedia que no hemos buscado. Créanme cuando les digo que no puedo evitar tener la sensación de que nuestro drama personal ha sido utilizado con alguna finalidad ajena, al menos, a lo que yo busco. Ni venganzas, ni condenas justas o injustas. Ni perdón, ni olvido, ni rencores o revanchas. Todo eso me da igual. Yo sólo quiero saber la verdad. De momento, he conseguido que la causa no muera, he comprado algo de tiempo. Ya es algo.
He hecho lo que he podido y lo mejor que he sabido. Me gustaría que todas las víctimas en la misma situación sepáis que es posible hacer algo. Se puede y se debe hacer algo. Duele, pero es necesario. Hay que moverse ya. Nadie lo hará por vosotros (nosotros). Encontraréis ayuda en el camino.
Quiero volver a dar las gracias a todos los que me han ayudado de una forma u otra. A quienes me han abierto puertas que creí cerradas hace años. Y a quienes han creído en mi lucha de estas últimas semanas, evitar que el 21 de junio sea doblemente doloroso. Gracias a María, a Andrés, a Carmen y a Vanesa, a Lidia y a Bea. Al fiscal Burgos. Y a los jueces Grande-Marlaska y Moreno. Pase lo que pase a partir de ahora, gracias.
Quienes me conocen bien saben que odio escribir en primera persona en el periódico. Un periodista jamás debería ser parte de una historia, me enseñaron maestros a quienes admiro y quiero. Yo no soy importante, sólo un simple redactor de EL MUNDO que tiene el privilegio de poder vivir de esta profesión que amo, de ser testigo de lo que sucede y contarlo. Lo que pasa es que en ciertas ocasiones hay historias que tienen que ser contadas así, no hay otra manera. Creo que esta es una de esas historias.
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