La guerra del futuro está en el cerebro
La Royal Society alerta sobre los avances en el campo de la neurociencia: los hallazgos de hoy pueden dar pie a la creación de armas de un poder hasta ahora inimaginable
Fue Einstein el que dijo aquello de que no sabía cómo sería una Tercera Guerra Mundial, pero que sí sospechaba cómo sería una cuarta contienda: con piedras y palos. Lo que ni siquiera el físico alemán podía atisbar es que los conflictos bélicos iban a contar con un arma tan insospechada como poderosa: el cerebro humano. Tanto, que avances tan recientes como los «drones», los aviones no tripulados capaces de matar por control remoto, podrían quedarse obsoletos.
Éste es el aviso que lanzó la Royal Society en su informe «Neurociencia: conflicto y seguridad». Y es que el estudio de la función química, farmacológica y patológica del sistema nervioso, que tantos avances ha propiciado en la lucha contra el párkinson o la esquizofrenia, «puede tener un gran número de aplicaciones militares»: desde mejorar la eficiencia de las propias tropas hasta mermar las del adversario.
«El desarrollo de la neurociencia en los últimos 10 o 20 años apenas está empezando a tener impacto en nuestros días. Y es de esperar que haya más avances en el futuro», asegura a LA RAZÓN Rod Flower, coordinador del estudio y profesor de Farmacología Bioquímica de la Universidad Queen Mary de Londres. Así, las armas nacidas de esta disciplina, añade, «son más prominentes en EE UU, aunque también es cierto que este país es más abierto con sus programas militares, por lo que es más fácil juzgarlo».
Un brazo robótico
El abanico de posibilidades que se abre roza la ciencia ficción. Una interfaz neuronal, un minúsculo chip implantado en la zona del cerebro responsable de los movimientos motores, puede registrar su actividad eléctrica de tal forma que un soldado desde tierra sería capaz de dirigir, con su mente, un avión no tripulado. «Se ha utilizado con fines terapéuticos para devolver la movilidad a pacientes incapacitados. Y también se ha usado en la industria del videojuego», dice Flower. Sólo hay que echar un vistazo a avances recientes para constatar que no estamos ante una quimera.
El pasado mes de mayo, dentro de un estudio publicado por la revista «Nature», neurocientíficos de la Universidad de Brown (EE UU) lograron devolver la movilidad a una paciente tetrapléjica gracias a un brazo mecánico que movía a voluntad. No había ningún truco; sólo un chip electrónico del tamaño de una aspirina, colocado sobre la superficie cerebral, y cuyos electrodos penetraban justo en la zona del córtex motor responsable del movimiento de la extremidad.
«El informe también argumenta los enormes beneficios de la neurociencia», aclara a este diario Malcolm Dando, profesor de Seguridad Internacional de la Universidad de Bradford. «De ninguna manera queremos detener esos avances. Lo único que pretendemos es preservar dichos avances de un uso inadecuado. Queremos atraer al mundo científico para que se vuelque en la neurociencia», añade Dando.
Pero lo que es indudable es que estos hallazgos, alertan desde la sociedad británica, podrían usarse con fines radicalmente distintos. «Indudablemente, algunos gobiernos están interesados y es sólo cuestión de tiempo que los apliquen», dice Flower. Por ello, «el problema ético sería considerable: sería difícil distinguir al hombre de la máquina».
Antes de entrar en combate sería necesario reclutar a los soldados más capacitados. Aquí entrarían en juego las técnicas de neuroimagen: un «escáner» que mide la estructura del cerebro y la flexibilidad neuronal. La herramienta podría facilitar la selección de aquellos con mayor rapidez de aprendizaje y facilidad para tomar riesgos. «Es más una posibilidad que un hecho, pero EE UU está interesado en la idea», asegura la Royal Society. Con todo, si los soldados no cuentan con los atributos necesarios, las técnicas de estimulación eléctrica (tDCS), una serie de electrodos que transmiten pequeñas corrientes hasta el córtex frontal, pueden modular la actividad de las neuronas.
De esta forma, como asegura Vince Clark, neurocientífico cognitivo, «su precisión es el doble de rápida que los que tienen la estimulación cerebral mínima». Gracias a las tDCS, algunos soldados mejoraron su capacidad para detectar bombas o francotiradores ocultos. Y si no se quiere recurrir a la electricidad, siempre se puede acudir a la química. Drogas como el metilfenidato aumentan el nivel de alerta, mientras que el modafinil previene la fatiga causada por la falta de sueño. Por último, también cabe la opción de olvidar. El propranolol es un fármaco de los considerados «beta bloqueantes». Su ingesta puede interrumpir la irrupción de recuerdos traumáticos, reduciendo el estrés emocional asociado a ellos.
Si bien no tiene una vinculación directa con la neurociencia, el informe de la sociedad británica también avisaba sobre la puesta en marcha del ADS (Active Denial System). Se trata de un dispositivo capaz de lanzar un rayo de radiación electromagnética, invisible al ojo humano. Sin embargo, afecta a las moléculas de grasa corporal de tal forma que causa al enemigo una sensación de calor y consecuentemente, un intenso dolor. Eso sí, la piel no resulta dañada. «Existe una compañía, Raytheon, que está produciendo esa máquina. Está siendo testada en Estados Unidos», dice Dando.
Este nuevo panorama armamentístico ha provocado el «toque» de atención de la Royal Society: se precisa un «mayor esfuerzo» para concienciar de los «efectos dañinos» de la neurociencia, una práctica que debe ser además uno de los «temas centrales» en la próxima Convención de Armas Biológicas, liderada por Reino Unido, EE UU y Rusia.
Vía libre para los países
¿Tienen los gobiernos pocas restricciones a la hora de realizar estos experimentos? Dando explica que existen dos tratados: la Convención de Armas Biológicas, acuerdo internacional liderado por Reino Unido, EE UU y Rusia, y la Convención de Armas Químicas, liderada por la ONU. «Ambos requieren implementación nacional. Y hay que tratarlos de forma separada. En los últimos diez años, la Convención de Armas Biológicas ha tratado de concienciar a la comunidad científica sobre el problema», afirma.
Así, la última conferencia se celebró en diciembre. Y en ella se estableció una agenda permanente de ciencia y tecnología, en la que se tiene en cuenta la concienciación y la educación que reciben los científicos, así como la vigilancia de su conducta.
«La Convención de Armas Químicas ha empezado a tomarse más en serio este asunto. Esperamos que, en dicha conferencia, se incremente el esfuerzo para asegurar que el mundillo científico está alerta, como ocurre en el uso de las armas químicas incapacitantes», afirma Dando. Y es que esta conferencia «no debe centrarse en reivindicaciones como el desarme, pero sí en la no proliferación,para que los países no persigan programas ocultos».
¿A las puertas de una ciberguerra?
Robó el contenido de la pantalla de los ordenadores, información sobre los sistemas específicos, archivos almacenados, datos de contacto y conversaciones, archivos de audio... Todo ello perteneciente a instituciones gubernamentales de Irán, Israel, Sudán, Siria, Líbano, Egipto y Arabia Saudí. Hablamos de «Flame», un virus informático «desenmascarado» este año por la empresa Kaspersky Lab y que puso de manifiesto que la «ciberguerra» es algo más que una especulación. La compañía rusa no ha dado pistas sobre su origen, pero también dejó claro que, detrás de la creación de «Flame», sólo puede estar un Estado con capacidad para crear una amenaza tan compleja.
Éste es el aviso que lanzó la Royal Society en su informe «Neurociencia: conflicto y seguridad». Y es que el estudio de la función química, farmacológica y patológica del sistema nervioso, que tantos avances ha propiciado en la lucha contra el párkinson o la esquizofrenia, «puede tener un gran número de aplicaciones militares»: desde mejorar la eficiencia de las propias tropas hasta mermar las del adversario.
«El desarrollo de la neurociencia en los últimos 10 o 20 años apenas está empezando a tener impacto en nuestros días. Y es de esperar que haya más avances en el futuro», asegura a LA RAZÓN Rod Flower, coordinador del estudio y profesor de Farmacología Bioquímica de la Universidad Queen Mary de Londres. Así, las armas nacidas de esta disciplina, añade, «son más prominentes en EE UU, aunque también es cierto que este país es más abierto con sus programas militares, por lo que es más fácil juzgarlo».
Un brazo robótico
El abanico de posibilidades que se abre roza la ciencia ficción. Una interfaz neuronal, un minúsculo chip implantado en la zona del cerebro responsable de los movimientos motores, puede registrar su actividad eléctrica de tal forma que un soldado desde tierra sería capaz de dirigir, con su mente, un avión no tripulado. «Se ha utilizado con fines terapéuticos para devolver la movilidad a pacientes incapacitados. Y también se ha usado en la industria del videojuego», dice Flower. Sólo hay que echar un vistazo a avances recientes para constatar que no estamos ante una quimera.
El pasado mes de mayo, dentro de un estudio publicado por la revista «Nature», neurocientíficos de la Universidad de Brown (EE UU) lograron devolver la movilidad a una paciente tetrapléjica gracias a un brazo mecánico que movía a voluntad. No había ningún truco; sólo un chip electrónico del tamaño de una aspirina, colocado sobre la superficie cerebral, y cuyos electrodos penetraban justo en la zona del córtex motor responsable del movimiento de la extremidad.
«El informe también argumenta los enormes beneficios de la neurociencia», aclara a este diario Malcolm Dando, profesor de Seguridad Internacional de la Universidad de Bradford. «De ninguna manera queremos detener esos avances. Lo único que pretendemos es preservar dichos avances de un uso inadecuado. Queremos atraer al mundo científico para que se vuelque en la neurociencia», añade Dando.
Pero lo que es indudable es que estos hallazgos, alertan desde la sociedad británica, podrían usarse con fines radicalmente distintos. «Indudablemente, algunos gobiernos están interesados y es sólo cuestión de tiempo que los apliquen», dice Flower. Por ello, «el problema ético sería considerable: sería difícil distinguir al hombre de la máquina».
Antes de entrar en combate sería necesario reclutar a los soldados más capacitados. Aquí entrarían en juego las técnicas de neuroimagen: un «escáner» que mide la estructura del cerebro y la flexibilidad neuronal. La herramienta podría facilitar la selección de aquellos con mayor rapidez de aprendizaje y facilidad para tomar riesgos. «Es más una posibilidad que un hecho, pero EE UU está interesado en la idea», asegura la Royal Society. Con todo, si los soldados no cuentan con los atributos necesarios, las técnicas de estimulación eléctrica (tDCS), una serie de electrodos que transmiten pequeñas corrientes hasta el córtex frontal, pueden modular la actividad de las neuronas.
De esta forma, como asegura Vince Clark, neurocientífico cognitivo, «su precisión es el doble de rápida que los que tienen la estimulación cerebral mínima». Gracias a las tDCS, algunos soldados mejoraron su capacidad para detectar bombas o francotiradores ocultos. Y si no se quiere recurrir a la electricidad, siempre se puede acudir a la química. Drogas como el metilfenidato aumentan el nivel de alerta, mientras que el modafinil previene la fatiga causada por la falta de sueño. Por último, también cabe la opción de olvidar. El propranolol es un fármaco de los considerados «beta bloqueantes». Su ingesta puede interrumpir la irrupción de recuerdos traumáticos, reduciendo el estrés emocional asociado a ellos.
Si bien no tiene una vinculación directa con la neurociencia, el informe de la sociedad británica también avisaba sobre la puesta en marcha del ADS (Active Denial System). Se trata de un dispositivo capaz de lanzar un rayo de radiación electromagnética, invisible al ojo humano. Sin embargo, afecta a las moléculas de grasa corporal de tal forma que causa al enemigo una sensación de calor y consecuentemente, un intenso dolor. Eso sí, la piel no resulta dañada. «Existe una compañía, Raytheon, que está produciendo esa máquina. Está siendo testada en Estados Unidos», dice Dando.
Este nuevo panorama armamentístico ha provocado el «toque» de atención de la Royal Society: se precisa un «mayor esfuerzo» para concienciar de los «efectos dañinos» de la neurociencia, una práctica que debe ser además uno de los «temas centrales» en la próxima Convención de Armas Biológicas, liderada por Reino Unido, EE UU y Rusia.
Vía libre para los países
¿Tienen los gobiernos pocas restricciones a la hora de realizar estos experimentos? Dando explica que existen dos tratados: la Convención de Armas Biológicas, acuerdo internacional liderado por Reino Unido, EE UU y Rusia, y la Convención de Armas Químicas, liderada por la ONU. «Ambos requieren implementación nacional. Y hay que tratarlos de forma separada. En los últimos diez años, la Convención de Armas Biológicas ha tratado de concienciar a la comunidad científica sobre el problema», afirma.
Así, la última conferencia se celebró en diciembre. Y en ella se estableció una agenda permanente de ciencia y tecnología, en la que se tiene en cuenta la concienciación y la educación que reciben los científicos, así como la vigilancia de su conducta.
«La Convención de Armas Químicas ha empezado a tomarse más en serio este asunto. Esperamos que, en dicha conferencia, se incremente el esfuerzo para asegurar que el mundillo científico está alerta, como ocurre en el uso de las armas químicas incapacitantes», afirma Dando. Y es que esta conferencia «no debe centrarse en reivindicaciones como el desarme, pero sí en la no proliferación,para que los países no persigan programas ocultos».
¿A las puertas de una ciberguerra?
Robó el contenido de la pantalla de los ordenadores, información sobre los sistemas específicos, archivos almacenados, datos de contacto y conversaciones, archivos de audio... Todo ello perteneciente a instituciones gubernamentales de Irán, Israel, Sudán, Siria, Líbano, Egipto y Arabia Saudí. Hablamos de «Flame», un virus informático «desenmascarado» este año por la empresa Kaspersky Lab y que puso de manifiesto que la «ciberguerra» es algo más que una especulación. La compañía rusa no ha dado pistas sobre su origen, pero también dejó claro que, detrás de la creación de «Flame», sólo puede estar un Estado con capacidad para crear una amenaza tan compleja.
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