GUERRA CIVIL EN SIRIA
“Sueño con matar con mis manos a Bachar el Asad, que acabe como Gadafi”
La batalla por Damasco dispara las elucubraciones sobre el futuro de la revuelta
Las divisiones sectarias incrementan el temor al estallido de una guerra civil
Mayte Carrasco Al Qusayr22 JUL 2012 - 11:13 CET
“Sueño con matar a Bachar el Asad, que acabe como Gadafi. Debemos hacerlo, ojalá pueda ir a Damasco y hacerlo con mis propias manos”, afirma Muaftar, miembro de una de las muchas nuevas katibas( brigadas) con las que cuenta el Geish al Hor (Ejército Libre de Siria), con las gafas de espejo puestas y limpiando el fusil en su caserna, a las afueras de Al Qusayr. Muaftar ha perdido a cinco miembros de su familia, incluido su hermano menor. La batalla por la liberación de Damasco ha disparado un sinfín de elucubraciones sobre el futuro del presidente y su famillia. ¿Luchará hasta el final? ¿Huirá al extranjero? ¿Se refugiará en Latakia, bastión alauí?
Tras un año y cuatro meses de lucha y más 17.000 víctimas mortales, el sentimiento de odio es muy profundo entre la población civil de Al Qusayr, bombardeada a diario desde hace tres meses y que ha sufrido durante demasiado tiempo demasiadas muertes. “Espero que el final del régimen esté próximo, inshalá”, desea el doctor Kaseem, que ha visto morir a centenares de personas en el hospital clandestino en el que trata de salvar vidas sin personal especializado, sin medicinas ni apenas anestesia para aplacar al menos el dolor de los heridos.
“El Consejo de Seguridad de la ONU no se pone de acuerdo ¿y qué? Mejor así, conseguiremos la libertad solos y no le deberemos nada a nadie”, opina Kaseem mientras echa una mano armando cajas con la poca ayuda humanitaria que llega a esta localidad para repartirlas en este inicio de Ramadán, un mes de ayuno con un calor húmedo y agotador.
“Yo creo que El Asad está dispuesto a destruir Damasco si es necesario para mantenerse en el poder”, dice con pena Mohamed, activista sirio de Al Qusayr que, sentado en una silla de plástico blanca, sigue con ansia las noticias en la televisión sobre la pelea de la capital sin perder un solo titular, cambiando frenéticamente de canal bajo el estruendo de las bombas.
El caos y el terror se han apoderado de Siria, dice la presentadora en árabe, donde las tropas gubernamentales pierden poco a poco el control del país y tratan de recuperar a la desesperada las bolsas de territorio que el Ejército Libre de Siria (ELS) conquista. Las imágenes muestran a combatientes luchando calle por calle en Damasco, donde miles de familias huyen de la extrema violencia y buscan refugio huyendo de los combates, como en muchas otras localidades sirias.
Bachar el Asad ha demostrado en todo este tiempo que no le tiembla el pulso, aplastando cada foco de revuelta a sangre y fuego, deteniendo y torturando a miles de personas para mantenerse en el poder. El odio entre las diferentes confesiones religiosas presentes en este país se ha exacerbado en estos últimos tiempos. “Antes convivíamos todos en paz. Ahora hay mucho odio entre nosotros. No sé cómo acabará esto, realmente hay una aversión hacia los chiíes muy grande”, afirma Hamud, otro activista que no sabe explicar muy bien qué vendrá después, en un país con la oposición dividida y donde, en estos momentos, mandan las armas.
Los que más temen son las minorías confesionales acusadas de colaborar con el régimen, como la alauí, las cristianas y, en menor medida, también la burguesía musulmana suní de la capital, que se ha beneficiado de los privilegios del poder. “No creo que haya una guerra civil tras la caída del régimen. La idea del sectarismo es parte de la propaganda de El Asad”, explica Kosay Aladae, uno de los últimos cristianos que queda en Al Qusayr, donde al menos dos miembros de la familia cristiana Kasuja fueron tiroteados, según la oposición, por pertenecer a los shabiha (milicias del régimen), y donde la gran mayoría ha huido por miedo a represalias. “Cuando caiga El Asad no podremos tener una democracia enseguida, necesitaremos un tiempo. Pero tendremos un Gobierno democrático que incluirá a todas las facciones políticas y si se instaura la sharía [jurisprudencia islámica\], nos respetarán”, augura Aladae.
La batalla por Damasco destapa muchos interrogantes sobre cómo terminará la más larga y sangrienta de las revoluciones árabes, cuyo final dista mucho de ser tan rápido como el de Libia, que contó con la ayuda de la OTAN, un amplio territorio liberado como Bengasi y ciertos lujos en cuestión de logística, como flamantes todoterrenos, numerosas nuevas armas y teléfonos satélite para los combatientes.
“Aquí somos pobres”, asegura el comandante Abo Alsoos, de la Brigada Al Faruk. “Solo hemos luchado con Kaláshnikov y RPG [lanzagranadas], sin apenas munición”, mientras los rebeldes libios contaban con baterías antiaéreas, consejo de militares extranjeros sobre el terreno y el valioso apoyo de los aviones de los aliados, que bombardeaban las posiciones de Gadafi.
Mas importante aún, tampoco Oriente Próximo es el norte de África. La situación geoestratégica de Siria la convierte en un escenario con múltiples actores que buscan salvaguardar sus propios intereses, tratando de influir en un guion a medio escribir que se les va de las manos. “Nuestros vecinos, ese es el problema. Israel por un lado, que tiene conflictos con el Irán chií y su alianza con el Hezbolá libanés, que complica las cosas”, explica Tarek, maestro de escuela refugiado en casa de familliares desde que una bomba destruyó la suya. Rusia y China completan el trío aliado de El Asad, bloqueando todo intento de sanción en el Consejo de Seguridad de la ONU, escarmentados tras la famosa resolución en Libia y el deber de proteger a la población que dio carta blanca a la intervención de la Alianza Atlántica.
Además Bachar el Asad no es de la generación de Mubarak, Ben Ali o Gadafi. Es un hombre joven, un oftalmólogo que estudió en Inglaterra y mostró signos de apertura en los albores de su mandato, que llegó al poder por casualidad porque su hermano Basil, el preferido, el preparado, murió en un accidente. “Ese es el problema. Tiene que demostrar su legitimidad para ser presidente y que es capaz de llevar a cabo represiones como las que acometió su padre en Hama en los años ochenta”, explica Mohamed, un ingeniero que no trabaja desde un año.
Con escasa experiencia militar, El Asad ha tenido que confiar en el asesoramiento de la vieja guardia y de Irán, tal como mostraron los correos electrónicos que interceptó la oposición y que publicó la prensa internacional.
¿Qué opciones le quedan? De momento, está lanzando nuevas ofensivas a lo largo y ancho del país, incluida la capital, con toda la fuerza de la que es capaz. La caída de Damasco no será, por lo tanto, como la de Trípoli. “El derramamiento de sangre no ha hecho más que comenzar en la capital”, augura Mohamed, que sabe que se enfrentan a uno de los Ejércitos más fuertes y mejor armados de Oriente Próximo, con material ruso y armas químicas, como arsenales de gas sarín, gas mostaza y un derivado del cianuro. “Nos tomamos todas las noticias con precaución. Aunque soñamos con la victoria, pronto”, afirma Mohamed, mirando por la ventana sin gran curiosidad a ver dónde ha caído esa enésima bomba, fumando un cigarrillo Alhambra tras otro antes de que comience el Ramadán, siempre frente al televisor, siguiendo la última hora de la caída de la capital.
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Internacional
Tras un año y cuatro meses de lucha y más 17.000 víctimas mortales, el sentimiento de odio es muy profundo entre la población civil de Al Qusayr, bombardeada a diario desde hace tres meses y que ha sufrido durante demasiado tiempo demasiadas muertes. “Espero que el final del régimen esté próximo, inshalá”, desea el doctor Kaseem, que ha visto morir a centenares de personas en el hospital clandestino en el que trata de salvar vidas sin personal especializado, sin medicinas ni apenas anestesia para aplacar al menos el dolor de los heridos.
“El Consejo de Seguridad de la ONU no se pone de acuerdo ¿y qué? Mejor así, conseguiremos la libertad solos y no le deberemos nada a nadie”, opina Kaseem mientras echa una mano armando cajas con la poca ayuda humanitaria que llega a esta localidad para repartirlas en este inicio de Ramadán, un mes de ayuno con un calor húmedo y agotador.
“Yo creo que El Asad está dispuesto a destruir Damasco si es necesario para mantenerse en el poder”, dice con pena Mohamed, activista sirio de Al Qusayr que, sentado en una silla de plástico blanca, sigue con ansia las noticias en la televisión sobre la pelea de la capital sin perder un solo titular, cambiando frenéticamente de canal bajo el estruendo de las bombas.
El caos y el terror se han apoderado de Siria, dice la presentadora en árabe, donde las tropas gubernamentales pierden poco a poco el control del país y tratan de recuperar a la desesperada las bolsas de territorio que el Ejército Libre de Siria (ELS) conquista. Las imágenes muestran a combatientes luchando calle por calle en Damasco, donde miles de familias huyen de la extrema violencia y buscan refugio huyendo de los combates, como en muchas otras localidades sirias.
Bachar el Asad ha demostrado en todo este tiempo que no le tiembla el pulso, aplastando cada foco de revuelta a sangre y fuego, deteniendo y torturando a miles de personas para mantenerse en el poder. El odio entre las diferentes confesiones religiosas presentes en este país se ha exacerbado en estos últimos tiempos. “Antes convivíamos todos en paz. Ahora hay mucho odio entre nosotros. No sé cómo acabará esto, realmente hay una aversión hacia los chiíes muy grande”, afirma Hamud, otro activista que no sabe explicar muy bien qué vendrá después, en un país con la oposición dividida y donde, en estos momentos, mandan las armas.
Los que más temen son las minorías confesionales acusadas de colaborar con el régimen, como la alauí, las cristianas y, en menor medida, también la burguesía musulmana suní de la capital, que se ha beneficiado de los privilegios del poder. “No creo que haya una guerra civil tras la caída del régimen. La idea del sectarismo es parte de la propaganda de El Asad”, explica Kosay Aladae, uno de los últimos cristianos que queda en Al Qusayr, donde al menos dos miembros de la familia cristiana Kasuja fueron tiroteados, según la oposición, por pertenecer a los shabiha (milicias del régimen), y donde la gran mayoría ha huido por miedo a represalias. “Cuando caiga El Asad no podremos tener una democracia enseguida, necesitaremos un tiempo. Pero tendremos un Gobierno democrático que incluirá a todas las facciones políticas y si se instaura la sharía [jurisprudencia islámica\], nos respetarán”, augura Aladae.
La batalla por Damasco destapa muchos interrogantes sobre cómo terminará la más larga y sangrienta de las revoluciones árabes, cuyo final dista mucho de ser tan rápido como el de Libia, que contó con la ayuda de la OTAN, un amplio territorio liberado como Bengasi y ciertos lujos en cuestión de logística, como flamantes todoterrenos, numerosas nuevas armas y teléfonos satélite para los combatientes.
“Aquí somos pobres”, asegura el comandante Abo Alsoos, de la Brigada Al Faruk. “Solo hemos luchado con Kaláshnikov y RPG [lanzagranadas], sin apenas munición”, mientras los rebeldes libios contaban con baterías antiaéreas, consejo de militares extranjeros sobre el terreno y el valioso apoyo de los aviones de los aliados, que bombardeaban las posiciones de Gadafi.
Mas importante aún, tampoco Oriente Próximo es el norte de África. La situación geoestratégica de Siria la convierte en un escenario con múltiples actores que buscan salvaguardar sus propios intereses, tratando de influir en un guion a medio escribir que se les va de las manos. “Nuestros vecinos, ese es el problema. Israel por un lado, que tiene conflictos con el Irán chií y su alianza con el Hezbolá libanés, que complica las cosas”, explica Tarek, maestro de escuela refugiado en casa de familliares desde que una bomba destruyó la suya. Rusia y China completan el trío aliado de El Asad, bloqueando todo intento de sanción en el Consejo de Seguridad de la ONU, escarmentados tras la famosa resolución en Libia y el deber de proteger a la población que dio carta blanca a la intervención de la Alianza Atlántica.
Además Bachar el Asad no es de la generación de Mubarak, Ben Ali o Gadafi. Es un hombre joven, un oftalmólogo que estudió en Inglaterra y mostró signos de apertura en los albores de su mandato, que llegó al poder por casualidad porque su hermano Basil, el preferido, el preparado, murió en un accidente. “Ese es el problema. Tiene que demostrar su legitimidad para ser presidente y que es capaz de llevar a cabo represiones como las que acometió su padre en Hama en los años ochenta”, explica Mohamed, un ingeniero que no trabaja desde un año.
Con escasa experiencia militar, El Asad ha tenido que confiar en el asesoramiento de la vieja guardia y de Irán, tal como mostraron los correos electrónicos que interceptó la oposición y que publicó la prensa internacional.
¿Qué opciones le quedan? De momento, está lanzando nuevas ofensivas a lo largo y ancho del país, incluida la capital, con toda la fuerza de la que es capaz. La caída de Damasco no será, por lo tanto, como la de Trípoli. “El derramamiento de sangre no ha hecho más que comenzar en la capital”, augura Mohamed, que sabe que se enfrentan a uno de los Ejércitos más fuertes y mejor armados de Oriente Próximo, con material ruso y armas químicas, como arsenales de gas sarín, gas mostaza y un derivado del cianuro. “Nos tomamos todas las noticias con precaución. Aunque soñamos con la victoria, pronto”, afirma Mohamed, mirando por la ventana sin gran curiosidad a ver dónde ha caído esa enésima bomba, fumando un cigarrillo Alhambra tras otro antes de que comience el Ramadán, siempre frente al televisor, siguiendo la última hora de la caída de la capital.
La lucha por Alepo y Damasco se intensifica en Siria
Cientos de personas huyen de las ciudades ante el recrudecimiento de los combates
Agencias Ammán / Madrid22 JUL 2012 - 11:12 CET
Las batallas por las dos principales ciudades de Siria se ha intensificado este fin de semana. Los rebeldes sirios han iniciado una ofensiva contra el Ejército cerca de la sede de Inteligencia del régimen sirio en la ciudad de Alepo, según informan residentes. Mientras, los militares han iniciado un bombardeo sobre tres barrios de la capital, Damasco, entre ellos Barzeh, asediado por las fuerzas de élite de la Cuarta División del Ejército de Siria. Ante esta ofensiva, los rebeldes se han visto obligados a retirarse de sus posiciones ganadas a lo largo de la semana en el barrio damasceno de Mezze. En medio de la violencia, cientos de familias huyen de Alepo ante el redoblamiento de los combates entre Ejército y rebeldes.
Al menos 131 personas fallecieron el sábado, según fuentes activistas. Los Comités de Coordinación Local, una organización radicada en Siria, ha contabilizado 131 "mártires", de los cuales 18 eran soldados desertores y 11 eran niños. La provincia de Homs (oeste) ha registrado el mayor número de víctimas mortales, 34. En Damasco y los barrios periféricos, 28 personas han perecido, siete más que en la provincia de Idlib (noroeste).
Más de 16.000 personas han perdido la vida en la ola de violencia que sacude Siria desde el inicio de los levantamientos contra el Gobierno de Bashar el Asad en marzo del año pasado, según Naciones Unidas, si bien la oposición denuncia que dicha cifra supera ya los 19.000. Debido a la ausencia de periodistas internacionales sobre el terreno, estas cifras aportadas por las organizaciones activistas son difícilmente verificables.
Al menos 131 personas fallecieron el sábado, según fuentes activistas. Los Comités de Coordinación Local, una organización radicada en Siria, ha contabilizado 131 "mártires", de los cuales 18 eran soldados desertores y 11 eran niños. La provincia de Homs (oeste) ha registrado el mayor número de víctimas mortales, 34. En Damasco y los barrios periféricos, 28 personas han perecido, siete más que en la provincia de Idlib (noroeste).
Más de 16.000 personas han perdido la vida en la ola de violencia que sacude Siria desde el inicio de los levantamientos contra el Gobierno de Bashar el Asad en marzo del año pasado, según Naciones Unidas, si bien la oposición denuncia que dicha cifra supera ya los 19.000. Debido a la ausencia de periodistas internacionales sobre el terreno, estas cifras aportadas por las organizaciones activistas son difícilmente verificables.
Objetivo: Derribar a Bachar
Decenas de grupos dispares combaten al régimen sirio sin más ideología común que acabar con cuatro décadas de dictadura
Ghazi Balkiz, el productor de un equipo de la NBC que recientemente estuvo empotrado con algunas de esas milicias, los describe como “agricultores, barberos, panaderos, policías”, gente normal que ha dejado sus trabajos para unirse a la lucha contra el régimen de El Asad bajo la denominación de “Ejército Libre de Siria”. En su blog recoge los retratos de Esa, un agricultor de 29 años; Zyad Shaban, un conductor de 56; Raed, un soldado desertor de 23; Abu Abdo, un guía turístico de 35; Ali, un estudiante de 19 y así hasta una veintena de rostros que podrían ser el del vecino de al lado en cualquier localidad siria.
Esa imagen coincide también con la de los opositores en Damasco. Jóvenes profesionales como Marwan, Nada, Hani, o Neha que compartían las aspiraciones de libertad y democracia de egipcios y tunecinos, y que en su estela se echaron a la calle para reclamarlas. Sólo que para ellos la violencia era tabú. ¿Cómo se pasó de esas manifestaciones pacíficas a una lucha armada que el Comité Internacional de la Cruz Roja considera ya una guerra civil? ¿Quién ha facilitado las armas y el entrenamiento que ha permitido audaces ataques contra el régimen como el que el pasado miércoles acabó con la vida de algunos de los más próximos colaboradores del presidente Bachar?
“Nadie en Siria quiere matar a otros, pero el régimen está presionando para ello, para asustar a la gente. Es su salida”, predecía ya entonces Anuar el Bouni, abogado y defensor de los derechos humanos. Para El Bouni, la represión había cambiado las reglas del juego y justificaba la resistencia armada. Sin embargo, Jeremy Salt, de la Universidad de Bilkent, en Ankara, defiende que “las matanzas de soldados, policías y civiles… empezaron desde el principio [de las protestas]”, dando a entender que no fueron sólo una reacción a la brutalidad del régimen. Quizá nunca sepamos realmente en qué momento y por qué motivo se dio el salto a la toma de las armas.
La Brigada de los Mártires de Idlib, la 77, la Al Faruq, los Halcones de Sham, el Frente de los Rebeldes Sirios… Cada localidad y cada comarca tienen su grupo rebelde. En algunos casos, varios. Al menos 80 diferentes combaten sólo en la provincia de Idlib. De los relatos sobre el terreno se deduce que la mayoría de ellos empezaron como pequeñas redes familiares, locales o de desertores, sin uniforme ni bandera y con escasas armas. Sin embargo, poco a poco han ido creciendo y mejorando su capacidad de ataque. Aunque el Ejército Libre de Siria (ELS) se presenta como un paraguas, no está claro que todos sus asociados compartan objetivos más allá de derribar al régimen.
“El ELS está formado casi enteramente de árabes suníes, pero carece de una ideología propia”, afirma Aron Lund, en un artículo de la Jamestown Foundation. Su alianza con el Consejo Nacional Sirio (CNS), que intenta agrupar a la variopinta oposición política y está financiado por varios países occidentales y algunas petromonarquías árabes, es como mínimo frágil.
El peso de los árabes suníes entre los rebeldes, sean civiles o desertores, es fruto de la demografía de Siria, ya que suman el 70% de sus 22,5 millones de habitantes frente a un 12% de la minoría dirigente alauí (el resto son cristianos, drusos, kurdos, etc). Ese factor ha hecho que algunos vean la revuelta como una oportunidad de vengar las matanzas de Hama (1980-1982) cuando el padre del actual presidente acabó sin contemplaciones con la contestación de los también suníes Hermanos Musulmanes. Desde entonces, esa organización había desaparecido como tal en el país, aunque su ideología ha pervivido.
No está claro qué influencia tienen los Hermanos Musulmanes en la revuelta más allá de la ayuda financiera a grupos afines, pero algunas informaciones se hacen eco de cierto malestar por su selectividad en la ayuda y su afán de control. Lo que parece evidente es que el peso del islam ha ido aumentado a la vez que se enquista el conflicto. Desde la inicial utilización de las mezquitas como punto de partida de las manifestaciones, hasta el culto a los mártires pasando por el empleo de retórica islamista o de los nombres de las brigadas rebeldes, todo apunta hacia una creciente islamización, cuando no radicalización. En algunos vídeos se oyen gritos de “el pueblo quiere una declaración de yihad”, parafraseando el inicial “el pueblo quiere la caída del régimen” que se popularizó en las primeras primaveras árabes.
“El levantamiento de Siria no es laico. La mayoría de quienes participan en él son musulmanes devotos inspirados por el islam”, defiende en Foreign Policy Nir Rosen, que ha pasado cuatro meses en Siria informando para Al Yazira.
El propio Bachar ha utilizado el argumento sectario para presentar la lucha por la supervivencia de su régimen como una amenaza existencial ante el avance de islamistas suníes radicales apoyados por países extranjeros. Los portavoces del ELS aseguran que sus integrantes son nacionalistas sirios que desaprueban la visión del mundo de los yihadistas. También las unidades que acogen a periodistas para mostrarles su lucha transmiten esa imagen. Sin embargo, en los últimos meses han tenido que reconocer que algunos “combatientes árabes” han viajado a Siria para unirse a la lucha, en especial en Homs y Duma, aunque insisten en que su influencia no es significativa.
Lund, Rosen y otros analistas coinciden en que Al Qaeda está sacando partido del conflicto en Siria, que se ha convertido en un destino muy atractivo para los grupos yihadistas. Al menos dos de los grupos rebeldes que se atribuyen importantes acciones contra el régimen, Ahrar al Sham y el Frente al Nusra, comparten la ideología nihilista y antioccidental de aquella. Este periódico informó recientemente de la presencia allí de varios españoles de Ceuta, dos de los cuales habrían muerto combatiendo. A medida que el conflicto de prolonga, crece el riesgo de que aumente su influencia.
Por un lado, la élite en el poder ha mantenido hasta ahora un elevado grado de cohesión. Desde que el viceministro de Petróleo Abdo Husameddin cruzó la frontera con Turquía en marzo del 2011, transcurrió casi un año sin que se produjeran deserciones significativas. El goteo de soldados que se pasaban a la insurgencia no adquirió relevancia hasta que el pasado marzo siete generales de brigada decidieron ponerse del lado rebelde. A partir de entonces, parece haber aumentado el peso de los que abandonan el barco.
Solo el 24 junio, llegaron a Turquía un general, dos coroneles, un comandante, un teniente y 33 soldados. El jueves anterior dos generales de brigada y dos coroneles de Alepo anunciaron que se pasaban a la oposición. Ese mismo día un piloto de la Fuerza Aérea aterrizaba con su MIG 21 en Jordania (no se ha verificado que otros ocho hayan seguido sus pasos como anunció con excesiva ligereza la oposición). Funcionarios turcos han asegurado que reciben entre 20 y 30 desertores cada día.
No hay cifras precisas (ni fiables) sobre el alcance de esas deserciones, pero el Ejército sirio, el mayor del mundo árabe, contaba antes de empezar el conflicto con 220.000 regulares y 280.000 reservistas, entre ellos cientos de generales. Tanto o más importante que el número de quienes rinden las armas es su proximidad al círculo de poder. De ahí que ninguno ha tenido tanto impacto como el general Malaf Tlass, el pasado día 5.
Aunque no está claro que se haya alineado con la oposición y al parecer hacía ya algunos meses que estaba apartado de su responsabilidad en la Guardia Republicana, Tlass es la persona más próxima al presidente Bachar que le da la espalda. Hijo de un compañero de armas de su padre, el fallecido Hafez el Asad, había sido amigo del joven El Asad desde la infancia. Sin embargo, el origen suní de la familia Tlass, refuerza la imagen de un conflicto sectario.
También alienta esa idea el hecho de que la ayuda a los rebeldes provenga sobre todo de Arabia Saudí, Qatar y Turquía, erigidos en líderes de un frente suní que intenta poner coto a la creciente influencia iraní en la región. El veto de Rusia y China ha frenado cualquier intervención internacional “a la libia”. Resulta innegable que en Siria se libran varias batallas superpuestas.
Esa imagen coincide también con la de los opositores en Damasco. Jóvenes profesionales como Marwan, Nada, Hani, o Neha que compartían las aspiraciones de libertad y democracia de egipcios y tunecinos, y que en su estela se echaron a la calle para reclamarlas. Sólo que para ellos la violencia era tabú. ¿Cómo se pasó de esas manifestaciones pacíficas a una lucha armada que el Comité Internacional de la Cruz Roja considera ya una guerra civil? ¿Quién ha facilitado las armas y el entrenamiento que ha permitido audaces ataques contra el régimen como el que el pasado miércoles acabó con la vida de algunos de los más próximos colaboradores del presidente Bachar?
“Nadie en Siria quiere matar a otros, pero el régimen está presionando para ello, para asustar a la gente. Es su salida”, predecía ya entonces Anuar el Bouni, abogado y defensor de los derechos humanos. Para El Bouni, la represión había cambiado las reglas del juego y justificaba la resistencia armada. Sin embargo, Jeremy Salt, de la Universidad de Bilkent, en Ankara, defiende que “las matanzas de soldados, policías y civiles… empezaron desde el principio [de las protestas]”, dando a entender que no fueron sólo una reacción a la brutalidad del régimen. Quizá nunca sepamos realmente en qué momento y por qué motivo se dio el salto a la toma de las armas.
La Brigada de los Mártires de Idlib, la 77, la Al Faruq, los Halcones de Sham, el Frente de los Rebeldes Sirios… Cada localidad y cada comarca tienen su grupo rebelde. En algunos casos, varios. Al menos 80 diferentes combaten sólo en la provincia de Idlib. De los relatos sobre el terreno se deduce que la mayoría de ellos empezaron como pequeñas redes familiares, locales o de desertores, sin uniforme ni bandera y con escasas armas. Sin embargo, poco a poco han ido creciendo y mejorando su capacidad de ataque. Aunque el Ejército Libre de Siria (ELS) se presenta como un paraguas, no está claro que todos sus asociados compartan objetivos más allá de derribar al régimen.
“El ELS está formado casi enteramente de árabes suníes, pero carece de una ideología propia”, afirma Aron Lund, en un artículo de la Jamestown Foundation. Su alianza con el Consejo Nacional Sirio (CNS), que intenta agrupar a la variopinta oposición política y está financiado por varios países occidentales y algunas petromonarquías árabes, es como mínimo frágil.
El peso de los árabes suníes entre los rebeldes, sean civiles o desertores, es fruto de la demografía de Siria, ya que suman el 70% de sus 22,5 millones de habitantes frente a un 12% de la minoría dirigente alauí (el resto son cristianos, drusos, kurdos, etc). Ese factor ha hecho que algunos vean la revuelta como una oportunidad de vengar las matanzas de Hama (1980-1982) cuando el padre del actual presidente acabó sin contemplaciones con la contestación de los también suníes Hermanos Musulmanes. Desde entonces, esa organización había desaparecido como tal en el país, aunque su ideología ha pervivido.
No está claro qué influencia tienen los Hermanos Musulmanes en la revuelta más allá de la ayuda financiera a grupos afines, pero algunas informaciones se hacen eco de cierto malestar por su selectividad en la ayuda y su afán de control. Lo que parece evidente es que el peso del islam ha ido aumentado a la vez que se enquista el conflicto. Desde la inicial utilización de las mezquitas como punto de partida de las manifestaciones, hasta el culto a los mártires pasando por el empleo de retórica islamista o de los nombres de las brigadas rebeldes, todo apunta hacia una creciente islamización, cuando no radicalización. En algunos vídeos se oyen gritos de “el pueblo quiere una declaración de yihad”, parafraseando el inicial “el pueblo quiere la caída del régimen” que se popularizó en las primeras primaveras árabes.
“El levantamiento de Siria no es laico. La mayoría de quienes participan en él son musulmanes devotos inspirados por el islam”, defiende en Foreign Policy Nir Rosen, que ha pasado cuatro meses en Siria informando para Al Yazira.
El propio Bachar ha utilizado el argumento sectario para presentar la lucha por la supervivencia de su régimen como una amenaza existencial ante el avance de islamistas suníes radicales apoyados por países extranjeros. Los portavoces del ELS aseguran que sus integrantes son nacionalistas sirios que desaprueban la visión del mundo de los yihadistas. También las unidades que acogen a periodistas para mostrarles su lucha transmiten esa imagen. Sin embargo, en los últimos meses han tenido que reconocer que algunos “combatientes árabes” han viajado a Siria para unirse a la lucha, en especial en Homs y Duma, aunque insisten en que su influencia no es significativa.
Lund, Rosen y otros analistas coinciden en que Al Qaeda está sacando partido del conflicto en Siria, que se ha convertido en un destino muy atractivo para los grupos yihadistas. Al menos dos de los grupos rebeldes que se atribuyen importantes acciones contra el régimen, Ahrar al Sham y el Frente al Nusra, comparten la ideología nihilista y antioccidental de aquella. Este periódico informó recientemente de la presencia allí de varios españoles de Ceuta, dos de los cuales habrían muerto combatiendo. A medida que el conflicto de prolonga, crece el riesgo de que aumente su influencia.
Las deserciones alimentan la imagen de un conflicto sectario
La sublevación contra la dictadura requiere algo más que voluntad popular, tal como se vio en Irán durante el verano de 2009. Dos factores clave determinan el devenir de las protestas pacíficas: la reacción de quienes tienen las armas (Ejército, policía y servicios de seguridad) y la ayuda exterior. Los iraníes chocaron contra un aparato de seguridad sin fisuras y carecieron de asistencia externa. Los libios, por el contrario, hicieron frente a mercenarios y contaron con apoyo internacional. Los sirios están entre dos aguas en ambos terrenos.Por un lado, la élite en el poder ha mantenido hasta ahora un elevado grado de cohesión. Desde que el viceministro de Petróleo Abdo Husameddin cruzó la frontera con Turquía en marzo del 2011, transcurrió casi un año sin que se produjeran deserciones significativas. El goteo de soldados que se pasaban a la insurgencia no adquirió relevancia hasta que el pasado marzo siete generales de brigada decidieron ponerse del lado rebelde. A partir de entonces, parece haber aumentado el peso de los que abandonan el barco.
Solo el 24 junio, llegaron a Turquía un general, dos coroneles, un comandante, un teniente y 33 soldados. El jueves anterior dos generales de brigada y dos coroneles de Alepo anunciaron que se pasaban a la oposición. Ese mismo día un piloto de la Fuerza Aérea aterrizaba con su MIG 21 en Jordania (no se ha verificado que otros ocho hayan seguido sus pasos como anunció con excesiva ligereza la oposición). Funcionarios turcos han asegurado que reciben entre 20 y 30 desertores cada día.
No hay cifras precisas (ni fiables) sobre el alcance de esas deserciones, pero el Ejército sirio, el mayor del mundo árabe, contaba antes de empezar el conflicto con 220.000 regulares y 280.000 reservistas, entre ellos cientos de generales. Tanto o más importante que el número de quienes rinden las armas es su proximidad al círculo de poder. De ahí que ninguno ha tenido tanto impacto como el general Malaf Tlass, el pasado día 5.
Aunque no está claro que se haya alineado con la oposición y al parecer hacía ya algunos meses que estaba apartado de su responsabilidad en la Guardia Republicana, Tlass es la persona más próxima al presidente Bachar que le da la espalda. Hijo de un compañero de armas de su padre, el fallecido Hafez el Asad, había sido amigo del joven El Asad desde la infancia. Sin embargo, el origen suní de la familia Tlass, refuerza la imagen de un conflicto sectario.
También alienta esa idea el hecho de que la ayuda a los rebeldes provenga sobre todo de Arabia Saudí, Qatar y Turquía, erigidos en líderes de un frente suní que intenta poner coto a la creciente influencia iraní en la región. El veto de Rusia y China ha frenado cualquier intervención internacional “a la libia”. Resulta innegable que en Siria se libran varias batallas superpuestas.
¿Y después de El Asad?
La oposición está fragmentada y los cristianos se han mantenido al margen
A Estados Unidos le preocupa el arsenal de armas químicas del régimen
Se tambalea el régimen del hombre que no podía ser “completamente malo porque protege a los cristianos y tiene una esposa tan moderna”, en palabras pronunciadas por el expresidente francés Nicolas Sarkozy semanas antes de que miles de sirios se rebelaran, en marzo de 2011, contra Bachar el Asad. Se hunde tras el devastador golpe asestado el miércoles a la élite militar en un cuartel en el corazón de Damasco. “Esta es la dinámica que derroca Gobiernos, cuando la gente pierde la confianza en la capacidad del régimen para protegerse a sí mismo”, afirmaba el jueves el analista Rami Khoury. Y se desvanecen el Gobierno de un partido, el Baaz, y una dinastía que —retórica furibunda al margen— había impuesto, mediante una brutal represión, cierta estabilidad en Oriente Próximo. Ahora todo es incertidumbre. Las incógnitas, infinitas. Y los gobernantes de países vecinos atisban los efectos de la desaparición de la estirpe que ha gobernado Siria desde 1970.
Si el régimen se precipita, el día después difícilmente dejará de ser caótico. Las tentaciones para proceder a algún tipo de desbaazificación, como la ejecutada en Irak en 2003 con efectos desastrosos, será difícil de superar. Por no hablar de una eventual revancha —se conocen ya atrocidades perpetradas por los insurrectos del Ejército Sirio Libre— de los suníes contra los alauíes, la secta del presidente. ¿Y si, como apuntan varios indicios, Al Qaeda se instala y refuerza en territorio sirio?
Si en Libia se organizó desde los primeros días de la revuelta un Consejo de Transición que ha sido capaz de encarrilar el proceso político, en Siria la oposición está fragmentadísima —han acabado a puñetazos en alguna reunión—, la comunidad cristiana (10% de la población) se ha mantenido al margen del alzamiento, actitud idéntica a la seguida por los kurdos asentados en el norte del país.
Muy improbable una intervención occidental —encubiertamente Catar y Arabia Saudí proporcionan armas a los rebeldes, tal como hicieran el año pasado en Libia—, a los vecinos y en las capitales occidentales inquieta, y mucho, lo imprevisible. Y en Siria, desaparecida la saga gobernante, el futuro sería ciertamente incierto porque en el corazón del mundo árabe, en Damasco, confluyen intereses vitales de Irán, Arabia Saudí, Rusia, Líbano... Y también de Occidente. Cada loco con su tema.
A corto plazo, a Estados Unidos le preocupa el arsenal de armas químicas, y a Turquía, Líbano, Jordania e Irak —que el viernes selló un puesto fronterizo con Siria tras ser conquistado por los insurgentes— el flujo de decenas de miles de refugiados.
A medio plazo, sin embargo, los beneficios para alguno de los actores en juego resultan más evidentes. Arabia Saudí, enemigo jurado de Irán y de El Asad —mucho más desde el magnicidio en Beirut, en 2005, del magnate suní y ex primer ministro libanés, Rafik Hariri— confía en disfrutar de un nuevo socio en Damasco, un Gobierno suní encabezado en el futuro por el partido que creen los Hermanos Musulmanes, muy activos en el alzamiento. Sería un severísimo varapalo al proyecto de Teherán de extender su influencia por Oriente Medio. Un proyecto que ya tiene grietas: el Movimiento islamista palestino Hamás, refugiado en Damasco desde hace 15 años, se pronunció a favor de los rebeldes y se distanció del regimen sirio ipso facto. El prestigio que Irán pudiera atesorar entre las masas árabes se diluye rápidamente.
Para Israel, la óptica es diferente. Las rebeliones contra los tiranos árabes desagradan. El exministro de Defensa y dirigente laborista Benjamín Ben Eliezer llegó a decir que debía ofrecerse asilo político al rais egipcio Hosni Mubarak, cuando este fue depuesto. Desde la guerra de Yom Kipur, en 1973, la meseta siria del Golán ocupada por Israel es una balsa de aceite, incluso más que el Sinaí egipcio. Pero nadie ofrecerá asilo a El Asad en Israel. Cuando Damasco ha decidido hostigar a Israel, siempre utilizó otros canales: principalmente a Hezbolá. Si el régimen damasceno se derrumba definitivamente, la milicia chií libanesa va a sufrir. No lo pudo expresar esta semana con más claridad Hasán Nasralá, el carismático líder de Hezbolá: “Siria es un camino para la resistencia y el puente de comunicación entre la resistencia e Irán”. El derrumbe de ese puente, ya frágil, parece inminente. ¿Cómo se va a pertrechar la milicia? ¿Quién y cómo le suministrará los cohetes? La ruptura de la alianza entre Irán y Siria suena a música celestial en Tel Aviv. Ya se verá en el porvenir cómo se comporta un Gobierno que probablemente tendrá tintes islamistas. En el futuro inminente no parece que este tipo de movimientos tengan excesiva prisa por arremeter contra el Estado judío. El ejemplo de Egipto, donde los Hermanos Musulmanes prometen cumplir los acuerdos de paz con Israel si este país los respeta, puede servir de modelo. Redactar una Constitución; negociar la entrega del poder con la junta militar; la rehabilitación de una economía ruinosa... El Cairo tiene ahora otras prioridades.
¿Y Turquía qué piensa? Ankara fue tajante el miércoles. En conferencia de prensa junto al presidente ruso, Vladímír Putin, ambos con semblante circunspecto tras conocer el atentado que sacudió la cúpula del poder en Damasco, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, aseguró: “Estoy categóricamente en contra de la violación de la integridad territorial de Siria”. Las líneas sectarias y religiosas cuentan, y mucho. Y Erdogan, que combate la insurgencia kurda en Turquía oriental, contempla inquieta cómo a la comunidad kurda del norte de Siria se le ha otorgado cierta autonomía a cambio de no sumarse a la rebelión contra El Asad. Preferiría también Erdogan no contemplar el escenario del Kurdistán iraquí, región independiente en la práctica: firma contratos con compañías como la petroleras ExxonMobil sin consultar a Bagdad.
No hay vecino que duerma tranquilo. Al rey Abdulá de Jordania le crecen los enanos. Los continuos cambios de Gobierno no satisfacen a una población harta de corrupción. Hasta los hinchas del equipo de fútbol apoyado por las tribus que sustentan al trono han insultado gravemente a la reina Rania, mientras el activismo del Frente de Acción Islámica, franquicia de la Hermandad, crece día a día. No digamos si se afianzaran los islamistas en Damasco.
Si el régimen se precipita, el día después difícilmente dejará de ser caótico. Las tentaciones para proceder a algún tipo de desbaazificación, como la ejecutada en Irak en 2003 con efectos desastrosos, será difícil de superar. Por no hablar de una eventual revancha —se conocen ya atrocidades perpetradas por los insurrectos del Ejército Sirio Libre— de los suníes contra los alauíes, la secta del presidente. ¿Y si, como apuntan varios indicios, Al Qaeda se instala y refuerza en territorio sirio?
Si en Libia se organizó desde los primeros días de la revuelta un Consejo de Transición que ha sido capaz de encarrilar el proceso político, en Siria la oposición está fragmentadísima —han acabado a puñetazos en alguna reunión—, la comunidad cristiana (10% de la población) se ha mantenido al margen del alzamiento, actitud idéntica a la seguida por los kurdos asentados en el norte del país.
Muy improbable una intervención occidental —encubiertamente Catar y Arabia Saudí proporcionan armas a los rebeldes, tal como hicieran el año pasado en Libia—, a los vecinos y en las capitales occidentales inquieta, y mucho, lo imprevisible. Y en Siria, desaparecida la saga gobernante, el futuro sería ciertamente incierto porque en el corazón del mundo árabe, en Damasco, confluyen intereses vitales de Irán, Arabia Saudí, Rusia, Líbano... Y también de Occidente. Cada loco con su tema.
A corto plazo, a Estados Unidos le preocupa el arsenal de armas químicas, y a Turquía, Líbano, Jordania e Irak —que el viernes selló un puesto fronterizo con Siria tras ser conquistado por los insurgentes— el flujo de decenas de miles de refugiados.
A medio plazo, sin embargo, los beneficios para alguno de los actores en juego resultan más evidentes. Arabia Saudí, enemigo jurado de Irán y de El Asad —mucho más desde el magnicidio en Beirut, en 2005, del magnate suní y ex primer ministro libanés, Rafik Hariri— confía en disfrutar de un nuevo socio en Damasco, un Gobierno suní encabezado en el futuro por el partido que creen los Hermanos Musulmanes, muy activos en el alzamiento. Sería un severísimo varapalo al proyecto de Teherán de extender su influencia por Oriente Medio. Un proyecto que ya tiene grietas: el Movimiento islamista palestino Hamás, refugiado en Damasco desde hace 15 años, se pronunció a favor de los rebeldes y se distanció del regimen sirio ipso facto. El prestigio que Irán pudiera atesorar entre las masas árabes se diluye rápidamente.
Para Israel, la óptica es diferente. Las rebeliones contra los tiranos árabes desagradan. El exministro de Defensa y dirigente laborista Benjamín Ben Eliezer llegó a decir que debía ofrecerse asilo político al rais egipcio Hosni Mubarak, cuando este fue depuesto. Desde la guerra de Yom Kipur, en 1973, la meseta siria del Golán ocupada por Israel es una balsa de aceite, incluso más que el Sinaí egipcio. Pero nadie ofrecerá asilo a El Asad en Israel. Cuando Damasco ha decidido hostigar a Israel, siempre utilizó otros canales: principalmente a Hezbolá. Si el régimen damasceno se derrumba definitivamente, la milicia chií libanesa va a sufrir. No lo pudo expresar esta semana con más claridad Hasán Nasralá, el carismático líder de Hezbolá: “Siria es un camino para la resistencia y el puente de comunicación entre la resistencia e Irán”. El derrumbe de ese puente, ya frágil, parece inminente. ¿Cómo se va a pertrechar la milicia? ¿Quién y cómo le suministrará los cohetes? La ruptura de la alianza entre Irán y Siria suena a música celestial en Tel Aviv. Ya se verá en el porvenir cómo se comporta un Gobierno que probablemente tendrá tintes islamistas. En el futuro inminente no parece que este tipo de movimientos tengan excesiva prisa por arremeter contra el Estado judío. El ejemplo de Egipto, donde los Hermanos Musulmanes prometen cumplir los acuerdos de paz con Israel si este país los respeta, puede servir de modelo. Redactar una Constitución; negociar la entrega del poder con la junta militar; la rehabilitación de una economía ruinosa... El Cairo tiene ahora otras prioridades.
¿Y Turquía qué piensa? Ankara fue tajante el miércoles. En conferencia de prensa junto al presidente ruso, Vladímír Putin, ambos con semblante circunspecto tras conocer el atentado que sacudió la cúpula del poder en Damasco, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, aseguró: “Estoy categóricamente en contra de la violación de la integridad territorial de Siria”. Las líneas sectarias y religiosas cuentan, y mucho. Y Erdogan, que combate la insurgencia kurda en Turquía oriental, contempla inquieta cómo a la comunidad kurda del norte de Siria se le ha otorgado cierta autonomía a cambio de no sumarse a la rebelión contra El Asad. Preferiría también Erdogan no contemplar el escenario del Kurdistán iraquí, región independiente en la práctica: firma contratos con compañías como la petroleras ExxonMobil sin consultar a Bagdad.
No hay vecino que duerma tranquilo. Al rey Abdulá de Jordania le crecen los enanos. Los continuos cambios de Gobierno no satisfacen a una población harta de corrupción. Hasta los hinchas del equipo de fútbol apoyado por las tribus que sustentan al trono han insultado gravemente a la reina Rania, mientras el activismo del Frente de Acción Islámica, franquicia de la Hermandad, crece día a día. No digamos si se afianzaran los islamistas en Damasco.
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Internacional
Fallecen al menos 131 personas en Siria en un agravamiento de los combates
La provincia de Homs ha registrado el mayor número de víctimas mortales, 34. En Damasco y los barrios periféricos, 28 personas han perecido
Día 22/07/2012 - 05.53h
Al menos 131 personas han fallecido este sábado en Siria en el marco de la ola de violencia que sacude al país, insuflada por la ofensiva rebelde y la represión de las tropas gubernamentales, según han informado fuentes activistas sirias. Los Comités de Coordinación Local, una organización radicada en Siria, ha contabilizado 131 «mártires», de los cuales 18 eran soldados desertores y once eran niños. La provincia de Homs (oeste) ha registrado el mayor número de víctimas mortales, 34. En Damascoy los barrios periféricos, 28 personas han perecido, siete más que en la provincia de Idlib (noroeste).
En Daraa (sur), la que fue epicentro de la manifestaciones en marzo del pasado año, once personas han perdido la vida. Nueve han fallecido en Deir ez Ezor (este), siete en Hama (centro), 18 en Aleppo (noroeste) y una tanto en Hasaké (noreste) como en la ciudad costera de Latakia (oeste). Por su parte, el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, con base en Reino Unido, ha documentado la muerte de hasta 140 personas, de los cuales 77 son civiles, catorce rebeldes, dos desertores y 43 soldados del Ejército sirio.
Un total de 27 personas han fallecido en Homs, 18 en Damasco, catorce en Idlib, seis en Daraa, tres en Deir ez Ezor, cuatro en Hama, dos en Aleppo y un en Hasaké. La mayoría de las bajas militares se han produciden las provincias del oeste de Siria, como Aleppo, Idlib y Homs. Daraa y Damasco son otro de los lugares donde los enfrentamientos han sido más violentos.
Más de 16.000 personas han perdido la vida en la ola de violencia que sacude Siria desde el inicio de los levantamientos contra el Gobierno de Bashar al Assad en marzo del año pasado, según Naciones Unidas, si bien la oposición denuncia que dicha cifra supera ya los 19.000. Debido a la ausencia de periodistas internacionales sobre el terreno, estas cifras aportadas por las organizaciones activistas son difícilmente verificables. La comunidad internacional se halla dividida sobre el futuro de Siria. Por un lado están Occidente y los países del Consejo de Cooperación del Golfo, de predominancia suní -contraria a los alauíes de Al Assad-, que abogan por elevar la intensidad de las sanciones y por ayudar a la oposición y, por ende, al ELS, tanto con armamento como con financiación.
En el lado opuesto, China, Rusia, Venezuela y otros países latinoamericanos alineados con el Gobierno deHugo Chávez propugnan una resolución política interna que esté exenta de cualquier tipo de interferencia externa, lo que se ha traducido en un constante bloqueo de las resoluciones de condena debatidas en el Consejo de Seguridad de la ONU. Entretanto, la situación humanitaria empeora y los enfrentamientos entre ambos bandos se recrudece, con la llegada de los primeros combates al corazón de Damasco, uno de los bastiones a los que se aferraba el régimen de Al Assad. Las fronteras son ahora otro de los escenarios en los que se entremezclan violencia y desplazamientos masivos de población.
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