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viernes, 29 de abril de 2011

ESTHER YAÑEZ LA PRIMERA MUJER AL MADO DE UN BUQUE DE GUERRA DE LA ARMADA ESPAÑOLA






"Nunca pensé que pudiera llegar a ser oficial de la Armada", aseguró Yáñez, quien añadió: "Mis padres se asustaron terriblemente cuando les dije que quería seguir la carrera militar, ya que era emprender un camino hasta entonces desconocido para las mujeres".

«La mayor dificultad en mi carrera ha sido la carencia de un modelo a seguir. Es el inconveniente de ser la primera mujer. Yo intento ayudar a las que me siguen»

En septiembre de 2005, a Esther Yáñez, con sólo 33 años, se le concedió el mando del Patrullero Laya* convirtiéndose en la primera mujer en la historia de la Armada española comandante de un buque de guerra.

Como dice una de las personas que mejor la conocen, su madre Milagros, es una mujer humilde a la que no le gusta sobresalir, que está haciendo lo que le gusta por verdadera vocación y que los resultados son consecuencia de su capacidad, de su tesón y pundonor.

Esther Yáñez es militar de cuna. Su padre, Julio Yáñez, coronel de Infantería de Marina retirado, fue el fundador de la Unidad de Operaciones Especiales (UOE). Y su tío, Juan José González-Irún, es almirante. Esther es la única de los 10 hermanos que ha abrazado la vocación paterna, además ha tenido que soportar el peso de ser mujer, que era a priori un claro handicap en un mudo tradicionalmente de hombres.

Esther siempre tuvo claro que quería ser militar, desechó sus planes de matricularse en Medicina para intentarlo en la Academia militar y en la primera convocatoria en la cual se presentaron 85 mujeres, sólo Esther, en la Marina, y Patricia Ortega, en Tierra, superaron las pruebas. Y como bien recuerda en una entrevista en la prensa su madre, la Sra. Milagros González-Irún "Se había aprobado una la ley pero no había nada preparado para acoger a las mujeres. Para nosotros fue una sorpresa que ingresara el primer año porque entonces era todo mucho más duro."

En las pruebas físicas, por ejemplo, a las chicas aún se les pedían las mismas marcas que a los hombres y Esther necesitó de la ayuda de su padre, profesor de Educación Física además de militar, para superar un listón hecho a medida de hombres, y aquí es justo recordar que no toda mujer en el ejército ha pasado las mismas pruebas que los hombres, este es un mérito más de esta mujer, que con su determinación logró superarse a si misma, hasta el punto de batir marcas pensadas para hombres, que morfológicamente son más fuertes.

Es por ello, que entrar de esta forma en el ejército, pasando un único listón general y sin ayudas en las pruebas físicas lo provoca la admiración de cualquier español y desde aquí queremos rendirle con este comentario, un sincero homenaje, se ha ganado el respeto de todos ella misma, con su esfuerzo y sacrificio.

Con sólo 18 años, en 1990, se convirtió en la primera estudiante femenina en las aulas de La Escuela Naval de Marín (Pontevedra, obtuvo el título siendo la primera mujer que había concluido la carrera militar profesional, ¡Casi nada!, y esto que estoy contando es historia, una parte de la historia del glorioso ejército español.

Esther Yáñez embarcó posteriormente en el Juan Sebastián de Elcano, el buque-escuela de la Armada española, en el que Yáñez dio la vuelta al mundo entre 1992 y 1993 acompañada de 300 hombres. El entonces comandante del buque-escuela, Juan Francisco Martínez-Núñez, no ha ahorrado elogios hacia ella. «Es una oficial muy brillante y tendrá un futuro profesional muy brillante sin duda, porque es muy completa», decía en una entrevista a Mundo Marítimo. Incluso la imaginaba dentro de unos años ocupando su puesto al frente del Juan Sebastián de Elcano.

Esther está casada con un oficial también de la Armada, así que no nos extrañaría que cuando tengan hijos la tradición militar se perpetúe una generación más, lo llevan en la sangre, eso seguro.

En 1988, en cuanto supo que las Fuerzas Armadas abrían las puertas a la mujer, desechó sus planes de matricularse en Medicina. A la primera convocatoria se presentaron 85 mujeres. Sólo Esther, en la Marina, y Patricia Ortega, en Tierra, superaron las pruebas.«Se aprobó la ley pero no había nada preparado para acoger a las mujeres. Para nosotros fue una sorpresa que ingresara el primer año porque entonces era todo mucho más duro», recuerda hoy su madre. En las pruebas físicas, por ejemplo, a las chicas aún se les pedían las mismas marcas que a ellos y Esther necesitó de la ayuda de su padre, profesor de Educación Física además de militar, para superar un listón hecho a medida de hombres.Con sólo 18 años, en 1990, se convertía en un rara avis, la primera estudiante femenina en las aulas de La Escuela Naval de Marín (Pontevedra). Salió de allí con el título bajo el brazo. Huelga decir que antes que ella ninguna mujer había concluido la carrera militar profesional.

Cada paso que Esther Yáñez ha ido dando ha sido el primero para una mujer. Su presencia debió desconcertar a la marinería del Juan Sebastián de Elcano, el buque-escuela de la Armada española, en el que Yáñez dio la vuelta al mundo entre 1992 y 1993 acompañada de 300 hombres. Allí dejó buen recuerdo. El actual comandante del buque-escuela, Juan Francisco Martínez-Núñez, no ha ahorrado elogios hacia ella. «Es una oficial muy brillante y tendrá un futuro profesional muy brillante sin duda, porque es muy completa», decía en una entrevista a Mundo Marítimo. Incluso la imaginaba dentro de unos años ocupando su puesto al frente del Juan Sebastián de Elcano, donde, por cierto, las mujeres superan hoy la treintena.En todas las Fuerzas Armadas son 12.641, el 10,9% del total de efectivos, aunque en la escala de oficiales son sólo el 2%.

De todas sus misiones y destinos, la de 1998, a bordo del buque Galicia para ayudar a las víctimas del Mitch, ha sido, a decir de su madre, la que más le ha llenado. Le impresionó sobre todo el sufrimiento de los niños. Casada con un oficial también de la Armada, Esther Yáñez quiere ser madre. Algo difícil de compaginar con un trabajo que obliga a estar al menos 100 días al año en alta mar. Cuando en su casa hablan sobre su futuro, quienes conocen los mecanismos de progresión en la Armada especulan sobre qué destino hay que pedir para llegar a ser almirante. Ella, ante la sugerencia, se sacude galones: «No estoy dispuesta a sacrificar nada importante para llegar a serlo», dice.

Y así ha sido. Como segunda de su promoción podría haber elegido Barcelona, Mahón, o Cartagena. Zonas menos comprometidas que Cádiz, donde su buque, el Laya, vigilará la constante entrada de pateras. Pero quería, cuentan en casa, estar cerca de su marido, también destinado en Cádiz, tierra adonde ella regresará dentro de dos meses.

La última vez que llamó a sus padres fue el domingo pasado. Estaba en alta mar y tuvo que utilizar el satélite. Quería felicitar a Milagros por el día de la madre.

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