Un exsoldado y su banda, detenidos por robar las armas de la base militar de Bótoa
La Guardia Civil arresta a cinco españoles, dos de ellos hermanos, a los que esperaban a las puertas de la prisión de Cáceres en la que estaban ingresados por asaltar bancos
Día 18/06/2012 - 22.18h
Llevaban nueve meses esperando salir de prisión y cuando ayer lo consiguieron la Guardia Civil les estaba esperando en la puerta de la cárcel de Cáceres para colocarles de nuevo las esposas tras una paciente espera. Son los cinco individuos, miembros de una banda, acusados de asaltar la Base General Menacho de Bótoa (Badajoz) el 28 de febrero del año pasado de donde se llevaron diez pistolas Llama M82, 9 milímetros parabellum y veinte fusiles de asalto HK G-36, que «duermen» en algún escondite y que los investigadores buscan en varios puntos de la provincia con autorización de la juez togada militar de Badajoz.
Los cinco sospechosos, según ha podido saber ABC, estaban en prisión preventiva desde el pasado 4 de septiembre cuando en una sola noche asaltaron cuatro sucursales bancarias de Caja Extremadura y Banesto en las localidades cacereñas de Baños de Montemayor, Galisteo y Alagón del Río. En el último atraco, en torno a las cinco de la mañana fueron detectados por la Guardia Civil tras recibirse la alerta de la central de alarmas. Fue entonces cuando se inició una persecución delirante en la que los ladrones se saltaron dos controles, dispararon contra los agentes e intentaron atropellar a un guardia. Abandonaron el Audi A-8 robado en el que huían y se refugiaron en las copas de las encinas de una zona boscosa de Casatejada (Cáceres). Los individuos fueron detenidos tras un tiroteo en el que dos de ellos resultaron heridos de bala e ingresaron en la cárcel por orden judicial.
Del mismo barrio de Badajoz
El cabecilla del grupo es Marcos Antonio Castellanos, de 27 años, un exmilitar que estuvo destinado en la base militar de Botóa, de ahí que la conociera a la perfección. Junto a él perpetraron el audaz robo su hermano José Manuel Castellanos, de 31 años, y tres compinches de entre 22 y 27 años (D. M. G., A.A.R. y D.M.L). Todos son españoles, proceden del mismo barrio de Badajoz y tienen numerosos antecedentes. Los investigadores sospechan que han cometido decenas de robos con fuerza en Extremadura.
Los Castellanos estuvieron en el punto de mira de los investigadores desde los primeros días del asalto porque se sospechaba que no era la primera vez que entraban a robar en la base de Bótoa, sede de la Brigada Mecanizada de Infantería Extremadura XI del Ejército de Tierrar. En abril de 2008 en ese mismo acuartelamiento militar tres individuos se apoderaron de un vehículo blindado tipo oruga estacionado en los talleres del Regimiento de Carros, forzaron la oficina donde estaba un cajero del BBVA y lo arrancaron de cuajo. Agentes de la base los sorprendieron, pero lograron ocultarse en los barracones y huir.
Las armas «duermen»
En los meses previos al robo de armas se produjeron sustracciones de ordenadores, baterías y llantas de vehículos, así como diverso material. Todas las investigaciones apuntan a los mismos individuos por las similitudes en los golpes. Pese a los indicios de que eran los autores del asalto no se les pudo detener—aunque estuvieron bajo control— porque no había suficientes indicios sobre el paradero de las armas, valoradas en más de 30.000 euros.
Se cree que las pistolas y los fusiles no han sido vendidos a ninguna organización criminal ni terrorista como se llegó a especular. Primero porque los detenidos no tienen contactos a ese nivel y segundo porque sospechaban que los agentes les seguían los pasos muy de cerca y no querían arriesgarse más de lo que ya lo habían hecho.
Los dos hermanos son los líderes de la banda, tipos bragados, violentos, que no dudan en tirar de pistola o escopeta si se ven en apuros como hicieron en septiembre; durante el robo a la base también demostraron su sangre fría: intentaron forzar varios todoterreno «Aníbal» hasta que consiguieron arrancar uno, ya dentro del acuartelamiento. A continuación, pertrechados solo con una cizalla y una llave grifa, rompieron todo lo que se les puso por delante, inutilizaron una alarma sonora y subieron hasta la taquilla del sargento encargado del armero. La abrieron y robaron su uniforme, en busca de los códigos de seguridad.
El asalto al acuartelamiento puso en evidencia la falta de medidas de seguridad de una instalación crítica como esa. De hecho, de las 44 cámaras de seguridad con las que contaba en esos momentos solo funcionaban algunas y en dos años se sucedieron distintos episodios de robos que solo trascendieron en parte.
En su día la ministra de Defensa, Carme Chacón, sostuvo que en la base no fallaron los medios técnicos, sino las personas para justificar de ese modo por qué se detuvo a los cuatro militares que estaban de guardia esa noche y que en modo alguno participaron en el robo.
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