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miércoles, 24 de febrero de 2016
HORACIO NELSON LA VICTORIA DE TRAFALGAR Y LA DEPRESIÓN
Nelson, combatiendo en Trafalgar - Wikimedia2
Un hombre valiente, de un ingenio desconocido para la época y un arrojo encomiable. Nadie lo niega. Pero también un adúltero (se acostaba con la mujer de un famoso noble que le creía su amigo), un marino que fue derrotado en repetidas ocasiones por los españoles, y un soldado demasiado temerario al que no le importaba poner en riesgo una flota entera si así lograba doblegar al enemigo. Horatio Nelson es
considerado a día de hoy como uno de los grandes hitos de la historia
naval de Gran Bretaña. Para ello tuvo a su favor el haber salido
vencedor de batallas aparentemente imposibles y, sobre todo, el haber
muerto heroicamente en la contienda de Trafalgar luchando contra la
flota franco española de Churruca y Lucas.
Y todo eso, después de haber servido a sus compañeros la victoria en
bandeja de plata. Sin embargo, tan cierto como estos datos es que su leyenda fue engrandecida por
los cronistas ingleses quienes, ávidos de encumbrar a este almirante de
la «Royal Navy», le dieron a conocer ante el mundo como un experto en humillar a los buques de su majestad católica.
Ahora, pocos días después de que se haya celebrado el aniversario de su victoria sobre la flota española en el Cabo San Vicente (acaecida
el 14 de febrero de 1797), desde ABC nos hemos propuesto revisar las
grandes batallas de este gran héroe británico. Un personaje cuyo
entierro se celebró sin escatimar un céntimo y que se produjo después de
que el marino falleciese combatiendo contra el navío de línea «Redoutable» de Jean Jacques Etienne Lucas -más conocido por medir menos de 1,50 metros de altura- en la batalla de Trafalgar.
Los ingleses, en 1805, hicieron de su fallecimiento una heroicidad
increíble afirmando que había tenido la valentía de dirigirse a la
cabeza de una columna de navíos contra la formación enemiga. No
obstante, y aunque su táctica resultó revolucionaria para la época,
tampoco es mentira que su vanidad le hizo lanzarse el primero
contra los aliados y no cubrirse -a pesar de ser todo un icono para sus
paisanos- mientras sus hombres luchaban a sangre y cañón contra galos y
españoles.
Primeros años y depresiones iniciales
Nuestro protagonista, cuarto hijo de Eduard Nelson (un conocido predicador) y Catalina Suchling,
vino a este mundo el 23 de septiembre de 1758 en Burnham-Thorpe, un
minúsculo pueblo ubicado en el condado de Norfolk (al oeste del país).
Llamado Horatio en conmemoración del popular poeta romano, el futuro
gran almirante inglés no se sintió nunca demasiado atraído por los
estudios o por las artes, por lo que –después de haber terminado de
aprender lo básico en la escuela de Norwich- entró en la marina de manos
de su tío materno, un tal Suchling (según parece, los «enchufes» estaban a la orden del día en la «Royal Navy»). El calendario se había detenido por entonces en 1770, y su destino fue el navío de 64 cañones «Razzonable».
Con todo, aquel primer trabajo era demasiado aburrido incluso para un
nuevo grumete como Horatio, por lo que su familiar le acabó mandando a
hacer las Indias Occidentales en un barco mercante.
«Volvió
de allí en el mes de junio de 1772, y se unió otra vez en Chatan al
Capitán Suchling, su tío, quien mandaba entonces el navío “Triunfo”,
en donde le hizo instruir en el pilotage, trasbordándole unas veces a
un paquebot o otras a una lancha que iba desde Chatan a Londres, y de
Swin hasta Nort-Foreland», explica Juan López Cancelada (un periodista español contemporáneo de Nelson) en su obra «Vida del Vicealmirante Nelson»,
una traducción de las memorias del propio marino. Todo aquel viaje para
arriba, y viaje para abajo, le valió al británico para ir curtiéndose
en el manejo de las olas y en el manejo de un barco en costas
peligrosas. Algunos historiadores, de hecho, se atreven a decir que
Inglaterra le debe a estos trayectos el haber forjado a un marino de la
pericia de Horatio. Horatio Nelson- WikimediaSu primera gran aventura la vivió pocos meses después, en 1773, año en que tuvo el honor de acompañar al capitán Phipps en un viaje a través del Polo Septentrional para
hallar una ruta hacia el Norte de América. La decisión sorprendió
soberanamente a su tío quien, cuando su sobrino entró en la marina, dijo
lo siguiente de él: «¿Qué pecado habrá cometido Horace para que tenga
que ingresar en la Marina? Lo mejor que le podrá pasar es que, cuando
entre en combate, una bala de cañón le vuele la cabeza». Sus palabras no eran crueles, sino realistas, pues aquel niño era enjuto, extremadamente delgado y «debilucho».
Con todo, el adolescente se hizo un hueco en la expedición. «En el
momento más crítico del viage fue nombrado Comandante de un bote de
cuatro remos para ir con 12 hombres a romper el hielo y reconocer las
canoas», añade el experto español. Se dice, incluso, que mató un oso polar para enviar la piel a sus padres como regalo.
Con
todo, hasta entonces Nelson solo había surcado las olas, pero no se
había enfrentado a ningún enemigo borda con borda. Para eso hubo que
esperar hasta meses después, en el momento en el que fue destinado al «Seahorse»
en el Océano Índico. Sobre su cubierta entró en combate por primera vez
y puso a prueba su entrenamiento. Para su suerte, mantuvo la cabeza
sobre los hombros. Aunque poco después su penoso estado de salud
(probablemente padeció malaria) provocó que tuviese que ser enviado de
vuelta a casa. Se dice que en aquellos meses perdió tanto peso que,
cuando llegó a las islas, tan solo era un saco de huesos andante (algo
que, curiosamente, se repitió en varias ocasiones durante su vida debido
a su precario estado de salud perpetuo). A su vez, y según explica la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial
en su dossier «Enfermedades y muerte y Horatio Nelson», durante su
recuperación sufrió una fuerte depresión de la que nunca terminaría de
salir.
Nelson sufrió una depresión tras ser rechazado por la hija de un clérigo
Así
lo denotan las palabras que él mismo escribió posteriormente en su
diario: «Después de profundas meditaciones en las cuales deseé en más de
una ocasión arrojarme por la borda, una racha súbita
de patriotismo se encendió en mí y comprendí que pertenecía al Rey y a
mi País. Mi mente se complació con la idea y exclamé: "Me parece muy
bien, y con la ayuda de la Divina Providencia superaré todos los
peligros hasta convertirme en un héroe"». Ese episodio se sucedió antes
de recibir su nuevo destino el 24 de septiembre de 1776, cuando fue
enviado al «Wolcester» bajo las órdenes del capitán
Robinson. Según escribe el cronista español, nuestro protagonista se
hizo tan conocido encima de aquel buque que el mismo Robinson solía
afirmar que «estaba tan descansado quando Nelson entraba de quarto
[hacía su guardia] como si entrase el más antiguo oficial que se hallaba a bordo de su navío».
En apenas dos años vivió dos ascensos. El primero, en 1777, cuando fue elevado a la categoría de teniente. El segundo, en 1779 (el 11 de julio), año en que –con apenas 20 primaveras- se convirtió en el capitán más joven de la «Royal Navy». En los meses posteriores se dedicó a luchar contra la piratería y
el contrabando que asolaban las posesiones británicas en las Américas.
Un trabajo que –según dicen las malas lenguas- le costó ser licenciado
con media paga allá por 1787. Y es que, molestó al oficial equivocado
señalándole que hacerse rico en contra de las normas de Su Graciosa
Majestad iba en contra de la corona. Oficialmente, sin
embargo, se dijo que le apartaban debido a que la paz había llegado a
las aguas. Con todo, aquel no fue el único disgusto que tuvo que
aguantar su «carcasa» (como solía llamar a su cuerpo) ya que, durante
aquellos días, padeció nuevamente una severa depresión acompañada de tensión nerviosa y ansiedad al ser rechazado por la hija de un clérigo. Regresó a la marina allá por 1792, cuando se le dio el mando del «Agamemnon», de 64 cañones.
1º-San Vicente, la torpeza de Córdova le hace Vicealmirante
Si existe una batalla reseñable de entre las decenas que libró Horatio Nelson, esa es la del Cabo San Vicente. Y es que, en ella se ganó sus galones como Vicealmirante gracias
a su valentía y arrojo. No obstante, tan cierto como la gallardía que
mostró aquel día fue la ineptitud del almirante español –José de Córdova-
y su mal planteamiento de la contienda que se avecinaba. Una estupidez
que, a corto plazo, favoreció que Horatio obtuviese sus medallas. Para
entender esta contienda es necesario retroceder en el tiempo hasta el
siglo XVIII. Por entonces España se había convertido ya en la «Espagne» debido a que –más por obligación que por interés- había tenido que ponerse a las órdenes de la «France»
para no ser invadida por sus militares. A su vez, nuestro país se había
visto obligado a sumar a su lista de enemigos a Gran Bretaña, eterna
contraria de los galos.
Deseoso de lucir bien ante sus nuevos «amos», Manuel Godoy (Manolito para los ciudadanos, valido de Carlos IV y, según se rumorea, amante oficial de la reina) ordenó a la flota hispana salir viento en popa, y todo lo demás, hacia el sur de Portugal. El objetivo era acabar con un convoy de apenas 10 navíos de guerra británicos (según le habían dicho sus espías) al mando de John Jervis,
un almirante sesentón muy «british» él. Para asegurarse la victoria
puso al mando al tal Córdova de 27 navíos de línea y otros tantos buques
menores. Pero, vaya con el preferido de los reyes, prefirió que
salieran zumbando (o navegando) antes que pertrecharse adecuadamente,
por lo que los bajeles adolecían de tripulación, víveres y
entrenamiento. Fuera por lo que fuese, el hispano llegó a aguas de Cartagena a finales de enero y, en los primeros días del mes siguiente, partió hacia el Cabo San Vicente, donde esperaba hallar a su enemigo. Batalla de Cabo San Vicente- Tomás Mora (en exclusiva para ABC)El 14 de febrero, día de San Valentín,
las flotas se encontraron entre una espesa bruma frente al Cabo San
Vicente. Sin embargo, no fue en las condiciones que Córdava hubiese
preferido, Y es que, cuando se divisó la primera vela inglesa, la armada
hispana navegaba en tres vagas columnas con muchos
huecos entre barco y barco (la primera, de cinco bajeles, en vanguardia;
la segunda, de dos buques escorados que habían sido enviados a explorar
y, finalmente, la última y principal formada por el resto). Esto era
algo sumamente peligroso para los españoles, pues impedía concentrar el fuego a la hora de cañonear al enemigo y
permitía que los contrarios metiesen hasta la cocina (entre los
cascarones rojigualdos) sus propias máquinas de matar. ¿La razón de tan
absurda maniobra? El mandamás hispano dejó libertad a sus hombres para moverse sin orden alguno pensando que, con tanta gente como llevaba, era imposible que perdiese la contienda.
Los
«british» aprovecharon el error y formaron para dar hasta en la
toldilla a los españoles. Mal empezaban las cosas para los nuestros. Y
todo, por la torpeza de Córdova. Un hombre, por cierto, que –según
parece- debió hacerse aguas mayores cuando vio el desorden que reinaba
en su armada y que el enemigo se dirigía hacia ella, pues ordenó a voz
en grito hacer virar a sus buques en redondo para
cubrir los huecos que había entre navío y navío. Esta inesperada
solución fue todavía peor, ya que –debido a la niebla- los cinco navíos ubicados en vanguardia no
vieron las señales y se alejaron todavía más (si cabe) del grupo
principal. Jervis se relamió y, sabedor de que tenía las de ganar con
aquel caos reinando, puso proa hacia el centro de las dos columnas
restantes. A las 11 de la mañana comenzó el cañoneo con
la siguiente estampa: la mayoría de los navíos británicos enfrentándose
a solo 6 españoles del grupo principal que habían conseguido unirse
para resistir a los contrarios. Batalla del Cabo San Vicente- WikimediaAdemás de todos los fallos que ya había cometido, cuando comenzó la batalla Córdova no logró enviar órdenes concisas a sus capitanes, lo que provocó que muchos barcos se estorbasen. El «San José» y al «San Nicolás»
(dos de ellos) llegaron incluso a embestirse, algo que fue aprovechado
por Nelson para lanzarse al abordaje del segundo sin oposición y ganarse
sus medallas sobre el «Captain». «Habiéndose enredado
en aquella confusión, desmantelados ambos, y habiendo caído los aparejos
y velas por el costado, delante de las baterías, tuvieron que suspender
sus disparos para no incendiarse con ellos, y quedaron sin defensas.
(…) En esta disposición abordó Nelson con el “Captain” al “San Nicolás”,
entrando por popa», explica el historiador y marino Cesáreo Fernández Duro en su recopilación de las principales batallas navales españolas.
Nelson
acabó entonces con los defensores del navío y usó este como plataforma
para pasar al siguiente, el «San José», que estaba a su lado. «Rendido
el bajel, sirvió de puente a los ingleses para pasar al inmediato “San
José”, no desembarazado aún, y que no estaba tampoco en estado de
prolongar la defensa. El general Winthuysen, mutilado
en el combate de la Leocadía por una bala de cañón, acababa de ser
despedazado por otra, y siete oficiales y 149 individuos de todas
clases, muertos o heridos, henchían la cubierta», completa el español.
Aquellos dos combates le valieron la victoria a Gran Bretaña, además del
ascenso a Vicealmirante a Horatio.
2º-Aboukir, los errores franceses y la victoria inglesa
La segunda contienda que hizo que el apellido Nelson fuese reconocido en toda Inglaterra fue la acaecida en la bahía de Aboukir. Una batalla cuyo origen se remonta al 19 de mayo de 1798.
Fue precisamente esa jornada cuando 32.300 hombres, 13 navíos de línea y
más de 300 buques menores partieron del puerto de Tolón hacia Egipto
comandados por el mismísimo Napoleón (entonces un prometedor general, pero aún no un Emperador). El objetivo de este gigantesco contingente era conquistar la tierra de los faraones y,
una vez asentado en la región, tomar la India para fastidiar –cuanto
más se pudiera mejor- la que era una de las colonias más prósperas de
Gran Bretaña. Un plan que, sobre el papel, parecía impecable. Y es que,
además de un gigantesco ejército, el «Pequeño corso» contaba con uno de los buques más grandes del mundo construidos hasta la fecha: el «L’Orient». Este coloso sumaba 120 cañones que podían disparar balas de hasta 15 kilos.
Sin
embargo, Inglaterra no estaba dispuesta a permitir las correrías del
enano francés, así que envió para contrarrestarle a su flota del
Mediterráneo a las órdenes de un viejo conocido nuestro: Nelson. Este,
armado con más paciencia que buques, se dedicó a buscar a la flota
francesa para enviarla al fondo del mar pues, sin ella, Napoleón
perdería el único enlace con su querida «France». «Durante semanas, la
escuadra británica recorrió el Mediterráneo, tocando en posibles objetivos de desembarco, desde Siracusa hasta Morea», explica Julio Gil Pecharromán (Profesor de Historia Contemporánea de la UNED) en su dossier «Napoleón en Egipto. Sólo fue un sueño».
Ola para arriba, ola para abajo –y mientras los «british» peinaban los
mares- los galos llegaron a la costa egipcia a finales de junio y
desembarcaron sus fuerzas en los tres principales puertos de la zona: Alejandría, Damietta y Rosetta. Por
su parte, y tras meses de búsqueda, Nelson recibió durante el verano
noticias de que la flota gala se hallaba en Alejandría. Viento en popa
dirigió sus barcos hacia allí y, ya sea gracias a la providencia o a la
suerte, se topó de bruces con ella a finales de julio de 1798 en la bahía de Aboukir –al
noroeste de la susodicha Alejandría-. La batalla estaba a punto de
sucederse. «Nelson sabía que, sin su escuadra, el ejército
expedicionario perdería todo contacto con la metrópoli y que ello
comportaría en el fracaso de la estrategia oriental de Francia», añade
el experto español en su dossier.
Al amanecer del 1 de agosto, los
13 navíos galos estaban anclados en el interior de la bahía de Abukir
por orden de su almirante, François-Paul Brueys D'Aigalliers.
La situación no era la idónea para mantener una contienda, pues
Napoleón se había marchado tierra adentro con una buena parte de las
tripulaciones de los navíos para reforzar sus fuerzas. Con todo, el
mandamás gabacho había ideado un plan que consideraba perfecto para
resistir cualquier posible ataque enemigo. «Brueys ordenó formar un semicírculo bastante regular, y nuestros 13 navíos formaban una línea semicircular paralela a la rivera», explica el cronista de la época Adolphe Thiers en su obra «Historia de la Revolución francesa». De esta forma, el marino lograba que uno de los lados de sus buques (el de babor,
en este caso) no pudiese ser rodeado por los contrarios por estar
protegido por la costa. A su vez, estableció que se echara el ancla
para, así, evitar los bamboleos provocados por la marejada, los cuales
solían derivar en errores fatales a la hora de apuntar.
¿Un plan
infalible, verdad? Eso creía él. Sin embargo, la forma de llevarla a
cabo, no. Y es que, el almirante francés cometió un error fatal al
amarrar la flota, pues no lo hizo lo suficientemente cerca de la costa y
dejó una gran área entre la playa y sus barcos. Un espacio en el que se
podían «colar» los buques enemigos para rodear por ambas bandas
a los «cascarones» franceses y atraparles entre dos fuegos. «Cuando
fondeas y te defiendes al ancla sabes que tienes que cumplir dos
condiciones: que no te envuelvan por la costa (que no haya calado entre
tu barco y tierra) y que no se estorben unos barcos a otros. Los
franceses no cumplieron ni una ni otra. Fondearon lejos de tierra
pensando en que con eso va a ser suficiente para acabar con los
ingleses», explica, en declaraciones a ABC, Víctor San Juan, autor de «22 derrotas navales británicas» (Navalmil, 2014).
Aquel
imperdonable fallo le costó la batalla a los franceses pues, cuando
Nelson hizo su aparición con su flota ese mismo día, se percató
claramente de que, si envolvía a los navíos galos por su lado izquierdo en
lugar de lanzarse contra ellos por el centro, lograría que dos de sus
buques se enfrentasen únicamente a uno enemigo cada vez. Así lo hizo, y
logró una victoria que fue sumamente aplaudida en su país al no perder
ni un bajel y hacer estallar por los aires al «L’Orient». Sin embargo,
autores como San Juan consideran que –aunque demostró gallardía y
tenacidad en el ataque- simplemente se aprovechó de un error enemigo.
«En Aboukir hizo algo de manual. Es cierto que Nelson les pasó por encima atenazándoles y solo dejó dos barcos vivos, pero venció más por errores franceses que por aciertos ingleses.
Los franceses violaron las normas para combatir al ancla, y cuando el
enemigo se dio cuenta ya era tarde. Se aprovechó de un error», completa.
Por otro lado, cabe destacar que Nelson sufrió en Aboukir un ataque de pánico
después de que un proyectil le impactase en la cabeza, encima de su ojo
bueno. De hecho, la herida fue de tales dimensiones que fue bajado
–durante una buena parte de la contienda- a la enfermería para ser
atendido. «Al conducir el ala que atacaba por fuera, resultó herido.
Pero no era un cobarde, le bajaron para que le tratasen pensando que era
una herida mortal, pero resultó que no le pasaba nada serio más allá de que era una herida muy fea, pero sufrió un ataque de pánico», destaca San Juan.
3º-Trafalgar, la mentira de la táctica revolucionaria y el falso mito
Si en el Cabo San Vicente comenzó a ser conocido y en Aboukir demostró sus dotes como estratega, en la batalla de Trafalgar fue
en la que Nelson logró convertirse en una leyenda para Gran Bretaña. El
origen de esta contienda se remonta a la alianza entre Napoleón Bonaparte (Emperador de Francia desde 1804) y Manuel Godoy (valido de Carlos IV)
que España no tuvo más remedio que firmar a comienzos del S.XIX. Por
entonces, la que antes era una pequeña obcecación del «Pequeño corso»
-desembarcar con su ejército en las costas británicas para acabar con su Graciosa Majestad-
se había convertido ya en toda una obsesión que pretendía llevar a
cabo. Por ello, el «Empereur» había ordenado formar una flota combinada
gala e hispana de 32 navíos (15 «rojigualdos» y 18 napoleónicos) con la que pretendía trasladar, a través del Canal de la Mancha, un gigantesco ejército desde el norte de Francia al sur de Gran Bretaña.
Pero el plan salió horriblemente mal, pues Pierre Charles Jean Baptiste Silvestre de Villeneuve (el almirante al mando de la flota combinada) se vio cercado por Nelson en octubre de 1805 cerca del Cabo Trafalgar (en
aguas de Cádiz) por los 27 navíos de nuestro protagonista, Horatio
Nelson, quien estaba dispuesto a saltarse el té para no ver su país
convertido en «gabaché». Ambas flotas se enfrentaron a cañonazos el día
21 desde buena mañana. La armada combinada, como era habitual, formó una
extensa línea con la que cañonear por una banda a los buques enemigos
que se aceran hasta ella. La lógica decía que Nelson tendría que hacer
lo mismo. Es decir, alinearse en paralelo con ella para, borda con
borda, darse de «zurriagazos» hasta el acabose. Sin embargo, el marino
inglés prefirió apostar por una estrategia más novedosa: dividió sus fuerzas en dos columnas y se dirigió en perpendicular hacia el enemigo. Nelson muere en Trafalgar- WikimediaLa idea de Nelson –que se puso a la cabeza de una de las dos columnas sobre su «Victory»-
era cortar la línea enemiga por el centro y, así, hacerse que sus
buques se enfrentaran en superioridad numérica a los de la armada
combinada. Era un plan similar al que había realizado en Aboukir. Sin
embargo, comprendía muchos riesgos. Para empezar, llegar en
perpendicular desde la banda implicaba recibir una ingente cantidad de
cañonazos antes siquiera de poder estar cerca del contrario. Con todo –y
en parte debido a la ineptitud del almirante francés- el destino jugó a
su favor y la estrategia salió a pedir de boca, pues las dos hileras cumplieron su objetivo sin sufrir daños severos y terminaron aplastando a la flota hispano francesa.
Aquella
estrategia le convirtió en toda una leyenda e hizo que muchos le
definieran como un genio de la táctica. Sin embargo, la realidad es que,
por mucho que los británicos le hayan hecho pasar a la Historia como un
revolucionario, Nelson usó una idea que ya existía y habían utilizado
otros tantos marinos antes que él y que se vio facilitado por la torpeza
de su contrario, el almirante francés. «Es cierto que el plan era
letal, pero Villeneuve se lo puso en bandeja. Además,
el francés le contestó con una buena maniobra, la de virada por redondo,
que le permitió salvar a un tercio de la armada combinada. Pero hay que
tener en cuenta que Nelson había copiado esta táctica naval de
otros oficiales: Duncan (que era mejor y más veterano que él) y Lord
Hood en Tolón. Estos ya la habían utilizado con éxito anteriormente»,
explica San Juan en declaraciones a ABC. Batalla de Trafalgar- WikimediaPor
otro lado, el que Nelson muriese en Trafalgar debido a una bala de
mosquete (la cual disparó un tirador desde la cofa del navío
«Redoutable») permitió que fuese elevado a la categoría de héroe inglés.
«La leyenda de Nelson se ha exagerado. Se le ha
convertido en un elemento místico, pero no fue el almirante ingles de
todos los tiempos. Quizá no esté ni siquiera entre los cinco
principales. Sin embargo, todo ha colaborado para hacer que sea una
leyenda: desde lo que cuentan los libros, hasta el lugar en el que fue
enterrado y cómo. Los imperios necesitan mitos, y Gran
Bretaña decidió que Nelson iba a ser su héroe nacional por una serie de
casualidades. Tuvo suerte porque Inglaterra tiene otros grandes
almirantes como Cunningham, que demostró ser mejor que él», completa el
autor de «22 derrotas navales británicas» (Navalmil).
Para el
experto español, está claro además el por qué estuvo tan bien
considerado en el siglo XVIII Nelson en la «Royal Navy». «Era un capitán
combativo, y eso se premiaba y se consideraba mucho en la marina
inglesa del siglo XVIII porque anteriormente adolecía de ellos. Se buscaban oficiales agresivos,
y él era uno de ellos. También tuvo la suerte de que coincidió en el
tiempo con almirantes de gran valía como Duncan o Jervis. Estos
inventaron muchas tácticas que él pudo aprovechar y mejorar y que le
ayudaron en su carrera. Además, llegó en una época en la que contaba con
unos subordinados muy preparados y geniales. Si juntas todo esto con
que era un niño prodigio y con que tuvo una muerte gloriosa y heroica,
te sale como resultado un personaje con bastante valía y te permite
crear un mito. Pero no podemos olvidar que tenía muchos defectos.
Entre ellos, era poco reflexivo y se arriesgaba mucho. Cantidad de
veces su barco acaba desarbolado porque era demasiado arrojado»,
finaliza.
Tres preguntas a José Luis Olaizola, autor de «De Numancia a Trafalgar. Victorias y derrotas de nuestra historia» (Booket)
1-¿Qué opinión le genera, más de 200 años después, Horatio Nelson?
Nelson
fue un almirante que tuvo momentos brillantes, pero también protagonizó
actuaciones catastróficas. Algunas de ellas son muy conocidas, como
Cádiz o Santa Cruz de Tenerife. Además no tuvo demasiado éxito en su
obsesión de cortar el comercio que existía entre las colonias y la
Península. Lo curioso es que tuvo la enorme suerte de haber triunfado y
muerto en la batalla de Trafalgar, lo que le convirtió en un hito.
2-¿Se ha engrandecido demasiado su mito?
Nelson
era un buen marino. Sabía lo que se hacía. Pero la leyenda que se ha
creado sobre él es excesiva. Era bastante peor marino que algunos
capitanes españoles como Churruca pero, desde siempre, los anglosajones
han sabido vender mejor a sus héroes. Nosotros hemos tenido marinos
insignes como Juan Sebastián Elcano, que atravesaron mares y
conquistaron regiones, pero no sabemos darlos a conocer. Nelson no se
merece el excesivo heroísmo que le atribuyen ahora.
3-¿Sabemos en España dar a conocer a nuestros marinos más relevantes?
El
problema de España es que no intentamos desarrollar nuestra propia
historia. Tenemos cierto complejo de inferioridad en lo que se refiere a
estos temas. Un ejemplo es que no ensalzamos a los marinos vascos del
XVI y el XVII por temas políticos. Los ingleses y los americanos, por el
contrario, han sabido dar a conocer a sus héroes durante la historia.
Siempre han vendido bien su imagen.
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