«Francisquete»: el aterrador guerrillero español que desangró a la élite del ejército de Napoleón
Francisco Sánchez Férnandez (natural de
Camuñas) formó una partida durante la Guerra de la Independencia temida
por las tropas del «Pequeño Corso». El pavor que causaba era tal que,
entre los galos, se popularizó la frase «¡Que viene el "Tío Camuñas"!»
ABC viaja hasta el corazón de Camuñas
para narrar las celebraciones que rememoran la figura de este
guerrillero
Una daga muy castiza clavada en el costado del «Empereur». La guerrilla española fue una navaja que desangró al ejército imperial de Napoleón Bonaparte a partir de 1808. El mismo contingente que había vencido en Austerlitz a
los poderosos ejércitos ruso y austríaco y que, para muchos, era el más
letal de Europa. Esos combatientes versados fueron los que cayeron a
decenas frente a personajes más que populares como «El Empecinado». Pero también ante otros menos conocidos como Francisco Sánchez Fernández. Un manchego de pura cepa nacido en Camuñas que
-después de que su hermano fuera asesinado por las impías tropas galas-
se lanzó al monte a molestar, cuanto más pudiera, a los hombres de su
«majesté».
Y vaya si lo consiguió. Con su partida de guerrilleros, Francisco (más conocido como «Francisquete» en su pueblo natal) se ganó a pulso el temor que le acabó teniendo el ejército francés. No en vano, entre los militares galos se empezó a generalizar la siguiente advertencia: «¡Que viene el Tío Camuñas!». Razones tenían para ello los invasores extranjeros. Al fin y al cabo, durante los tres años en los que estuvo activo sumó en su haber todo tipo de actos determinantes para el devenir de la Guerra de la Independencia. Algunos tales como arrasar una partida de Dragones (la «créme de créme» del contingente imperial), acabar con las caravanas de recursos enemigas o, simplemente, aprovechar el instante más oportuno para caer de forma implacable sobre el pérfido enemigo. Así, hasta que fue capturado y fusilado en 1811.
Sus heroicos actos, con todo, no han pasado desapercibidos en tierras manchegas. Así lo demuestra el que se hayan dedicado en Camuñas tres días a rememorarlos este pasado fin de semana. Unas 72 horas que se han hecho cortas para muchos y que han servido para recordar -ya por décimo año- a un personaje que se dejó la vida para que el ejército invasor fuese expulsado de España. Desde el viernes, la fiesta de la Historia de este pequeño pueblo se sucedió entre infantes de línea representados por asociaciones de recreación de nuestro país (lo que permitió ver a soldados napoleónicos con acento manchego y andaluz); guerrilleros castellanos armados con trabucos y facas e, incluso, alguna que otra pieza de artillería similar a las que atronaron las tierras de Castilla en la Guerra de la Independencia.
Todos ellos recrearon, hasta el domingo y tras varios meses de ensayos, los momentos más representantivos en la vida de «Francisquete». Desde el comienzo de la sublevación en Camuñas (cuando las autoridades afrancesadas capturaron a varios enemigos del «Pequeño corso» y los colgaron en la plaza del pueblo como escarmiento), hasta el «Juramento del Guerrillero» (la famosa promesa de venganza que llevó a cabo el «Tío Camuñas»
frente al cadáver de su hermano cuando este fue asesinado por los
francos). Aunque eso sí, para aquellos que dan vida a nuestros
antepasados no todo es la dura lucha del día a día. «No queremos recrear
la guerra, sino la paz. Este es un encuentro de cultura y de turismo»,
explica a ABC Pedro Gallego, presidente de la asociación «La Partida de Camuñas» (al frente de los eventos).
Pero si algo nos enseñó en infame Bonaparte es que con él en este mundo nadie podía vivir tranquilo. Ni siquiera un campesino como Francisco. Así quedó claro en 1807 cuando -tras un pacto rubricado por el lamebotas de Manolito Godoy (también valido del rey)- el ejército imperial entró a nuestro país sin encontrar resistencia y bajo promesa de no enturbiar la quietud hispana. ¿Por qué se permitió tal estupidez? ¿Cómo fue posible que se abrieran las fronteras al contingente militar más potente del mundo sin dar, al menos, algo de guerra? Porque, en principio, Francia aseguró que únicamente buscaba atravesar la Península para llegar hasta Portugal. El error político fue del tamaño de un cañón de campaña. Y es que, ya que andaban por estos lares, los del águila decidieron hacerse con el terreno y dirigirse hacia el sur a toda prisa.
En su infame camino hacia Andalucía, las tropas imperiales no tardarían en pasar por la Mancha. Y allí se encontraron a dos curiosos enemigos: «Francisquete» y su hermano Juan Pedro. Dos hombres tan normales para la época como hoy podría serlo cualquier trabajador del campo. Pero un par de sujetos que habían decidido echarse al monte para acosar a los soldados napoleónicos. Así lo explica el historiador decimonónico Enrique Rodríguez-Solís en su reputada obra «Los Guerrilleros de 1808» («Estampa», 1895): «Invadida España por los franceses, “Francisquete” y su hermano Juan Fernández fueron de los primeros que en la Mancha salieron a campaña contra los imperiales». Balas y sangre para recibir al invasor.
Gallego, ataviado con la clásica vestimenta de la época, así lo confirma a ABC frente al molino de la Unión de Camuñas. El mismo que, posteriormente, sería un testigo de excepción de los sucesos acaecidos en el pueblo: «Después de la invasión, los dos hermanos empezaron a combatir. Se dedicaron a hostigar a los franceses en su camino hacia Andalucía. Aunque lo hicieron con sus propios medios y de forma muy marginal». Ambos dejaron, así pues, su casa en la calle del Pozo Nuevo para dedicarse a unos menesteres mucho más militares. Con todo, por entonces no fueron considerados héroes para todos sus paisanos, pues había muchos ciudadanos que vivían en la creencia de que los hombres de Napoleón solo estaban de paso y solo se mostrarían hostiles si eran molestados.
Y vaya si lo consiguió. Con su partida de guerrilleros, Francisco (más conocido como «Francisquete» en su pueblo natal) se ganó a pulso el temor que le acabó teniendo el ejército francés. No en vano, entre los militares galos se empezó a generalizar la siguiente advertencia: «¡Que viene el Tío Camuñas!». Razones tenían para ello los invasores extranjeros. Al fin y al cabo, durante los tres años en los que estuvo activo sumó en su haber todo tipo de actos determinantes para el devenir de la Guerra de la Independencia. Algunos tales como arrasar una partida de Dragones (la «créme de créme» del contingente imperial), acabar con las caravanas de recursos enemigas o, simplemente, aprovechar el instante más oportuno para caer de forma implacable sobre el pérfido enemigo. Así, hasta que fue capturado y fusilado en 1811.
Sus heroicos actos, con todo, no han pasado desapercibidos en tierras manchegas. Así lo demuestra el que se hayan dedicado en Camuñas tres días a rememorarlos este pasado fin de semana. Unas 72 horas que se han hecho cortas para muchos y que han servido para recordar -ya por décimo año- a un personaje que se dejó la vida para que el ejército invasor fuese expulsado de España. Desde el viernes, la fiesta de la Historia de este pequeño pueblo se sucedió entre infantes de línea representados por asociaciones de recreación de nuestro país (lo que permitió ver a soldados napoleónicos con acento manchego y andaluz); guerrilleros castellanos armados con trabucos y facas e, incluso, alguna que otra pieza de artillería similar a las que atronaron las tierras de Castilla en la Guerra de la Independencia.
Nace un héroe
Francisco Sánchez Fernández, más conocido como «Francisquete» por sus paisanos, vio la luz un septiembre de 1762 en Camuñas Así lo atestigua la partida de bautismo que, a día de hoy, se guarda como un tesoro en este bello rinconcito manchego: «En la [...] Iglesia Parroquial, en diez y seis días de el mes de septiembre de mil setecientos sesenta y dos. Yo el Ldo Frei D. Miguel Bermúdez del hábito de San Juan y cura Prior de dicha Parroquial bauticé solemnemente a un niño hijo legítimo de Pedro Sánchez Sierra y de María Fernández, su legítima mujer». La vida del que, a la postre, fue uno de los guerrilleros más famosos de la zona transcurrió de forma habitual para la época. Entre campo y animales. Más concretamente sobre la grupa de algún que otro caballo, pues se cree que trabajó como correo en su madurez.Pero si algo nos enseñó en infame Bonaparte es que con él en este mundo nadie podía vivir tranquilo. Ni siquiera un campesino como Francisco. Así quedó claro en 1807 cuando -tras un pacto rubricado por el lamebotas de Manolito Godoy (también valido del rey)- el ejército imperial entró a nuestro país sin encontrar resistencia y bajo promesa de no enturbiar la quietud hispana. ¿Por qué se permitió tal estupidez? ¿Cómo fue posible que se abrieran las fronteras al contingente militar más potente del mundo sin dar, al menos, algo de guerra? Porque, en principio, Francia aseguró que únicamente buscaba atravesar la Península para llegar hasta Portugal. El error político fue del tamaño de un cañón de campaña. Y es que, ya que andaban por estos lares, los del águila decidieron hacerse con el terreno y dirigirse hacia el sur a toda prisa.
En su infame camino hacia Andalucía, las tropas imperiales no tardarían en pasar por la Mancha. Y allí se encontraron a dos curiosos enemigos: «Francisquete» y su hermano Juan Pedro. Dos hombres tan normales para la época como hoy podría serlo cualquier trabajador del campo. Pero un par de sujetos que habían decidido echarse al monte para acosar a los soldados napoleónicos. Así lo explica el historiador decimonónico Enrique Rodríguez-Solís en su reputada obra «Los Guerrilleros de 1808» («Estampa», 1895): «Invadida España por los franceses, “Francisquete” y su hermano Juan Fernández fueron de los primeros que en la Mancha salieron a campaña contra los imperiales». Balas y sangre para recibir al invasor.
Gallego, ataviado con la clásica vestimenta de la época, así lo confirma a ABC frente al molino de la Unión de Camuñas. El mismo que, posteriormente, sería un testigo de excepción de los sucesos acaecidos en el pueblo: «Después de la invasión, los dos hermanos empezaron a combatir. Se dedicaron a hostigar a los franceses en su camino hacia Andalucía. Aunque lo hicieron con sus propios medios y de forma muy marginal». Ambos dejaron, así pues, su casa en la calle del Pozo Nuevo para dedicarse a unos menesteres mucho más militares. Con todo, por entonces no fueron considerados héroes para todos sus paisanos, pues había muchos ciudadanos que vivían en la creencia de que los hombres de Napoleón solo estaban de paso y solo se mostrarían hostiles si eran molestados.
Reyertas en Camuñas
Poco después, y tras la llegada de la «Grande Armée» a la Mancha, arribó a Camuñas también el caos. La población se dividió entre los afrancesados (aquellos que apostaban por dejar libertad absoluta a los galos) y los que abogaban por guerrearles hasta la muerte. Al final, y como era de esperar, aquella tensión fue usada por algunos de los habitantes para solventar viejas rencillas familiares. Los chivatazos y las acusaciones se multiplicaron. Que si «tú eres de las partidas», que si «tú un amante de gabachos». «En el ayuntamiento, que era muy afrancesado, había un concejal llamado Vicente Hidalgo que había tenido un pleito con Juan Pedro en 1804. Las familias quedaron mal y, cuando el ejército llegó, aprovechó para acusar a “Francisquete” y a su hermano de estar en la guerrilla», añade Gallego a este diario.«Una vez fusilado, colgaron a su hermano de las aspas del molino»Hasta el sombrero emplumado como estaban los galos de la guerrilla, no se andaron con medias tintas y el 23 de abril de 1809 trataron de atrapar a Juan Pedro dirigidos por Hidalgo. Una muy mala idea, pues la improvisada operación acabó con la muerte del concejal. A partir de aquí se desató el desastre en el pueblo. Al menos, así lo afirma a ABC el recreador histórico Jorge Ramírez Elvira ataviado con su uniforme de granadero imperial: «La justicia fue a por ellos, llegaron a su casa un mes más tarde e hicieron un asalto a la vivienda. “Francisquete” consiguió escapar, pero el hermano fue capturado. Le atraparon después de que el comandante galo le prometiera perdonarle la vida si se rendía. Pero fue una mentira para hacerse con él». Todo fue, efectivamente, una artimaña. Una vez en manos franchutes fue fusilado el 28 de mayo.
Por
si fuera poco, después de aquel atentado el ejército francés tomó una
medida tan desproporcionada como innecesaria. «Una vez fusilado, le
colgaron de las aspas del molino (hoy llamado de la Unión) para escarnio
público. Querían causar miedo en Camuñas. Demostrar el resultado de
alzarse contra Napoleón», completa el director de la asociación.
«Francisquete» no tardó en hallar el cadáver de su querido hermano
colgando de la construcción. La misma que, hoy, reposa vigilante en la
parte más alta de Camuñas. Con un pesar inimaginable y ávido de
venganza, gritó entonces el que es conocido como el «Juramento del guerrillero».
Unas palabras de odio contra el francés mediante las que prometió no
dar tregua al enemigo y no probar bocado hasta vengar a Juan Pedro.
A partir de ese momento, «Francisquete» se dedicó a recorrer los pueblos de las cercanías y a reclutar a todo aquel dispuesto a combatir a los franceses mediante una táctica diferente: guerreando. Una forma de luchar que es bien conocida a día de hoy, pero que entonces pilló totalmente por sorpresa a los ejércitos galos (más acostumbrados a enfrentarse en campo abierto al enemigo). Así pues, y en lugar de lanzarse de bruces contra el contrario, los españoles preferían asaltar las caravanas de suministros contrarias por sorpresa, hacer llover tormentas de balas desde lugares ocultos sobre sus enemigos, y aniquilar a los franchutes en los momentos más inesperados.
La clave, según Ramírez, era asaltarles desde la retaguardia: «Los guerrilleros estaban especializados en asesinar sigilosamente. Siempre intentaban evitar el contacto directo (el combate cuerpo a cuerpo) con los soldados. Por eso les atacaban al cuello y por detrás. Hay que tener en cuenta que era difícil combatir contra un granadero con bayoneta por el frente. Los españoles se acercaban a los campamentos cuando estaban descansando o comiendo. Aprovechaban que estaban con la guardia baja y los mataban a todos».
Por su parte, Antonio Daniel Quintana García (presente en los actos como parte de la Asociación Histórica Málaga Recreadora) recalca a ABC que los pequeños destacamentos del ejército imperial que se quedaron como retén en las urbes terminaron sintiendo auténtico pavor ante la posibilidad de ser atacados en cualquier momento. «Había horas, principalmente durante la noche, en las que las ciudades quedaban completamente desiertas y no había ninguna patrulla gala en las calles. Los franceses no se atrevían a salir porque podía llegar un bandido y cortarles el cuello», explica a este diario mientras desfila -siempre en formación- vestido de arriba a abajo con su uniforme de Dragón. Fue así, en definitiva, la forma en la que nuestro «Francisquete» se ganó la fama de temible e hizo que los franchutes gritasen constantemente con terror aquello de «¡Que viene el “Tío Camuñas”!».
El valiente manchego no solo les obligó a huir aquel 5 de octubre de 1809, sino que les persiguió «hasta tres cuartos de legua», mató a 11, hirió a 7 y logró incautar (forma educada de decir robar) varios jamelgos. Por si fuera poco, cuando la unidad francesa halló refuerzos (y su número ascendió a 200), nuestro protagonista «sostuvo el fuego cerca de una hora» contra ella sin mostrar miedo alguno.
Aquella fue la primera, pero no la más destacada. Así queda atestiguado en la obra de Rodríguez-Solís, donde se documentan de forma pormenorizada sus principales asaltos contra los franceses. La mayoría, como cabe esperar en un guerrillero, se corresponden con ataques orquestados contra caravanas de suministros. «El día 10 de mayo cogió “Francisquete” un gran convoy compuesto de 60 carros cargados de tabaco, pólvora y otros efectos, sin que el valor desplegado por los franceses que lo custodiaban sirviera más que para morir bajo los terribles trabucos», añade el experto en su obra. Este se sumaría a uno de los muchos golpes de mano que dirigió para arrebatar sus bienes más preciados (los que nutrían a los ejércitos del sur) a los hombres de Napoleón.
Además de ataques contra las unidades francesas, golpes de mano y asaltos contra caravanas, «Francisquete» también tuvo que hacer las veces de escolta de personalidades más que reconocidas durante la Guerra de la Independencia. Una de las más destacadas de estas misiones se dio en diciembre de 1809. «Llegaron a acompañar a un correo de gran importancia que se dirigía a las Cortes de Cádiz, el último reducto español. “El Empecinado” guió al emisario hasta el término de Madridejos y, desde allí, se dirigió junto al “Tío Camuñas” hasta Despeñaperros», completa a este diario Gallego.
Su partida también colaboró activamente en la zona con otros guerrilleros como «Chaleco», un destacado combatiente de Valdepeñas. De hecho, esos son los ataques que recuerda con más cariño Miguel Ángel Domínguez Oliva, uno de los miembro de «La partida de Camuñas» que más veces ha participado en la recreación que se sucede en el pueblo. «Organizó un ataque junto al “Chaleco” a la posada de “El Riato” en el que acabaron con 13 soldados franceses. Les hicieron una emboscada que resultó exitosa», destaca. Las misiones podrían parecer de poco calado, pero le valieron ser nombrado teniente coronel de la guerrilla. «El cargo fue un claro reconocimiento a su participación en la Guerra de la Independencia», completa el entrevistado.
Tampoco es nada desdeñable la acción que la partida de «Francisquete» llevó a cabo el 20 de julio de 1810. Aquel día, este castizo manchego derrotó a 80 Dragones en las cercanías de Toledo y les requisó un botín muy -pero que muy- especial: ¡30 toros que los galos pretendían lidiar para su regocijo el día de Santiago! Aquello sí que fue una humillación con mayúsculas.
En la obra «Los Guerrilleros de 1808» se dedica un buen espacio a recopilar este suceso. El autor, concretamente, especifica que «la diversión de la que se vieron privados los imperiales la disfrutaron en cambio los españoles». Y es que, dedicaron la jornada a torearlos en Ajofrín frente a decenas de paisanos llegados de los pueblos cercanos. Al parecer, el único que estaba en contra del evento era el cura debido a que le daba pavor que los galos entraran en la urbe de improviso. Pero la respuesta de «Francisquete» fue tan tajante que le dejó relativamente tranquilo: «¡No importa! [Si vienen] los recibiremos, y los derrotaremos como siempre».
Aquel día, la valentía del manchego le hizo ser galardonado con la bella canción de una mujer: «Guerrillero valeroso que combates a la Francia, cuenta siempre con mi amor si libertas a mi España».
Más sereno que de costumbre, y sabedor de que sería su última batalla, «Francisquete» se limitó a ordenar a sus hombres que dispararan una y otra vez. «Así comenzó con la aurora uno de esos combates gigantescos que apenas se conciben», explica Rodríguez-Solís en su obra. La defensa fue férrea hasta que, para desgracia española, se quedaron sin una mísera bala que arrojar sobre los infames galos. A partir de entonces la contienda continuó de la única manera imaginable: a base de cuchillo, navaja, y alguna que otra espada. Pero el destino del «Tío Camuñas» ya estaba sellado. Fue apresado junto a algunos supervivientes y fusilado el día 13 en una muralla cercana a un convento de la ciudad.
Él murió. Sin embargo, su leyenda (y la de los aproximadamente 200 hombres que llegó a tener a su cargo) perduró para siempre. «Las monjas que fueron llegando al convento tenían por costumbre rezar una oración frente a su cruz. Lo hicieron durante décadas», determina Gallego a ABC. Al final, el «Tío Camuñas» obtuvo su pequeña victoria cuando, en 1812 y en pleno día del Pilar, su partida escuchó repicar las campanas de las iglesias de Madrid al ser tomada esta por el ejército aliado.
ABC
La partida
En ese punto fue cuando, según Gallego, se echó realmente al monte tras reunir a una partida de guerrilleros locales. Así se recogían dichos comienzos en la «Gazeta del Gobierno» del jueves 3 de agosto de 1809: «Este valiente patriota, conocido con el nombre de “Francisquete”, es natural de Camuñas, de menos que mediana estatura, su edad unos 40 años, y su exercicio el contrabando. […] El hermano […] fue ahorcado en las ventas de un molino de viento, y desde entonces “Francisquete” […] juró vengar la sangre de su hermano y la causa de su patria. Para verificarlo reunió más de 40 valientes manchegos, con los que ha atacado varias veces a los franceses con la mayor felicidad». El resultado fue la conocida como «Partida de Camuñas».A partir de ese momento, «Francisquete» se dedicó a recorrer los pueblos de las cercanías y a reclutar a todo aquel dispuesto a combatir a los franceses mediante una táctica diferente: guerreando. Una forma de luchar que es bien conocida a día de hoy, pero que entonces pilló totalmente por sorpresa a los ejércitos galos (más acostumbrados a enfrentarse en campo abierto al enemigo). Así pues, y en lugar de lanzarse de bruces contra el contrario, los españoles preferían asaltar las caravanas de suministros contrarias por sorpresa, hacer llover tormentas de balas desde lugares ocultos sobre sus enemigos, y aniquilar a los franchutes en los momentos más inesperados.
La clave, según Ramírez, era asaltarles desde la retaguardia: «Los guerrilleros estaban especializados en asesinar sigilosamente. Siempre intentaban evitar el contacto directo (el combate cuerpo a cuerpo) con los soldados. Por eso les atacaban al cuello y por detrás. Hay que tener en cuenta que era difícil combatir contra un granadero con bayoneta por el frente. Los españoles se acercaban a los campamentos cuando estaban descansando o comiendo. Aprovechaban que estaban con la guardia baja y los mataban a todos».
Por su parte, Antonio Daniel Quintana García (presente en los actos como parte de la Asociación Histórica Málaga Recreadora) recalca a ABC que los pequeños destacamentos del ejército imperial que se quedaron como retén en las urbes terminaron sintiendo auténtico pavor ante la posibilidad de ser atacados en cualquier momento. «Había horas, principalmente durante la noche, en las que las ciudades quedaban completamente desiertas y no había ninguna patrulla gala en las calles. Los franceses no se atrevían a salir porque podía llegar un bandido y cortarles el cuello», explica a este diario mientras desfila -siempre en formación- vestido de arriba a abajo con su uniforme de Dragón. Fue así, en definitiva, la forma en la que nuestro «Francisquete» se ganó la fama de temible e hizo que los franchutes gritasen constantemente con terror aquello de «¡Que viene el “Tío Camuñas”!».
Ataques varios
En palabras de Gallego, la partida de «Francisquete» cubrió el camino real que va de Madridejos a Despeñaperros con sus hombres. Una de las entradas naturales a Andalucía. Desde que tomara las armas, sus ataques se cuentan por decenas. Con todo, uno de los primeros queda descrito perfectamente en la «Gazeta del Gobierno». En dicho texto se especifica que Francisco logró desalojar -junto a otros 40 guerrilleros- a nada menos que 80 franceses bien entrenados que había en el pueblo de La Guardia.El valiente manchego no solo les obligó a huir aquel 5 de octubre de 1809, sino que les persiguió «hasta tres cuartos de legua», mató a 11, hirió a 7 y logró incautar (forma educada de decir robar) varios jamelgos. Por si fuera poco, cuando la unidad francesa halló refuerzos (y su número ascendió a 200), nuestro protagonista «sostuvo el fuego cerca de una hora» contra ella sin mostrar miedo alguno.
Aquella fue la primera, pero no la más destacada. Así queda atestiguado en la obra de Rodríguez-Solís, donde se documentan de forma pormenorizada sus principales asaltos contra los franceses. La mayoría, como cabe esperar en un guerrillero, se corresponden con ataques orquestados contra caravanas de suministros. «El día 10 de mayo cogió “Francisquete” un gran convoy compuesto de 60 carros cargados de tabaco, pólvora y otros efectos, sin que el valor desplegado por los franceses que lo custodiaban sirviera más que para morir bajo los terribles trabucos», añade el experto en su obra. Este se sumaría a uno de los muchos golpes de mano que dirigió para arrebatar sus bienes más preciados (los que nutrían a los ejércitos del sur) a los hombres de Napoleón.
Además de ataques contra las unidades francesas, golpes de mano y asaltos contra caravanas, «Francisquete» también tuvo que hacer las veces de escolta de personalidades más que reconocidas durante la Guerra de la Independencia. Una de las más destacadas de estas misiones se dio en diciembre de 1809. «Llegaron a acompañar a un correo de gran importancia que se dirigía a las Cortes de Cádiz, el último reducto español. “El Empecinado” guió al emisario hasta el término de Madridejos y, desde allí, se dirigió junto al “Tío Camuñas” hasta Despeñaperros», completa a este diario Gallego.
Su partida también colaboró activamente en la zona con otros guerrilleros como «Chaleco», un destacado combatiente de Valdepeñas. De hecho, esos son los ataques que recuerda con más cariño Miguel Ángel Domínguez Oliva, uno de los miembro de «La partida de Camuñas» que más veces ha participado en la recreación que se sucede en el pueblo. «Organizó un ataque junto al “Chaleco” a la posada de “El Riato” en el que acabaron con 13 soldados franceses. Les hicieron una emboscada que resultó exitosa», destaca. Las misiones podrían parecer de poco calado, pero le valieron ser nombrado teniente coronel de la guerrilla. «El cargo fue un claro reconocimiento a su participación en la Guerra de la Independencia», completa el entrevistado.
La mayor humillación
Pero ni asaltos ni robos de víveres. Si hubo una serie de ataques que hicieron ganarse a «Francisquete» la fama de guerrillero letal, esos fueron los que llevó a cabo contra los Dragones franceses. Una unidad armada con fusiles ideada para combatir tanto a caballo, como a pie. Ramírez señala uno de los asaltos del «Tío Camuñas» contra estos combatientes como uno de sus favoritos: «En una ocasión cargó contra un destacamento de Dragones que venían desde Consuegra hasta Villafranca. Eran más de 100 y venían a recaudar dinero. “Francisquete” los interceptó y los soldados no tuvieron más remedio que retirarse hasta su lugar de origen». Para desgracia de Napoleón, los españoles lograron alcanzarlos y acabar con ellos. «Les mataron a todos, no dejaron ni uno, fue una auténtica masacre», completa el recreador.Tampoco es nada desdeñable la acción que la partida de «Francisquete» llevó a cabo el 20 de julio de 1810. Aquel día, este castizo manchego derrotó a 80 Dragones en las cercanías de Toledo y les requisó un botín muy -pero que muy- especial: ¡30 toros que los galos pretendían lidiar para su regocijo el día de Santiago! Aquello sí que fue una humillación con mayúsculas.
En la obra «Los Guerrilleros de 1808» se dedica un buen espacio a recopilar este suceso. El autor, concretamente, especifica que «la diversión de la que se vieron privados los imperiales la disfrutaron en cambio los españoles». Y es que, dedicaron la jornada a torearlos en Ajofrín frente a decenas de paisanos llegados de los pueblos cercanos. Al parecer, el único que estaba en contra del evento era el cura debido a que le daba pavor que los galos entraran en la urbe de improviso. Pero la respuesta de «Francisquete» fue tan tajante que le dejó relativamente tranquilo: «¡No importa! [Si vienen] los recibiremos, y los derrotaremos como siempre».
Aquel día, la valentía del manchego le hizo ser galardonado con la bella canción de una mujer: «Guerrillero valeroso que combates a la Francia, cuenta siempre con mi amor si libertas a mi España».
«Para Napoleón fue una humillación ser derrotado en España. Se había enfrentado a todas las grandes potencias europeas y había vencido»En la actualidad resulta más que difícil meterse en el pellejo de los galos y entender cómo podrían digerir aquellas derrotas y humillaciones. Con todo, Quintana se hace una ligera idea: «Tuvo que ser un golpe muy duro para todos los franceses. Cuando los regimientos de Napoleón llegaron a España creyeron que iban pasar fácilmente. Un mando de Dragones llegó a afirmar en su momento que él no había bajado de los Pirineos para ganar gloria, sino para enriquecerse. Encontrarse que el pueblo se levantaba y luchaba contra ellos debió ser algo estremecedor». Ramírez es de la misma opinión: «Para Napoleón fue una humillación. Se había enfrentado a todas las grandes potencias europeas y había vencido, pero esta vez luchaba contra algo diferente: la guerrilla. Unas unidades que se movían rápido y eran capaces de cubrir distancias largas en poco tiempo. Además estaban especializadas en luchar en escaramuzas, algo para lo que no estaba preparado el ejército galo».
Cazado y fusilado
La vida del valeroso «Francisquete», héroe de Camuñas, cabalgaba entre balas y navajazos hasta el trágico mes de noviembre de 1811. Y es que, el día 11 se vio cercado junto a medio centenar de sus hombres en el castillo de Belmonte por más de 2.000 franceses al mando del general D'Armagnac. Las palabras del cuarentón fueron lapidarias: «¡Moriremos matando!». Decidido a no rendirse, el manchego le puso más arrestos que conciencia y apostó a sus soldados en la muralla y los torreones de la construcción. Si caían, lo harían derramando el máximo posible de sangre francesa. Su resolución hizo que algunos vecinos se unieran a aquella última y desesperada defensa.Más sereno que de costumbre, y sabedor de que sería su última batalla, «Francisquete» se limitó a ordenar a sus hombres que dispararan una y otra vez. «Así comenzó con la aurora uno de esos combates gigantescos que apenas se conciben», explica Rodríguez-Solís en su obra. La defensa fue férrea hasta que, para desgracia española, se quedaron sin una mísera bala que arrojar sobre los infames galos. A partir de entonces la contienda continuó de la única manera imaginable: a base de cuchillo, navaja, y alguna que otra espada. Pero el destino del «Tío Camuñas» ya estaba sellado. Fue apresado junto a algunos supervivientes y fusilado el día 13 en una muralla cercana a un convento de la ciudad.
Él murió. Sin embargo, su leyenda (y la de los aproximadamente 200 hombres que llegó a tener a su cargo) perduró para siempre. «Las monjas que fueron llegando al convento tenían por costumbre rezar una oración frente a su cruz. Lo hicieron durante décadas», determina Gallego a ABC. Al final, el «Tío Camuñas» obtuvo su pequeña victoria cuando, en 1812 y en pleno día del Pilar, su partida escuchó repicar las campanas de las iglesias de Madrid al ser tomada esta por el ejército aliado.
ABC
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