Lobos de mar en las trincheras de la Gran Guerra
Día 07/04/2014 - 17.30h
Una nueva exposición reivindica desde esta semana el papel de la Marina Real británica en la Gran Guerra: en los océanos, pero también en tierra en el frente occidental
Cuando se alistó voluntario en la reserva de la Marina Real en 1914 con solo diecinueve años, el hijo del primer gran patrón de la prensa tabloide inglesa probablemente no contaba con que tendría que combatir en tierra firme en lugar de surcar los mares a la caza de acorazados de la Armada Imperial alemana. El teniente Vere Harmsworth, nacido el 25 de septiembre de 1895, fue asignado a la División Naval Real, una unidad de 15.000 hombres de la Armada británica que combatió en tierra en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
La Marina británica combatió en tierra con una división de 15.000 hombres
Su hermano mayor, Alfred, murió en combate tres meses después. La División Naval Real, creada por Winston Churchill, perdería en tierras belgas y francesas a la mitad de sus integrantes. El patriarca de los tabloides perdió, por su parte, a dos de sus tres hijos. Harold Harmsworth (1868-1940) sirvió como ministro del Aire al final de la contienda, y fue hecho vizconde en reconocimiento a sus servicios. Su biznieto, el cuarto vizconde de Rothermere, es todavía hoy el presidente y dueño de la empresa editora del «Daily Mail».
La posición social de su familia explica que el teniente de Marina Vere Harmsworth portara un sable mucho más lucido que el que correspondía a su graduación. O que un retrato suyo cuelgue en la National Portrait Gallery de Londres. Su corta vida, y su espada, forman parte de la nueva exposición permanente sobre cien años de la Armada británica que inaugura este jueves el Museo Nacional de la Marina Real de Portsmouth, tras una inversión de 5,5 millones de euros.
Las nuevas salas recopilan las historias y los testimonios de la marinería británica desde las escaramuzas anteriores a la Gran Guerra hasta la actual lucha contra la piratería somalí en el Índico. Además, el ambicioso proyecto de renovación del museo arranca también con una exposición dedicada al papel de la Marina Real en los primeros seis meses de la Primera Guerra Mundial.
El primer disparo británico
El 4 de agosto, a las once de la noche, todas las unidades de la flota y del Ejército británico recibieron el telegrama que anunciaba el primer gran horror del siglo XX: «Comiencen las hostilidades contra Alemania». Y el primer disparo británico en el conflicto, de hecho, fue un cañonazo al día siguiente desde el destructor «HMS Lance» contra un dragaminas alemán en el mar del Norte. El cañón de cuatro pulgadas protagonista de semejante honor preside ahora la entrada al museo, integrado en el complejo museístico de los Muelles Históricos de Portsmouth, situados en la bahía que alberga todavía hoy al 70% de la flota británica.
Para la armada británica, la Gran Guerra fue realmente un conflicto global. Sus unidades persiguieron a la flota alemana del Lejano Oriente por todo el Pacífico, combatieron en el océano Índico frente a las colonias germanas en África, bloquearon la ruta norte entre las islas Órcadas y las Feroe, y protegieron las rutas vitales del comercio británico en el Atlántico y en el mar del Norte. Los alemanes iniciaron la guerra con la carrera armamentística naval perdida.Su flota tenía trece acorazados y cuatro destructores, frente a los 21 acorazados y siete destructores de los británicos.
El gobierno liberal británico de la época llegó a gastar un cuarto del presupuesto público en acelerar la construcción de los nuevos acorazados. Más veloces y letales que nunca, rompieron el equilibrio naval por su capacidad de navegar a 21,5 nudos frente a los 19 de los navíos anteriores y por la potencia de tiro que les daban sus diez cañones de 12 pulgadas. Aún así, Alemania destruyó 300.000 toneladas de barcos británicos y aliados en la llamada guerra al comercio, o «Handelskrieg», en gran parte gracias a la acción letal de sus silenciosos submarinos asesinos.
Retratar y celebrar
Las condiciones a bordo eran mucho menos heroicas que la épica histórica. Así lo refleja una exposición que logra retratar, y celebrar, las vidas, las impresiones y las opiniones de los individuos que han combatido con la Marina Real y los Marines británicos en el último siglo. Y mantiene el foco puesto siempre en el factor humano gracias a un ejemplar uso de las tecnologías audiovisuales más modernas, incluida una línea del tiempo interactiva con 850 imágenes, más de veinte vídeos y 20.000 palabras de texto y contexto.
El fogonero Walter Grainger (1861-1937), responsable de alimentar de carbón las tripas del buque, explicaba la vida a bordo en cientos de cartas ilustradas que enviaba a su novia, Edith. «Bendigo el día en el que nos saquen de esta casa del mal, como llamo a este barco… y no es el barco, querida, sino aquellos que viajan a bordo, y que son sin ninguna duda los tiranos más inhumanos que he encontrado jamás», dice en una de ellas. Con grandes dosis de resignación, sirvió en la Armada de 1883 a 1916. Y salió con vida de la mar.
No le ocurrió lo mismo al cadete Athelstain Arkell. Su baúl, donado por la familia, ofrece una valiosa instantánea del equipaje con el que viajaban los lobos de mar -o aspirantes a ello- de entonces. El instrumental de navegación incluía hasta ocho tipos diferente de compases, ordenados dentro de un estuche, un sextante y un telescopio. Y se conserva la lista de la ropa: una caja de botones dorados de repuesto, tres fundas de almohada, seis sábanas, doce camisas blancas, cuatro pantalones de franela blancos y doce pañuelos, entre muchas otras cosas.
El cadete de 17 años murió de escarlatina en marzo de 1911 en Gibraltar. Sus padres llegaron a tiempo para verle morir después de atravesar Francia y España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario