El armisticio confirmó la absoluta derrota de una Alemania agotada
Día 11/02/2014 - 03.55h
El ultimo y titánico esfuerzo germano había fracasado. Con sus aliados rendidos, las sublevaciones internas terminaron de minar al hasta entonces incontenible imperio
Al inicio del otoño de 1918, los Imperios Centrales estaban a punto de su descomposición. La larga campaña de bloqueo naval aliado y las necesidades de la economía de guerra dieron lugar al desabastecimiento y el hambre, lo que, junto con el hartazgo por la terrible contienda y el influjo de las ideas de la Revolución Rusa, habían provocado un fuerte descontento social.
Militarmente la situación era todavía peor: si las tropas alemanas se habían agotado en el tremendo esfuerzo de cuatro ofensivas consecutivas durante la «Kaiserschlacht», los ejércitos de sus aliados no se encontraban en mejor estado.
Derrota en Oriente
En oriente, el Imperio Otomano se derrumbaba bajo los golpes británicos por todo el Levante, mientras la revolución árabe minaba sus últimas fuerzas, lo que obligó a Ankara a rendirse el 30 de octubre. Un día antes, en los Balcanes, lo había hecho el Reino de Bulgaria, derrotado por el ejército combinado de varias naciones aliadas que se integraban en el frente de Salónica.
La salida de Bulgaria de la guerra supuso dejar totalmente expuesto el flanco sur del Imperio Austrohúngaro, que en aquellos momentos debía no sólo hacer frente a la exitosa ofensiva italo-aliada de Vittorio-Venetto, sino que intentaba en vano contener el influjo de las enormes y continuas tensiones nacionalistas que agitaban prácticamente a todas las nacionalidades del Imperio.
En medio de las derrotas militares empezaron a surgir las declaraciones unilaterales de independencia: Checoslovaquia, Hungría… El 4 de noviembre, el Imperio Austrohúngaro no sólo estaba ya fuera de la guerra, sino que, disuelto, pasaba a la historia.
Agotamiento alemán
En el frente occidental, el ejército alemán, como hemos dicho, había quedado muy debilitado tras los combates de primavera-verano. Aunque el volumen de bajas era muy similar en ambos bandos (alrededor de un millón en cada uno de ellos), para Alemania esas pérdidas resultaban irreemplazables, sobre todo teniendo en cuenta que un porcentaje muy alto de las mismas se había producido entre sus mejores unidades, las tropas de asalto, que habían llevado el peso de las sucesivas ofensivas de la «Kaiserschlacht».
El Alto Mando germano no sólo debía afrontar la propia incapacidad para llevar a cabo operaciones ofensivas, sino que, como se vió tras los contraataques aliados, a duras penas podía mantener posiciones defensivas.
Reforzamiento aliado
Por el contrario, en el bando aliado la situación mejoraba a medida que pasaba el tiempo. La confianza en la victoria final y la moral eran altísimas después del éxito de la Segunda Batalla del Marne y de las contraofensivas sucesivas que fueron empujando hacia el norte al ejército germano, que sólo unas semanas antes parecía incontenible.
No sólo afluían reemplazos al frente y se organizaban nuevas tropas de todas partes de la metrópoli, colonias y dominios franceses y británicos, sino que ya se podía contar con todo el poder de unas fuerzas estadounidenses que se reforzaban continuamente con nuevas unidades expedicionarias llegadas desde el otro lado del Atlántico.
Y a ello había de añadirse, además, todo el poderío industrial de las democracias occidentales trabajando sin tregua, ya que no sufrían, como sus oponentes, las escaseces de un embargo: más aviones, más tanques, más cañones, más munición, más barcos…
Por otra parte, se habían desarrollado nuevas formas de lucha: ofensivas continuadas, pero cortas y con objetivos limitados, uso masivo de la aviación y de los tanques… Por último, la unificación del mando en torno al general Foch también resultó un factor crítico y los continuos y coordinados ataques aliados rompieron las líneas de trincheras y fortificaciones germanas.
Armisticio
Aunque todavía se mantenía en territorio conquistado, la derrota definitiva del ejército alemán era sólo cuestión de tiempo; así lo re-conocían sus altos mandos, Hindenburg y Ludendorff, convencidos ya, no sólo de que no se podía ganar la guerra, sino de que ni siquiera se podía mantener una línea defensiva sólida que garantizase una posición fuerte en unas posibles conversaciones de paz: abandonada por sus aliados —que habían sucumbido uno tras otro— y con parte de sus tropas, sobre todo las de la marina, amotinadas y en medio de un levantamiento popular, el 7 de noviembre comenzaron las negociaciones para solicitar el armisticio. El día 11, a las 11 de la mañana, entraba en vigor. La derrota alemana y de sus aliados era total e incuestionable.
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