La desconocida espía española que luchó contra los nazis
Día 17/06/2013 - 08.41h
Entre 1940 y 1950, una joven republicana trabajó infiltrada para los servicios secretos franceses
El mundo del celuloide ha popularizado una imagen sofisticada de los espías, hombres guapos y conquistadores, de la que James Bond es el máximo exponente. En este género, con escasas salvedades, como la épica e inverosímil hazaña que cuenta la película francesa «Espías en la sombra», el auténtico protagonista es el hombre.
Sin embargo, en la vida real han existido cientos de mujeres desconocidas que, infiltradas entre sus enemigos, han arriesgado sus vidas a diario con mucho más éxito que la malograda Mata Hari. La cántabra Marina Vega de la Iglesia fue una de ellas.
Nacida en 1923 e hija de un director de prisiones republicano condenado a 16 años de cárcel por masonería y de una empleada del Gobierno republicano, tuvo que refugiarse en París para huir de las represalias del régimen franquista. Allí, tal y como narra el blog «Entre el caos y el orden», la sorprendió el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y se vio obligada a regresar a España.
Tras volver, conoció a un joven diplomático francés que le comentó que el servicio secreto necesitaba a una mujer española no fichada y que pudiera moverse con libertad por el país. Con tan solo 17 años, Marina entró en la red española de las Fuerzas Francesas Libres, iniciando su carrera de espía.
Sus primeras misiones consistieron en viajes entre Francia y España para introducir documentos, dinero y personas, posiblemente judíos que huían de la ocupación nazi, en el país. Siempre viajaba con documentación falsa, haciendo pasar a sus acompañantes por sordomudos.
En 1944 fue descubierta por la Segunda Bis, el servicio de contraespionaje español, y tuvo que huir a Francia. Allí realizó trabajos de información. En esa época, siempre llevaba dos pequeñas armas encima, además de, como muestran muchas películas, una pastilla de cianuro que debía tragarse si eran capturados por los nazis.
Tras finalizar la guerra le encargaron regresar a España para localizar a nazis y colaboracionistas que se habían refugiado en el país y devolverlos a Francia para que fueran juzgados. En 1950, los servicios secretos franceses dieron sus trabajo por finalizado y se estableció de forma definitiva en España, aunque sin renunciar a sus ideales republicanos.
Su pasado como espía marcó tanto a Marina Vega que a lo largo de su vida posterior jamás se sentó de espaldas a una puerta, siempre localizaba los interruptores por si tenía que apagar las luces de la habitación en la que se encontraba y en los hoteles pedía habitaciones en el primer piso para poder escapar por la ventana.
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