Las ira islamista contra EE UU se extiende por los países musulmanes
Dos muertos en el asalto contra la Embajada estadounidense en Túnez
Decenas de miles de personas se movilizan en casi 30 Estados contra Occidente
Decenas de miles de personas protestaron el viernes desde Marruecos hasta Indonesia contra la grotesca película antiislámica que ha exacerbado los sentimientos de los musulmanes. Aunque algunos líderes religiosos utilizaron el sermón de la plegaria de mediodía para pedir que las movilizaciones se desarrollaran de forma pacífica, los ánimos se desbordaron en Túnez, Trípoli (Líbano) y Jartum (Sudán). En las dos primeras ciudades, los enfrentamientos entre manifestantes y policía dejaron tres muertos. En la capital sudanesa, donde perdieron la vida otras tres personas, la violencia se extendió a las embajadas de Alemania y el Reino Unido. En total hubo protestas en casi 30 países.
El crescendo de ira por el insulto a Mahoma del panfleto Inocencia de los musulmanes alcanzó su máxima expresión coincidiendo con el día sagrado del islam. Como es habitual, las plegarias del viernes se convirtieron en punto de partida de las marchas de repulsa, al estilo de las que desde el martes se han sucedido en El Cairo y que en la ciudad liba de Bengazi acabaron con el asalto al Consulado de EE UU y la muerte del embajador y otros tres empleados estadounidenses. Pero tras la sensación de que las fuerzas de seguridad no protegieron como debían las sedes diplomáticas, ayer muchos países intensificaron sus despliegues y sus llamamientos a la calma.
De poco sirvió en Túnez, donde la intervención de policial para evitar que una turba tomara la Embajada estadounidense acabó anoche con al menos dos muertos y 28 heridos, según la televisión tunecina. Un periodista de Reuters dijo que los agentes dispararon con munición real después de que los asaltantes lograran entrar en el edificio. La televisión iraní PressTV aseguraba que el embajador había sido evacuado.
En el caso de Egipto, el país más populoso del mundo árabe y cuya transición de la mano de un islamista Occidente observa con especial interés, su presidente, Mohamed Morsi, intervino en televisión para condenar el asesinato del embajador estadounidense en Libia y pedir que se respeten las cancillerías. “Nuestra religión exige que protejamos a nuestros invitados, sus casas y sus lugares de trabajo”, manifestó Morsi. Los Hermanos Musulmanes, el grupo al que pertenece el presidente, mantuvieron su convocatoria de protestas pacíficas, pero no ante la Embajada de EE UU.
Morsi, que tachó la película de “agresión”, subrayó que “distrae la atención de los verdaderos problemas de Oriente Próximo”, un análisis que comparte gran parte de la población, como se ha puesto de relieve en los comentarios de las redes sociales. De hecho, las protestas apenas han movilizado a una pequeña minoría (aunque ruidosa y violenta) de los 1.300 millones de musulmanes que hay en el mundo. La agencia Reuters informó de la muerte de un manifestante.
A diferencia de los días anteriores, la policía egipcia impidió que los manifestantes se acercaran a esa sede diplomática cerrando los accesos desde las calles adyacentes con alambre de espino y bloques de cemento. Así, los seguidores del clérigo salafista (rama ultraconservadora del islam suní) que pronunció el sermón en la plaza de Tahrir, tuvieron que contentarse con rasgar la bandera estadounidense y ondear la enseña negra de los islamistas radicales. Sin embargo, un grupo de militantes islamistas atacó la base de los cascos azules en la frontera entre Egipto y Gaza. Cuatro militares resultaron heridos.
En Yemen, las fuerzas del Ministerio del Interior dispararon al aire y también gases lacrimógenos para dispersar a unas 2.000 personas que volvieron a intentar asaltar la Cancillería de EE UU. A diferencia del día anterior, los agentes lograron frenar a los manifestantes. No tuvieron el mismo éxito los policías libaneses que acudieron a frenar a tres centenares de exaltados (la mayoría con la barba que caracteriza a los salafistas) que la emprendieron contra un Kentucky Fried Chicken y un Ardy's en Trípoli, el feudo de los islamistas suníes libaneses. Furiosos, lanzaron piedras y botellas contra los agentes. Hubo un muerto y 25 heridos.
Pero son los incidentes de Jartum, con un balance de tres muertos, los que mejor muestran la utilización interesada de la película por los extremistas. El clérigo Mohamed Jizuly usó su prédica en la radio estatal para convocar una marcha a la Embajada de Alemania en protesta por unas supuestas pintadas antiislámicas en las mezquitas de Berlín, y luego seguir hasta la legación de EE UU por la película, según la agencia Associated Press. Poco después varios cientos de sudaneses asaltaban la sede alemana. Cuando la policía empezó a dispersarles, se trasladaron a la vecina Embajada británica, como la alemana en el centro de la ciudad. Una residente contactada por la BBC relató que varios autobuses esperaban para llevarles a la estadounidense, un fortín situado a las afueras.
En Indonesia, el país con mayor número de musulmanes del mundo, Amidan Shaberah, un destacado miembro del Consejo de Ulemas, instó la víspera a los creyentes a que mantuvieran la calma a pesar de la indignación que les produzca el filme. Unos 350 radicales se manifestaron en Yakarta contra la “declaración de guerra” que consideran la película, después de que Hizbut Tahrir, un grupo que aboga por la instauración de un califato mundial, llamara a la venganza en su web. En Kuala Lumpur, la capital malasia, una pequeña manifestación ante la Embajada de EE UU transcurrió sin incidentes.
Pakistán fue otro ejemplo de que las actitudes radicales son minoritarias. A pesar de que hubo manifestaciones en todas las grandes ciudades del país, la asistencia a las mismas habla por sí sola. Apenas 400 personas secundaron el llamamiento del partido islamista Jamaat e Islami y la organización radical Jamaat ud Dawa ante la Mezquita Roja de Islamabad, la capital, según el recuento de la agencia France Presse. En Karachi, una metrópolis de 17 millones de habitantes, rondaron los 700, y en Lahore, el medio centenar. Eso sí, dejaron claro su radicalismo al pedir la muerte del director de la película y la expulsión de todos los diplomáticos estadounidenses.
En Afganistán, un país que la presencia de tropas extranjeras y la influencia de los talibanes convierten en especialmente sensible a estos incidentes, sólo se produjo una manifestación pacífica en Jalalabad. El imam de la mezquita de Pul-e-Khisti de Kabul, Enayatullah Baligh, denunció la película como obra de “dos judíos estadounidenses” y les responsabilizó, junto a Obama, de la muerte de los diplomáticos en Libia, pero pidió a quien deseara manifestarse que lo hiciera “sin violencia”.
En Dacca, la capital de Bangladesh, unos 10.000 manifestantes quemaron banderas israelíes y estadounidenses, tras intentar sin éxito alcanzar la Embajada de EE UU. Sí lograron alcanzar el Consulado los dos centenares de personas que protestaron en Chennai (antigua Madrás), la capital del Estado indio de Tamil Nadu. La policía detuvo a varios de ellos por arrojar piedras contra la sede diplomática, según la CNN. India, que cuenta con una importante minoría musulmana, reforzó la vigilancia de los edificios estadounidenses.
El crescendo de ira por el insulto a Mahoma del panfleto Inocencia de los musulmanes alcanzó su máxima expresión coincidiendo con el día sagrado del islam. Como es habitual, las plegarias del viernes se convirtieron en punto de partida de las marchas de repulsa, al estilo de las que desde el martes se han sucedido en El Cairo y que en la ciudad liba de Bengazi acabaron con el asalto al Consulado de EE UU y la muerte del embajador y otros tres empleados estadounidenses. Pero tras la sensación de que las fuerzas de seguridad no protegieron como debían las sedes diplomáticas, ayer muchos países intensificaron sus despliegues y sus llamamientos a la calma.
De poco sirvió en Túnez, donde la intervención de policial para evitar que una turba tomara la Embajada estadounidense acabó anoche con al menos dos muertos y 28 heridos, según la televisión tunecina. Un periodista de Reuters dijo que los agentes dispararon con munición real después de que los asaltantes lograran entrar en el edificio. La televisión iraní PressTV aseguraba que el embajador había sido evacuado.
En el caso de Egipto, el país más populoso del mundo árabe y cuya transición de la mano de un islamista Occidente observa con especial interés, su presidente, Mohamed Morsi, intervino en televisión para condenar el asesinato del embajador estadounidense en Libia y pedir que se respeten las cancillerías. “Nuestra religión exige que protejamos a nuestros invitados, sus casas y sus lugares de trabajo”, manifestó Morsi. Los Hermanos Musulmanes, el grupo al que pertenece el presidente, mantuvieron su convocatoria de protestas pacíficas, pero no ante la Embajada de EE UU.
Morsi, que tachó la película de “agresión”, subrayó que “distrae la atención de los verdaderos problemas de Oriente Próximo”, un análisis que comparte gran parte de la población, como se ha puesto de relieve en los comentarios de las redes sociales. De hecho, las protestas apenas han movilizado a una pequeña minoría (aunque ruidosa y violenta) de los 1.300 millones de musulmanes que hay en el mundo. La agencia Reuters informó de la muerte de un manifestante.
A diferencia de los días anteriores, la policía egipcia impidió que los manifestantes se acercaran a esa sede diplomática cerrando los accesos desde las calles adyacentes con alambre de espino y bloques de cemento. Así, los seguidores del clérigo salafista (rama ultraconservadora del islam suní) que pronunció el sermón en la plaza de Tahrir, tuvieron que contentarse con rasgar la bandera estadounidense y ondear la enseña negra de los islamistas radicales. Sin embargo, un grupo de militantes islamistas atacó la base de los cascos azules en la frontera entre Egipto y Gaza. Cuatro militares resultaron heridos.
En Yemen, las fuerzas del Ministerio del Interior dispararon al aire y también gases lacrimógenos para dispersar a unas 2.000 personas que volvieron a intentar asaltar la Cancillería de EE UU. A diferencia del día anterior, los agentes lograron frenar a los manifestantes. No tuvieron el mismo éxito los policías libaneses que acudieron a frenar a tres centenares de exaltados (la mayoría con la barba que caracteriza a los salafistas) que la emprendieron contra un Kentucky Fried Chicken y un Ardy's en Trípoli, el feudo de los islamistas suníes libaneses. Furiosos, lanzaron piedras y botellas contra los agentes. Hubo un muerto y 25 heridos.
Pero son los incidentes de Jartum, con un balance de tres muertos, los que mejor muestran la utilización interesada de la película por los extremistas. El clérigo Mohamed Jizuly usó su prédica en la radio estatal para convocar una marcha a la Embajada de Alemania en protesta por unas supuestas pintadas antiislámicas en las mezquitas de Berlín, y luego seguir hasta la legación de EE UU por la película, según la agencia Associated Press. Poco después varios cientos de sudaneses asaltaban la sede alemana. Cuando la policía empezó a dispersarles, se trasladaron a la vecina Embajada británica, como la alemana en el centro de la ciudad. Una residente contactada por la BBC relató que varios autobuses esperaban para llevarles a la estadounidense, un fortín situado a las afueras.
En Indonesia, el país con mayor número de musulmanes del mundo, Amidan Shaberah, un destacado miembro del Consejo de Ulemas, instó la víspera a los creyentes a que mantuvieran la calma a pesar de la indignación que les produzca el filme. Unos 350 radicales se manifestaron en Yakarta contra la “declaración de guerra” que consideran la película, después de que Hizbut Tahrir, un grupo que aboga por la instauración de un califato mundial, llamara a la venganza en su web. En Kuala Lumpur, la capital malasia, una pequeña manifestación ante la Embajada de EE UU transcurrió sin incidentes.
Pakistán fue otro ejemplo de que las actitudes radicales son minoritarias. A pesar de que hubo manifestaciones en todas las grandes ciudades del país, la asistencia a las mismas habla por sí sola. Apenas 400 personas secundaron el llamamiento del partido islamista Jamaat e Islami y la organización radical Jamaat ud Dawa ante la Mezquita Roja de Islamabad, la capital, según el recuento de la agencia France Presse. En Karachi, una metrópolis de 17 millones de habitantes, rondaron los 700, y en Lahore, el medio centenar. Eso sí, dejaron claro su radicalismo al pedir la muerte del director de la película y la expulsión de todos los diplomáticos estadounidenses.
En Afganistán, un país que la presencia de tropas extranjeras y la influencia de los talibanes convierten en especialmente sensible a estos incidentes, sólo se produjo una manifestación pacífica en Jalalabad. El imam de la mezquita de Pul-e-Khisti de Kabul, Enayatullah Baligh, denunció la película como obra de “dos judíos estadounidenses” y les responsabilizó, junto a Obama, de la muerte de los diplomáticos en Libia, pero pidió a quien deseara manifestarse que lo hiciera “sin violencia”.
En Dacca, la capital de Bangladesh, unos 10.000 manifestantes quemaron banderas israelíes y estadounidenses, tras intentar sin éxito alcanzar la Embajada de EE UU. Sí lograron alcanzar el Consulado los dos centenares de personas que protestaron en Chennai (antigua Madrás), la capital del Estado indio de Tamil Nadu. La policía detuvo a varios de ellos por arrojar piedras contra la sede diplomática, según la CNN. India, que cuenta con una importante minoría musulmana, reforzó la vigilancia de los edificios estadounidenses.
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El Pentágono envía un destacamento de ‘marines’ a Yemen y Sudán
EE UU destina pelotones de soldados a ambos países para proteger a sus diplomáticos. Se unen a los que ya están en Libia
David Alandete Washington15 SEP 2012 - 01:21 CET
El Pentágono despachó ayer viernes dos destacamentos de soldados del Marine Corps a Yemen y a Sudán, para proteger a sus misiones diplomáticas en aquellos países, ante las protestas contra una película rodada en California en la que se ridiculiza al profeta Mahoma, fundador del Islam. Se unen a otro pelotón que ya se halla desde el miércoles en Libia, donde un ataque contra el consulado de Bengasi se saldó el día previo con la muerte de cuatro norteamericanos, entre ellos el embajador Chris Stevens. Fuentes del Pentágono dijeron ayer que el despacho de marines es una “medida de precaución”.
“Se trata en parte de una respuesta a los sucesos de los pasados dos días en nuestra embajada, pero también es una medida de precaución”, dijo ayer en rueda de prensa el portavoz del Pentágono, George Little. “Un pelotón de soldados del Marine Corps se halla ya sobre el terreno en Saná”, añadió. Little explicó que EE UU no tiene planes, de momento, de evacuar las embajadas norteamericanas, a pesar de los intentos de ataque de las pasadas jornadas.
Los soldados norteamericanos movilizados están afiliados al Equipo de Flota de Seguridad y Antiterrorismo [FAST, por sus siglas en inglés] del Marine Corps. “La misión principal de las compañías FAST es el refuerzo o la recaptura de infraestructuras críticas para EE UU”, explicaron recientemente fuentes del Pentágono. “Son soldados preparados para introducirse en espacios hostiles, retomar el control de ellos y dominar cualquier situación con la que se encuentren”. Constan de unos 50 soldados, entrenados en misiones de intervención rápida.
Normalmente, las flotas de la Armada norteamericana tienen asignado un equipo FAST. El que se envió a Libia el miércoles, estaba apostado en la base naval de Rota, en España. El presidente Barack Obama ordenó su movilización después del ataque contra el consulado en Bengasi, el martes, en el que fallecieron cuatro norteamericanos, entre ellos el embajador, Chris Stevens. Previamente, esos escuadrones de acción rápida habían sido movilizados a conflictos a Liberia en 2003 y Haití en 2004.
A pesar de que ha habido protestas en diversos países del mundo islámico, de momento el Pentágono ha considerado que los tres puntos con una mayor necesidad de refuerzos son Libia, Yemen y Sudán. A los heridos en Libia, el Pentágono los ha evacuado al Centro Médico Regional de Landstuhl, un hospital militar norteamericano en Alemania. Por allí han pasado numerosos soldados heridos de consideración en las guerras de Afganistán y de Irak. El presidente Obama decretó el estado de alerta en las embajadas norteamericanas en todo el mundo. A las costas de Libia envió también dos destructores de la Armada.
Ayer, el jefe del Pentágono, Leon Panetta, mantuvo una conversación telefónica con el ministro de Defensa egipcio, Abdel Fatah Al-Sisi. “El ministro Al-Sisi le aseguró al secretario Panetta que Egipto sigue comprometido con la relación de cooperación en materia de defensa entre Egipto y EE UU, y le recalcó la importancia que para él tiene la seguridad y estabilidad de la misión diplomática de EE UU”, dijo el Pentágono en un comunicado. Las protestas por el vídeo comenzaron el pasado martes, en el undécimo aniversario de los ataques terroristas de 2001, y se han expandido por el mundo islámico, con especial insistencia en Egipto, Sudán, Libia y Yemen.
Washington ha enviado también drones, o aviones no tripulados controlados de forma remota, a Libia, en misión, inicialmente, de vigilancia. Esos dispositivos cuentan con mecanismos de grabación, y se pueden manejar desde bases de la Fuerza Aérea en EE UU. Tienen también la capacidad de portar misiles, y de hecho se emplean habitualmente para efectuar ataques no sólo en Afganistán, zona en guerra, sino también en la península Arábiga y en el Cuerno de África. Con ellos se ha diezmado considerablemente al grupo dirigente de Al Qaeda.
En Yemen, precisamente, un largo historial de ataques con misiles lanzados desde drones ha alentado el antiamericanismo entre la población local. En lo que va de año ha habido 33 ataques de ese tipo, según una investigación de The Long War Journal, una publicación especializada de EE UU. En los últimos 10 años ha habido 50 en total. El presidente Barack Obama ha incrementado notablemente su uso desde su llegada al Despacho Oval. En total, los drones han servido para matar a 263 insurgentes y han provocado la muerte a 83 civiles, entre ellos varios niños.
“Se trata en parte de una respuesta a los sucesos de los pasados dos días en nuestra embajada, pero también es una medida de precaución”, dijo ayer en rueda de prensa el portavoz del Pentágono, George Little. “Un pelotón de soldados del Marine Corps se halla ya sobre el terreno en Saná”, añadió. Little explicó que EE UU no tiene planes, de momento, de evacuar las embajadas norteamericanas, a pesar de los intentos de ataque de las pasadas jornadas.
Los soldados norteamericanos movilizados están afiliados al Equipo de Flota de Seguridad y Antiterrorismo [FAST, por sus siglas en inglés] del Marine Corps. “La misión principal de las compañías FAST es el refuerzo o la recaptura de infraestructuras críticas para EE UU”, explicaron recientemente fuentes del Pentágono. “Son soldados preparados para introducirse en espacios hostiles, retomar el control de ellos y dominar cualquier situación con la que se encuentren”. Constan de unos 50 soldados, entrenados en misiones de intervención rápida.
Normalmente, las flotas de la Armada norteamericana tienen asignado un equipo FAST. El que se envió a Libia el miércoles, estaba apostado en la base naval de Rota, en España. El presidente Barack Obama ordenó su movilización después del ataque contra el consulado en Bengasi, el martes, en el que fallecieron cuatro norteamericanos, entre ellos el embajador, Chris Stevens. Previamente, esos escuadrones de acción rápida habían sido movilizados a conflictos a Liberia en 2003 y Haití en 2004.
A pesar de que ha habido protestas en diversos países del mundo islámico, de momento el Pentágono ha considerado que los tres puntos con una mayor necesidad de refuerzos son Libia, Yemen y Sudán. A los heridos en Libia, el Pentágono los ha evacuado al Centro Médico Regional de Landstuhl, un hospital militar norteamericano en Alemania. Por allí han pasado numerosos soldados heridos de consideración en las guerras de Afganistán y de Irak. El presidente Obama decretó el estado de alerta en las embajadas norteamericanas en todo el mundo. A las costas de Libia envió también dos destructores de la Armada.
EE UU no tiene planes, de momento, de evacuar la embajada norteamericana en Yemen, a pesar de los intentos de ataque de las pasadas jornadas
Washington ha enviado también drones, o aviones no tripulados controlados de forma remota, a Libia, en misión, inicialmente, de vigilancia. Esos dispositivos cuentan con mecanismos de grabación, y se pueden manejar desde bases de la Fuerza Aérea en EE UU. Tienen también la capacidad de portar misiles, y de hecho se emplean habitualmente para efectuar ataques no sólo en Afganistán, zona en guerra, sino también en la península Arábiga y en el Cuerno de África. Con ellos se ha diezmado considerablemente al grupo dirigente de Al Qaeda.
En Yemen, precisamente, un largo historial de ataques con misiles lanzados desde drones ha alentado el antiamericanismo entre la población local. En lo que va de año ha habido 33 ataques de ese tipo, según una investigación de The Long War Journal, una publicación especializada de EE UU. En los últimos 10 años ha habido 50 en total. El presidente Barack Obama ha incrementado notablemente su uso desde su llegada al Despacho Oval. En total, los drones han servido para matar a 263 insurgentes y han provocado la muerte a 83 civiles, entre ellos varios niños.
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“Estamos hartos de que EE UU equipare el Islam con el terrorismo”
La capital egipcia soporta su tercer día de protestas mientras el Gobierno vacila entre sus buenas relaciones con EE UU y su necesidad de dar respuesta a la multitud
La capital egipcia ha experimentado el viernes su tercer día consecutivo de disturbios derivados de la producción, en EE UU, de un controvertido filme sobre Mahoma, que se ha saldado ya con más de 250 heridos, pero ninguna víctima mortal. Mientras, en las cercanías de la Embajada estadounidense, centenares de jóvenes libraban de forma intermitente un batalla callejera contra las fuerzas del orden, en el corazón de la plaza Tahrir unos pocos miles de personas expresaron su indignación por la última ofensa hacia el profeta del Islam.
La concentración estuvo convocada por los Hermanos Musulmanes, el partido del presidente Mohamed Morsi, así como diversas organizaciones salafistas. Sin embargo, en Tahrir no se veía ningún símbolo de la Hermandad, lo que sugiere que el movimiento, el más poderoso y bien organizado del país árabe, no quiso movilizar a su militancia. De ahí el relativo fracaso de una manifestación que apenas si consiguió ocupar la zona central de la extensa y céntrica plaza.
Desde el inicio de la crisis, la cofradía ha exhibido una actitud vacilante, y ha sido incapaz de encontrar un equilibrio entre la necesaria salvaguarda de las buenas relaciones con Washington y la voluntad de dar respuesta a la irritación del islamismo más militante.
A pesar de que todos los manifestantes estaban unidos en su enojo por el burdo vídeo, en Tahrir y sus aledaños se dieron ayer cita dos grupos claramente diferenciados, dos universos paralelos. En la boca de la calle que une la mítica plaza y la Embajada estadounidense, convertida en el frente de la batalla contra la policía, predominaban los jóvenes bien afeitados, vestidos con ropa occidental, y ataviados con una mascarilla contra los gases lacrimógenos.
El centro de Tahrir, en cambio, era el terreno de los barbudos, las mujeres con velo integral, y las banderas negras con la inscripción “No hay más dios que Alá”, la nueva enseña del islamismo radical. “Nuestro profeta es una línea roja que no se puede cruzar. Es alguien muy importante en nuestras vidas, y tiene que ser respetado”, afirmaba Issam Sami, un ingeniero de mediana edad miembro de la Gamá Islamiya, un exgrupo terrorista.
Entre los congregados, no había un consenso sobre las medidas que podrían aplacar su ira. Algunos solicitaban al gobierno de EE UU la retirada del mercado del polémico vídeo, si bien nunca ha estado en venta. Otros pedían a Morsi la expulsión de la embajadora de EEUU, o incluso el cierre de la legación. Sami discrepaba de estas posturas: “No podemos poner en peligro las relaciones con Washington. Bastaría con que se aprobara una ley que prohíba los insultos a todos los profetas, tal como lo está la apología del Holocausto”.
En alguna ocasión, una delegación surgida del centro de Tahrir se aproximaba al frente de batalla al grito de “¡Pacífica!”. No obstante, su petición de poner fin a los enfrentamientos caía en saco roto. Los jóvenes, algunos aún niños, parecían plenamente entregados al frenesí de la lucha. Varios treparon el muro de cemento que el ejército construyó por la mañana para tener un mejor ángulo en el lanzamiento de piedras a la policía. Todo un chute de adrenalina como el que sintieron los chicos que el martes entraron en la Embajada de EE UU para arrancar de un mástil la bandera de las barras y las estrellas.
Omar Tarek, un estudiante de periodismo de 19 años, conoce bien esa sensación. “Yo fui uno de los que subió el martes a coger la bandera”, anuncia con una sonrisa de orgullo. A pesar de no ser islamista ni especialmente religioso, se muestra indignado por el contenido del vulgar filme que, no obstante, reconoce no haber visto, como la mayoría de sus compañeros.
“Estamos hartos de que EE UU equipare el Islam con el terrorismo”, apunta Omar, que sostiene un discurso político tan contradictorio como su propia identidad. “Deberíamos cerrar la Embajada como medida de protesta, pero no romper relaciones con Washington de las que ambos nos beneficiamos”. El joven lo sabe bien por experiencia, pues es alumno de la Universidad Americana de El Cairo y habla un pulido inglés.
Un fuerte estruendo y la posterior estampida interrumpen la conversación. Omar y su amigo Ahmed, un chaval imberbe de 17 años originario de un barrio humilde, se dispersan, saltando por encima de los montones de piedras y cristales esparcidos por la calle. “Tiramos rocas contra la policía porque no nos dejan acercarnos a la Embajada y para responder a sus agresiones. Ellos empezaron con los gases lacrimógenos”, dice Ahmed. Pasados unos minutos, los dos amigos, que se conocieron hace meses en Tahrir, se rencuentran y comentan entre risas la jugada, como si la refriega con la policía fuera un juego de niños.
La concentración estuvo convocada por los Hermanos Musulmanes, el partido del presidente Mohamed Morsi, así como diversas organizaciones salafistas. Sin embargo, en Tahrir no se veía ningún símbolo de la Hermandad, lo que sugiere que el movimiento, el más poderoso y bien organizado del país árabe, no quiso movilizar a su militancia. De ahí el relativo fracaso de una manifestación que apenas si consiguió ocupar la zona central de la extensa y céntrica plaza.
Desde el inicio de la crisis, la cofradía ha exhibido una actitud vacilante, y ha sido incapaz de encontrar un equilibrio entre la necesaria salvaguarda de las buenas relaciones con Washington y la voluntad de dar respuesta a la irritación del islamismo más militante.
A pesar de que todos los manifestantes estaban unidos en su enojo por el burdo vídeo, en Tahrir y sus aledaños se dieron ayer cita dos grupos claramente diferenciados, dos universos paralelos. En la boca de la calle que une la mítica plaza y la Embajada estadounidense, convertida en el frente de la batalla contra la policía, predominaban los jóvenes bien afeitados, vestidos con ropa occidental, y ataviados con una mascarilla contra los gases lacrimógenos.
El centro de Tahrir, en cambio, era el terreno de los barbudos, las mujeres con velo integral, y las banderas negras con la inscripción “No hay más dios que Alá”, la nueva enseña del islamismo radical. “Nuestro profeta es una línea roja que no se puede cruzar. Es alguien muy importante en nuestras vidas, y tiene que ser respetado”, afirmaba Issam Sami, un ingeniero de mediana edad miembro de la Gamá Islamiya, un exgrupo terrorista.
Entre los congregados, no había un consenso sobre las medidas que podrían aplacar su ira. Algunos solicitaban al gobierno de EE UU la retirada del mercado del polémico vídeo, si bien nunca ha estado en venta. Otros pedían a Morsi la expulsión de la embajadora de EEUU, o incluso el cierre de la legación. Sami discrepaba de estas posturas: “No podemos poner en peligro las relaciones con Washington. Bastaría con que se aprobara una ley que prohíba los insultos a todos los profetas, tal como lo está la apología del Holocausto”.
En alguna ocasión, una delegación surgida del centro de Tahrir se aproximaba al frente de batalla al grito de “¡Pacífica!”. No obstante, su petición de poner fin a los enfrentamientos caía en saco roto. Los jóvenes, algunos aún niños, parecían plenamente entregados al frenesí de la lucha. Varios treparon el muro de cemento que el ejército construyó por la mañana para tener un mejor ángulo en el lanzamiento de piedras a la policía. Todo un chute de adrenalina como el que sintieron los chicos que el martes entraron en la Embajada de EE UU para arrancar de un mástil la bandera de las barras y las estrellas.
Omar Tarek, un estudiante de periodismo de 19 años, conoce bien esa sensación. “Yo fui uno de los que subió el martes a coger la bandera”, anuncia con una sonrisa de orgullo. A pesar de no ser islamista ni especialmente religioso, se muestra indignado por el contenido del vulgar filme que, no obstante, reconoce no haber visto, como la mayoría de sus compañeros.
“Estamos hartos de que EE UU equipare el Islam con el terrorismo”, apunta Omar, que sostiene un discurso político tan contradictorio como su propia identidad. “Deberíamos cerrar la Embajada como medida de protesta, pero no romper relaciones con Washington de las que ambos nos beneficiamos”. El joven lo sabe bien por experiencia, pues es alumno de la Universidad Americana de El Cairo y habla un pulido inglés.
Un fuerte estruendo y la posterior estampida interrumpen la conversación. Omar y su amigo Ahmed, un chaval imberbe de 17 años originario de un barrio humilde, se dispersan, saltando por encima de los montones de piedras y cristales esparcidos por la calle. “Tiramos rocas contra la policía porque no nos dejan acercarnos a la Embajada y para responder a sus agresiones. Ellos empezaron con los gases lacrimógenos”, dice Ahmed. Pasados unos minutos, los dos amigos, que se conocieron hace meses en Tahrir, se rencuentran y comentan entre risas la jugada, como si la refriega con la policía fuera un juego de niños.
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