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jueves, 24 de enero de 2019

LAS MUJERES QUE ACOMPAÑARON A CRISTOBAL COLÓN A AMERICA


Ilustración de Inés de Suárez luchando en Chile
Ilustración de Inés de Suárez luchando en Chile

La historia borrada por la Leyenda Negra de las mujeres que acompañaron a Cristóbal Colón a América

La mitad de las mujeres que emigraron eran andaluzas, un 33% castellanas y un 16% extremeñas. Además, la mayoría eran solteras, el 60%, muchas con hijos, que vieron en América una oportunidad de alejarse del enclaustramiento familiar



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Se calcula por los registros de la Corona que en el siglo XVI 45.327 colonos llegaron a América, de los cuales hasta 10.118 eran mujeres. Su historia es poco o nada conocida, a pesar de que entre estas valientes se encuentran biografías tan asombrosas como la de Inés de Suárez, con un importante papel en la conquista de Chile, o la de una superviviente del calibre de Mencía Calderón, esposa del adelantado del Río de la Plata, que a la muerte de su marido se hizo cargo de la expedición por este territorio.
El olvido se debe a la leve memoria de los españoles y, sobre todo, a la alargada mano de la Leyenda Negra, que ha difuminado su presencia para que los violentos y sádicos conquistadores no parezcan demasiado humanos. En el imaginario popular, los británicos que llegaron a América siguen siendo pacíficos y familiares colonos (palabra de raíz griega que significa labrador), mientras los españoles fueron sádicos colonizadores (palabra procedente de imperialismo, un fenómeno propio del siglo XIX) en busca de oro y sexo.

El tercer viaje de Colón

El 30 de mayo de 1498, Colón partió al frente de una flota de seis barcos en lo que fue su tercer viaje al Nuevo Mundo. Una vez en América, la situación que encontró en Santo Domingo era de alboroto, sedición y con centenares de personas enfermas de sífilis. A pesar de todo, el representante castellano pasó de largo y se fue a buscar oro en nuevas tierras, lo que en España levantó más indignación e insultos contra el navegante. Son «personas injustas, enemigos crueles y causantes de derramamiento de sangre española», personas que «disfrutaban» matando a quienes se oponían a ellos, en palabras de Pedro Mártir. Paranóico y cada vez más religioso, Colón empezó a ver enemigos en todas partes.


En la primavera de 1499, Isabel, al fin, tomó cartas en el asunto y envió a Francisco de Bobadilla a que investigara sobre el terreno lo que estaba ocurriendo. Tenía licencia real para arrestar a los rebeldes y asumir el poder en los fuertes de Colón. Así lo hizo. Tras tres expediciones fabulosas pero poco rentables, Cristóbal Colón fue esposado y enviado en 1500 a Europa con los grilletes puesto a explicar a Isabel «La Católica» si eran ciertas acusaciones de estar actuando de forma autoritaria en los nuevos territorios descubiertos.

Cristóbal Colón ante los Reyes Católicos en la corte de Barcelona
Cristóbal Colón ante los Reyes Católicos en la corte de Barcelona

Las tormentosas circunstancias de este tercer viaje de Colón hizo pasar inadvertido algo tan fundamental como la presencia, por primera vez, de mujeres europeas en América. Si bien algunos investigadores sostienen la presencia de mujeres en el segundo (1493) e incluso en el primero (1492), fue a partir del tercero cuando llegaron de forma masiva a América. Hasta 30 españolas acompañaron a Colón en este viaje, a petición de los Reyes Isabel y Fernando, con el objeto de que prosperaran las nuevas ciudades y se desarrollaran lazos familiares estables.
Más de 300 siguieron a estas pioneras a Santo Domingo en el primer cuarto del siglo XVI, de modo que para el periodo de 1560 a 1579 la población femenina ya constituía casi una tercera parte de los pasajeros embarcados.

La mayoría eran solteras (el 60%), muchas con hijos, que vieron en la emigración a América una oportunidad de alejarse del enclaustramiento familiar

La mitad de estas mujeres eran andaluzas, un 33% castellanas y un 16% extremeñas. Además, según datos recogidos por José A. Solís en«Mujeres de capa y espada» (El Arca de papel), la mayoría eran solteras (el 60%), muchas con hijos, que vieron en la emigración a América una oportunidad de alejarse del enclaustramiento familiar y de la marginación social. No en vano, una orden de la Corona en 1515 obligó a todos los cargos y empleados públicos a embarcarse siempre con sus esposas, lo que también implicaba a madres y hermanas. Ricas, pobres, religiosas, prostitutas, aventuras o labradoras... El perfil medio es difícil de determinar, pero siempre con certificado de buena conducta, puesto que la Corona reguló de forma estricta la migración al nuevo mundo.
Mediante una real cédula de 1549 se prohibía el viaje de «judíos y moros conversos, reconciliados con la Iglesia, hijos y nietos de quemados por herejía, extranjeros nacidos fuera de los territorios del imperio español y esclavos blancos y negros sin licencia especial».

Mujeres olvidadas

Entre estas españolas en América destacaron figuras como María de Toledo, nuera de Cristóbal Colón y virreina de las Indias Occidentales entre 1515 y 1520; Beatriz de la Cueva, que rigió los destinos de Guatemala; Isabel Barreto, primera y única Almirante de la Armada que lideró una expedición por el Pacífico; María Escobar, que introdujo el trigo en América; María de Estrada, que participó en la expedición de Hernán Cortés; Catalina de Erauso, que abandonó el convento en España donde residía y se hizo pasar por un soldado toda su vida; o Mencía Ortiz, una emprendedora que creó una compañía para el transporte de mercancías.
La desidia de los españoles y la siempre recurrente Leyenda Negratienen la culpa de que hoy apenas sean conocidos estos nombres. Frente a los caritativos, pacíficos y familiares colonos puritanos que desembarcaron en Norteamérica con el Mayflower, se retrata, en contraste, por el lado español a los conquistadores barbudos, violentos y dados al desenfreno sexual y el oro. De tal modo, la presencia de mujeres y familias en el proceso de conquista de América ha sido desdibujada con frecuencia por las fuentes protestantes para perpetuar la supuesta rapiña de los españoles. Mejor representarlos arrasando y violando que construyendo caminos o universidades y formando familias...

Tampoco es cierto el mito de que la mayoría de estas mujeres fueran prostitutas. Muchas eran madres solteras y mujeres que se habían rebelado contra su entorno, sí, pero eso no las convertía en lo que entonces se designaba como mujeres públicas. Incluso del suministro de estas trabajadoras se preocupó la Corona española, empeñada en regular cada detalle. El primer prostíbulo en América, llamado «casa de mujeres públicas», fue autorizado y promovido en la ciudad de Santo Domingo por la Corona española en agosto de 1526, «por la honestidad de la ciudad y mujeres casadas de ella y por excusar otros daños e inconvenientes».

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