800º aniversario de la victoria hispana sobre los musulmanes almohades
Las Navas de Tolosa: cuando los españoles, unidos, lograron lo que parecía imposible
Hoy es un día muy especial por dos razones. La primera la celebramos cada año: el día de la Virgen del Carmen, patrona de la Armada Española (mi felicitación a todos sus miembros y a todas las gentes del mar). La segunda viene en forma de centenario: tal día como hoy hace 800 años los ejércitos cristianos vencían en batalla a los musulmanes almohades en Las Navas de Tolosa, en la actual provincia de Jaén. Aquel fue uno de los hechos más trascendentales de todos los ocurridos durante la Reconquista de España al Islam.Para que nos hagamos una idea de como fueron las cosas tenemos que remontarnos a finales del siglo XII, en pleno apogeo del imperio fundamentalista islámico de los almohades, que se extendía por todo el Norte de África y el Sur de la Península Ibérica. En el año 1195 las fuerzas de los almohades se enfrentan en Alarcos (Ciudad Real) a las tropas del Rey Alfonso VIII de Castilla. Los castellanos acuden en solitario a una contienda contra un enemigo muy superior en número, y la cosa acaba en desastre para los cristianos. La batalla frena en seco la Reconquista durante casi dos décadas y agrava la ya seria amenaza almohade no sólo para los reinos cristianos de la Península Ibérica, sino también para los del Sur de Europa.
Como en otros momentos de nuestra historia, los enemigos no se conforman con ganar en los campos de batalla. La acción de los almohades se dirige también a promover los enfrentamientos entre reinos cristianos, firmando un tratado de paz con León -fruto del temor del Rey Alfonso IX a verse invadido por los fanáticos mahometanos- que le lleva a la guerra con Portugal y Castilla. En la primera década del siglo XIII los reinos cristianos de la antigua Hispania romana presentan un aspecto lamentable de división y enfrentamientos que es propicio a una nueva ofensiva musulmana. Los almohades lo saben y empiezan los preparativos para un ataque que les puede abrir las puertas de Europa. La amenaza lleva al Rey castellano -que aún tenía muy presente la derrota de Alarcos- a proponer una alianza con los demás reyes cristianos. Pedro II de Aragón acepta, y Sancho VII de Navarra también, aunque a regañadientes. El Rey leonés, enemigo del castellano, y Alfonso II de Portugal no irán a la batalla, pero permitirán a sus súbditos acudir al llamamiento de cruzada apoyado por el Papa Inocencio III.
La imagen de unidad que forma el ejército hispano es una de las más admirables de toda la Reconquista. Además de caballeros de las órdenes militares de Santiago y Calatrava, junto a lazaristas, templarios y hospitalarios, están allí las tropas castellanas, tanto las reales y nobiliarias como las milicias de diversos concejos: forman el grueso del ejército y llevan como comandante a un vasco, Diego López II de Haro, Señor de Vizcaya. Están también los aragoneses con sus valerosos almogávares. Aunque sin sus respectivos reyes, también están allí miles de portugueses y muchos súbditos leoneses, asturianos y gallegos de Alfonso IX de León. De Navarra acude una mesnada pequeña, con su Rey a la cabeza. Además llega a España una gran mesnada de caballeros europeos, conocidos como “ultramontanos” por venir de más allá de los Pirineos. En mayo de 1212 estas tropas europeas, en su mayoría francesas, asaltan la judería de Toledo. Muchos caballeros españoles, así como la población toledana, las autoridades eclesiásticas castellanas y el mismo Alfonso VIII salen en defensa de los judíos y a causa de ello la práctica totalidad de los ultramontanos, enfadados, abandonan la cruzada y se vuelven a sus países, dejando a la hueste hispana en un serio apuro.
Los cristianos se enfrentan a un enemigo numéricamente muy superior y la victoria parece casi imposible. El terreno da ventaja táctica a los musulmanes y el comienzo de la batalla es desastroso para los hispanos: con la primera línea rodeada por los almohades, sufren fuertes bajas y todo parece apuntar a que se repetirá el desastre de Alarcos pero con una mayor magnitud. La segunda línea cristiana también se ve superada y empieza la desbandada de sus tropas. La última línea entra en acción, con los monarcas a la cabeza, en una de las cargas más desesperadas de toda la historia militar española. Los reyes cristianos y sus caballeros hacen una galopada furiosa hacia una muerte probable o una victoria insegura. Su valor da ánimos a unos combatientes españoles que ya se daban por vencidos, y la batalla cambia de signo. La pequeña tropa navarra irrumpe como un torbellino hasta el real del Miramamolín, rompiendo el Rey Sancho la línea de esclavos encadenados que rodeaban, a modo de guardia personal, al caudillo musulmán. La carnicería es terrible y el Miramamolín huye. Su ejército se desintegra.
La Batalla de Las Navas de Tolosa supone el comienzo del fin para los almohades y el inicio de la decadencia del dominio musulmán en la Península Ibérica. A partir de entonces, plaza tras plaza, los cristianos van arrinconando a los reinos mahometanos hasta que en 1492 se completa la Reconquista. La victoria de 1212 es tan relevante para España y para Europa como lo fue en su momento para Grecia la heroica resistencia de Leónidas y sus 300 en la Batalla de las Termópilas. A pesar de ello, las práctica totalidad de las autoridades españolas han preferido ignorar este aniversario, que tan buena referencia moral supone para los españoles en momentos de dificultad como los que vivimos. Y es que la victoria de Las Navas demostró que los españoles, unidos, somos capaces de cualquier cosa, incluso de las que rozan lo imposible. La clave de aquella victoria está en la unidad que lograron entonces los ejércitos hispanos y en el espíritu de sacrificio que demostraron aquellos monarcas, nobles y caballeros en esa carga desesperada hacia la victoria o la muerte: estuvieron dispuestos a entregar sus vidas para impedir que su pueblo fuese sojuzgado y esclavizado, y con ello animaron a quienes ya se pensaban derrotados. Quién tuviera señores así hoy en día.
DISEÑO Y ARCHIVO FOTOGRÁFICO
A FONDO
Batalla de Las Navas de Tolosa
Batalla de Las Navas de Tolosa | ||||
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Parte de la Reconquista | ||||
Batalla de Las Navas de Tolosa, óleo de Van Halen expuesto en el palacio del Senado (Madrid). |
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Fecha | Lunes, 16 de julio de 1212 | |||
Lugar | Actual Santa Elena, Jaén, España | |||
Coordenadas | 38°17′04″N 3°34′58″OCoordenadas: 38°17′04″N 3°34′58″O (mapa) | |||
Resultado | Victoria decisiva cristiana | |||
Beligerantes | ||||
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Comandantes | ||||
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Fuerzas en combate | ||||
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Bajas | ||||
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Fue iniciativa de Alfonso VIII entablar una gran batalla contra los almohades tras haber sufrido la derrota de Alarcos en 1195. Para ello solicitó al papa Inocencio III apoyo para favorecer la participación del resto de los reinos cristianos de la península ibérica, y la predicación de una cruzada por la cristiandad prometiendo el perdón de los pecados a los que lucharan en ella; todo ello con la intercesión del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada. Saldada con victoria del bando cristiano, fue considerada por las relaciones de la batalla inmediatamente posteriores, las crónicas y gran parte de la historiografía como el punto culminante de la Reconquista y el inicio de la decadencia de la presencia musulmana en la península ibérica, aunque en la realidad histórica las consecuencias militares y estratégicas fueron limitadas, y la conquista del valle del Guadalquivir no se iniciaría hasta pasadas unas tres décadas.
Antecedentes
Comenzó los preparativos en 1211, año en que comenzó a movilizar tropas y congregarlas en Toledo, que era el punto de reunión de todo el contingente. Además solicitó del papa Inocencio III la consideración de cruzada para recabar caballeros de toda Europa, especialmente de Francia. Para estos preparativos diplomáticos contó con el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada.
Tras la derrota del rey castellano en la batalla de Alarcos (1195), y la caída del castillo de Salvatierra (1211), que había tenido como consecuencia que los almohades empujaran la frontera hasta los Montes de Toledo, viendo Alfonso VIII amenazada la propia ciudad de Toledo y el valle del Tajo, el rey de Castilla quería resarcirse venciendo a los musulmanes en un combate decisivo y campal. Habiendo fraguado diferentes alianzas con Aragón y Navarra con la mediación del papa y de Jiménez de Rada, y roto las distintas treguas que mantenía con los almohades, se enfrentó en 1212 contra el califa.
Fuerzas cristianas
El ejército cristiano estaba formado por:- Las tropas castellanas al mando del rey Alfonso VIII de Castilla, junto con varias milicias urbanas de concejos castellanos o milicias concejiles, entre ellas las de Medina del Campo, Valladolid, Segovia, Soria, Ávila, Almazán, Medinaceli, Béjar y San Esteban de Gormaz. Constituían, junto con las mesnadas de los señores (entre 20 y 100 caballeros cada una, dependiendo del poder de cada señor (un gran ricohombre —como el álferez de Castilla Álvaro Núñez de Lara— podía llegar a contar con más de 200), el grueso de las tropas cristianas. Entre ellas destacaba la mesnada real, que constituía la guardia personal del rey y los caballeros que formaban parte de su séquito habitual.
- Las tropas de los reyes Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón. Entre las tropas del Pedro II de Aragón se encontraban los obispos de Barcelona, Berenguer de Palou y Tarazona, García Frontín I así como Sancho I de Cerdaña. Las tropas del rey de Aragón al año siguiente lucharían en la batalla de Muret donde moriría entre otros el alférez real Miguel de Luesia. Aproximadamente se congregaron mil caballeros del rey de Aragón y unos doscientos navarros. El ejército aragonés no solo contaba con caballeros aragoneses y catalanes, sino que también acudieron de sus dominios occitanos. Algunos caballeros portugueses y leoneses combatieron voluntariamente, pero sus reyes Alfonso IX de León y Alfonso II de Portugal rechazaron el llamamiento de Alfonso VIII y el papa por conflictos entre ellos y con Castilla. Por ello, Alfonso VIII pidió la mediación pontificia para evitar ser atacado por otros reinos peninsulares. Inocencio III accedió y amenazó con la excomunión a todo aquel que se atreviera a violar la paz mientras los castellanos lucharan contra los musulmanes. Este hecho contrasta con lo sucedido años atrás, cuando el mismo papa había obligado al monarca castellano, sin éxito, a devolver esos castillos a Alfonso IX, que eran los que causaban el litigio entre los reyes castellano y leonés.
- Las tropas (freires) de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Temple y Hospital de San Juan. Eran caballeros fuertemente pertrechados y especializados en la guerra, que formaban parte de las fuerzas permanentes al servicio del ejército cristiano. No sería un gran número de caballeros, pero cada freire contaba con un escudero a caballo y uno o dos peones. Un contingente de cien freires podían suponer un cuerpo de medio millar de efectivos en el combate. Además, su disciplina y jerarquización los convertía en una fuerza de élite, que habitualmente se integraba en las grandes batallas en la mesnada real o militia regis, que tenía como obligación constituir la guardia personal del rey y estaba formada por los nobles del séquito regio. Junto con los caballeros de las órdenes militares habría que incluir las guarniciones de los castillos, que en gran parte estaban defendidos por freires de estas órdenes militares, pero no solo por ellos. Los castillos más importantes y expuestos al ataque enemigo (como los de Calatrava, Consuegra o Uclés) podían llegar a contar con una guarnición de cincuenta caballeros, a los que habría que añadir los peones, con un número total de entre 100 y 200 hombres. Pero había fortalezas guarnecidas por dos o tres caballeros y muchas estaban defendidos por una decena o dos de caballeros y medio centenar de hombres en total.
- Un gran número de cruzados (Alfonso VIII los cifra en 2000, aunque las fuentes medievales suelen exagerar) provenientes de otros estados europeos o ultramontanos, llamados así por haber llegado desde más allá de los Pirineos. Estos guerreros, en su mayoría franceses, llegaron atraídos por el llamado del papa Inocencio III, quien a su vez había sido contactado por el arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada, por encargo del rey de Castilla. La mayor parte de ellos no llegó a participar en la batalla, ya que abandonó el ejército antes de entrar en liza. Entre los convocados extranjeros figuraban también varios obispos, como los de Nantes o Burdeos. Quedaron unos 150, occitanos sobre todo, con el arzobispo de Narbona Arnaldo Amalric, cuya archidiócesis era una importante sede vinculada a la Corona de Aragón.
Quien mejor ha contribuido a esclarecer el número de soldados en la batalla es Carlos Vara Thorbeck, quien calculando el espacio que ocupó el campamento cristiano (2,5 hectáreas) llegó a la conclusión de que el bando cristiano lo formaban aproximadamente 12 000 hombres; Alvira Cabrer juzga esta cifra compatible con sus cálculos, similar a las que dan las fuentes de fines del siglo XIII, razonable, verosímil y aceptada por los trabajos más recientes, como el de Rosado y López Payer (2001) o García Fitz (2005). El número de caballeros cristianos estaría entre 3500 y 5500 jinetes, y de 7000 a 12 000 infantes (según las estimaciones de Martín Alvira Cabrer). García Fitz concluyó en 2014 que el número de caballeros cristianos sería de alrededor de 4000, a los que acompañarían 8000 peones, lo que suma un total de 12 000 efectivos. Los musulmanes contarían con aproximadamente el doble de combatientes. De todos modos, era un número extraordinario para una época en que los ejércitos cristianos no llegaban casi nunca a 3000 soldados: un millar de caballeros y dos mil peones ya era un importante contingente, pues lo normal es que las batallas medievales se dirimieran con unos centenares de caballeros por bando.
Castilla | Aragón | Navarra | Ultramontanos (inicio) | Ultramontanos (batalla) |
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2000 (2000-2300) | 1000 (1300-1700) | 200 (200 -300) | 1500 (1000-2000) | 150 (130 -150) |
Fuerzas musulmanas
El ejército cristiano tenía un tamaño ciertamente respetable, pero el gran número de tropas convocadas por el califa almohade Muhammad an-Nasir (Miramamolín
para los cristianos) hacía que pareciera pequeño a su lado. Su tamaño
fue enormemente exagerado por las crónicas, tanto cristianas como
musulmanas: «80 000 caballeros y peones sin cuenta» según Rodrigo Jiménez de Rada y las crónicas alfonsíes, la Carta de Alfonso VIII cifra los caballeros en 185 000, a los que Alberico de Trois-Fontaines suma otros «925 000 jinetes además de incontables peones»; Al-Maqqari, por la parte islámica, habla de 600 000 hombres.
Frente a todas estas cifras irreales hoy en día se tiende a cifrar su
número en poco más de 20 000 efectivos. Su composición no era menos
heterogénea que la de su oponente. Además del ejército regular, que
estaba profesionalizado y dependía del Estado, se componía de levas
temporales (reclutamientos forzosos) y de voluntarios yihadistas. El
ejército regular estaba formado, a su vez, por diferentes etnias y
tribus: bereberes almorávides, otras tribus bereberes, árabes
(caballería ligera, especialistas en la táctica del tornafuye),
andalusíes, kurdos (los agzaz, la caballería ligera de arqueros),
esclavos negros de la guardia personal del emir e incluso mercenarios
cristianos, como fue el caso de Pedro Fernández el Castellano, que combatió en el bando almohade en la batalla de Alarcos (1195).
- En primera línea se situaban los peones voluntarios, encargados de entrar en combate los primeros contra las filas enemigas, aunque su preparación militar era muy irregular y su valor como tropa, escaso. Muchos acudían a la llamada desde la yihad o guerra santa de todos los rincones del mundo islámico.
- Inmediatamente detrás se situarían arqueros, ballesteros, además de peones armados con jabalinas y caballería ligera que podía desplazarse con rapidez hacia los flancos, y que también podía utilizar lanzas arrojadizas. Un cuerpo fundamental era el contingente de arqueros a caballo kurdos conocidos como agzaz. Esta unidad de mercenarios de élite había llegado a la Península tras haber sido capturados en lo que ahora es Libia durante la guerra que mantenían los almohades del Magreb con los ayubíes de Egipto. Todo este despliegue tenía como fin recibir la primera carga del enemigo y lanzar sobre él dardos.
- El grueso del ejército regular almohade (formado por cuerpos heterogéneos) se encontraba en una segunda línea o haz detrás de los peones voluntarios, con la potente caballería andalusí, cuyo armamento era similar al de los caballeros cristianos, y la caballería ligera almohade y árabe, que había sido muy eficaz contra los ejércitos cristianos maniobrando por los flancos. La mayoría de sus veteranos y bien armados hombres procedían del noroeste de África, pertenecían a tribus árabes y guerreaban con rápidos movimientos de caballería.
En la retaguardia otro haz del ejército regular almohade y tras él, formando una apretada línea en torno a la tienda personal del sultán, se encontraba la llamada Guardia Negra (también denominados imesebelen), integrada por soldados-esclavos procedentes de zonas subsaharianas, que protegían con sus grandes lanzas dispuestas hacia el enemigo y las conteras apoyadas o clavadas en el suelo el palenque o recinto fortificado (mediante objetos del bagaje, los recipientes de las flechas, bestias de carga e incluso camellos) en que se encontraba la tienda del emir. La Guardia Negra era un cuerpo de élite que conformaba la guardia personal del emir, y cuya misión era protegerlo hasta el final de la batalla. Finalmente, lo reforzaban arqueros y ballesteros. En las Navas este dispositivo de la zaga del ejército islámico se situó en una colina (posiblemente el cerro de los Olivares), lo que aumentaba la seguridad y permitía al califa una mayor visibilidad para seguir el curso de los acontecimientos de la batalla.
Movimientos previos
Las tropas cristianas se encaminaron hacia la zona rasa en que se encontraban acantonados los musulmanes. Es decir, Navas de Tolosa, o llanos de La Losa, puntos cercanos a la localidad de Santa Elena (donde se ha abierto un Centro de Interpretación de la Batalla), al noroeste de la provincia de Jaén. La previsión era, pues, librar una gran batalla campal. Sin embargo, An-Nasir decidió cortar el acceso del enemigo al valle, y para ello situó hombres en puntos clave, de forma tal que los cristianos quedaron rodeados por montañas, y por tanto con una muy limitada capacidad de maniobra.
A pesar de todo, los cristianos consiguieron superar la adversidad: harían el movimiento de aproximación al enemigo por el oeste, a través de un paso llamado Puerto del Rey, que les permitió cruzar la sierra para luego, ya en terreno llano, marchar contra el rival. Cuentan las crónicas castellanas que quien reveló a las tropas la existencia de esta senda fue un pastor local, a quien algunos autores identifican con Martín Alhaja, mientras otros relatos atribuyen la revelación del paso a San Isidro, polémica que generó encendidos debates en el siglo XVIII.
La batalla
Disposición
En el centro la vanguardia se situó la hueste del señor de Vizcaya Diego López II de Haro compuesta según las crónicas por quinientos caballeros, que incluía su mesnada señorial (con su hijo Lope Díaz y otros parientes), algunos caballeros cistercienses, los occitanos al mando del arzobispo de Narbona Arnaldo Amalric (si bien, según su propio testimonio, se colocaría más retrasado), los escasos ultramontanos restantes, voluntarios leoneses (entre otros Sancho Fernández de León, según el Tudense en su Chronicon mundi y otras posteriores, como la Crónica de veinte reyes y la Crónica de Castilla, hijo del rey de León Fernando II), portugueses y otros caballeros jóvenes. En el flanco izquierdo se posicionó el rey de Aragón Pedro II, y a su vanguardia pudo estar su sobrino Nuño Sánchez (que fue armado caballero antes de la batalla) y García Romeu, aunque otras fuentes los sitúan en la medianera o la zaga (como Jerónimo Zurita), junto a su rey.
Ocupando el centro del haz medianero se situaron los caballeros de las órdenes militares (santiaguistas, templarios, hospitalarios, calatravos comandados por Pedro Arias, Gómez Ramírez, Gutierre Ramírez y Rodrigo Díaz de Yanguas respectivamente), junto con otras mesnadas de magnates castellanos y milicias concejiles de Toledo, Valladolid, Soria o Cuenca entre otras. Fue dirigido por Gonzalo Núñez, de la Casa de Lara. Otros señores de Castilla destacados fueron el portaestandarte del rey de Castilla Álvaro Núñez y Fernando Núñez, el mayor de los tres hijos de Nuño Pérez de Lara presentes en la contienda. Rodrigo Díaz, del linaje de los Cameros, comandó el costado derecho del cuerpo central, donde luchó su hermano Álvaro Díaz. De los Girón destaca el mayordomo real Gonzalo Ruiz, que combatió con sus hermanos Pedro, Nuño y, posiblemente, Álvaro.
El flanco derecho del ejército cristiano lo sostuvo Sancho VII el Fuerte de Navarra (llamado así por su gran envergadura) con los caballeros navarros y las milicias concejiles castellanas de Ávila, Segovia y Medina del Campo, entre otras fuerzas. Entre las potestades que componían su séquito se citan (aunque en crónicas castellanas tardías) su alférez Gómez Garceiz de Agoncillo, García Almoravid, Pedro Martínez de Lehet y Pedro García de Arróniz.
En la retaguardia se situaron los reyes al frente de sus mesnadas reales. El centro Alfonso VIII dirigiendo toda la estrategia, con los caballeros de su curia real y las tropas del arzobispo de Toledo Jiménez de Rada y los obispos de las principales sedes castellanas: Tello Téllez de Meneses de Palencia, quien combatió junto con sus hermanos Alfonso y Suero), Rodrigo de Sigüenza, Melendo de Osma, Bricio de Plasencia, Pedro Instancio de Ávila, Juan Maté de Burgos y Juan García de Agoncillo de Calahorra.
El grueso de las tropas almohades provenían de los territorios de al-Ándalus y soldados bereberes del norte de África, además de la guardia real, tropa de élite que rodeaba el corral de Miramamolín, compuesta fundamentalmente por fornidos subsaharianos. También situó a los voluntarios en la vanguardia, que eran los más predispuestos para el sacrificio de la yihad, y con ellos formaba la caballería ligera, las tropas de más movilidad, que podían usar venablos o arcos, incluso desde la caballería ligera, como los arqueros a caballo kurdos; y ballestas. Tras los voluntarios yihadistas situó los cuerpos centrales del ejército: tanto de origen magrebí como andalusí. Las tropas andalusíes contaban con una caballería más similar a la cristiana, una caballería pesada, producto del contacto tecnológico en las guerras peninsulares desde hacía largo tiempo. Finalmente, los cuerpos de élite en la retaguardia, y por último, el palenque de An-Nasir, una estructura fortificada con cestos de flechas e incluso animales (camellos, bestias de carga) y otros elementos defensivos; todo el recinto estaba protegido por filas de arqueros, lanceros y ballesteros. Finalmente un cuerpo de guardia de hombres de gran envergadura física (la célebre «Guardia Negra» formada en falange con grandes picas apoyadas en el suelo), con arqueros y ballesteros de refuerzo.
Desarrollo
Tras una carga de la primera línea de las tropas cristianas, capitaneadas por el vizcaíno don Diego López II de Haro, que hicieron huir a la vanguardia de voluntarios musulmanes, los almohades, que doblaban ampliamente en número a los cristianos, realizan la misma táctica que años antes les había dado tanta gloria. La caballería ligera y los arqueros de la vanguardia, poco armados pero ligeros, simulan una retirada inicial frente a la carga para contraatacar luego, conocida táctica de los ejércitos islámicos conocida como tornafuye, con el apoyo final del grueso de sus fuerzas de élite en el centro. A su vez, desde los flancos de caballería ligera almohade, equipada con arco, tratan de dañar a los atacantes realizando una excelente labor de desgaste, y finalmente, las haces centrales andalusíes y bereberes rematarían la maniobra envolviendo al ejército cristiano gracias a su mayor número de tropas. Recordando la batalla de Alarcos, era de esperar esa táctica por parte de los almohades.En ese punto Alfonso VIII ordena rechazar los avances por los flancos del enemigo, para sostener un haz central sólido. Es entonces cuando entraría en juego el grueso de la caballería cristiana, quizá la aragonesa por el flanco izquierdo y la navarra y concejil por el derecho, o incluso con un movimiento de la caballería castellana hacia el flanco más débil. En todo caso, el bando cristiano consiguió detener a los musulmanes en los flancos, y estabilizar de nuevo las haces.
Finalmente, ya entrada la tarde, Alfonso VIII ordenó el avance en bloque de toda la retaguardia cristiana, poniendo en combate la mejor parte de sus tropas, la caballería pesada y todo el resto del ejército en un esfuerzo de avance intenso que hizo ceder la estabilidad de las líneas islámicas hasta obligarlas a su retirada. Cuando se produjo la desbandada, la multitud de efectivos musulmanes agravó la situación y los cristianos lograron acceder hasta el real de An-Nasir, de donde tuvo que huir precipitadamente. Según las fuentes más fiables, la ocupación del palenque se llevó a cabo prácticamente a un tiempo por parte de castellanos por la derecha y aragoneses por la izquierda, por lo que la leyenda de que fue el rey de Navarra quien accedió el primero al real almohade ha de ser rechazada. Esta leyenda es una recreación posterior que sirvió para dar origen a las cadenas del escudo de Navarra. Como se ha visto, el real no estaba fortificado por cadenas, sino que era un elemento que en ocasiones utilizaba la guardia personal del califa para que no tuvieran la tentación de huir, aunque este aspecto pudo ser ocasional y hasta legendario, pues difícilmente se puede pensar en que un cuerpo de élite vaya encadenado, ya que disminuiría mucho su capacidad para el combate.
Tras la retirada almohade, el ejército cristiano emprendió la persecución hasta la caída del sol, movimiento final habitual que servía para adquirir el botín de guerra. El alcance (o persecución) se extendió por espacio de unos veinte o veinticinco kilómetros.
La precipitada huida a Jaén de An-Nasir proporcionó a los cristianos un ingente botín de guerra. De este botín la leyenda propagó que se conserva el pendón de Las Navas de Tolosa en el monasterio de Las Huelgas en Burgos. Sin embargo, el célebre pendón de las Navas de Tolosa fue un trofeo conseguido por Fernando III de Castilla en la conquista del valle del Guadalquivir a mediados del siglo XIII.
Consecuencias
Las consecuencias inmediatas de esta batalla fueron limitadas, y no supusieron el fin del Imperio almohade. Los cristianos sí que obtuvieron el control de algunos pasos de Sierra Morena, al tomar los castillos de Vilches, Ferral, Baños de la Encina y Tolosa. La adquisición de Baeza se debió a que había sido abandonada por los musulmanes, y en lugar de ocuparla inmediatamente, la destruyeron. Úbeda fue conquistada por asedio, pero los cristianos la tuvieron que abandonar pasados pocos días.La fortaleza de Calatrava la Nueva, cerca de Calzada de Calatrava, fue construida por los Caballeros de la Orden de Calatrava, utilizando prisioneros musulmanes de la batalla de Las Navas de Tolosa, entre 1213 y 1217. Llevando a cabo un arduo proceso de reevangelización del territorio que comprendía la construcción de nuevos templos y santuarios y la reconstrucción de los primitivos edificios visigodos como el santuario de Santa María del Monte de Bolaños de Calatrava.
Por otro lado supuso el dominio definitivo de la llanura manchega con la posterior conquista de la fortaleza de Alcaraz un año después.
Leyendas tardías
Estas crónicas legendarias relatan que en recuerdo de su gesta, el rey de Navarra incorporó las cadenas a su escudo de armas, cadenas que posteriormente también se añadieron en el cuartel inferior derecho del escudo de España. Sin embargo, está demostrado que Sancho VII no cambió de escudo después de la batalla. El origen del escudo de Navarra en realidad está en la bloca y refuerzos metálicos que solían incorporar los escudos almendrados del siglo XII, y de la que hay ejemplos anteriores; según Tomás Urzainki se puede encontrar en la iglesia de San Miguel de Estella (1160), en un relieve de la catedral de Chartres (1164) y en miniaturas de la Biblia de Pamplona (1189); el escudo blocado aparece en los sellos de los reyes Sancho VI el Sabio y Teobaldo I de Navarra, además de en los del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, y con el tiempo fue evolucionando y dando lugar a la leyenda.
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