El general
Gulliermo Díaz del Río relata en su libro de memorias de guerra Los Zapadores
de la División Azul las visicitudes de la III Compañía de zapadores
del Batallón de Zapadores, de la que fue capitán hasta el verano de 1942.
Vivió de
primera mano los duros combates de Possad y Otenski y de los blocaos Vérctice y
Minas durante el mes de noviembre con temperaturas de 15 y 20 grados bajo cero.
Hablando del deficiente equipamiento de abrigo del que disponía el ejército
alemán en aquel invierno de 1941, Guillermo Díaz hace algunas
observaciones respecto a las normas a seguir para evitar casos de congelación.
–
Después de un servicio en el exterior con temperaturas bajo cero no se podía
uno acercar directamente al fuego, pues había que esperar a que la reacción del
cuerpo se fuese logrando con ejercicio o friccionando la parte sensible que
más contancto hubiese tenido con el terreno helado o con las bajas
temperaturas, habitualmente las manos y los pies. Sólo después se podía uno
acercar a la hoguera. ¡Pero quién resistía después de varias horas a 15 grados
bajo cero la tentación de acercarse a una hoguera!
– Para
protegernos del frío disponíamos de un pasamontañas que cubría eficazmente
nariz, boca, cabeza y cejas, dejando libres únicamente los ojos. Las pestañas
se cubrían con una capa de hielo, lo mismo que el bigote.
– Los
soldados se ponían el pasamontañas y sobre él el casco de acero, con lo cual
tenían la sensación de que se les helaban los sesos.
– En los
reconocimientos en el bosque el oído jugaba un gran papel, por lo que en los
días de viento o ventisca había que ir sin el casco , ya que el ruido que
producía el viento contra él no permitía tener ese sentido en máxima alerta.
Este soldado
del 3º Batallón del 263 parece que lleva la bocamanga desdoblada
– Para las
manos no disponíamos de guantes, había dos soluciones: desdoblar la bocamanga
del capote (estaba prohibido) o ponerse en las manos unos calcetines de lana
pues era muy peligroso tocar el armamento con las manos descubiertas.
– Si la
nariz o las manos tenían un principio de congelación, una solución era frotarse
con nieve, más adelante tuvimos una pomada especial.
– Al Capitán
del Batallón de Zapadores Alonso Cabezas, que caminaba por una aldea sin
pasamontañas, se le empezó a helar la nariz sin que él se diese cuenta; de
pronto ve cómo una campesina se inclina en el suelo, del que coge un puñado de
nieve y con ella empieza a frotarle fuertemente la nariz; la rápida acción de
esta campesina le salvó de una segura congelación.
– Era
preciso proteger el armamento del frío si se quería tenerlo en condiciones de
empleo; se decía y era cierto que el armamento ruso era más resistene a las
bajas temperaturas. Efectivametne, nuestras metralletas, con ser muy buenas,
podían no funcionar en un momento dado por congelarse la grasa de sus piezas;
sin embargo, el “naranjero” ruso nunca se atascaba y había algunos que con los
“naranjeros” cogidos al enemigo sustituían a las metralletas propias.
El Naranjero
Comenta
también el General Díaz como recibieron ropa de abrigo que los civiles habían
mandado desde Alemania para los soldados del frente ruso. Por último, cuenta la
anécdota de como Muñoz Grandes consiguió finalmente guantes para la División:
“Fue llamado
por el mando del Cuerpo de Ejército para que informase de la situación de la
División en diferentes aspectos, pues al mando alemán le interesaba saber cómo
reaccionaba un europeo meridional ante los intensos fríos. Al preguntarle si
teníamos guantes, nuestro General le contestó que en ese aspecto no teníamos
problemas. Extrañado el general alemán le preguntó cómo habíamos resulto ese
problema y el General, sacando unos calcetines de lana de su bolsillo, se los
puso a modo de guantes. Aquello le debió de saber a cuerno quemado al General
del Cuerpo de Ejército y dio orden a los Servicios de Inrtendencia alemanes para
que suministrasen con urgencia guantes a toda la División”
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