El viaje de Guaidó es, por tanto, un elemento determinante en este clima de máxima tensión. Fue comunicado el jueves por la noche tras días de suspenso. La caravana, integrada por decenas de vehículos con dirigentes parlamentarios, asesores y algunos con voluntarios, salió de la capital de forma desordenada a lo largo de la mañana, en medio de una nebulosa e informaciones contradictorias proporcionadas por su propio equipo. Entre Caracas y San Antonio del Táchira hay casi 800 kilómetros, lo que supone un trayecto por carretera de al menos 10 horas sin contar los frecuentes controles de las fuerzas de seguridad.
Su objetivo era sortear a los agentes de la Guardia Nacional Bolivariana y llegar a la frontera, por lo que sus colaboradores evitaron que se informara con precisión durante el camino. Al abierto desafío al Gobierno se suma, además, la circunstancia de que una de las medidas cautelares impuestas al dirigente por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) es la prohibición de salir de Venezuela. Con estas premisas, la posibilidad de que Guaidó entre en Colombia o incluso pueda acercarse a los pasos fronterizos es todavía una incógnita. Al mismo tiempo, no existe todavía claridad en torno a los pormenores del operativo que busca el ingreso de las ayudas a partir de mañana.
“Desde el Táchira se despliega un esfuerzo importante por resguardar la vida de los venezolanos y organizar la entrada de la ayuda humanitaria”, se limitó a recordar Guaidó antes del viaje a través de las redes sociales. “Hoy la entrada de la ayuda humanitaria es inminente e indetenible. Somos millones los que queremos un cambio en Venezuela y este es el primer paso”, dijo el diputado Miguel Pizarro, presidente de la comisión especial responsable del seguimiento de las entregas.
Desde el viernes el municipio colombiano de Cúcuta y el venezolano de San Antonio serán, antes que nada, el escenario de una batalla entre la llamada comunidad internacional —a la que este jueves se unió la Iglesia católica, a través de la Conferencia Episcopal de Venezuela— y el chavismo. Habrá dos eventos musicales. Uno para exigir la entrada de la ayuda, dirigida en una primera fase a mujeres embarazadas y menores de tres años, y otro para agitar el fantasma de una intervención militar.
Guerra psicológica
Pese a rechazar esta ayuda, el Gobierno de Maduro reconoció este jueves su necesidad tras haberla negado repetidamente. La vicepresidenta ejecutiva, Delcy Rodríguez, afirmó que entregará una lista de medicamentos para “asistencia técnico-humanitaria a través de la ONU de la cual puede disponer la UE”. Esa posibilidad busca la complicidad de Bruselas frente a Washington y se enmarca en una estrategia que intenta rebajar la presión. “Incluso en caso de que ellos no estén en esa capacidad [de ofrecerla gratis], Venezuela está dispuesta a cancelar [pagar] esa asistencia”, añadió.
De un lado y de otro, todos buscan lo mismo: el apoyo de las Fuerzas Armadas. Guaidó lleva semanas tratando de convencer a la cúpula militar, a los oficiales y a los soldados, quienes tendrán que decidir en definitiva si dejar entrar los cargamentos. Busca una división en el seno de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), esencial para alcanzar el poder en Venezuela. Sin embargo, pese a un goteo más o menos constante de deserciones, el presidente del Parlamento todavía no se ha garantizado su apoyo. Mientras tanto, Maduro y su Gobierno, cada vez más solos en el tablero internacional, se emplean en exhibir en la inmensa mayoría de los actos públicos el respaldo de los uniformados a la causa chavista.
“Están aplicando el manual de la guerra psicológica para debilitar a nuestro país, a nuestro Estado, a nuestro pueblo y a nuestra FANB, porque subestiman la preparación, la firmeza moral y el carácter bolivariano de los militares venezolanos”, afirmó Maduro, quien fue más allá al dirigirse a las Fuerzas Armadas de Colombia. “Les hago un llamado a las fuerzas militares de Colombia”, dijo el mandatario, “para que alcen su voz frente a Iván Duque que los quiere llevar a una guerra”.
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