Muchas batallas de resistencia en ciudades son recordadas como hitos en la Historia de Occidente. Sucedió con Troya y Numancia, en la Antigüedad, o con Stalingrado (1942) en tiempos mucho más recientes. El sitio de Verdún (1916) es una de ellas. El imaginario colectivo tiende a identificar dicho combate con la fiereza con la que los soldados franceses defendieron sus fortificaciones, cuyas proezas esculpieron a sangre y fuego en la memoria de los franceses su identidad como nación. Sin embargo, ni Verdún fue una batalla decisiva en el desenlace de la guerra, ni la más sangrienta, ni tuvo consecuencias políticas. Aún así, los cruentos hechos que tuvieron lugar durante los diez largos meses que duró el asedio sirvieron para gestar una leyenda militar.
El fuego de 1.200 cañones
Un dato influyó en la creación del mito: Francia asumió, prácticamente en solitario sobre su hombros, el peso de la batalla. «¿A qué aguardan (los ingleses) que no arremeten briosamente (...) para detener la enérgica ofensiva de los que atacan al Norte de Verdún? (...) ¿Por qué no le atacan? », se preguntaba ABC el 26 de febrero. Durante poco más de 300 días, los 1.200 cañones pesados y superpesados alemanes que disparaban constantemente sobre dichos baluartes pulverizaron como una trituradora a los soldados franceses que iban llegando jornada tras jornada para defender el sitio.Murieron o desaparecieron 160.000 de ellos y 71.000 alemanes, aunque la cifra total de bajas (que incluye heridos) asciende a más de 700.000 entre ambos contendientes.
Dos meses antes, en diciembre de 1915, Francia e Inglaterra decidieron que iban a unir sus fuerzas para el verano de 1916. El enclave elegido para el inicio de acciones comunes iba a ser el río Somme. Lo que no podían imaginar era que Alemania ya tenía pensada una estrategia para ese invierno: provocar un final rápido de la guerra, ya que sospechaba que Austria-Hungría y Turquía no lograrían resistir mucho más tiempo. Como creían queRusia había sido temporalmente paralizada en 1915, sólo tenían que vencer a los ingleses (considerados como el enemigo principal), pero para ello tendrían que destruir antes al Ejército francés. De modo que el jefe del Estado Mayor alemán, Falkenhayn, ideó un plan: atacar a Francia en un punto en el que se viera obligada a contraatacar con todas sus fuerzas para así sangrar a sus fuerzas hasta la rendición final.
El sitio elegido fue la zona en las que se hallaban las fortificaciones de Verdún, cuyos efectivos militares, además, habían sido mermados para cubrir las necesidades de otros frentes. El factor sorpresa y la abrumadora lluvia de proyectiles eran los elementos clave de los planes alemanes.
El ataque estaba previsto para el 12 de febrero, pero una inesperada nevada retrasó su comienzo nueve días. Los franceses intuían una ofensiva alemana pero no estaban seguros del lugar. De hecho, el 22 del mismo mes, ABC publicó un artículo aparecido en Le Temps de dos días antes, en el que relataba: «Al norte de Verdún no ha ocurrido nada. Si el enemigo medita realmente un gran proyecto contra la fortaleza, ningún incidente denota que vaya a comenzar en breve su ejecución».
Lo que allí comenzó la madrugada del 21 fue un auténtico infierno. El avance inicial alemán fue demoledor: se lanzaron un millón de proyectiles. A los cuatro días cayó el primero de los fuertes, Douaumount. ABC relataba cómo «el corazón de Francia está ahora en Verdún, donde seguramente afluyen por ferrocarriles y carreteras (arterias y venas de una nación) torrentes de sangre humana». Así, por la estrecha y única carretera del lado francés que no había sido destruida (bautizada como «Vía Sagrada») pasaban camiones con reservistas y víveres ¡cada 14 segundos, día y noche! Los franceses cayeron en la trampa de los alemanes y se volcaron con todas sus fuerzas a la defensa de Verdún. Al contrario de lo que sucedía en el Ejército alemán, los soldados galos rotaban cada dos semanas en la primera línea del frente. Dada la duración del asedio, el 80% de los soldados franceses vivió el infierno de esta batalla.
La ofensiva alemana continuó los meses siguientes sin lograr la conquista de todos los fuertes. Cuando llegó el verano, Francia e Inglaterra iniciaron su planeada acción en el río Somme, lo cual redujo la presión sobre Verdún. A partir de octubre, los franceses comenzaron a atacar y no sólo a defenderse, hasta que el 15 de diciembre lograron frenar la embestida alemana.
Tras la ardua batalla, el desgaste tanto físico como moral acabó haciendo mella en el ánimo francés. ABC recogía el 27 de diciembre una crónica de «Le Temps»: «¡Qué mal hacemos la guerra! Resistir es guardar una impasibilidad de centinela delante del hogar desolado. (...) Es tener fe, místicamente, en la belleza de la mortificación inútil. Es aceptar el principio de sacrificios suntuarios, por orgullo, en vez de trabajar para reducirlos».
Verdún había sido salvada, aunque la lucha continuó hasta el final de la Guerra. A partir de 1917 empezó la forja de la leyenda del asedio no sólo en Francia, sino también en Alemania, que veía en esta batalla el símbolo del fracaso.
Para unos y otros, Verdún sigue en la memoria un siglo después.
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