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jueves, 24 de marzo de 2011

EL GATO OSCAR



Durante cinco meses menos tres días Oscar vivió una existencia feliz y aventurera en el Cossak. Durante este periodo el destructor, generalmente ocupado en misiones de escolta de algún convoy, participó en varios ataques antisubmarinos solo o en colaboración con otros buques lo que parecía fascinar a Oscar. Cuando escuchaba la primera explosión salía de donde fuere para colocarse en algún punto alto de la superestructura del buque, a cubierto si llovía, desde donde observaba con suma atención las blancuzcas palmeras de agua levantadas por las explosiones de las cargas de profundidad. No se movía hasta que cesaba el zafarrancho de combate.

El viernes 23 de Octubre de 1941 el Cossack escoltaba el convoy lento HG-74 que navegaba desde Gibraltar hacia el Reino Unido. Durante el día había sido señalada la presencia de algunos submarinos en la zona y en dos o tres ocasiones fueron lanzadas algunas cargas de profundidad más para atemorizar al supuesto enemigo que por haber localizado un blanco concreto. Anochecía, Oscar había pasado la mayor parte del día tumbado al sol sobre el metálico rompeolas de la torre artillera C popera, le gustaba ir siempre a popa del barco, observando la lenta marcha de los mercantes y las rápidas evoluciones de los destructores que corrían allá o acá a la más mínima sospecha de la presencia del enemigo y que de vez en cuando levantaban aquellas columnas de agua que tanto le gustaban.

Picoteó algo en la cocina y se retiró a sus sacos, el día había sido emocionante y estaba cansado.

Mientras tanto, el capitán del submarino alemán U-563, Klaus Bargsten había estado acechando el convoy en las horas de luz pero sin osar acercarse demasiado, esperaba a la oscuridad para atacar. Efectivamente, al caer la noche el submarino se encontraba algo adelantado respecto al convoy. Con la proa al Sur a reducida velocidad Bargsten esperaba con paciencia la aparición de los barcos británicos. Poco después se distinguían las oscuras siluetas de los grandes cargueros rodeados por las más pequeñas de los inquietos destructores. El alemán decidió lanzar una andanada de torpedos en superficie a la distancia suficiente como para poder virar, lanzar con los tubos de popa y eludir en inmersión el seguro contraataque de la escolta.

En el Cossack la estela del torpedo fue vista demasiado tarde. El capitán Berthon manda un giro desesperado a babor, fue su última orden. Cuando el destructor apenas empezaba a virar el artefacto estalló justo a la altura del puente de mando matando a Berthon y a 127 de sus hombres. Las graves averías provocaron el abandono del barco. La explosión del torpedo lanzó a Oscar contra el mamparo contrario. Debió darse cuenta de que algo grave pasaba, carreras de los marinos, gritos y un espeso humo anaranjado que comenzaba a invadir los compartimentos uno tras otro. Salió a cubierta a respirar y hacerse una idea cabal de lo que estaba sucediendo. El buque ardía como una tea y estaba muy escorado. Indudablemente tuvo que recordar lo sucedido en el Bismarck puesto que al ver a unos miembros de la tripulación maniobrando entre el denso humo con un chinchorro que intentaban echar al mar decidió aprovechar la ocasión. Tras arrojar al agua la azarosa barquita cuatro náufragos consiguieron trepar a ella con grandes dificultades. Oscar observaba y esperaba con la sangre fría que da la experiencia. Y llegó su momento, justo en el cuando los marineros desenganchaban los pequeños remos para alejarse del agonizante buque. Oscar se acercó a la borda, midió distancias, tensó sus músculos y dio un increíble salto, al estilo de Alvarado escapando de Tnoclitan solo que sin pértiga, para aterrizar, amarar, justo al costado del chinchorro salvador, una fuerte mano lo agarró del cuello y lo metió a bordo. Ya más lejos el Cossack, cada vez más escorado y ardiendo en la oscuridad, derivaba según el capricho del mar y el viento. Durante dos días pelearían los británicos por salvar al buque pero no se pudieron dominar los voraces incendios y tras las cuarenta y ocho horas de agonía el torturado destructor bajó al abismo.

Con la amanecida los supervivientes fueron poco a poco izados a los restantes barcos del convoy. El chinchorro de Oscar fue a parar al costado del portaaviones Ark Royal, una de las joyas de la flota, desplazaba 27.720 toneladas y había entrado en servicio tan solo tres años antes, en 1938. Los sesenta aparatos que podía transportar, parte de los cuales había lisiado irremediablemente al Bismarck, como antes se describía, cubrían en esta ocasión la defensa aérea del HG-74. Así pues Oscar se encontraba en uno de los buques causantes de la destrucción de su primer hogar.

Una vez sobre la inmensa cubierta de vuelo Oscar comenzó de nuevo su indiferente operación de limpieza corporal. Pero tuvo dificultades a la hora de encontrar la cocina. Un portaaviones es como una ciudad flotante donde no es fácil localizar por el olfato un lugar determinado. Pero los marinos, informados por los náufragos de las costumbres del felino, solucionaron su problema trasladándolo a la gran cocina del portaaviones para que tomase posesión de su nuevo habitat.

Comenzó a circular por el gran barco la historia del gato sobreviviente, del gato de la suerte. Aunque alguno argumentó que era un gato con tanta suerte que fagocitaba la ración de suerte que le tocaba al barco en el que navegaba dejándolo desamparado. Los marinos se acercaban un momento a la cocina para echarle un vistazo, allí estaba tranquilo y digno. Trataban de tocarlo con la esperanza de que les transmitiese su, ya legendaria, buena estrella. La extraordinaria capacidad de adaptación de Oscar se manifestó de nuevo. A los tres días había encontrado un nuevo entretenimiento. No bien escuchaba el rugido de los motores de los aviones que se ponían en marcha aparecía en cubierta, se agazapaba en cualquier rincón con buena visión de la operaciones aéreas y miraba con atención los despegues y apontajes de los aparatos del portaaviones, solo se retiraba cuando volvía el silencio.

A primeros de Noviembre el gran portaaviones recaló en la base naval de Gibraltar para dar un merecido descanso a la tripulación y reavituallar al buque para la próxima misión. A la vista del gran peñón usurpado Oscar parecía extasiarse, pasaba horas mirando la enorme mole. Decidió aventurarse, se acerco al portalón desde donde partían las lanchas hacia tierra firme, el barco estaba fondeado a unos 300 metros del malecón, y se introdujo en una de ellas que iba a partir hacia la base con el correo del portaaviones. Durante dos días desapareció. La tripulación estaba consternada, seguro que se había caído por la borda.

Pero regresó, unos soldados de la defensa antiaérea habían encontrado un gato negro tranquilamente sentado en el malecón mirando fijamente al portaaviones. Por su collar lo reconocieron como miembro de la Royal Navy y fue entregado en la comandancia de marina. Como la historia de Oscar había corrido por la base pronto se dedujo de donde provenía. Fue reintegrado al portaaviones en otra lancha. Su aspecto era bastante lastimoso, parecía cansado y mostraba algunas heridas y desgarrones en su piel aparte de un aspecto higiénico que dejaba bastante que desear pero estaba satisfecho y relajado. Era fácil deducir lo que había estado haciendo; había estado en los bajos fondos gatunos disputando con sus congéneres el favor de las gatas españolas. Comprensivamente los marinos le dejaron descansar.

Durmió quince horas seguidas, cuando se despertó era el 10 de Noviembre y el Ark Royal en compañía del vetusto portaaviones Argus y la correspondiente escolta de cruceros y destructores navegaba por el Mediterráneo rumbo al Este. Su misión era acercarse a una distancia lo suficientemente corta de la isla de Malta, bajo continuos ataques de la aviación del Eje, desde la que pudiesen lanzar los aviones que llevaban a bordo, 37 cazas Hurricane y 7 bombarderos medios Bristol Blenheim, destinados a incrementar las defensas aéreas de la estratégica isla.

Dos días después, el 12, y bajo la atenta mirada de Oscar los aparatos fueron despegando uno a uno rumbo a su más que incierto destino. Inmediatamente la flota británica, cuyo nombre en código era Fuerza H, invierte el rumbo hacia su base gibraltareña, a la que desde un punto de vista estrictamente histórico y jurídico, puede ser calificada de usurpada desde el tratado de Utrech de 1714 momento en que Inglaterra se hizo con el control del peñón y de la bella isla balear de Menorca.

El viernes 14 ya se intuía a lo lejos entre la bruma de un día soleado la cima del peñón, los tripulantes de la Fuerza H se regocijaban pensando en la noche de juerga en el puerto amigo, pero…

Desde hacía unas semanas el jefe de los submarinos alemanes, Karl Doenitz, había ordenado a parte de sus unidades que intentasen entrar en el Mediterráneo para descoyuntar el tráfico enemigo lo que sus homólogos italianos, con unos sumergibles inadecuados y obsoletos, habían sido incapaces de hacer.

El mismo día que el Ark Royal lanzaba sus aviones a Malta el sumergible alemán U-81 bajo el mando del teniente de corbeta Friedrich Guggenberger cruzaba sigilosamente en inmersión el estrecho de Gibraltar favorecido por las intensas corrientes existentes en el sentido Atlántico-Mediterráneo. Si el Atlántico no se comportase como un gran río respecto al Mediterráneo éste se secaría. Por ello el submarino no tenía más que dejar llevarse con los motores a mínimas revoluciones. Pero una vez en el Mediterráneo el barco quedaba condenado a permanecer allí pues todo lo que eran facilidades para entrar se tornaban en dificultades para salir por las mismas corrientes.

El viernes 14 el U-81 patrullaba por el mar de Alboran, el día era claro, la visibilidad buena, el mar estaba en calma. Desde lo alto de la torreta uno de los vigías señaló humos por el través de babor. En efecto varias tenues estelas indicaban la aproximación en rumbo convergente de varios barcos. Temiendo el reconocimiento aéreo del convoy Guggenberger ordena inmersión y poner rumbo a los todavía desconocidos buques.

Por el periscopio el comandante fue identificando el mejor regalo que se le puede hacer a un submarino; dos portaaviones enemigos que van directamente hacia la proa su barco. Solo tendría que esperar y disparar.

Aquella mañana los aviones del Ark Royal, iban despegando a largos intervalos para aterrizar en Gibraltar. Los portaaviones solían lanzan sus aparatos a tierra antes de tomar puerto por razones de seguridad. Oscar había encontrado un magnífico mirador en el montaje triple de ametralladoras situado a popa de la enorme chimenea.

A quince metros de profundidad Guggenberger trataba de templar sus nervios mientras veía a un gran portaaviones que se estaba colocando con toda precisión en su línea de tiro. El U-81 fue un barco con suerte, llegó a hundir 23 buques enemigos bajo el mando de dos capitanes, el citado y más tarde Johann-Otto Krieg. Cuando por fin fue destruido en el Mediterráneo el 9 de Enero de 1944 solo murieron dos tripulantes.

Oscar sesteaba en su otero pues es ese momento no había actividad sobre cubierta. Una gran explosión hace estremecerse al enorme buque y el gato sale volando como en el Cossack hasta que algún mamparo metálico se pone en su trayectoria. Aturdido se encarama a sus ametralladores para ver que pasa. El casco escupe humo por babor, casi a media eslora, pero por lo demás, los marinos no parecen asustados. De todas maneras no es conveniente dormir ahora y decide ponerse cómodo y ver que pasa con el humo.




EL ARK ROYAL
Pasa el tiempo, ya no hay humo pero poco a poco el portaaviones está escorando cada vez más a babor. Sigue pasando el tiempo, Oscar tiene que reacomodarse para que la inclinación del buque no le haga resbalar. De repente levanta el cuello y despliega sus orejas y bigotes mirando a un punto de la cubierta a popa; varios marinos están manipulando los botes de salvamento, mira a popa y lo mismo. Sin pensarlo dos veces baja a la cubierta en cuatro saltos otea a derecha e izquierda y decide subir al bote que tiene más cerca y que ya está a punto de abandonar el buque repleto de marineros. Minutos después, seco y sereno, se alejaba del barco sentenciado camino de Gibraltar. Hacia tres semanas que el felino había llegado al portaaviones.
Lo que había sucedido es que la explosión de uno de los cuatro torpedos lanzados por el U-81 había ocasionado una inundación que al principio no pareció revestir excesiva gravedad pero que fue aumentando lenta pero imparablemente. Todos los esfuerzos para dominarla fueron inútiles y 24 horas después el portaaviones se hundía pero, en un sentido muy importante Oscar pareció dar suerte a la tripulación; solo murió un marino de los 1.663 tripulante y aviadores del navío.

Varios confortables meses pasó Oscar en la base naval observando el trajín de barcos y mercancías. De vez en cuando volvía a sus correrías nocturnas, vivía en la cocina del pabellón de oficiales. Lo que estaba claro era que ningún barco se atrevería nunca a incluirlo en su tripulación, tres barcos hundidos en seis meses con él a bordo era mucho. Pero la verdad es que Oscar comenzaba a ser un gato célebre, una figura histórica. Pero una cierta prevención rodeaba su figura, incluso había quien temía que un telúrico cataclismo hundiese el peñón en las profundidades mientras Oscar pasaba tranquilamente a España. De un modo u otro parecía conveniente alejar al gato de la base pero ¿donde exilarlo?

Un día apareció por el comedor de oficiales un capitán recién llegado de Belfast. Comentando las cosas de la patria salió a relucir que en la Casa de los Marinos Jubilados de Belfast estaban apenados pues había muerto un gato que había convivido muchos años con los viejos marineros que allí iban a acabar sus vidas. ¡Ahí estaba la solución!

El mismo avión que había traído al capitán desde Irlanda llevó de regreso a Oscar a su nuevo hogar.

Y cuentan las crónicas que el felino vivió feliz en la residencia hasta el 1955 cuando ya con 16 largos años de vida decidió trasladarse al paraíso de los gatos. Cuando sesteaba mirando al mar dicen que si aparecía cualquier barco en el horizonte lo seguía atenta y melancólicamente con la mirada hasta que desaparecía en la lejanía probablemente añorando sus viejas aventuras de guerra.

Lástima que un gato no pueda escribir sus memorias.

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